Quizás por su muerte frente a un pelotón de fusilamiento o tal vez por su fama como bailarina exótica -o innovadoramente erótica- y cortesana de vida sexual desprejuiciada, la mujer conocida como Mata Hari se convirtió en una leyenda dentro del mundo del espionaje y funciona casi como un sinónimo de mujer espía. Su nombre brilla mucho más que el de grandes espías como Virginia Hall, África de Las Heras, Noor Inayat Khan o la maestra del espionaje británico Vera Atkins, aunque sus logros -si realmente los tuvo más allá del mito- sean infinitamente menores.
Los últimos minutos de su vida, la madrugada del 15 de octubre de 1917, cuando enfrentó las bocas de los fusiles de doce soldados franceses, han sido contados de cien maneras diferentes, todas ellas novelescas. Su traslado, elegantemente vestida y maquillada, en un auto oscuro desde la prisión de Sant Lazare, en el centro de Paris, hasta el lugar de su ejecución; su negativa a que le vendaran los ojos, el desafiante beso que lanzó a sus ejecutores antes de ser atada al poste y luego de haber desprendido los botones delanteros de su blusa en un último striptease son algunos de los supuestos gestos que ayudaron a construir ese relato.
Las versiones son contradictorias. Una crónica de segunda mano en el diario estadounidense The New Yorker dice que enfrentó la muerte vestida con “un elegante traje a medida amazónico, especialmente hecho para la ocasión y un par de guantes blancos”, mientras que un periódico francés la describe con tapado, blusa escotada y tocada con un sombrero tricornio elegido por sus acusadores para que usara en el juicio y que era “el único atuendo completo y limpio que tenía en prisión”.
Tal vez el relato más fidedigno del momento de su muerte sea el del periodista británico Henry Wales, testigo del fusilamiento, escrito muchos años después de aquella madrugada de octubre en las afueras de Paris. Dice que después de escucharse los disparos Mata Hari fue cayendo “lenta, inerte, se acomodó de rodillas, con la cabeza siempre en alto y sin el menor cambio de expresión de su rostro. Por una fracción de segundo pareció tambalearse allí, de rodillas, mirando directamente a los que le habían quitado la vida. Luego cayó hacia atrás, doblando la cintura, con las piernas dobladas debajo de ella. Un suboficial se acercó a su cuerpo, sacó su revólver y le disparó en la cabeza para asegurarse de que estaba muerta”.
Ese mismo día nació la leyenda que la construyó como una gran espía, que se fue agigantando con el paso del tiempo y que dio lugar a innumerables libros y películas. Recién un siglo más tarde, con la desclasificación de una serie de documentos secretos, se conoció la verdad: Mata Hari no fue la espía fatal que pinta el mito y jamás reveló a los alemanes información estratégica, sino apenas simples chismes e historias de la vida íntima de algunos oficiales franceses. Esos documentos también demuestran que era en realidad una doble agente -al servicio de franceses y alemanes- de poca importancia y que su ejecución se debió principalmente a que Francia necesitaba un chivo expiatorio para encubrir sus fracasos militares.
Mata Hari siempre sostuvo que no había dado a los alemanes ninguna información de valor a pesar de la oferta que le hicieron porque lo habría considerado una traición a Francia, su país de adopción. La leyenda cuenta que durante el juicio se defendió con esta frase: “¿Una prostituta? Sí, pero una traidora, ¡nunca!”, dijo.
De nada le sirvió, porque era la víctima ideal para que el ejército francés: su fama de mujer fatal y bailarina exótica garantizaba la publicidad. Una imagen que ocultaba la verdadera historia de una mujer sufriente que debió abrirse camino en la vida sola y venciendo incontables dolores y obstáculos.
La vida de Margaretha
Se llamaba en realidad Margaretha Geertruida Zelle y nació en los Países Bajos el 7 de agosto de 1876. Debió dejar los estudios secundarios por un hecho confuso: algunas versiones aseguran que fue amante del director del colegio; otras, en cambio, aseguran que sus padres la sacaron de las aulas porque era víctima de acoso. Después de eso, dejó la casa paterna para ir a vivir con su padrino, donde tampoco la pasó bien.
Tal vez por eso, a los 18 años, desesperada por escapar, respondió a un anuncio publicado en un periódico por el capitán Rudolf MacLeod. Decía: “Oficial destinado en las Indias Orientales holandesas desearía encontrar señorita de buen carácter con fines matrimoniales”. El aviso era en realidad una broma de un amigo del militar, pero a MacLeod le gustó Margaretha. Se comprometieron una semana después de conocerse y se casaron en julio de 1895.
El capitán fue destinado a Java, en la actual Indonesia, por lo que poco después la pareja se trasladó allí. Parecía un lugar de paraíso, pero para Margaretha se convirtió en un infierno en el que estaba atrapada, presa de un marido alcohólico y golpeador que la engañaba a la vista de todos. Tuvieron dos hijos, Norman y Jeanne, pero el varón murió cuando tenía dos años, supuestamente envenenado por uno de los sirvientes de la casa. Volvieron a Europa en 1902 y el matrimonio terminó viniéndose abajo cuando a Margaretha le diagnosticaron una sífilis que solo podía haberle contagiado su marido, al cual ella se había mantenido hasta entonces fiel.
El divorcio la dejó sola y por su cuenta, porque MacLeod consiguió la custodia de su hija, le negó la posibilidad siquiera de visitarla y también se quedó con todos los bienes familiares. Margaretha debió buscar una manera de ganarse la vida.
“Ojo del Sol”
Durante su estadía en Java, Margaretha había aprendido a bailar las danzas locales y también algo de la cultura javanesa. Con esos dos elementos decidió crear un personaje; “Mata Hari” (“Ojo del Sol”, en malayo), una princesa de Java que había llegado por razones misteriosas a Paris. “Mi madre, gloriosa bayadera del templo de Kanda Swany, murió a los catorce años, el día de mi nacimiento. Los sacerdotes me adoptaron y me pusieron Mata-Hari, que quiere decir ‘Ojo del sol’”, contaba al modo de presentación.
Comenzó trabajando en un circo, donde asombró al público unas supuestas danzas sagradas del hinduismo que en realidad eran bailes eróticos de su propia invención. Su fama transcendió pronto la carpa del circo y la llevó a presentarse en teatros y a ser contratada en fiestas privadas. Se presentaba como bailarina exótica pero el verdadero atractivo de sus bailes radicaba en que poco a poco se iba sacando la ropa hasta quedar casi desnuda. Cuando terminaba, su única prenda era un peto enjoyado que le cubría los senos. Una inédita audacia para la época.
“De una u otra manera ella inventó el striptease como forma de danza. Tenemos su álbum en la exhibición y hay montones de recortes de periódicos y fotografías. Era una celebridad”, la describe Hans Groeneweg, curador del Museo Fries, en Leewarden, la ciudad natal de Mata Hari.
Se ganaba muy bien la vida con esos bailes, a cuyos ingresos sumaba los pagos y regalos que comenzó a recibir sus amantes, casi todos empresarios ricos y militares relacionados con el poder político francés. Estaba en eso cuando estalló la Primera Guerra Mundial.
Agente doble
Mata Hari vivía en Paris, pero realizaba presentaciones en diferentes países de Europa, algo que pudo seguir haciendo a pesar de la guerra por ser ciudadana de un país neutral. Fueron su fama como bailarina, su acceso a militares y personajes del poder y esa libertad para moverse libremente en diferentes países los que la pusieron en la mira de los servicios de espionaje de las naciones enfrentadas en la guerra.
Los primeros en contactarla fueron los alemanes y poco después lo hicieron los franceses. Mata Hari aceptó trabajar para los dos. Aquí las versiones que corrieron durante años son contradictorias: unas dicen que la bailarina comenzó a trabajar para los franceses sin avisarles que la habían contactado los alemanes, otras aseguran que la inteligencia francesa estaba al tanto y que la utilizaba como doble agente.
Todo comenzó en 1914, cuando estaba actuando en Berlín y era amante del jefe de policía de la ciudad, que la contactó con Eugen Kraemer, un alto jefe de la inteligencia alemana. Así se convirtió en la agente H-21 de las fuerzas prusianas. Cuando volvió a Paris, la convocó el capitán Georges Ladoux, oficial del contraespionaje francés, que le ordenó seducir y espiar al embajador alemán en Madrid para obtener información.
A partir de allí, multiplicó las misiones para uno y otro lado, aunque los documentos desclasificados revelan que pocas veces obtuvo información relevante. En cambio, los informes detallan paso a paso sus movimientos: “En junio de 1916 entabló relación con los militares de todas las nacionalidades que estaban de paso por París. Así, el 12 almorzó con el subteniente Hallaure, del 15 al 18 vivió con el comandante belga De Beafour, el 30 durmió con el comandante de Montenegro, Yovilchevic, el 3 de julio se acostó primero con el subteniente Gasfield y después con el capitán Masslov, el 4 de julio con el capitán italiano Mariani y el 16 con los oficiales irlandeses Plankette y Brien”, enumera uno de ellos.
En enero de 1917 la inteligencia francesa interceptó un mensaje de Alemania que daba datos del agente H-21, revelando su identidad. Aparentemente fue una maniobra de los alemanes que buscaban generar confusión y distraer a los franceses, entregando un agente que ya no les servía. Pero si la inteligencia francesa se dio cuenta, no lo demostró. Ellos también necesitaban un chivo expiatorio para contrarrestar las derrotas que venían sufriendo.
Fue el final de la carrera de Mata Hari. Después de ser utilizada por los servicios secretos de los dos países se había vuelto prescindible.
Juicio y ejecución
Margaretha Geertruida Zelle fue detenida el 12 de febrero de 1917 por el Deuxieme Bureau -el servicio de inteligencia francés-, que la presentó como espía y traidora. A partir de entonces se desarrolló un montaje teatral para construir el chivo expiatorio que necesitaba Francia para justificar sus pérdidas en la guerra.
“Cuando fue arrestada la guerra iba muy mal para los franceses y ella era extranjera, muy atractiva, tenía relaciones con todo el mundo y vivía con ostentación, mientras los parisinos no tenían pan. Había mucho resentimiento en su contra”, explica Pat Shipman, autora de una pormenorizada biografía de Mata Hari.
Durante el juicio los agentes de inteligencia desmontaron la historia de la “princesa de Java”, pero la usaron convenientemente como prueba de que se trataba de una mujer que había vivido del engaño. Ninguno de sus amantes intervino para salvarla y fue condenada a muerte, acusada de haber provocado con su supuesto espionaje la muerte de más de 50.000 soldados. Fue un proceso irregular en el que no se garantizaron sus derechos de defensa y se presentaron pruebas fabricadas por los propios mandos de la inteligencia francesa.
Condenada a muerte, la madrugada del 15 de octubre de 1917 fue llevada desde la prisión de Saint Lazare a Chateau de Vincennes, en las afueras de Paris, donde fue ejecutada. Nadie reclamó su cadáver, que fue entregado a la escuela de medicina de París donde se usó en clases de disección. Su cabeza se preservó en el Museo de Anatomía, de donde desapareció misteriosamente años después. Se presume que fue robada por un coleccionista.
Para entonces, Mata Hari era una leyenda del espionaje mundial detrás de la cual había desaparecido la mujer de carne y hueso. Esa que su biógrafa Shipman describe así: “Fue una mujer que se hizo a sí misma, que se creó a sí misma. Hizo de sí misma alguien que no era y lo hizo brillantemente. Era muy buena bailando, actuando como cortesana y no tenía reparos en lo relativo al sexo. Todos sus amantes se iban felices”.