El 14 de octubre de 1994, treinta años atrás, se estrenaba en los cines norteamericanos la segunda película de Quentin Tarantino: Pulp Fiction (Tiempos Violentos). Fue recibido con gran polémica entre los especialistas y con un entusiasmo considerable por parte del público. Hacía mucho que un director no lograba instalarse tan velozmente en la conversación pública.
La cinefilia, la banda sonora que vendió millones de copias, el relanzamiento de Travolta, la catarata de referencias pop, las escenas impactantes, la estructura rota, la droga, las historias cruzadas, el elenco largo y prestigioso, Harvey Weinstein: el productor impiadoso que instala un nuevo modelo de negocios y, en especial, el verborrágico e inquieto director, el nuevo enfant terrible de Hollywood.
La ópera prima de Tarantino había sido Perros de la Calle (Reservoir Dogs). Los hombres vestidos de traje negro, nombrados cada uno con un color, la charla sobre Like a Virgin, la caminata hacia su objetivo (imitada tal vez inconscientemente por Messi y sus laderos de la Selección antes de cada gran cita), la escena retaceada del robo, Tim Roth desangrándose, el enigma sobre el que miente, la terrible escena de la oreja cortada con Stuck in The Middle With You en la radio, la escena final de las tres armas apuntándose en simultáneo. Sin duda había logrado llamar la atención. Era el momento del gran salto. Eso es lo que iba a intentar con Pulp Fiction. La apuesta era enorme y le salió muy bien.
Una de las primeras polémicas fue por las citas, por las referencias permanentes a otras obras. Quentin Tarantino tiene la cabeza repleta de cine, de los miles de vhs que vio mientras atendía el videoclub. Tiene la historia del cine en sus ojos y sabe usarla. Citas, homenajes, inspiraciones, copias veladas y plagios descarados. Pero con un gran diferencial. Estas referencias no detienen la acción, no son para regodearse en la cinefilia, ni están puestas para que el espectador salte señalando a la pantalla apenas las ve. Y en todas está la firma del director: pasadas por su mundo, se transforman, se metabolizan y se convierten en algo distinto.
La imaginación –y el impulso creador- no es sólo la capacidad para crear algo desde cero sino también la de combinar lo existente, darle nuevas formas, transformarlas.
La escena del baile entre Uma Thurman y Travolta es una buena muestra de cómo juegan las influencias, las citas y los homenajes. Además de lo más evidente que es el lugar retro, con los meseros remedando viejas glorias y el menú en el que cada plato tiene un nombre que evoca al Hollywood del pasado (piden carne a la Douglas Sirk), hay referencias a Bande á Part de Godard, 8 y ½ de Fellini, un clásico de Chuck Berry y, por supuesto, Travolta bailando una vez más.
Después estaba el tema de la estructura rota. No sólo se trataba de varias historias que se intersectaban sino que no aparecían en orden cronológico (tiempo después algunos fans editaron la película con ese orden). Esa decisión provocó estupor e indignación a varios. A otros les pareció un juego fútil. Tarantino recurría a una cita de Jean Luc Godard para defenderse: “Toda película tiene que tener principio, desarrollo y fin. Pero no necesariamente en ese orden”.
Había muchas escenas que convulsionaron al espectador, que se volvieron memorables a primera vista: la del baile, la adrenalina inyectada en el centro del corazón, el asesinato involuntario en el auto, el monólogo de Christopher Walken, el inesperado destino de Marcellus Wallace.
El asesinato del protagonista en mitad del metraje es otro de los impactos que Tarantino tiene preparado al espectador. El que pudo ver la película en una sala al momento del estreno recuerda el rumor del público cuando Travolta cae abatido en el inodoro, una muerte poco digna (pero impactante) para el guerrero. Esa escena parece resumir el tono: nada de solemnidad, bastante de humor negro y sorpresa. Pulp Fiction asombra al espectador todo el tiempo.
La historia muestra arquetipos: la pareja de delincuentes al estilo de Bonnie and Clyde, el boxeador venido a menos que acepta dejarse ganar y que a último momento se arrepiente, la relación abismal con la novia del jefe, el hampón peligroso, los perejiles que intentan pasar al mafioso. Eso reconoció Tarantino en las entrevistas previas al estreno: “Pulp Fiction es una antología criminal. Son historias arquetípicas del género, ustedes las habrán oído mil veces. Pero espero que los lleven ahí donde ustedes no estuvieran nunca antes”.
Pero todos esos personajes son mucho más que un estereotipo. Tienen espesura, tienen una cierta ternura y evidentes debilidades, poseen corazón. Los detalles circunstanciales (los pequeños errores con consecuencias catastróficas, las conversaciones ocasionales, algún gusto arbitrario) los vuelven tridimensionales.
En estas historias se extrema algo que sucedía en Perros de la calle en la que todo giraba alrededor de un robo que no se veía. Presenciamos la previa y sus consecuencias. Aquí o no se ven o ni siquiera suceden. A Bruce Willis no se lo ve boxear, en el asalto en la cafetería no hay ningún disparo y la relación entre la mujer del jefe mafioso y Vincent nunca se concreta. Como el contenido misterioso del maletín. No se sabe qué hay dentro, sólo vemos su fulgor y la mirada embelesada de los que lo contemplan.
Los personajes hablan todo el tiempo, conversan. Pero a diferencia de lo que sucede en la mayoría de los guiones, acá el diálogo no suele estar puesto (escrito) para dar información al espectador. Es puro goce de la charla. Se expiden sobre el Big Mac y sus nombres en diferentes países, sobre los masajes en los pies, sobre las gradaciones de la infidelidad, sobre cómo interpretar un versículo bíblico, sobre la superioridad estética de las panzas leves. Esa charla menor y casi digresiva que en Perros de la Calle se daba al principio con los ladrones buscando el sentido oculto de la letra de Like a Virgin de Madonna, acá recorre –felizmente- toda la película.
Tarantino decidió escribir el guión en Ámsterdam. Se encerró en un hotel y, parte a mano y parte tecleando en una máquina, escribió centenares de páginas. La leyenda sostiene que el guión llegó a tener 500 páginas. Desmesurado e infilmable. Sólo salía del hotel para alquilar películas en un videoclub cercano y para fumar cannabis en los coffee shops. Los dueños del videoclub, un tiempo después, aprovecharon la fama de la película para denunciar que Tarantino les debía alrededor de 180 euros por las penalidades aplicadas a los que devolvían los videos fuera de plazo y sin rebobinar. Partió de un corto que había escrito tiempo antes Roger Avary, la del boxeador y el reloj. Y de ahí desató su mundo que luego tuvo que controlar (a raíz del éxito de la película se editó como libro el guión original; en él hay varias escenas que luego fueron descartadas y situaciones que fueron simplificadas. Por ejemplo, el hombre muerto en el auto quedaba agonizante y era rematado con un tiro de gracia por Travolta).
Cómo suele suceder, varios de los actores que terminaron en la película no fueron las primeras opciones. Tampoco los personajes que terminaron en la historia fueron las primeras opciones. Vincent Vega era, en realidad, Vic Vega, el personaje que Michael Madsen había encarnado en Perros de la calle. Tarantino quiso que Madsen fuera su protagonista pero este no aceptó la propuesta; privilegió otro proyecto: el Wyatt earp de Kevin Costner. Madsen se arrepintió durante años.
Tarantino debió convencer a Harvey Weinstein de su segunda opción: hacía años que ningún espectador pagaba una entrada para ver a Travolta. El productor propuso a Daniel Day Lewis en su lugar. Tarantino casi que se atrincheró detrás del nombre del actor de Grease y consiguió su objetivo.
La buena estrella de Travolta se había apagado casi con la de la Música Disco, como si él fuera nada más que un estertor de esa era. La elección de Tarantino parecía revolucionaria. Nadie más que él hubiera confiado en el actor a esa altura de su carrera; se había convertido en una especie de consumo irónico. El relanzamiento fue automático.
La gran historia que ocupó las páginas de las secciones de espectáculos de los medios más importantes fue el espectacular comeback de John Travolta. Pulp Fiction hizo renacer una carrera que parecía irremediablemente sepultada. Todos daban por seguro que la estrella de Fiebre de Sábado por la Noche estaba condenada prematuramente a hundirse en películas familiares, de clase B y telefilmes: sus épocas de gloria habían pasado. Pero esta película marcó su renacimiento: recuperó su status de súper estrella y los contratos millonarios volvieron a llover sobre él. Hasta le dio algo que parecía más lejano todavía que el regreso al éxito: prestigio. Obtuvo su segunda nominación al Oscar como mejor actor y fue durante muchos años uno de los grandes nombres de la industria.
Tarantino alguna vez habló de una idea que uniera a Travolta, a Madsen y a sus personajes. Iba a mostrar la vida de Vincent y de Vic Vega antes de las historias de Pulp Fiction y Perros de la Calle. Se iba a llamar Los Hermanos Vega pero nunca se realizó: los dos actores eran demasiado viejos para hacer versiones más jóvenes de sus personajes.
Laurence Fishburne rechazó el papel de Jules. No quería actuar en una película en la que la heroína y otras drogas tuvieran tanta presencia. Samuel L. Jackson que parece nacido para ese papel casi queda marginado después de la primera audición. Su performance fue pobre. En su lugar descolló Paul Calderón que fue el elegido. Hasta que intervino Harvey Weinstein y abogó por Jackson. No sólo intercedió ante el director sino que tuvo que convencer al actor de hacer una nueva prueba. Recién allí Samuel L. Jackson se quedaría con el trabajo que cambió su carrera.
Hubo varios papeles en los que sucedió algo infrecuente para un director que filma su segunda película. Los interpretó el actor para el que fueron escritos. Tarantino, mientras escribía, tenía en su cabeza los tonos y modos de Harvey Keitel y de Tim Roth, con los que había trabajado en su ópera prima. El otro que fue la elección inicial para su rol fue Christopher Walken. El Capitán Kooks nació con los gestos hieráticos y la mirada helada de Walken.
Steve Buscemi hace un cameo que es una especie de chiste interno. Interpreta a un camarero en oposición a su papel en la primera película del director en la que era el único de la banda que se negaba a dejar propina en el restaurante, una especie de karma cinéfilo.
Tal vez de todas las historias de casting de Pulp Fiction la más sorprendente sea la que cuenta que el papel del traficante que terminó haciendo Eric Stoltz fue ofrecido a Kurt Cobain que estuvo a punto de hacerlo. De hecho el look de Stoltz con su largo y delgado pelo rubio, la barba rojiza y crística, recuerda al cantante de Nirvana.
Bruce Willis era una súper estrella aunque sus últimas películas no habían rendido del todo bien. Trabajó por un salario muy menor y un buen porcentaje en los ingresos futuros. Fue una extraordinaria decisión. No sólo ganó una fortuna sino que estaba otra vez en el juego grande.
En cuanto al elenco femenino a María Medeiros, Tarantino la encontró mientras presentaba Perros de la Calle por Europa. La actriz había interpretado a Anais Nin en Henry and June y lo había deslumbrado. La otra protagonista de esa película, Uma Thurman sólo estuvo presente por la increíble e insoportable persistencia de Tarantino.
A toda costa él quería que Uma fuera Mia Wallace. Pero era el único. Los productores estaban convencidos de que el papel sería una sensación y para resaltarlo necesitaban un gran nombre, además de que funcionara como anzuelo en la taquilla. Tentaron a Meg Ryan, a Michelle Pfeiffer e Isabella Rosellini entre otras. Uma tampoco deseaba el rol. Se negó varias veces a los merodeos de Tarantino. Hasta que el director consiguió el teléfono de su casa, logró que ella lo atendiera y le leyó en una llamada larguísima todo el guión. Al cortar la comunicación, Uma Thurman se había convertido en Mia Wallace.
Pam Grier será otra actriz que Tarantino saque del ostracismo. Pero para eso habrá que esperar hasta Jackie Brown. En Pulp Fiction fue una de las primeras opciones para el rol de Rossana Arquette pero a último momento el director se echó para atrás; sostuvo que nadie iba a creer que una mujer fuerte y contundente como Grier iba a tener de novio a Eric Stoltz.
Fue el primer gran lanzamiento de Miramax sin asociarse a un gran estudio. Harvey Weinstein, mucho antes del Me Too, de las condenas y de su caída estrepitosa, mostró su habilidad para los negocios y su vocación de dominar la industria. El diseño de producción de la película fue de una habilidad enorme.
Un gran elenco trabajando por salarios mínimos, un presupuesto acotado pero que no se notara en pantalla. “Quería que pareciera una película con varias decenas de millones de dólares detrás”, dijo Tarantino. Sin embargo su presupuesto fue escaso: ocho millones, de los cuales cinco se los llevaban los actores. Más allá del extraordinario rendimiento en taquilla que le hizo recaudar más de 200 millones de dólares, antes de comenzar a filmarse, Weinstein ya había conseguido ganancias: al contar con la presencia de Bruce Willis se aseguró un pago anticipado de once millones de dólares por la distribución.
Weinstein se convirtió en el hombre más importante de Hollywood a partir de esta película. Muchos ya conocían sus modos y delitos pero callaron ante su poder avasallante y ante el temor de ver sus carreras detenerse o desmoronarse. Weinstein mostró un nuevo camino en materia de lanzamiento. Gastó once millones de dólares para instalar la película, bastante más que el presupuesto destinado al rodaje y post producción.
El camino de Pulp Fiction empezó con un éxito colosal: la Palma de Oro en el Festival de Cannes y, por supuesto, la gran historia de redención de Travolta, las ovaciones y los comentarios admirados o escandalizados que provocaban las imágenes impactantes de Tarantino. La competencia en Cannes era especialmente cruenta ese año. Hubo películas de Kieslowski, Kiarostami, Caro Diario de Nanni Moretti, los Hermanos Cohen, Atom Egoyan, Tornatore, Ripstein, Zhang Yimou y Andrei Konchalovsky entre otros. Pero el ganador resultó el joven y desafiante Tarantino. Otro motivo de satisfacción para Tarantino fue que el presidente del jurado era Clint Eastwood.
El afiche con la imagen de Uma Thurman remedando las viejas novelitas policiales de kiosco, las novelas pulp, con el largo listado del elenco a un costado fue otro de los elementos que atrajo al público.
Después de la gran cita francesa, la película se tomó su tiempo para recorrer otros festivales y que creciera el boca a boca y la expectativa (todo sucedía más despacio, la ansiedad no era la norma) y después de muchos meses, más de medio año después, se estrenó en Estados Unidos el 14 de octubre de 1994. Las críticas fueron consagratorias y el público acompañó. La estrategia sorpendió. Esos films eran estrenados en no demasiadas salas para luego ir creciendo con el correr de las semanas. El productor decidió lanzarla masivamente. Y resultó una buena idea.
Hubo una pequeña polémica que mostró, una vez más, la habilidad de Weinstein para los negocios. El Especialista protagonizada por Sylvester Stallone estaba en su segunda semana de exhibición. Tanto en las proyecciones del fin de semana como en los primeros resultados del lunes, las dos películas se adjudicaron el primer puesto en las recaudaciones. A último momento, Weinstein hizo aparecer algunas salas que según él no habían sido computadas para que Pulp Fiction fuera la que más recaudó.
Falta algo más, otra de las marcas de fábrica del director. Tarantino escribe con la música en su cabeza. Cada escena suena como una vieja canción. No confía en que alguien componga lo que él quiere así que recurrió a la discoteca de una pareja de amigos grandes melómanos.
Música surf, algo de soul, un poco de indie, Chuck Berry. Y canciones olvidadas, algún cover sofisticado. Las bandas de sonido convertidas en artefacto pop. Y las melodías que habían juntado telarañas durante décadas volvían a sonar y a ponerse de moda, a tener una segunda oportunidad.
Y esas canciones en el disco (luego saldría uno doble con las bandas de las dos primeras películas del director) están contextualizadas con diálogos filosos de la película (otras piezas pop). Están dentro de un mundo, del mundo de Tarantino.
Para el momento en que Marcellus Wallace, el temible jefe mafioso, es violado Tarantino había elegido algo bien pegadizo y muy conocido como My Sharona, el One Hit Wonder de The Knacks. Pero los derechos habían sido adquiridos poco antes por Ben Stiller para Reality Bites (Generación X). La reemplazó con un instrumental machacante y contagioso surf, con vientos chirriantes, llamado Comanche de la banda The Revels. Tiempo después Tarantino se vanaglorió: “A partir de ahora cada persona que escuche Comanche va a pensar en la sodomía”.