El Principessa Mafalda era la joya de la corona de la marina mercante italiana. Su lanzamiento al mar en 1908 fue un motivo de orgullo para un país que, a principios del siglo XX, buscaba afianzarse en las rutas transatlánticas y mostrar al mundo el poderío de su industria naval. Fue construido por el capitán y senador genovés Erasmo Piaggio, que en 1904 fundó el Lloyd Italiano, la primera compañía naviera del país que destinó sus barcos principalmente a la tercera clase. El Mafalda, además, era el vehículo para miles de italianos que se lanzaban al océano en busca de un futuro mejor y “hacer la América”.
Con sus 1.200 plazas para pasajeros, la mayoría destinadas a la tercera clase, el Mafalda prometía algo más que un simple medio de transporte. Fue el primer buque italiano en contar con electricidad, un avance tecnológico notable en su época, y ofrecía comodidades nunca antes vistas en un barco de su tipo, como camarotes de primera clase con teléfonos internos, elegantes salones y un podio para la orquesta que, según los relatos, sonó hasta el último instante de la tragedia. Cada elemento del barco, desde el vestíbulo principal hasta las cubiertas inferiores, estaba diseñado para irradiar el esplendor de la belle époque, un reflejo de la ambición de Italia por modernizarse y destacar en el escenario global. La potencia de 10.500 caballos era suministrada por dos máquinas de vapor, que movían las dos enormes hélices, una de las cuales desencadenaría la tragedia. La velocidad máxima era de 18 nudos.
El nombre del Principessa Mafalda fue elegido para rendir homenaje a la realeza italiana y, en particular, a la hija del rey Vittorio Emanuele III, la princesa Mafalda di Savoia. En una época en que la monarquía todavía ejercía una influencia cultural y simbólica en Italia, bautizar a un transatlántico con el nombre de una miembro de la familia real era una forma de proyectar prestigio y orgullo nacional. El buque hermano, el Jolanda, había sido nombrado en honor a su hermana mayor, la princesa Yolanda.
La princesa Mafalda, nacida en 1902, era una figura popular y querida en su tiempo. Sin embargo, con el hundimiento del buque en 1927, el nombre de la princesa Mafalda quedó ligado a la tragedia. La propia princesa enfrentaría un destino similar años después, al morir en agosto de 1944 cuando la barraca 15 del campo de concentración de Buchenwald, donde estaba alojada, fue bombardeada. En un intento por salvarle la vida le amputaron un brazo y se desangró. Mafalda di Saboia se convirtió en la única princesa europea que perdió la vida en un campo de concentración nazi durante la Segunda Guerra Mundial.
Señales
La historia del transatlántico estuvo marcada por una serie de fallas que, aunque visibles, nunca fueron del todo atendidas. La tragedia había dado señales mucho antes del fatídico 25 de octubre de 1927. La primera ocurrió el 22 de septiembre de 1907, cuando el buque gemelo del Mafalda, el Jolanda di Savoia, se hundió apenas veinte minutos después de ser botado, ante el estupor de una multitud que observaba el acontecimiento desde los astilleros de Riva Trigoso, en Génova. Aquel primer naufragio sembró dudas sobre la seguridad de los barcos, pero el proyecto continuó. Piaggio, determinado a seguir adelante, lanzó al mar el Mafalda un año después, sin imaginar que el destino le reservaría un final tan oscuro como el de su gemelo.
Durante sus años de servicio, el Mafalda cumplió su ruta entre Génova y Buenos Aires, transportando no solo a emigrantes en busca de una vida mejor, sino también a personalidades célebres como el dramaturgo Luigi Pirandello, el maestro Arturo Toscanini y el cantante Carlos Gardel. En 1910, incluso, sirvió como plataforma para los experimentos de Guglielmo Marconi con las ondas de radio, otra muestra de la tecnología italiana de su tiempo.
Pero luego del estallido de la Primera Guerra Mundial, el vapor fue convertido en alojamiento para las tropas aliadas en Taranto, y se alejó temporalmente de su ruta habitual. Al finalizar el conflicto, el Mafalda volvió a sus travesías regulares, en manos de la Navigazione Generale Italiana, la nueva propietaria. El buque regresó a su misión de transportar inmigrantes hacia América del Sur, pero ya mostraba señales de envejecimiento.
El último viaje
El periplo final del Mafalda dio inicio el 11 de octubre de 1927, y se convirtió en una cadena de presagios ominosos. Desde su salida de Génova, el capitán Simone Guli, un veterano de la navegación con 62 años, sintió que algo no iba bien. Antes de zarpar, solicitó a la compañía que retrasara la travesía, pero sus advertencias fueron ignoradas. El barco sufrió su primer percance mecánico en el puerto, quedando varado durante varias horas debido a un problema en el motor. Se dice que, antes de partir, el capitán le dijo a su esposa que no quería hacer el viaje.
A partir de que soltó amarras, la serie de infortunios no cesó: durante la travesía hacia Barcelona, el vapor tuvo que detenerse en ocho ocasiones, y una vez en España, quedó inmovilizado durante 24 horas por reparaciones. En Dakar se realizó una parada obligatoria para solucionar problemas en la hélice izquierda, y en San Vicente, una de las islas de Cabo Verde, se detuvo nuevamente para arreglar las cámaras frigoríficas y aprovisionarse de alimentos.
Las vibraciones en el barco se hacían cada vez más perceptibles. Los pasajeros notaban cómo la inclinación dificultaba incluso dejar una taza en la mesa sin que el contenido se derramara. Guli, preocupado, insistió nuevamente en solicitar la evacuación de los pasajeros por telegrama, pero recibió una negativa tajante: “Continúe hasta el puerto previsto y espere instrucciones”. La compañía seguía sosteniendo que el Mafalda estaba en condiciones de navegar.
El 25 de octubre de 1927, mientras el barco surcaba las costas de Brasil, una explosión ensordecedora sacudió las cubiertas. La hélice izquierda se había salido de lugar y el agua comenzó a inundar la sala de máquinas, alcanzando rápidamente las calderas. El capitán Guli trató de calmar a los pasajeros asegurando que la avería sería reparada, pero la situación era irreversible. El SOS enviado por el Mafalda fue respondido por varios barcos cercanos, entre ellos el Empire Star y el Moselle, que se apresuraron a las labores de rescate.
En las semanas posteriores al naufragio, los testimonios de los sobrevivientes y los informes de los rescatistas dibujaron un cuadro aterrador de lo ocurrido en las últimas horas del transatlántico. Según el relato de algunos pasajeros, el pánico se apoderó de las cubiertas en cuanto se escuchó la explosión. Los gritos de mujeres y niños resonaban en medio del frenesí, mientras algunos oficiales, impotentes para restablecer el orden, eran atacados a cuchilladas por quienes buscaban un salvavidas o un lugar en los botes. La evacuación, lejos de ser organizada, se convirtió en una lucha brutal por la supervivencia.
La noche avanzaba y el Principessa Mafalda se hundía lentamente, mientras la orquesta seguía tocando. Al igual que en el Titanic —hundido 15 años antes—, la música era un intento vano de apaciguar el miedo. Cuando el agua alcanzó la cubierta principal, muchos pasajeros ya no pudieron resistir y se lanzaron al mar. Fue entonces cuando la verdadera pesadilla comenzó. En las aguas alrededor del barco, cercanas a las islas Abrolhos, aparecieron tiburones, atraídos por el ruido y el movimiento de los náufragos. Aquellos que habían saltado para salvar sus vidas ahora se veían devorados por los depredadores. La sangre atrajo a más escualos, que en cuestión de minutos transformaron la tragedia en una escena de horror.
Entre quienes lucharon por salvar pasajeros, dos argentinos se destacaron: el conscripto Anacleto Bernardi y el cabo principal Juan Santoro. Bernardi, oriundo de Villa San Gustavo, era hijo de inmigrantes italianos. Cumplía el servicio militar en la Base Naval Puerto Belgrano cuando fue destacado para formar parte de la dotación de la fragata ARA Presidente Sarmiento, que haría su viaje de instrucción. En el viaje, enfermó de pulmonía, desembarcó en Génova junto con Santoro —también enfermo— y regresaban al país en el Principessa Mafalda. Cuando se declaró la emergencia, se presentaron ante el capitán para ofrecer sus servicios. En la fragor del rescate terminaron en las aguas del Atlántico, donde los tiburones terminaron sus vidas. En homenaje a Bernardi, el 25 de octubre se conmemora el Día del Conscripto Naval.
El capitán Guli, cuya carrera en la marina había sido impecable, culminó su vida con honra. En un último gesto desesperado, se quitó la gorra, gritó “¡Viva Italia!” y se suicidó. A las 00:10 del 26 de octubre, el Principessa Mafalda se hundió para siempre, llevándose consigo la vida de 314 personas, entre los que había 27 pasajeros de primera clase, 37 de segunda, 204 de tercera, 37 tripulantes y 9 oficiales. Entre éstos últimos se contaron Guli, el adjunto del capitán Francesco Moresco, y el médico a bordo, Figaroli. Las cifras exactas se divulgaron días después, cuando la Navigazione Generale Italiana ya no pudo minimizar el desastre, que se convirtió en el peor naufragio en la historia de Sudamérica hasta entonces.
Tras el desastre, la Regia Marina inició una investigación que confirmó que el accidente se debió a un fallo en la junta del eje de la hélice izquierda y la imposibilidad de utilizar seis de los botes salvavidas. La tragedia dejó profundas cicatrices en la historia marítima de la península y destapó las negligencias de la Navigazione Generale Italiana, que hasta el final defendió la supuesta seguridad del buque.
En medio de la confusión y el luto, surgieron rumores persistentes sobre un tesoro a bordo. Según algunas versiones, el Mafalda transportaba un cargamento de monedas y lingotes de oro por un valor de 250 mil liras, destinado a la sede argentina del Banco de Italia. El encargado de custodiar el tesoro, el vice brigadier Vincenzo Piccioni, figuraba entre las víctimas. La leyenda más difundida sostenía que el oro había sido un regalo del dictador italiano Benito Mussolini al gobierno argentino —en ese momento a cargo del radical Torcuato Marcelo de Alvear—, con el fin de fortalecer las relaciones entre ambas naciones. Sin embargo, ningún rescate logró recuperar el misterioso cargamento, y el destino del supuesto tesoro se convirtió en un enigma más, sepultado junto con los restos del barco.