La vida de Christopher Reeve, el actor de Superman que se convirtió en super héroe al quedar tetrapléjico

Fue actor de teatro hasta que su actuación en la película cuyo guion fue escrito por Mario Puzo, lo llevó a la fama. Un accidente mientras competía en una prueba ecuestre lo dejó postrado. Se convirtió en activista y logró recaudar millones para la investigación en células madre. Su esposa estuvo a su lado hasta el final. Murió en 2004

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Tráiler oficial de 'Superman: la historia de Christopher Reeve'.

Parafraseando a Joan Didion, y ajustando su célebre cita a esta historia, se podría decir: la vida cambia en un instante, te subes a un caballo y la vida que conocías se acaba.

El 27 de mayo de 1995 Christopher Reeve participaba en una competencia de saltos ecuestres. Venía entre los primeros. Ante una valla no demasiado complicada, Eastern Express, su caballo, se empacó. El freno abrupto hizo que Reeve pasara sobre él y cayera al piso. Las imágenes caseras que se conservan de ese momento no impresionan, no tiene la espectacularidad que uno supone para consecuencias tan severas, irremediables.

Ese instante cambió la vida de Christopher Reeve y la de sus seres queridos. El tiempo, su perseverancia, la actitud proactiva y la decisión de seguir luchando, de no rendirse, de trabajar para otros, cambiaron la vida de muchos.

Hasta ese momento parecía que la lucha más grave que enfrentaba el actor era la de no quedar encasillado en el personaje que le había brindado la fama y su fortuna: Superman. Desde hacía años trabajaba en proyectos más complejos, menos populares, bajo las órdenes de reconocidos directores. Este combate era de otro tenor: un combate que ni siquiera sabía si estaba dispuesto a dar.

Él que, en la pantalla, podía volar, que había evitado un terremoto, que sin ayuda había arreglado el puente de Golden Gate y que hasta había sofocado una explosión nuclear, esa misma persona estaba paralizada en una silla de ruedas, no podía mover ninguna parte de su cuerpo del cuello para abajo y ni siquiera podía respirar por sus propios medios. Lo increíble –lo excepcional- es que esa tragedia no lo detuvo.

Acaba de estrenarse en los cines Super/Man: La historia de Christopher Reeve, un documental dirigido por Ian Bonhote y Peter Ettedgui en el que se recorre la vida, la tragedia y la lucha del actor. Participan sus tres hijos y muchas celebridades que lo conocieron bien. A diferencia de otras películas o libros que cuentan historias oficiales, el documental si bien no se regodea en el morbo y el escándalo, no esconde las zonas oscuras, los errores, los momentos en los que parecía que no tenía fuerzas para continuar. El narrador del documental es el mismo Christopher Reeve. Su voz, sus declaraciones, se extractaron de los audiolibros que grabó de sus dos libros de memorias.

La vid de Christopher Reeve
La vid de Christopher Reeve cambió en un instante. Él decidió no darse por vencido y luchar todo lo que pudiera para él y para el resto de los pacientes cómo él

Nació en Nueva York en 1952. Era una familia de clase alta en la que todos los integrantes se dedicaban a las letras. El padre fue un reconocido novelista en su tiempo y profesor universitario. La madre, una académica con una decena de libros publicados. El poeta Robert Frost era un habitué en las mesas familiares. El principal tema de conversación en la familia Reeve eran los libros. Cuando, muchos años después, Christopher le contó al padre que lo habían elegido para hacer de Superman, el profesor se desilusionó al enterarse que no se trataba de una adaptación de Hombre y Súper Hombre de George Bernard Shaw.

Cuando tenía 5 años sus padres se separaron. Él se refugió en la música y la actuación. Participaba en los grupos escolares de teatro y de comedia musical. Sobre el escenario aparecía una faceta desconocida de él. Después de egresar de un exclusivo colegio, estudió teoría musical y literatura inglesa en la Universidad de Cornell. Pero siempre supo que sería actor. Hacía cursos y viajaba a Londres y a París para actuar en pequeñas obras. En esos primeros años, llegó a tener participación en el Old Vic y en la Comedia Francesa. Luego fue uno de los pocos que logró superar el estricto filtro de la escuela de teatro de Julliard en Nueva York. De su universidad sólo un compañero más lo logró: Robin Williams. Con Williams forjaron una gran amistad. Compartieron cuarto en la universidad, proyectaron el futuro y soñaron con grandes carteleras y se juramentaron estar siempre cuando el otro lo necesitara.

En 1976, Reeve consiguió sus primeros trabajos profesionales. En Broadway fue durante nueve meses el nieto de Katherine Hepburn en A Matter Of Gravity. Su debut no fue demasiado auspicioso. Reeve se alimentaba mal, tomaba café y se salteaba comidas, además actuar junto a una leyenda lo ponía muy nervioso. En medio de la primera función se empezó a sentir mal y se desmayó en escena. Mientras algunos colaboradores salieron de bambalinas para asistirlo, Katharine Hepburn le habló al público: “Este chico es un muy buen actor pero es un tonto: no come suficientes carnes rojas”.

Al mismo tiempo obtuvo un papel fijo en un teleteatro como galán (el papel se lo consiguió Hepburn gracias a su influencia en la industria): los productores creían que era ideal con esa rigidez, el físico desarrollado y sus rasgos claros y definidos.

Hasta que llegó Superman.

Cuando encarnó a Superman era
Cuando encarnó a Superman era un actor ignoto. Pero la película fue un enorme suceso. El rol significó su despegue definitivo

La producción de la película había empezado varios años antes. Hubo decenas de candidatos para dirigirla. Dicen que los productores estuvieron a punto de cerrar con Steven Spielberg pero que prefirieron esperar, por si le iba mal, a ver qué pasaba con ese proyecto del pez grande en el que trabajaba. Tiburón se convirtió en la película más taquillera de la historia hasta ese momento y debieron seguir buscando director.

La búsqueda del actor principal fue larga y trabajosa. Todo gran nombre de Hollywood de esos años tuvo el guion en la mano y se imaginó con el traje azul, rojo y amarillo. Los productores no eran tímidos para soñar. Paul Newman (le ofrecieron cualquiera de los tres personajes principales a cambio de 3 millones de dólares), Steve McQueen, Clint Eastwood, Burt Reynolds, Al Pacino, Dustin Hoffman, Robert Redford, Charles Bronson (¿un Superman con bigote liquidando en masa a los malos, ejerciendo la venganza con crueldad?) y hasta James Caan que rechazó el rol porque no estaba dispuesto a estar en pantalla con un pijama largo de colores y el slip encima. Stallone, que venía de hacer Rocky, se postuló para el papel pero fue rechazado. Después de los Juegos Olímpicos de Montreal 76 alguien pensó que en el entonces Bruce Jenner (ahora es Caytlin) era el candidato perfecto: el campeón olímpico del decatlón, el deportista más completo del planeta, un coloso físico, pero tenía un pequeño defecto: no sabía actuar.

Marlon Brando y Gene Hackman fueron los primeros en subirse a la película con contratos millonarios.

Marlon Brando interpretó a Jor-El, el padre de Superman. Los productores buscaron denodadamente al actor para el papel. Brando se rehusó y cada vez que recibía una oferta sus pedidos eran más estrafalarios. Terminó arreglando un salario monstruoso para la época. Casi 4 millones de dólares por menos de diez minutos de pantalla. Pero no se conformó con eso. Pidió (y recibió) algo inédito para ese entonces: un porcentaje de la recaudación. Como el film fue un gran éxito, en total embolsó más de 15 millones de dólares. Pero ese gran acuerdo no pareció motivarlo (para esa época ya nada parecía motivarlo). Y le propuso al director Richard Donner, a quien enloqueció durante los once días que participó del proyecto, que su personaje no apareciera en pantalla y que él solo fuera una voz. Que como era un personaje de otro mundo, en vez de su apariencia, la de Marlon Brando, podría ser la de un sandwich o la de una valija: total nadie sabía cómo eran los habitantes de Krypton. La propuesta, naturalmente, fue desechada. En cada escena los asistentes de dirección debieron escribir en grandes cartulinas toda su letra porque a Brando no le pareció necesario aprendérsela. Adujo que si conocía el guion de antemano su actuación perdería naturalidad. Que estuviera desbocado, que no hubiera dado todo lo que podía, no impidió que fuera primero en los créditos. Christopher Reeve apareció tercero, detrás de Gene Hackman.

 Dana Morosini se convirtió
Dana Morosini se convirtió en un sostén indispensable para Reeve. Lo disuadió de suicidarse y lo acompañó en todo momento

Unos años después, Christopher Reeve fue al programa de David Letterman a promocionar el estreno de Deathtrap de Sidney Lumet. Letterman le preguntó por la experiencia de trabajar con Brando, dio por supuesto que su entrevistado desplegaría un arsenal de elogios y diría que había sido una experiencia emocionante. Nada de eso ocurrió. Con serenidad y una infrecuente honestidad, Reeve dijo que había sido frustrante. Que Brando ya no tenía motivación, que estaba vencido, que a los 53 años ya no le importaba lo que hacía y que consideraba eso una gran pena porque era un actor extraordinario. “Él tiene la actitud de ‘toma el dinero y corre’, Y es una lástima. Le da lo mismo. Ya no le importa la actuación. Realmente no disfruté trabajar con él”.

Esa respuesta muestra la pasión de Reeve por su oficio, su búsqueda y, también, que era un personaje interesante para entrevistar, que se animaba a expresar en voz alta cosas que los demás no, que se diferenciaba en un mundo en el que suele imponerse la hipocresía.

Con el extraordinario acuerdo que obtuvo Brando más los 2 millones que cobró Gene Hackman quedaba poco dinero en el presupuesto para el que hiciera de Superman.

Por ese motivo y porque no querían que los espectadores vieran en él a otra persona que no fuera Superman, los productores decidieron que fuera una cara nueva. Christopher Reeve obtuvo el papel entre 200 candidatos. Richard Donner lo eligió por su cara cuadrada, la mirada limpia que permitía que la gente creyera en la ingenuidad de Clark Kent y por su físico portentoso: “Después de la audición, cuando salió de la habitación, quedé convencido de que es hombre podía volar”, dijo el director. En él convivían la fortaleza y la vulnerabilidad: Superman y Clark Kent.

En el momento en que le comunicaron que había sido elegido, Reeve trabajaba en una obra Off Broadway junto a William Hurt y a Jeff Daniels. Hurt le dijo que estaba poniendo en juego su carrera antes de empezar, que debía rechazar el papel, que se estaba vendiendo. Mucho después, Reeve bromeó con la situación: “Acepté porque recordé el consejo de mi maestro John Houseman. Él decía: ‘Hay que hacer solo teatro serio…. A menos que recibas una propuesta por una cantidad absurda de dinero”.

Reeve amaba Superman, no sólo por las puertas que le abrió sino porque la naturaleza dual le permitía mostrar su ductilidad: “Yo hago un solo personaje aunque en circunstancias diversas. Superman el superhéroe que cuando se pone el traje es Superman actuando, jugando a ser Clark Kent. Estaba convencido que podía dotar a Superman de dignidad (algo de su actuación está en cada uno que interpretó superhéroes en el aluvión de films del género de las últimas dos décadas).

Cuando le dijeron que debía usar un traje con músculos incorporados porque no tenía la fortaleza necesaria pese a su altura. Reeve se negó y realizó un intenso entrenamiento de casi nueve meses en el que su físico sumó casi una decena de kilos en músculo. Ya estaba preparado para ser Superman.

La película, con guion de Mario Puzo, se estrenó en 1978 y se convirtió en un éxito enorme. Y fue una sorpresa: porque aunque parezca mentira, las películas de superhéroes no siempre fueron un éxito en la taquilla. Con Superman los superhéroes volvieron a las pantallas. La segunda parte se estrenaría al año siguiente (para ahorrar costos habían filmado ambas a la vez). Reeve se convirtió en una celebridad con su primer trabajo grande en el cine. Sin embargo su salario había estado lejos del de Brando y Hackman: poco más de 200.000 dólares por las dos películas.

Por momentos su vida parecía perfecta. Hacía lo que le gustaba, ganaba bien, había logrado formar una familia que lo quería. Navegaba, buceaba, pilotaba aviones, practicaba varios deportes. Aunque su verdadera pasión eran los caballos. Tenía varios y participaba con ellos en competencias de saltos. Había empezado a cabalgar cuando tomó clases para actuar en una adaptación fílmica de Anna Karenina. Hasta ese momento le escapaba a los caballos, era alérgico a ellos.

Después de la cuarta entrega, abandonó Superman. La franquicia se había agotado, necesitaba un nuevo rumbo. Él, mientras tanto, disfrutaba de actuar para James Ivory, Peter Bogdanovich o Sidney Lumet.

Hasta esa tarde de mayo de 1995

En la primera jornada de un torneo hípico de Virginia, Christopher Reeve había quedado en el cuarto puesto entre 27 competidores. En el tercer obstáculo de quince, ante una valla en apariencia sencilla, su caballo frenó de manera abrupta. Christopher Reeve, el jinete, impulsado por la inercia de su movimiento pasó por encima de la cabeza del animal y cayó al suelo golpeando su cabeza contra el obstáculo a saltar. Lo llevaron de urgencia al hospital. El pronóstico inicial era muy malo. Los médicos no creían que el actor de 42 años pudiera sobrevivir.

Fue una fatalidad. Un centímetro más a la derecha, la muerte hubiera sido inmediata; un centímetro más a la izquierda, un chichón y un susto, tal vez el bochorno menor de la caída pública y nada más.

Pero la lesión que tenía Reeve era grave. Sufrió fracturas en la primera y segunda vértebras cervicales, daño irreversible en la médula espinal. Al poco tiempo lo sometieron a una cirugía (Reconectaron mi cráneo a la columna, dijo) para que pudiera mover la cabeza y asentir. Quedó tetrapléjico. Necesitaba asistencia respiratoria y estaba inmóvil del cuello para abajo.

No todo fue superación e ilusiones. Los primeros tiempos fueron los más duros. De ser alguien muy activo y con una vida profesional y social muy nutrida, pasó a no poder moverse, a respirar con ayuda mecánica y a requerir alguien que lo asistiera las 24 horas. Tuvo una depresión severa y pensamientos suicidas. No sólo le preocupaba en lo que se había convertido él, sino la manera en que afectaba a los que lo querían.

Robin Williams fue su amigo
Robin Williams fue su amigo desde que estudiaban juntos en la universidad. Fue el primero que lo hizo reír tras su accidente (Photo by Fotos International/Frank Edwards/Getty Images)

A los pocos días del diagnóstico habló con Dana Morosini, su esposa. Le dijo que no quería vivir más, que no tenía sentido ser una carga para la familia. Dana le dijo: “Este que está acá sos vos y yo te sigo amando”. Y le pidió un favor: postergar esa conversación dos años, que pasado ese tiempo ella respetaría lo que él decidiera. Reeve contó que el apoyo de su esposa cambió su manera de ver la situación y que pensó en sus hijos –el más chico tenía 3 años- y supo que debía intentar seguir adelante.

Una tarde entró a la habitación un médico con una barba larga y frondosa, que hablaba con un acento duro y extraño. Era un proctólogo ruso que lo debía someter a un examen. Reeve tardó un rato en descubrir que ese médico torpe y procaz no era otro que su amigo Robin Williams, que había ido para confortarlo. “Esa fue la primera vez que me reí desde el accidente”, contó en sus memorias. Williams cumplió con aquella promesa juvenil de apoyarse en los malos momentos. En los años siguientes pagó varios de los gastos médicos de Reeve. Christopher también había estado cuando Robin tenía problemas con las drogas y como padrino de uno de sus hijos, asistió a su familia en varias ocasiones. En el documental, Glenn Close afirma que si Christopher Reeve hubiera estado bien, Robin Williams -quien se suicidó en 2014- seguiría vivo.

La recuperación fue lenta y trabajosa. Christopher Reeve nunca perdió la esperanza. Luchó por mejorar cada día. Por avanzar, por lograr algún progreso. Pero esa lucha no se resignó a intentar recuperar funciones vitales, a recuperar la sensibilidad en algunas partes de su cuerpo para sentir las caricias de su familia.

Christopher Reeve dedicó sus últimos
Christopher Reeve dedicó sus últimos años a la lucha para que la investigación con las células madres se profundizara. Lo mismo hizo para conseguir que los planes médicos cubrieran los tratamientos de pacientes que han sufrido accidentes graves

Se convirtió en un activista y con su fundación y su prédica logró recaudar millones de dólares para la investigación en células madres. También abogó intensamente para que el gobierno de Estados Unidos extendiera la cobertura médica de los pacientes que sufrían tragedias cuyo resultado era una discapacidad severísima y que necesitaban constante asistencia.

Su esposa Dana lo acompañó en todo momento. Apareció en galas y entregas de premios con su mensaje entre combativo y esperanzador. Apremiaba a los médicos e investigadores para que avanzaran en su estudio. Conseguía donaciones cuantiosas que destinaba a los especialistas. Hasta logró volver a la actuación y dirigir sus propios proyectos. Uno de sus papeles más recordados fue la remake de La Ventana Indiscreta.

Los años posteriores al accidente no fueron serenos ni estuvieron exentos de peligro de vida. Tuvo embolias, reacciones negativas a la medicación, infecciones, neumonías y otras circunstancias que muchas veces lo tuvieron al borde de la muerte.

Su primera gran aparición pública tras el accidente fue en la ceremonia de los premios Oscars de marzo de 1996. Ingresó en esa silla de ruedas enorme en la que se movilizaba y el auditorio le dedicó una ovación de pie de varios minutos. Sus colegas se emocionaron y premiaron su esfuerzo y coraje. Meryl Streep, Tom Hanks, John Travolta, Quentin Tarantino y Winona Rider entre otros se conmovieron con su entrada. Lo primero que hizo fue un chiste: “Salí de Nueva York en septiembre y recién llegué esta mañana”.

Tiempo después se quejó de que al principio la gente era demasiado piadosa con él, que no lo trataban con normalidad. Lo que más le molestaba era la solemnidad y la condescendencia. “La primera vez que fui a lo de David Letterman ni siquiera me hacía chistes. Los tuve que hacer yo. La gente no sabe cómo tratar a alguien con una discapacidad”.

Christopher Reeve murió el 10 de octubre de 2004 a los 52 años por problemas cardíacos derivados de la medicación que tomaba y de problemas circulatorios debido a estar siempre en la misma posición. Año y medio más tarde, un cáncer de pulmón acabó con la vida de Dana, su esposa. William de 12 años quedó huérfano. Sus hermanos, los hijos del primer matrimonio de Reeve, lo adoptaron. Hoy es un reconocido periodista de ESPN.

En una entrevista televisiva a la que concurrió para presentar sus memorias, Christopher Reeve dejó una frase en la que se puede resumir su manera de ver la vida: “Todos tenemos más habilidades y recursos internos de los que creemos tener. Mi consejo es que no esperes a romperte el cuello para descubrirlos”.

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