Le exigieron que se levantara de su asiento, dijo que no y cambió para siempre las leyes raciales en los Estados Unidos

Rosa Parks no sabía que estaba transformando la historia de su país cuando el primero de diciembre de 1955 se cansó de ceder. La vida de una mujer que sin pretensiones despertó a una comunidad anestesiada luego de un simple acto de justicia: negarse a darle su butaca en un colectivo a otra persona por su color de piel. La influencia de la “madre de los derechos civiles” en Martin Luther King y Barack Obama

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Las leyes de Jim Crow
Las leyes de Jim Crow establecían en los Estados Unidos de mediados del siglo XX una segregación racial edulcorada: en los colectivos, los blancos iban adelante y los negros atrás

Rosa Parks estaba cansada de estar cansada. Su hartazgo fue reparador. Bastó que dijera que no para alterar el mundo. Hasta esa noche, hasta ese umbral que significó el jueves primero de diciembre de 1955, en Estados Unidos regía una legislación ambigua, biforme: la esclavitud se había abolido y la norma de los Derechos Civiles se había aprobado para garantizar la igualdad ante la ley de negros y blancos. Pero el texto no cambió la cosmovisión. Hubo un desfasaje: la voluntad civil no acompañó la norma. Quedaron los residuos de un paradigma enquistado. La segregación racial obtuvo soporte jurídico en la corte suprema de los Estados Unidos. Inventaron una doctrina, un eufemismo: “separados pero iguales”, el respaldo formal para avalar el racismo y la xenofobia de manera edulcorada, la autorización para discriminar pero no tanto.

Jim Crow no existía: era el personaje caricaturesco del actor (blanco) Thomas Dartmouth Rice que se pintaba la cara de negro para satirizar las políticas populistas de integración racial. A los afrodescendientes les valió un apodo común: eran todos, en sentido peyorativo, Jim Crow. El paquete de legislaciones, que se propagaron con predominancia en las regiones sur del país y que servían de aplicación técnica del principio de segregación racial, también adoptó ese nombre: fueron las leyes de Jim Crow las que arbitraban la concepción de “separados pero iguales”.

La población negra, por ejemplo,
La población negra, por ejemplo, tenía destinada un lugar donde tomar agua distinto al de los blancos. La palabra "colored" los definía y convocaba

En Georgia, por ejemplo, ningún peluquero negro podía cortarle el pelo a una mujer blanca; en Mississippi, los hospitales debían tener puertas de accesos para blancos y para negros; en Oklahoma, las empresas mineras debían proporcionar vestuarios para los empleados negros separados de los de raza blanca; en Florida, ninguna enfermera blanca podía prestar servicio de atención en hospitales públicos o privados en los que se encuentren internados hombres negros; en Carolina del Sur, ningún padre, pariente o tutor podía poner bajo tutela de un adulto negro a un niño blanco; en Luisiana, los espectáculos, circos o exhibiciones en carpas tenían que ofrecer dos boleterías individuales para compradores de piel negra y de piel blanca que debían estar separadas a más de ocho metros. La distancia prudente para discriminar pero no tanto.

En Alabama, estaba vedado por ley que una persona negra y una blanca jugaran juntos al billar. A Rosa Parks no le gustaba el billar pero vivía en ese presente histórico que le prohibía compartir una partida con alguien de distinto color de piel. Había nacido en Tuskegee, Alabama, el 4 de febrero de 1913, como hija de un carpintero y de una maestra, quien la educó en su casa hasta que cumplió once años. Se mudaron juntas a Montgomery, donde asistió por primera vez a una escuela. Comprendió que había nacido con el color de los desvalidos, los que no podían lavarse las manos en las canillas de los otros para no contagiarlos, los que tenían que ir caminando al colegio y no podían ir en transporte escolar como los otros.

“Estoy cansada de que me
“Estoy cansada de que me traten como a un ciudadano de segunda clase", dijo alguna vez Rosa Parks: así se sentía la comunidad negra que vivía en Alabama

Su abuela se enfermó. Debió abandonar el colegio secundario para cuidarla. Vivían en un campo en Pine Level, una modesta población al norte de la ciudad de Montgomery. Las leyes de Jim Crow eran su normalidad. Resultaba cotidiano para ella ver cómo su abuelo enfrentaba escopeta en mano desde el frente de su casa las marchas del Ku Klux Klan, símbolos del odio y desprecio a los afrodescendientes. Rosa, con seis años, se sentaba a su lado. Su abuela se sorprendía de la manera desprejuiciada con la que le hablaba a los blancos, de cómo se defendía cuando un niño blanco la empujaba y de cuando agarró un ladrillo para defenderse de la amenaza de un supremacista.

Era 1931, Estados Unidos gemía por la gran depresión económica, la desocupación y el hambre crecían prolíficamente en las escalas inferiores de la pirámide social y Rosa Parks vivía en un punto álgido del mapa racial. Alabama era un calvario para la población negra. En la localidad de Paint Rock, el 25 de marzo de 1931 la policía detuvo un tren de mercancías que perseguía la ruta de Chattanooga a Memphis. Perseguía una denuncia arbitraria y falsa: la presunta violación a dos adolescentes de raza blanca, Ruby Bates y Victoria Price, de un grupo de jóvenes negros que viajaban de manera clandestina (en verdad, con permisos tácitos por las autoridades) en uno de los vagones. Eran nueve: todos fueron apresados. Solo uno -de trece años de edad- fue exonerado: lo otros declarados culpables de violación y condenados a muerte, el destino por ley de aquel negro que violara a una blanca. Los llamaron los “Scottsboro Boys”.

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Rosa Parks

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Hay quienes lo califican como el juicio más racista de la historia de Estados Unidos. Viciado, corrupto, parcial y macabro, el debate escaló hasta la Corte Suprema. Superó todas las apelaciones de la defensa. Ninguno de los numerosos jurados que juzgaron a los jóvenes era de raza negra. No convalidaron el testimonio de una de las denunciantes, quien confesó haberlos acusado de violación por miedo a ser encarcelada por prostitución, trabajo que ejercía de manera ilegal en los trenes. Supuso una monstruosidad jurídica que despertó la atención en todo el sur del país. Prisión perpetua, 75 años de cárcel y morir en la silla eléctrica fueron las sentencias para los ocho imputados.

Rosa Parks murió a los
Rosa Parks murió a los 92 años de edad el 24 de octubre de 2005 -hace 19 años- en Detroit, Estados Unidos. Se había convertido en un ícono sociocultural de la historia de su país

Rosa Parks se casó a los veinte años con Raymond Parks, barbero de profesión, quien la alentó a que terminara sus estudios secundarios. Él no era solo un barbero. “Fue el primer activista real que conocí”, lo describió. Contrajeron matrimonio en 1932, en pleno auge de la causa de los adolescentes del tribunal de Scottsboro. Él le llevaba la comida a la cárcel. “No dormiré bien hasta que estén libres”, le decía. Estimulada por su esposo y temeraria por su propia pulsión, Rosa Parks se plegó a la lucha. Lo convenció, a pesar del peligro que significaba la disputa racial, a inscribirse como voluntaria en la National Association for the Advancement of Colored People (NAACP), una organización clandestina de activistas multirraciales fundada en 1909 donde entendió y aprendió el alcance de sus derechos civiles.

En 1944 empezó a trabajar en la Base Aérea Maxwell, un espacio libre de discriminación por tratarse de una zona de propiedad federal. “Podría decirse que Maxwell me abrió los ojos”, dijo. Había vivido más de treinta años en un mundo donde las áreas, los actos, las facultades, las licencias estaban intervenidas según el color de piel. Compartió, por primera vez, una vida sin diferentes, de comunión horizontal. Se hizo amiga de una pareja de tez blanca: Clifford y Virginia Durr, quienes contribuyeron a que asistiera -en el verano de 1955- a un taller en la Highlander Folk School sobre la implementación de la desegregación escolar. Ella, como su madre, había ejercido como docente. Pero su membresía en la NAACP fue motivo de despido.

“Tenía cuarenta y dos años y fue una de las primeras veces de mi vida que no sentí ninguna hostilidad por parte de los blancos”, graficó. Había empezado a trabajar en el Montgomery Fair como costurera. Iba y regresaba en colectivo. En Alabama, el transporte público había absorbido lineamientos de las leyes de Jim Crow. Las primeras filas estaban reservadas para los blancos. Los negros podían sentarse solo en las butacas del fondo. La ley no obligaba a nadie a levantarse de sus asientos pero la cultura racista impuso su interpretación: las ubicaciones medias se administraban conforme el caudal de pasajeros blancos bajo potestad del conductor, capaz de exigirle a los negros que se levantaran de sus butacas para cedérselas a los blancos. Los reguladores de la ley eran los choferes: presumían de facultades para extender el espacio delimitado para los blancos y para orquestar la detención de los pasajeros en rebeldía.

Rosa Parks en su detención
Rosa Parks en su detención del primero de diciembre de de 1955. "Mi abuelo y mi madre me dieron el espíritu de la libertad… me enseñaron que no tenía que sentirme inferior a nadie por mi color de piel o mi raza", reveló (Bureau of Prisons/Getty Images)

El mecanismo era indigno: los negros se subían por la puerta delantera para pagar el boleto, se bajaban y volvían a ingresar por la puerta trasera, solo para no atravesar a la población blanca sentada en las primeras filas. La deshonra era tal que, a veces, el conductor retomaba su marcha mientras el pasajero de piel negra caminaba por la calle para subirse por la puerta de atrás después de haber pagado el viaje. Una vez cualquiera de 1943, Rosa Parks se sentó en un asiento restringido para recoger un bolso que se le había caído. La ofensa mereció su expulsión del transporte. Rosa Parks se estaba cansando.

Mientras más obedecíamos, peor nos trataban”, retrató. En agosto de 1955, Emmett Till, un adolescente de catorce años, fue asesinado en Mississippi por Roy Bryant y JW Milam por haberle hecho un comentario a una mujer blanca. Eran el novio y el hermano de la joven: lo mataron a golpes. La madre de la víctima decidió que el velatorio fuese a cajón abierto y permitió que la prensa tomara fotos del rostro desfigurado de su hijo. El joven había nacido en Chicago, lo que proyectó el crimen a escala nacional. El morbo de las imágenes hizo el resto. Pero no fue suficiente la indignación colectiva. El 23 de septiembre, luego de una hora y siete minutos de deliberación, un jurado de blancos absolvió a los criminales. El salvajismo del homicidio y la condonación de penas fueron combustible para el cansancio moral de Rosa.

El 27 de noviembre, en la iglesia de la avenida Dexter, el activista Theodore Roosevelt Mason Howard organizó un encuentro para concientizar a la comunidad negra sobre éste y otros casos de crímenes brutales de odio racial que la justicia ignoraba, encubría y cajoneaba. El pastor de la parroquia y quien bendijo la convención fue un Martin Luther King de apenas 26 años. Rosa Parks acudió. Pensaba seguido en Emmett Till, en la furia de sus asesinos, en la causa de esa madre maltrecha.

“No tenía ni idea de
“No tenía ni idea de lo que mis acciones podrían provocar. Cuando me arrestaron, no sabía cómo reaccionaría la comunidad", expresó la costurera que al momento de la detención tenía cuarenta y dos años

Cuatro días después, el jueves primero de diciembre de 1955, se animó a decir que no, a decir basta. Está en el colectivo de regreso a su casa. El conductor es el mismo que años antes la había expulsado después de haberse sentado en una butaca restringida para negras como ella. No lo sabe pero se llama James Blake. Ya pagó el pasaje. Ya descendió de la unidad y ya volvió a subirse. Está sentada en la undécima fila del colectivo, la primera permitida para negras como ella. Los asientos para los blancos están ocupados. Hay tres pasajeros blancos parados. El conductor lo advierte, frena el colectivo y les exige a tres negros que se levanten.

Entonces Rosa Parks decide, sin suponerlo, pasar a la posteridad. Dice que no y no sabe que, cincuenta años después, será la primera mujer de Estados Unidos en ser velada en el Capitolio de Washington. Su nombre se conocerá y su historia recorrerá el mundo. Permanecerá asociada a la aposición “madre de los derechos civiles”. Barack Obama, el presidente estadounidense número cuarenta y cuatro -el primer y único negro-, la reconocerá: “No tenía ningún cargo. No nació con riqueza o poder. Sin embargo, ella cambió Estados Unidos”. La revista Time la identificará como una de las veinte personas más influyentes del siglo. Pero en ese primero de diciembre bisagra está cansada. Su cansancio no es físico. “No estaba más cansada de lo que normalmente estoy al final de una jornada laboral. No era vieja, aunque algunas personas tienen una imagen de mí como vieja en ese entonces. Tenía cuarenta y dos años. No, lo único cansada que estaba era de ceder. Sabía que alguien tenía que dar el primer paso y decidí no moverme”, describió en su biografía.

A la madre de Emmett Till le confesó que mientras el chofer le insistía para que cediera su asiento, pensaba en él y en su muerte. “No quería que me privaran de un asiento por el que había pagado. Era el momento... había una oportunidad para que tomara una postura y expresara lo que sentía por el trato que me daban. No había planeado que me arrestaran. Tenía mucho que hacer sin tener que terminar en la cárcel. Pero cuando tuve que afrontar esa decisión, no dudé en hacerlo porque sentí que ya habíamos soportado demasiado tiempo. Cuanto más nos rendimos, cuanto más nos sometimos a ese tipo de trato, más opresivo se volvió”, reveló.

En un juicio corto, la
En un juicio corto, la encontraron culpable de todos los cargos y le aplicaron una multa de catorce dólares. Cuatro días después, la comunidad negra de Montgomery inició un complot contra el servicio de transporte (AP Photo, File)

Blake llamó a la policía para que la detuvieran. Cuando los oficiales llegaron y le preguntaron por qué no se había levantado, ella les preguntó por qué la llevaban presa. “No lo sé -le contestó uno-, pero la ley es la ley y usted está arrestada”. La detención carecía de sustento legal porque la norma no ordenaba la cesión de un asiento pero poco importó. Vestía un saco gris, tenía anteojos, pelo recogido y sostenía un cartel con el número 7053 cuando le tomaron la fotografía en la comisaría de Montgomery. El juicio fue inmediato y breve: al día siguiente, luego de media hora de deliberación, fue declarada culpable de violar las leyes de segregación y de alteración del orden público, recibió una sentencia en suspenso y una multa de diez dólares, además de cuatro dólares en costas judiciales.

La NAACP y el blanco Clifford Durr la rescataron de la cárcel. El arresto de una mujer honrada y trabajadora envalentonó a una comunidad agazapada: activó el alzamiento de una mayoría silenciada. Repartieron 35 mil folletos y comunicaron por las radios locales el plan del boicot: “Estamos pidiendo a todos los negros que no se suban a los autobuses el lunes en protesta. Podés faltar un día a clases. Si trabajás, tomate un taxi o caminá. Pero por favor que ni los niños ni los mayores usen ningún autobús el lunes. Por favor, permanezcan fuera de los autobuses el lunes”.

Rosa Parks sentada en uno
Rosa Parks sentada en uno de los asientos de adelante del colectivo, tras la abolición de la ley, en 1956. Su actitud serena se convirtió en una señal de identidad (Underwood Archives/Getty Images)

El 5 de diciembre de 1955 fue lunes. La represalia tenía un argumento: el 75% de los usuarios del transporte era negro. Ese día, 42 mil personas no subieron a un colectivo. La protesta fue masiva y pacífica: crearon un servicio de transporte colectivo con trescientos vehículos donados por voluntarios, recurrieron a las bicicletas o simplemente a caminar. En simultáneo se fundó la Montgomery Improvement Association (MIA), principal difusor moral y financiero del boicot: su líder fue el joven pastor Martin Luther King.

El lunes duró más de un año. El honor de los negros superó la tolerancia a las pérdidas del sistema de transporte. Durante 381 días ningún negro se subió a un colectivo. “Mis pies cansados. Mi alma liberada”, ilustraban. El caso adquirió rebote nacional. En febrero de 1956, presentaron el expediente ante un tribunal de los Estados Unidos. El fallo se emitió cuatro meses después. Tres jueces sentenciaron que las leyes de segregación en los autobuses de Montgomery “niegan y privan a los demandantes y otros ciudadanos negros en situaciones similares de la protección igualitaria de las leyes y el debido proceso legal garantizado por la Decimocuarta Enmienda”. La Corte Suprema declaró, en noviembre de 1956, inconstitucional la segregación en el transporte público. La orden de aplicación llegó a Montgomery el 20 de diciembre. Al día siguiente, los negros volvieron a tomarse un colectivo. Rosa Parks podía sentarse donde quisiera.

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