Comenzaba enero de 1987 cuando, después de más de cuarenta años de escaparle a la justicia francesa, el criminal de guerra nazi Klaus Barbie fue sentado en el banquillo de los acusados para ser juzgado por parte de las atrocidades que cometió como jefe de la Gestapo en Lyon durante la ocupación alemana. Cargaba por entonces sobre sus espaldas con dos condenas a muerte dictadas en ausencia -una en 1952 y otra en 1954- que ya no podían ser ejecutadas por que los crímenes de guerra cometidos en la Francia de Vichy prescribían a los 20 años.
En esos dos juicios había quedado claro que “el Carnicero de Lyon” -como se lo llamaba- era responsable del traslado a campos de concentración de 7.500 personas, 4.432 asesinatos y el arresto y la tortura de 14.311 combatientes de la resistencia. Debido a la prescripción, en 1987 solo pudo ser juzgado por la deportación de los 44 niños judíos refugiados en una colonia en Izieu, la captura en redadas y la deportación de más de 80 personas en la sede de la Unión General de Israelíes de Francia, y por el llamado “último tren”, en el que fueron deportadas entre 300 y 600 personas muy pocos días antes de la entrada de las tropas aliadas en Lyon.
Después de más de seis meses de juicio, el 4 de julio Barbie fue sentenciado a cadena perpetua por crímenes contra la humanidad. Durante el proceso se escucharon decenas de testimonios sobre sus atrocidades mientras su abogado intentaba defenderlo con el argumento que las acciones del Carnicero de Lyon durante la guerra no eran peores que la de cualquier colonialista, incluyendo a los propios franceses que lo juzgaban y que nunca habían sido perseguidos como criminales. “¿Qué nos da derecho a juzgar a Barbie cuando nosotros, en conjunto, como sociedad o como nación, somos culpables de crímenes similares?”, clamó el abogado Jacques Verges en su alegato final.
Los crímenes de Barbie solo necesitaban ser probados judicialmente, porque la historia ya los había dado a conocer. En cambio, pocos estaban al tanto de las dos mayores derrotas sufridas por el último jefe de la Gestapo en Lyon; tampoco de quiénes se las habían propinado, poniéndolo incluso en ridículo: una espía británica de origen estadounidense a la que le faltaba una pierna y un mimo francés de familia judía. Se llamaban Virginia Hall y Marcel Marceau.
El Carnicero de Lyon
Nacido el 25 de octubre de 1913 -hace hoy 111 años-, cuando llegó a Lyon para hacerse cargo de la temible policía secreta nazi Klaus Barbie tenía 30 años pero contaba con una larga trayectoria como represor. Había ingresado a las SS de Heinrich Himmler en 1935 -dos años después del ascenso de Hitler al poder- y su primer destino fue en la Gestapo de Berlín, donde se dedicó a perseguir y torturar a disidentes políticos.
Siguió en la capital alemana durante los primeros meses de la Segunda Guerra, hasta que en mayo de 1940, luego de la invasión a los Países Bajos, fue destinado en Ámsterdam para hacer trabajo de inteligencia sobre la resistencia. Llegó a Francia en 1942, para hacer el mismo trabajo en Dijon, pero poco después lo ascendieron y le encargaron que se hiciera cargo de la Gestapo en Lyon. Era un puesto clave, porque la ciudad era un centro clave del movimiento de la resistencia francesa.
Después de la capitulación de los Países Bajos ante el ejército alemán en mayo de 1940, Barbie fue asignado al trabajo de inteligencia en Ámsterdam. En 1942 fue reasignado a Francia, primero a Dijon y después a Lyon, que era el centro del movimiento francés de resistencia. Como jefe de la Gestapo local, Barbie se ganó el apodo de “el Carnicero de Lyon” debido a sus brutales acciones contra los judíos y los miembros de la resistencia francesa.
El joven jefe de la Gestapo se hizo notar rápidamente por sus métodos brutales. Le gustaba mostrarse en los operativos contra los maquis y las redadas de judíos, y también participaba de las sesiones de tortura cuando se trataba de prisioneros que consideraba importantes. En sus testimonios, varios sobrevivientes relataron que no tenía reparos en torturar niños para que revelaran dónde se escondían sus padres. Quería ser visto como la encarnación del terror y lo lograba.
Su mayor logro fue la captura del líder de la resistencia, Jean Moulin, el 21 de junio de 1943. Barbie se encargó personalmente de torturarlo. Primero le hizo sacar las uñas de los dedos utilizando agujas calientes como si fueran espátulas; después le quebraron los nudillos, uno por uno, apretándolos con el quicio de una puerta, y les rompieron las muñecas apretándole las esposas hasta lacerar la carne y llegar a los huesos. Enfurecido porque Moulin no contestaba sus preguntas ni delataba a sus compañeros lo hizo desfigurar a golpes de puño hasta dejarlo en coma. No satisfecho con eso, lo colocó en una silla y lo exhibió, inconsciente, ante otros detenidos para convencerlos de hablar. La última vez que Moulin fue visto con vida seguía en coma, con la cabeza estaba hinchada y envuelta en vendajes. Así lo subió a un tren a Berlín para que lo interrogaran de nuevo, pero murió en el camino el 8 de julio de 1943.
Nunca podrá saberse si, además de hacer gala de su sadismo habitual, al torturar a Moulin, Barbie no descargó también su frustración porque la espía más buscada de Lyon había escapado de sus garras después de ponerlo en ridículo.
La espía coja
Unos meses antes de la caída de Moulin, los habitantes de la Lyon ocupada encontraron las paredes de la ciudad “decoradas” con un identikit muy elaborado de una mujer. Los carteles que reproducían ese supuesto rostro habían sido impresos y pegados por orden directa de Klaus Barbie como recurso desesperado para atrapar a una espía muy singular. Debajo del retrato se leía: “Esta mujer que cojea es una de las más peligrosas agentes de los aliados en Francia, y debemos encontrarla y destruirla”.
La llamaban “Germaine”, pero su verdadero nombre -que nadie conocía en Francia y solo dos personas en el Servicio de Operaciones Especiales (SOE) británico- era Virginia Hall. Muchos la creían británica, pero había nacido en los Estados Unidos y estudiado en Harvard.
La Gestapo no se equivocaba al describirla como una “mujer que cojea”, porque a Virginia Hall le faltaba una pierna a causa de un disparo accidental de escopeta que se había hecho en la rodilla mientras participaba de una partida de caza en Turquía. Desde entonces utilizaba una pierna ortopédica que le permitía caminar pero que no impedía que lo hiciera con una leve cojera. Virginia llamó “Cuthbert” a esa pierna y hablaba de ella como si se tratara de una persona.
El disparo no solo le hizo perder la pierna sino también una prometedora carrera en la diplomacia estadounidense. Ella decía que por ser mujer, porque conocía a diplomáticos que eran veteranos de la Primera Guerra a los que les faltaban las dos. Esa discapacidad, sin embargo, no le impidió sumarse al espionaje británico de la mano de la gran maestra de los espías ingleses, Vera Atkins.
Cuando conoció a Hall, Atkins supo que había descubierto una verdadera pieza de oro para la inteligencia británica. Virginia hablaba alemán, italiano y francés muy correctamente, pero, y sobre todo, su inglés norteamericano -cuando los Estados Unidos aún no habían entrado en la guerra- le permitía encarnar a la perfección el personaje de cobertura de buscaba: la de corresponsal de un diario estadounidense en la Francia ocupada. Su cojera, además, en lugar de jugarle en contra, reforzaba su cobertura mostrándola como “inofensiva”.
En pocos meses la entrenó como espía y operadora de radio, en el manejo de armas y la colocación de explosivos. Su último entrenamiento fue como paracaidista. Para principios de 1941 ya estaba lista para su primera misión.
Misión en Francia
Con documentos de identidad y una credencial de prensa falsos, Virgina Hall se lanzó en paracaídas en la Francia ocupada, en las cercanías de Lyon, donde la esperaba un contacto de la resistencia francesa. Su principal objetivo era garantizar la repatriación segura -mediante vuelos clandestinos- de los pilotos británicos cuyos aviones habían sido derribados sobre suelo francés y servir de apoyo a otros agentes del SOE, que la conocían solo por su nombre en clave, “Germaine”.
Pero su cobertura como periodista y su discapacidad que la mostraba como inofensiva le permitieron también conseguir información incluso de fuentes enemigas, entrevistando a altos mandos militares en Lyon. Con esa fachada, además, pudo armar una red de agentes locales bajo el nombre de “Heckler”, con lo que consiguió casas seguras para operar y a los que también capacitó para operaciones de sabotaje con explosivos.
Durante más de un año pudo trabajar sin ser descubierta, pero a mediados de 1942 debió dejar su papel de corresponsal extranjera porque esa cobertura no resistía más. Barbie había logrado infiltrar a un agente en la resistencia y los miembros de la red de Hall empezaron a caer uno tras otro. El infiltrado llamaba Abbe Ackuin, utilizaba el nombre en clave de “Bishop” (“Obispo”, en inglés), y su principal misión era detectar y capturar a la ya legendaria “dama coja”. Para noviembre, “Germaine” estaba prácticamente acorralada.
El Servicio de Operaciones Especiales británico le ordenó que saliera de Lyon y tratara de volver a Londres. Le dijeron también que era imposible sacarla en un vuelo clandestino, ya que la infiltración en la resistencia los hacía imposibles, y que tenía que salir por sus propios medios. Virginia huyó de Lyon en bicicleta y logró atravesar el cerco que se había montado para capturarla. Gracias a sus contactos locales de mayor confianza pudo organizar su salida de Francia por una ruta que parecía imposible para una mujer con su discapacidad: atravesando los Pirineos con la ayuda de un guía.
El Carnicero de Lyon se enteró de la fuga de Hall a España y su traslado a Londres por el informe de un agente alemán asentado en Madrid. La “espía coja” se había burlado de él y escapado de sus garras.
El mimo heroico
Uno de los delitos por los que Klaus Barbie fue condenado en 1987 fue la deportación de 44 niños judíos, de entre 4 y 17 años, de una colonia en Izieu al campo de concentración y exterminio de Auschwitz, donde fueron enviados a las cámaras de gas en abril de 1944, apenas los bajaron del tren que los transportaba.
Para esa misma fecha, un mimo francés de origen judío de nombre Marcel que había nacido con el apellido Mangel pero que lo había trocado por el de Marceau para eludir las redadas de los nazis y colaborar con la resistencia se encontraba en Lyon, el coto de caza de Barbie, también transportando niños judíos, pero para salvarlos del exterminio.
Marcel y su hermano Alain habían llegado a Lyon poco tiempo antes para trabajar en la falsificación de pasaportes y documentos para los miembros de la resistencia. Pronto se sumaron también al equipo de reubicación de huérfanos judíos. En un primer momento les falsificaron carnets para cambiarles la identidad y ubicarlos en colegios católicos, pero Barbie descubrió esa estrategia y comenzó a realizar redadas en las que logró atrapar muchos. Los mataba en el acto o los trasladaba a los centros de exterminio. Marceau y su equipo idearon entonces un plan para llevarlos a Suiza, un país neutral, en grupos de veinte a treinta viajando en tren desde Lyon hacia el este y desde allí a pie, atravesando los Alpes en pleno invierno. Del otro lado de la frontera los esperaban otros miembros de la resistencia que llevaban a los chicos hasta Ginebra.
Vistieron a los chicos como boy scouts para, en caso de ser interceptados por el ejército alemán, decir que estaban de campamento en las montañas. Casi como en un juego, Marceau utilizó sus artes de mimo para enseñarles a comunicarse en silencio para no ser escuchados por los nazis y hacerse invisibles. “Marceau comenzó a hacer mímica para mantener a los niños en silencio mientras escapaban. No tenía nada que ver con el mundo del espectáculo. Estaba haciendo mímica por su vida”, contó muchos años después Phillipe Mora, cuyo padre luchó junto a Marceau en la resistencia francesa.
Realizaron de ese modo varios viajes en los que se estima que salvó a cerca de trescientos niños judíos de ser asesinados o deportados por Barbie. Así, con sus habilidades artísticas y su silencio, el mimo judío-francés logró burlar una y otra vez al Carnicero de Lyon.
Tres finales
En 2001, cuando ya era considerado “el mimo más famoso del mundo”, Marcel Marceau fue condecorado con la medalla Wallenberg. Hasta ese momento nunca había hablado sobre su papel en el rescate de los niños judíos. En esa primera ceremonia contó más cosas, incluso qué decidió hacer de su futuro. Después de la victoria aliada, un oficial estadounidense “me preguntó: ‘¿Caballero qué hará después de todo esto?’. Yo le respondí: ‘Pantomima’. ‘¿Qué es eso?’, me dijo. A lo que respondí: ‘Hacer visible lo invisible e invisible lo visible’. Ahí me invitó a presentarme frente a miles de soldados en una carpa en Frankfurt. Al día siguiente tuve mi primer brote de fama como mimo. Aparecí en la primera plana del Stars and Stripes, el diario de la milicia estadounidense”, relató.
Después de burlar a Barbie y escapar a España, Virginia Hall siguió haciendo lo mejor que sabía hacer. Colaboró con el desembarco de los Aliados en Normandía y luego de la liberación de Francia fue destinada a París para cumplir sus últimas misiones hasta su vuelta a Londres, donde fue recibida como una “heroína de guerra” y recibió varias condecoraciones. Poco después, el gobierno de los Estados Unidos -el mismo que le había cerrado las puertas de una carrera diplomática- le hizo una oferta que no pudo ni quiso rechazar: ser la primera mujer en incorporase a la flamante Central Intelligence Agency.
Hall se jubiló en la CIA y murió el 8 de julio de 1982, envuelta en un halo de leyenda de los servicios de inteligencia. Tanto que en 2019 el Museo Internacional del Espionaje, en Washington, montó una exposición permanente sobre “la espía coja”, donde se pueden ver muchas de sus pertenencias, la identificación falsa que usó como corresponsal norteamericana en Francia y una de las valijas con radiotransmisor que utilizo en sus misiones.
Por una de esas no tan raras paradojas de la historia, después de la derrota del nazismo, Klaus Barbie terminó siendo también una pieza del ajedrez de la CIA, igual que la “espía coja” a la que nunca pudo capturar. Primero vivió bajo una identidad falsa en Alemania, donde fue dueño de un cabaret, y entre 1947 y 1951 trabajó para el contraespionaje de los Estados Unidos. Cuando las autoridades francesas pidieron extraditarlo para someterlo a juicio por crímenes de guerra, huyó a Sudamérica y se radicó en Bolivia con el nombre de Klaus Altmann (el apellido del rabino de su pueblo natal). Allí, además de dirigir un aserradero, colaboró con sucesivas dictaduras aportando lo mejor que sabía hacer: torturar disidentes y traficar armas, pero ese es otro capítulo de su historia criminal.
En 1983, el gobierno democrático de Hernán Siles Suazo lo detuvo y lo deportó a Francia para que fuera juzgado. “Mi país ha perdido vidas humanas por su culpa. Con él regresaron los métodos de tortura. Barbie trasladó su guerra europea a territorio boliviano”, explicó el ministro del Interior de Bolivia, Gustavo Sánchez Salazar, al anunciar su expulsión. El Carnicero de Lyon murió de leucemia en una cárcel francesa el 25 de septiembre de 1991.