El hombre detrás de las fake news más excéntricas de la TV argentina y de una instrucción inolvidable: “¡Seguime, Chango!”

Carlos Torres fue el camarógrafo histórico de José De Zer en sus atrapantes crónicas en Nuevediario. Lograban 45 puntos de rating cada noche con historias paranormales o policiales y con “trucos de magia”

El "Chango" entró a Canal 9 con 16 años. Empezó como cadete y su consagración llegó como camarógrafo

Un famoso de rostro desconocido. Un partenaire a la altura de las circunstancias. Algo así como un ladero digno de ser comparado con Sancho Panza, aunque en sus aventuras no había molinos de viento sino presunta vida alienígena. Los ojos de un país entero. El hombre que obedecía una instrucción inolvidable: “¡Seguime, Chango!”.

Todo eso fue Carlos “Chango” Torres, el camarógrafo que hizo equipo con José De Zer en los ochenta y los primeros noventa, y que murió hace ocho años. Sus crónicas televisivas llevaron a Nuevediario a una gloria equivalente a 45 puntos de rating a través de una especie de periodismo al que hacían a caminar por la cornisa entre la ficción y la realidad. Son sus aventuras las que dan vida a la película El hombre que amaba los platos voladores, protagonizada por Leonardo Sbaraglia y estrenada este viernes en Netflix.

Carlos había nacido en Claypole, en el partido de Almirante Brown, y había empezado a trabajar en el Canal 9 de Alejandro Romay cuando tenía nada más que 16 años. Lo primero que hizo fue cadetería, después se convirtió en ayudante de compaginación, más tarde en ayudante de archivista y, para seguir creciendo, fue ayudante de cámara. Cuando ya llevaba casi una década en el canal saltó del banco de ayudantes al equipo titular y se convirtió en camarógrafo. A principios de los 80 llegaría la dupla que cambiaría la historia de la televisión: “Chango” quedaría a cargo de la cámara en las notas de De Zer.

Por esos años, el periodista -que no había terminado el secundario pero crecía a fuerza de oficio y de contactos sólidos- pendulaba entre las crónicas policiales y las entrevistas con figuras del espectáculo. Detrás de cada uno de sus relatos estaba el “Chango”. Y detrás de cada una de sus ocurrencias, también.

José De Zer, el cronista de Nuevediario al que el "Chango" seguía incondicionalmente

La revolución empezó en una mesa de café en Villa Carlos Paz. De Zer y Torres cubrían una temporada teatral de verano en la que no pasaba nada resonante. José, que para esa altura ya había participado de las fuerzas israelíes durante la Guerra de los Seis Días y había sufrido el accidente automovilístico que lo volvió adicto a los calmantes, vio una noticia en un diario local que le llamó la atención: cerca del cerro Uritorco, en el cerro El Pajarillo, había aparecido una gran mancha sobre la tierra. Una especie de “huella quemada” a la que los medios zonales no le encontraban explicación.

“¿Y si vamos a ver?”, propuso De Zer en esa mesa de café. Ese, aunque ninguno de los dos los supiera, fue el primer “¡Seguime, Chango!” de todos los que vendrían. “Se decía en la nota que allí había aterrizado un plato volador y por eso estaba quemado todo el pasto. Entonces a José se le ocurrió ir a ver qué se podía hacer en ese lugar, y fuimos esa mañana”, le explicó hace algunos años el camarógrafo, fallecido en 2016, a la revista Sudestada.

Llegaron y planearon cómo trabajar: grabaron las primeras imágenes, investigaron a través del testimonio de los lugareños y De Zer “pensaba cómo darle un poco más de vida a la noticia”, recodaba el “Chango”. La solución apareció mirando para abajo: juntaron cascarudos de la ruta, secos y vacíos tras morir. “Tiramos los bichos sobre la mancha y en la nota nos sorprendíamos de lo secos que estaban. José decía ‘hay algo que les chupó la energía’ en la nota”, confesaba el camarógrafo, que recién reveló los secretos detrás de la construcción de sus crónicas tras la muerte de De Zer, ocurrida en 1997, cuando tenía apenas 56 años.

Así como ese viaje a la mancha de El Pajarillo fue el primer “¡seguime, Chango!” de todos, los cascarudos fueron la primera fake news de una dupla que recién había empezado a desplegar sus dotes a la hora de “construir” la noticia. Torres no era solo el camarógrafo, sino muchas veces el encargado de construir la escenografía que entre los dos habían ideado para sostener las crónicas que Nuevediario reproducía noche a noche, cada vez con más éxito.

Sergio Prina interpreta a Carlos Torres en "El hombre que amaba los platos voladores". Foto: Federico Romero / Netflix ©2024

“La mancha era real, pero todo lo demás era pura ficción”, le dijo el “Chango” a Página/12 en 2002. Al cuento de la energía “robada” a los cascarudos se sumó el testimonio de dudosa credibilidad de algunos lugareños, y las piedras pintadas con esmalte de uñas a las que De Zer, en su crónica, “vendió” como “jeroglíficos” encontrados en una cueva durante la búsqueda de vida extraterrestre en los cerros cordobeses.

De Zer y el “Chango” no lograban dar con señales irrefutables de esa vida alienígena, pero sí construían un camino de “pistas” posibles de esa presencia en nuestro país. No transmitían una noticia, sino la posibilidad de que esa noticia existiera y sus aventuras en busca de confirmarla.

A los señuelos que iban dejando para luego “descubrir” durante la grabación, se sumaba un efecto narrativo inolvidable: el jadeo de De Zer, que respiraba bien cerca del micrófono y que fumaba tres atados de cigarrillos diarios, era una manera de decir que aquello que estaban viviendo era excitante, movedizo, con el mismo potencial de generar miedo o euforia. De Zer se agitaba y avanzaba y el “Chango”, claro, lo seguía. Los televidentes, con la vista clavada en aquello que ese vecino de Claypole enfocaba para que ellos devoraran a la hora de la cena.

Juntos, Torres y De Zer montaron un supuesto campamento protagonizado por ellos en un cerro en el que, en realidad, acampaban unos baqueanos a los que el “Chango” enfocó de lejos para que nadie los reconociera. Para grabar luces “sospechadas de vida extraterrestre”, el “Chango” aprovechó una zona rural en la que la ruta atraviesa una cuesta: las luces de los autos sirvieron de “posibles naves”.

“Todo lo hacíamos con placer. Realmente nos fascinaba estar a medianoche en un pueblito, planificando el día después”, le dijo Torres a Página/12. Las crónicas paranormales, un plato fuerte en el menú De Zer - Torres, tuvieron posible vida alienígena, presuntos gnomos y péndulos que se movían solos. Una vez, en una de sus coberturas más famosas en las afueras de La Plata, la dupla tuvo que irse del lugar en un patrullero porque muchos de los que se habían sentido estafados por sus relatos sobre un pozo de “vida intraterrestre” que “absorbía gente” estaban dispuestos a lincharlos.

Plantel de Nuevediario a fines de los '80. De Zer y Torres elaboraban algunas de las crónicas más exitosas

También se ocuparon de asuntos más “terrenales”, aunque sin perder su espectacularidad. Con consentimiento de la Gendarmería o de la Policía, y siempre según el “Chango”, la dupla logró que las fuerzas de seguridad reprodujeran para su cámara algún enfrentamiento con bandas narco o algún cruce durante los copamientos carapintadas. Sobre el motín de Monte Chingolo, “Chango” contó: “Me tuve que tapar con un muerto para que no me maten”.

José y Carlos nunca se dejaban solos. Construían ideas, guiones y escenografías juntos. Conseguían los recursos que sus historias precisaban. Cuando volaban balas, permanecían juntos para correr el mismo riesgo. Todos esos años de mirar la realidad con los ojos del rating bien alto los hizo entrañablemente cercanos. Después de que De Zer muriera, el “Chango” lo definió como “un ídolo”. Paula, la hija del cronista, definiría al camarógrafo como “un tío”.

Los dos fueron alejados de Canal 9 cuando fue vendido y se convirtió en Azul TV. El “Chango”, después de más de treinta años en la señal, fue despedido y se descolgó la cámara para siempre. Volvió a Claypole y abrió la agencia de remises que tuvo hasta el final, en la zona en la que los vecinos del barrio Don Orione en el que había nacido lo despidieron cariñosamente tras su muerte. De Zer hizo un arreglo económico y dejó la televisión. Murió poco después, deprimido y desorientado.

“En las notas nosotros nos mirábamos y no hacía falta hablar. Éramos casi la misma persona. Los dos sabíamos lo que teníamos que hacer, a veces no había ni diálogo porque se decía con la mirada. Hacíamos un muy buen equipo. Nos divertíamos mucho. Era muy sacrificado, pero nos divertíamos. No sé qué buscaba la gente con nuestras notas. Por ahí conocer, distraerse. Pero les gustaba a todos, porque vos caminabas por la calle y en todos lados escuchabas la música de Nuevediario”, dijo alguna vez el “Chango”. Y se sinceró: “En ciertos casos uno hacía cosas que cuando las pensás decís ‘está mal’. Pero nosotros nunca sentimos estar haciendo mal porque son historias que en realidad no hacen daño a nadie. Hacés ficción, igual que un mago”.

Se miraban y no hacía falta hablar. Y aún así, José le hablaba a Carlos. “¡Seguime, Chango!”, le decía. Y el truco de esos dos magos era que en realidad al que le estaban diciendo “seguinos” era a cada uno de esos televidentes que se apilaban como ladrillos en esos 45 puntos de rating de cada noche. Esos a los que De Zer y el “Chango” les hacían sentir que estaban a punto de ser testigos de algo increíble. Literalmente increíble.

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