Hay batallas y batallas. Divorcios y divorcios. Este era uno de esos largos en el tiempo y con acuerdos en la justicia sobre la custodia de los hijos. Sin embargo, en esta familia que se desintegraba, no había sucedido nada tan grave como para intuir un macabro final. O eso, al menos, era lo que creían.
El domingo 18 de noviembre de 2012 Mark Redwine, un conductor de camiones de 51 años, fue a buscar a su hijo menor Dylan (13) al aeropuerto Durango-La Plata, en el estado de Colorado, Estados Unidos. El adolescente viajaba solo y la visita era parte del acuerdo legal de sus padres, quienes estaban divorciados desde hacía años. Iba a pasar unos días con Mark porque el jueves 22 era feriado por la celebración de Acción de Gracias. En Estados Unidos el cuarto jueves de noviembre es el día en el que los norteamericanos agradecen la libertad que disfrutan, el hogar que tienen y los alimentos que reciben.
Dylan viajaba con desgano porque su padre vivía en Vallecito, un poco alejado de la ciudad de Durango. Si bien la casa de madera era muy linda y estaba en medio del bosque, el wifi no siempre andaba bien y el sitio era aislado. Para un chico de su edad eso suele ser un drama. Pero no solo eso, también andaba disgustado con su padre por cómo él trataba a su madre. Para entretenerse Dylan había metido en su mochila, junto a un buzo con capucha y algo de ropa, su celular, un Ipad y sus auriculares.
Las cámaras del aeropuerto grabaron a Dylan cuando llegó a Durango vestido con una remera, bermudas y zapatillas negras. Esa fue su última imagen con vida.
De allí fueron con su padre a un McDonald’s a comer algo y, luego, al supermercado para abastecerse. Dylan le pidió a Mark permiso para dormir en casa de un amigo suyo en la ciudad, pero se lo negó.
La última conversación
Elaine Hall y Mark Redwine tuvieron dos hijos durante su breve matrimonio: Cory, quien nació en 1991, y Dylan que lo hizo el 6 de febrero de 1999. La separación llegó en el año 2005, cuando el menor de ellos tenía solo 6 años. Desde entonces los chicos empezaron a repartir su tiempo entre su madre y su padre que discutían por la tenencia. Cory se convirtió en el protector de Dylan. Como le llevaba casi ocho años, él era quien muchas veces lo buscaba en sus actividades de baseball o fútbol.
La guerra por la custodia terminó en 2009 con el divorcio formal y un régimen de visitas establecido. La custodia la obtuvo Elaine, con quien vivían. Su padre se debía conformar con las vacaciones y las visitas pactadas.
Elaine volvió a casarse y todo marchó bien en su nueva familia. En agosto de 2012 Cory, con 21 años, decidió irse a vivir solo y hacer su vida. En noviembre Mark invitó a Dylan para pasar unos días con él en Vallecito. Iba a ir sin su hermano Cory quien se había independizado. Elaine no pudo decir que no. Era lo establecido. No dejarlo ir sería quebrantar el acuerdo que tenían. Si bien Dylan, por distintos y serios motivos, no tenía muchas ganas de ir, terminó accediendo.
Elaine lo llevó al aeropuerto el 18 de noviembre de 2012. A partir de ahí se inició lo que sería la última conversación madre e hijo. Dylan embarcó en su vuelo. Haría una escala con cambio de avión en Denver. Al subirse al segundo vuelo, le escribió a su madre: “Mamá ya estoy en el avión que va a Durango”. A las 16.36 su madre le respondió: “Qué bien. Lo hiciste bien. Orgullosa de vos. Te quiero y gracias por avisarme que estás bien”. A las 17.21 Elaine volvió a escribirle para preguntarle si ya había aterrizado en Durango. A las 17.49 él puso: “Recién”. Los mensajes continuaron. Elaine ya estaba más tranquila porque su hijo había llegado a destino y Mark lo iría a buscar. A las 19.03 Elaine le preguntó si ya estaba con su padre. Tres minutos después Dylan respondió que sí. A las 19.12 Elaine le escribió: “Ya te extraño, pero divertite”. El siguiente mensaje que ella le envió fue esa misma noche a las 22.09. Le preguntó: “¿Cómo va hijo? ¿Estás okey?”. Dylan ya no le respondió a este mensaje.
Al otro día, el lunes 19 de noviembre, cerca de las 16 Mark le escribió a Elaine preguntándole por Dylan, si ella sabía algo de él. Elaine estaba por salir de su trabajo en su auto. Inmediatamente entró en pánico. ¿La persona con quién debía estar su hijo no sabía dónde estaba? Llamó inmediatamente a Cory para contarle lo que pasaba y, apenas llegó a su casa, se lo comunicó a su marido. Nadie entendía nada, pero le pidieron que se calmara y que no fuera dramática. Ella volvió a llamar a Mark enojada y le pidió que llamara a la policía, no quería que su hijo estuviera perdido en la oscuridad. Mark le dijo que lo haría.
Sin rastros de un hijo
Al mismo tiempo que hacían llamadas frenéticas, Elaine decidió viajar en auto hacia Durango con una amiga. Salieron a las cinco y media de la tarde, tenían un largo trayecto por delante. En el camino, siguieron hablando con Mark. Ella le insistió a su ex para que la policía comenzara con la búsqueda.
A las 21.43 le avisó que la policía estaba en camino. Elaine y su amiga siguieron llamando a todos sus conocidos en la ciudad de Durango. La madre, desesperada, también intentaba comunicarse con el celular de su hijo, pero los mensajes iban directo al buzón de voz. La cabeza de Elaine era un caos. No podía pensar con claridad.
A las 2.30 del martes 20 de noviembre las mujeres llegaron y se dirigieron directamente a la comisaría de Durango. El relato paterno sostenía que, la mañana posterior a la llegada de su hijo, Mark había salido al centro de la ciudad para hacer unas compras. Al volver a eso de las 12 ya no lo había encontrado en la casa. Solo había hallado un bowl de cereales sin comer sobre la mesa de la cocina y la televisión sintonizada en el canal Nickelodeon. No pensó nada grave, supuso que estaría por ahí. “Primero dormí una siesta de una media hora, no estaba preocupado. Cuando me desperté y supe que su amigo con quién se había mensajeado la noche anterior no sabía nada de él, empecé a preocuparme”, reconoció Mark a los agentes. Dijo que pensaba que su hijo podría haber salido y caído en manos de algún extraño que lo hubiera lastimado o, también, podría haber sido atacado por algún animal salvaje de la zona donde viven osos, lobos, zorros y alces.
La desaparición desató una búsqueda masiva por las montañas del suroeste de Colorado. Las autoridades peinaron los bosques buscando algo que indicara qué podría haber pasado con el adolescente. Revisaron la casa de Redwine y miraron que no hubiese rastros de sangre ni algo raro. Nada.
Pasaron semanas y meses en los que Mark siguió empujando a las autoridades, como un padre sumamente preocupado, para que la búsqueda continuara activa. Él mismo viajó a distintos lugares donde pegó afiches con la cara de su hijo en los camiones. Y dio varias entrevistas. A la revista norteamericana People le dijo: “Tengo una misión y es la de nacionalizar la búsqueda de Dylan. Mantengo la esperanza de que lo volveré a ver”.
Siete meses más tarde
En febrero de 2013 Mark y Elaine fueron juntos a un famoso programa de televisión: Dr. Phil. Terminaron discutiendo a los gritos y con acusaciones cruzadas. Mark repetía que él no había perdido a Dylan. En tanto ella le reprochaba que sí lo había hecho. “¿Eso es lo que tenés para responder?¿Dónde está él?”, le espetó furiosa. El conductor del programa le propuso a Mark sentarse frente a un detector de mentiras. Se negó rotundamente. Ya sabía que muchos lo miraban con desconfianza.
Hubo que esperar hasta junio de 2013 para saber algo de Dylan. Se cumplían siete meses de su desaparición cuando Mark Redwine recibió un llamado de la policía. Habían encontrado algo y precisaban de su ayuda. “Me llamaron para identificar unos restos que dijeron eran de interés”, contó por entonces. Mark estaba trabajando con su camión a 2.250 kilómetros de distancia y tuvo que manejar unas treinta horas para regresar. Los investigadores le pusieron delante una serie de fotos tomadas de cinco huesos humanos hallados en el Lago Vallecito, a unos 16 kilómetros de su casa. Los peritajes forenses ya habían determinado con estudios de ADN que pertenecían a Dylan.
Mark Redwine les preguntó desesperado: “¡¿Dónde está el 98 por ciento restante de mi hijo?!”. La policía le comunicó que, seguramente, el cuerpo del menor había sido mutilado por animales salvajes. Los agentes pensaban en realidad que el lugar del hallazgo era un sitio inaccesible para que alguien de la edad de Dylan llegara por casualidad. Junto a los restos habían encontrado también un calzoncillo, unos auriculares Kicker, una zapatilla Nike Air Jordan, una media Fila y una remera blanca con inscripciones. Todo ello fue reconocido por su madre. Su desaparición se había vuelto ahora una investigación criminal.
A principios de 2014 analizaron una vez más la casa de Mark en busca de pruebas. Esa vez usaron luminol (un compuesto químico que demuestra la presencia de sangre). Encontraron rastros hemáticos diminutos en distintos lugares de la casa de Mark Redwine: en el living debajo de la alfombra, en una punta de un almohadón, en el borde de la tapa de una mesa de madera… Esos parecían indicar un pequeño sangrado itinerante por el ambiente. El perro especializado en búsqueda de cadáveres olfateó algo cerca del lavarropas, en la cocina y en la ropa que había usado Mark ese día. Otro de los perros siguió el rastro hasta el camión del padre.
Eso fue todo. Resultaba insuficiente para incriminar con certeza a Mark Redwine quien era el principal sospechoso. Pero lo cierto es que empezaron a conocerse otras cosas. Por ejemplo, que Dylan no tenía ganas de ir a pasar esos días con Mark porque estaba disgustado con él. Quedaba claro en los mensajes de texto que el menor les había enviado a sus amigos antes de viajar.
¿Y la cabeza? ¿Dónde está?
Mark continuó colaborando con la policía y dijo que quería darle a su hijo un funeral decente: “Puede ser que nunca sepamos la verdad”, comentó a la prensa resignado. Elaine, devastada, le dijo a KUSA-TV: “Quien sea que haya hecho esto es un monstruo. Él merecía mucho más que sus restos fueran devorados por la vida salvaje”. A estas alturas Mark Redwine ya estaba en la mira de los detectives de homicidios y era considerado una “persona de interés” en el caso. Y Elaine ya se había empezado a preguntar seriamente si su ex marido no tendría algo que ver con lo ocurrido con Dylan. Los investigadores no entendían por qué no estaba el cráneo junto a los huesos. La respuesta llegó dos años después.
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En noviembre de 2015 dos senderistas encontraron, durante un periplo deportivo, una pequeña calavera. Comunicaron su descubrimiento a la policía quien la mandó a analizar por los peritos forenses. Se comprobó que era la cabeza perdida de Dylan. ¡El cráneo había sido encontrado a tres kilómetros de aquellos huesos! Tenía marcas de un cuchillo filoso y dos fuertes golpes que incluían una fractura arriba de su ojo izquierdo. Ninguno de los dos impactos (uno con forma de V) podían haber sido producidos por la acción de un animal salvaje. Parecían producto de un martillo. Además, los expertos aseguraron que no existía ningún tipo de animal de la zona que pudiera transportar un cráneo tan lejos del cuerpo. El hombre era el animal que debían empezar a tener en cuenta.
Oscuros motivos para un crimen
Fue Cory, el hermano mayor de Dylan, quien contó algo impactante para la investigación. En 2011, un año antes de la desaparición de su hermano Dylan, Mark invitó a sus hijos a un viaje por ruta para festejar el día del padre. Los chicos volaron hacia donde vivía Mark e iniciaron una larga travesía hacia Kansas, Iowa, Ohio y Michigan. Cory tenía por entonces 19 años y Dylan 12.
Una noche, estando los tres alojados en un hotel, mientras Mark dormía, Dylan usó su computadora para jugar. De pronto, se topó con algo perturbador: unas fotos, literalmente, asquerosas. Dylan le dijo Cory que quería mostrarle algo y se metieron juntos en el baño con la laptop y cerraron la puerta con traba. Dylan le enseñó las fotos que había visto. Cory, en medio del shock, sacó fotos de la pantalla con su propio celular. Eran imágenes que mostraban a Mark en situaciones inimaginables: vestido con un corpiño fucsia, maquillado, comiendo materia fecal de un pañal y usando un pañal manchado con excrementos. Este hecho hizo que la relación se deteriorara con rapidez. Varias veces los hermanos enfrentaron a su padre por estas fotografías. La relación se volvió tensa pero siguieron viéndose.
En agosto de 2012 Cory pasó la noche en casa de su padre con una novia y dejó unas botellas de cerveza tiradas. Mark se enojó mucho y Dylan se lo comentó a Cory, quien enojado le dijo a su padre por mensaje de texto: “Yo también tengo fotos” y “Sos lo que comés. Mierda. Mirate en el espejo”. Dylan también quería confrontar a su padre con lo que había hallado. Pensaba volver a hacerlo en el viaje de noviembre de 2012. El resultado ya lo conocemos.
Culpable de todo
Ya para 2017 todos estaban convencidos de la culpabilidad de Mark Redwine en el crimen de su hijo. Pero el caso estaba basado en evidencia circunstancial. Los fiscales decidieron seguir adelante y lo presentaron ante un gran jurado para ver si tenían suficiente prueba para ir a juicio. El caso fue admitido y Mark Redwine fue arrestado dos días después en Bellingham, Washington. Estaba acusado de haber asesinado a Dylan.
El proceso judicial estuvo lleno de retrasos sobre todo por la pandemia del COVID-19. El juicio terminó llevándose a cabo entre junio y julio de 2021. El fiscal Fred Johnson presentó los hechos y explicó que la tensión familiar, después de los comprometedores hallazgos de Dylan, había sido intensa. El contenido explícito de la conducta desviada de su padre había impactado demasiado en los hijos.
La acusación sostuvo que el móvil del acusado había sido acallar al menor. En un rapto de furia Mark le habría dado brutales golpes en la cabeza con una herramienta y, una vez muerto, le habría cortado la cabeza. Luego se habría deshecho de ambas partes en sitios diferentes.
Las investigaciones demostraron que el teléfono de Dylan y su Ipad fueron usados por última vez a las 21.37 del 18 de noviembre. Ese sería el momento más próximo a la hora de su muerte.
La defensa del acusado arguyó que los rastros hallados de sangre eran “infinitesimalmente pequeños” y que podría deberse a cualquier sangrado accidental de alguien que viviera en la casa. Y descalificaron la tarea de los perros especialistas en detectar cadáveres.
Elaine declaró en los primeros días y dijo: “Es todo tan surrealista… No esperás nunca que suceda algo así. Pensé que mi hijo estaba seguro porque estaba con su padre”. Cory Redwine (ya con 29 años) fue llamado a declarar. Tenía 18 cuando ocurrió lo peor y siempre sospechó que el responsable había sido su padre.
La abogada de Elaine Hall, Amber Harrison, testificó llorando: “Le dije (a la madre) que tenía que poner a Dylan en ese avión para que fuera con su padre porque si no la justicia diría que había desobedecido”. Contó, además, que se había entrevistado con el pequeño y que lo había visto muy asustado por las fotos de su padre que había descubierto.
Después de un juicio de cinco semanas con docenas de testigos y centenas de piezas de evidencia, Mark Redwine fue declarado, por el jurado, culpable de asesinato en segundo grado y abuso de un menor que resultó en muerte. En octubre de 2021, fue condenado a pasar 48 años en prisión.
El juez Jeffrey Wildon le dijo: “Después de todo este tiempo escuchando lo que se contó en esta sala, usted todavía no acepta su responsabilidad por lo que le hizo a Dylan. No puedo recordar a un criminal que haya mostrado menos remordimientos por sus actos que usted (...) Primero usted mató a su hijo de 13 años. Como padre es su obligación protegerlo, alejarlo de los peligros. En vez de eso, lo hirió de tal manera que lo mató en el living de su casa. (...) Después de la pasión o lo que sea que lo hizo actuar de esa manera usted continuó, no pensó en Dylan. Pensó en usted mismo, limpió la escena, escondió el cuerpo y llegó tan lejos como a remover su cabeza del resto de sus restos”.
Redwine de 60 años y enfundado en su mameluco naranja se negó a hablar. Escribió, en cambio, unas pocas palabras donde siguió insistiendo con su inocencia: “Inocente de todos los cargos. Mal desempeño de la justicia. Falsa condena. Un juicio vergonzoso (...) Tomo estas circunstancias muy seriamente y quiero dejar claro que yo también perdí a un hijo a quien quería más que a la vida misma. Pelearé por una justicia justa, no por mí sino por Dylan. Yo siempre he demostrado remordimientos por las cosas que hice realmente. Me paro frente a la falsa justicia”.
La madre de Dylan aseguró estar conforme con la sentencia: “Es justicia hasta donde puede serlo. Nunca será lo suficiente por haber tomado la vida de Dylan, pero al menos él no saldrá de ahí. Espero que muera en prisión”.
La justicia no escuchó o no supo de la negativa de Dylan para ver a su padre. Su madre no sospechó jamás cuán lejos podía llegar quien junto a ella le había dado la vida. El corazón helado de Mark Redwine hizo el resto.