Corría la media mañana del 30 de octubre de 1961 cuando un avión militar enorme y extraño despegó de una base militar soviética y se dirigió hacia la zona de pruebas militares del archipiélago de Nueva Zembla, en el Círculo Polar Ártico. La aeronave estaba al mando del comandante Andréi Durnóvtsev y su tripulación estaba integrada exclusivamente por voluntarios. Todos sabían que cualquier falla o error de cálculo podía costarles la vida de una manera horrible: desintegrándolos. Su misión era lanzar la bomba del Zar, una bomba de hidrógeno 3.300 veces más poderosa que la de Hiroshima y que hoy, 63 años después, sigue siendo la responsable de la mayor explosión provocada por el hombre en la historia.
Ese año la Guerra Fría se venía recalentando de manera vertiginosa. En abril, la CIA había lanzado la fracasada invasión de Bahía de los Cochinos para acabar con la recién nacida revolución en Cuba y ese mismo mes, los soviéticos habían puesto al primer ser humano en la órbita terrestre, el cosmonauta Yuri Gagarin, en una operación que demostraba también el poder de los cohetes que podían construir. El 13 de agosto, los berlineses había amanecido con su ciudad partida por un alambrado custodiado por soldados armados, el primer paso de la construcción del Muro de Berlín. La tensión entre la Unión Soviética liderada por Nikita Kruschev y los Estados Unidos presididos por John F. Kennedy parecía a punto de estallar.
Fue entonces cuando el Kremlin decidió hacer estallar la bomba atómica que venía preparando en riguroso secreto desde hacía cinco años, el explosivo más poderoso del mundo. Con el desarrollo de la bomba, Kruschev no pretendía atacar a nadie sino exhibir la tecnología con la que contaba para intimidar a los Estados Unidos. Moscú estaba rezagado frente a Washington en el desarrollo de armamento no convencional y el líder soviético buscaba demostrar lo contrario.
En ese sentido, la bomba del Zar no tenía un objetivo bélico sino propagandístico y su blanco era la opinión pública mundial. “La bomba fue diseñada principalmente para hacer que el mundo se sentara y tomara en cuenta a la Unión Soviética como un igual”, escribió años después Philip Coyle, exjefe de pruebas de armas nucleares de los Estados Unidos durante la presidencia de Bill Clinton.
La bomba y Sajarov
La Bomba del Zar fue bautizada así evocando la campana Tsar Kólokol de Moscú, la más grande del mundo con un peso superior a las 200 toneladas, y el cañón imperial Tsar Pushkal, dos desmesurados productos de la tecnología rusa. El nombre en clave del proyecto que la desarrolló era “Iván”, por el primer zar ruso, apodado “El Terrible”.
Tenía 8 metros de largo, un diámetro de casi 2,6 metros y pesaba más de 27 toneladas. Era muy similar en forma a las bombas “Little Boy” y “Fat Man” lanzadas por Estados Unidos y que habían devastado las ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaki una década y media antes. Sin embargo, su poder era miles de veces superior.
Fue pensada como una bomba de fusión de hidrógeno con tres etapas: fisión-fusión-fisión. Tenía un iniciador de fisión que al ser detonado comenzaba una reacción de fusión; una detonación posterior de fisión de la cubierta del núcleo de uranio aumentaba el rendimiento de la bomba, proceso capaz de liberar una potencia total de 50 megatones.
El diseño inicial hacía factible una explosión de 100 megatones, pero esa potencia fue reducida poco antes de la detonación por razones ambientales. La manera fue reemplazar el empujador/cubierta del núcleo de uranio, que amplificaba de forma notable la potencia de la explosión al detonar en una explosión de fisión, por otro de plomo, que era capaz de absorber gran cantidad de neutrones rápidos procedentes de la fisión inicial y reducir su intensidad.
El desarrollo de los dispositivos nucleares estuvo a cargo de un equipo de físicos encabezado por Ígor Kurchátov, y formado por Andréi Sájarov, Víktor Adamski, Yuri Babáyev, Yuri Smirnov y Yuri Trútnev.
Años antes, Sajarov había desarrollado la primera bomba de hidrógeno soviética de escala megatón, empleando un diseño que en Rusia se conoció como la “Tercera Idea de Sájarov”. Fue ensayada bajo el nombre RDS-37 en 1955. La bomba del Zar era, en realidad, una variante de mayor tamaño de aquella primera bomba.
Por entonces Sájarov estaba convencido de la importancia de su trabajo aplicado al desarrollo de las armas nucleares. Pero poco a poco fue tomando mayor conciencia de las consecuencias posibles de sus descubrimientos, como una guerra termonuclear o la contaminación por radiactividad, y cambió radicalmente de postura. Después de la explosión de la bomba del Zar jugó un activo papel contra la proliferación de armas nucleares y de las pruebas atómicas en la atmósfera, y promovió el tratado de prohibición de pruebas atmosféricas, espaciales y submarinas, firmado en Moscú en 1963. Como reconocimiento internacional a su esfuerzo en 1975 fue galardonado con el Premio Nobel de la Paz, cuando ya era considerado un “disidente” por el gobierno soviético.
La gran explosión
Para poder lanzar la bomba fue necesario modificar un bombardero ruso Tupolev Tu-95 porque no había avión convencional capaz de cargarla. El avión fue repintado con una pintura especial, blanca y reflectante, para que la onda de choque térmica posterior a la explosión no lo afectase demasiado.
La bomba del Zar fue lanzada desde una altura de 10.500 metros exactamente a las 11.30 de la mañana del lunes 30 de octubre de 1961. No fue un lanzamiento de caída libre: fue bajando en un paracaídas para darle tiempo al avión a tomar distancia de la explosión. La detonación se produjo a las 11.33, cuando el monstruo explosivo estaba a 4.000 metros de altura y el avión había conseguido alejarse a unos 80 kilómetros del lugar.
Cuando la bomba detonó inmediatamente la temperatura directamente debajo y alrededor de la detonación se elevó millones de grados. La presión bajo la explosión fue de 211.000 megatoneladas por metro cuadrado, más de diez mil veces la que hay en el neumático de un auto. La energía luminosa desprendida fue tan poderosa que la fue observada a mil kilómetros de distancia, aún con los cielos nublados. La onda de choque fue lo bastante potente como para romper vidrios gruesos incluso a más de 900 kilómetros y fue registrada en tres ocasiones distintas alrededor de la Tierra. La nube de hongo producida por la explosión se elevó a una altitud de 64 kilómetros antes de nivelarse. La energía térmica fue tan grande que podría haber causado quemaduras de tercer grado a una persona que se encontrara a 100 kilómetros del lugar del estallido.
Su potencia superó 3,3 veces la mayor detonación realizada por Estados Unidos: los 15 megatones de la bomba de hidrógeno “Castle Bravo” que explotó en el Atolón Bikini en 1954. Demostró también que no sólo sería capaz de destruir una gran ciudad objetivo, sino que podía hacerlo con cuatro megaciudades como las que rodean a Nueva York o Tokio.
Si en lugar de lanzar la “versión limpia”, de 50 megatones, se hubiese la “versión sucia” -detonada por uranio y no por plomo- de 100 megatones que estaba inicialmente planeada, habría provocado que una amplísima zona geográfica hubiese quedado bajo los efectos de dosis letales de radiación. La condena internacional se produjo de inmediato, lo que le demostró a Kurschev que había logrado su objetivo de propaganda. La bomba del Zar era un ejemplar único: la Unión Soviética no tenía en sus planes construir otra igual, la había lanzado simplemente para demostrar que no estaba atrás en la carrera armamentista.
La filmación desclasificada
En agosto de 2020, en el marco de la celebración del 75 aniversario de la industria nuclear rusa, el gobierno de Vladimir Putin desclasificó y difundió por primera vez el fragmento de una película que registró el lanzamiento y la explosión de la Bomba del Zar. La filmación fue realizada desde un bombardero Tu-16 que despegó junto con el avión piloteado por el comandante Andréi Durnóvtsev y registró todo el proceso a una distancia segura mientras monitoreaba también las muestras de aire. Las imágenes difundidas muestran una explosión que generó una nube de hongo de unos 60 kilómetros de altura. Hay tomas desde varios ángulos, porque a las realizadas desde el avión se agregaron otras hechas desde tierra. El video también conserva la voz en off original, a la que se escucha decir en ruso: “La prueba de una carga de hidrógeno excepcionalmente poderosa confirmó que la Unión Soviética está en posesión de un arma termonuclear con potencias de 50 megatones, 100 megatones y más”.
La bomba del Zar fue el último exponente de una carrera bélica que apuntaba a construir armas nucleares cada vez más grandes y destructivas. Después de su explosión se abriría una nueva etapa, con otro concepto táctico: la producción en serie de cohetes con cabezas atómicas, mucho más pequeños y mucho más precisos.