Aidan Minter, un joven programador informático, caminaba por Londres algo abstraído, pensando en sus cosas, cuando al cruzar el puente de la Torre vio algo extraño flotando en las aguas del río Támesis. En un primer momento creyó que era una parte de un maniquí desmembrado, pero al observarlo de más cerca y con más atención descubrió que estaba viendo un torso de carne y hueso, posiblemente de un niño –o una persona pequeña- de piel negra.
Corrían las primeras horas de la mañana del 21 de septiembre de 2001 y, como muchas grandes ciudades de mundo, la capital británica estaba en estado de alerta por temor a ataques similares al perpetrado contra las Torres Gemelas de Nueva York, Estados Unidos, diez días antes. Minter llamó de inmediato a la policía, que después de rastrear el cuerpo por el río, pudo rescatarlo a la altura del Teatro del Globo.
Así comenzó uno de los casos más enigmáticos de la investigación policial británica: el asesinato de un niño que lleva más tiempo sin ser esclarecido en la historia reciente de la Policía Metropolitana de Londres. También se inició una pesquisa frustrante que, 23 años después, sigue abierta como “cold case” tras haber seguido pistas por Gran Bretaña, Alemania y África sin obtener resultados.
La autopsia determinó que se trataba del torso de un niño de entre 4 y 7 años, posiblemente africano, que había muerto degollado y llevaba alrededor de diez días en el río. Al cuerpo –cuyas otras partes nunca fueron encontradas– le habían amputado la cabeza, las piernas y los brazos con una precisión que solo podía tener un cirujano o un experto. La parte hallada no presentaba señales de abuso físico ni sexual y permitió comprobar que el chico estaba bien alimentado.
La única prenda que vestía eran unos pantalones cortos de color naranja con la etiqueta de la marca “Kids & Company”. Esa fue la primera pista que tuvo la policía, porque los shorts de esa talla y de ese color solo se podían conseguir en algunas pocas casas de ropa de Alemania. Con el correr de los días, los estudios de ADN y otros exámenes sobre el torso aportarían más información.
La manera experta en que había sido desmembrado el cuerpo encendió todas las alarmas porque, por sus características, apuntaba a que el niño podía haber sido víctima de un crimen ritual. Esa hipótesis se conectaba con otra investigación que venía llevando adelante Scotland Yard desde hacía por lo menos un año sobre el ingreso clandestino de niños africanos al país, posiblemente para ser asesinados en rituales satánicos por grupos fundamentalistas cristianos.
Era imposible establecer la identidad del niño, lo que llevó a los detectives asignados al caso a ponerle un nombre para tener siempre presente la humanidad de la víctima. Lo llamaron “Adam”, el nombre por el cual se lo conoce 23 años después. “Definitivamente desarrollás un vínculo con un caso y la víctima, y eso da impulso para encontrar respuestas. Lo único que ha persistido durante 20 años es la frustración de que no encontramos todas las respuestas”, contó a la BBC en 2021 el sargento detective, ya retirado, Nick Chalmers, integrante de aquel primer equipo de investigación.
Un fantasma de otro siglo
Además de la urgencia por esclarecer el crimen e identificar a la víctima, el caso de “Adam” despertó el fantasma de otros cuerpos fragmentados aparecidos en el Támesis y que era uno de los más antiguos fracasos de Scotland Yard.
El asunto databa de fines del siglo XIX y se los recordaba a la sombra de otro caso mucho más resonante, porque ocurrió casi simultáneamente con los crímenes de Jack el Destripador. Al criminal –que, como Jack nunca fue capturado ni identificado– se lo conoció como “El Descuartizador del Támesis” o “El Asesino de los torsos del Támesis”.
Los primeros restos aparecieron en mayo de 1887 en Rainham, cuando dos trabajadores portuarios sacaron de las aguas del Támesis un paquete con el torso de una mujer. Durante los meses siguientes, en las orillas del río, en distintos puntos de Londres, se hallaron partes del mismo cuerpo. El el transcurso de los dos años siguientes continuaron apareciendo fragmentos de cuerpos, todos pertenecientes a mujeres, en el Támesis.
Los médicos forenses –entre ellos el prestigioso doctor Thomas Bond, el mismo que elaboró el perfil de Jack el Destripador– determinaron que los cadáveres habían sido diseccionados por alguien que tenía conocimientos de anatomía. “Pensé que el brazo fue cortado por una persona que, si bien no era necesariamente un anatomista, sin duda sabía lo que estaba haciendo, pues conocía dónde estaban las articulaciones, y daba muestras de que practicaba este tipo de cortes con bastante regularidad”, explicó en aquel momento el forense Charles Alfred Hibbert, ayudante de Bond.
La aparición de los restos flotando en el Támesis tuvo en vilo a la población de Londres, que esperaba con avidez y temor la noticia de nuevos hallazgos. “Los restos humanos encontrados hasta ahora son los siguientes: Martes, pierna izquierda y muslo en Battersea, parte inferior del abdomen en Horselydown; jueves, el hígado cerca de Nine Elms, la parte superior del cuerpo en Battersea–Park, el cuello y los hombros en Battersea; viernes, el pie derecho y parte de esa pierna en Wandsworth, la pierna y el pie izquierdos en Limehouse, sábado, el brazo izquierdo y la mano en Bankside, las nalgas y la pelvis en Battersea, en el muslo derecho en el Chelsea Embankment; y ayer, el brazo derecho y la mano en Bankside”, enumeraba los restos encontrados apenas en una semana el diario The Times en su edición del 11 de junio de 1889.
Todos los recursos
Más de un siglo después, los detectives de Scotland Yard que investigaban el crimen de “Adam” no querían que el caso se transformara en un fracaso similar al de la pesquisa de aquellos asesinatos cometidos en la era victoriana. Estaban dispuestos a poner todos los recursos posibles para esclarecerlo.
En 2001, una semana después de que se encontrara el torso, dos detectives participaron del programa “Crimenwatch UK”, de la BBC, para pedir al público que aportara cualquier dato que sirviera para identificar a “Adam” y encontrar a sus asesinos. Llamaron más de cincuenta personas, pero ninguna dio pistas que, después de investigadas, resultaran útiles. Scotland Yard también ofreció una recompensa de 50.000 libras esterlinas para quien aportara información certera.
Mientras tanto, una nueva ronda de pruebas forenses demostró que “Adam” tenía entre 4 y 7 años y que había vivido en África hasta poco antes de su muerte. Un análisis del estómago detectó restos de jarabe para la tos y también la presencia de una extraña sustancia compuesta por arcilla de río africano, que incluía alguna vegetación típica, hueso molido y rastros de oro y cuarzo. La presencia de ceniza mostró que la mezcla se había quemado antes de que el niño se viera obligado a comerla.
Todo apuntaba a un crimen ritual en el que el niño había sido adormecido con el jarabe –uno de sus efectos secundarios– antes de ser asesinado y mutilado. En cuanto a cuál era ese ritual, se abría un abanico de posibilidades. “Algunos expertos pensaron que había sido uno de los inusuales asesinatos conocidos como ‘muti’, que ocurren en el sur de África, cuando las partes del cuerpo de una víctima son extraídas y utilizadas por los brujos como ‘medicina’ para un cliente que quiere, por ejemplo, ganar un trato comercial o garantizar la buena suerte. Otros expertos creían que era más probable que fuera un sacrificio humano relacionado con una versión retorcida de los sistemas de creencias yorubanos de Nigeria. Una ofrenda pervertida a la diosa Oshun, una deidad típicamente asociada con el agua y la fertilidad. La evidencia forense posterior dio más credibilidad a esa teoría”, resumiría mucho después un informe de BBC Mundo publicado cuando se cumplieron veinte años de la aparición del torso de “Adam”.
Que Scotland Yard estaba dispuesta a agotar todas las posibilidades quedó demostrado en abril de 2002, cuando un grupo de policías viajó a Sudáfrica para solicitarle al expresidente Nelson Mandela que pidiera ayuda a los habitantes de todo el continente donde había nacido “Adam”. Mandela no dudó en colaborar e hizo un llamamiento: “Scotland Yard me informa que los primeros indicios de sus investigaciones son que el niño proviene de algún lugar de África, por lo que si en algún lugar, incluso en el pueblo más remoto de nuestro continente, hay una familia a la que le falta un hijo de esa edad que podría haber desaparecido por esa época, por favor póngase en contacto con la policía”, decía. Sin embargo, la investigación siguió sin poder avanzar.
Dos sospechosos
Recién en julio de 2002 Scotland Yard tuvo una primera sospechosa. Se llamaba Joyce Osagiede, tenía 30 años, había nacido en Nigeria y vivía en Glasgow, Escocia, con sus dos hijas. Los investigadores llegaron a ella gracias a un llamado de dos asistentes sociales escoceses que, preocupadas por el estado de las dos nenas, visitaron su casa y vieron algunos objetos extraños que la mujer relacionó con historias de cultos africanos y sacrificios rituales.
Luego de conseguir una orden judicial, un equipo de detectives encabezado por el sargento Nick Chalmers allanó la vivienda de Joyce, donde encontró ropa de “Kids & Company” del mismo tamaño que los shorts color naranja que llevaba “Adam”. Poco después, la policía alemana les informó que Joyce había vivido hasta finales de 2001 en Hamburgo, la ciudad de donde provenían los pantalones cortos.
Convencidos de que estaba relacionada con el caso, los policías detuvieron a Joyce y la interrogaron, pero más allá de algunas historias disparatadas que les contó la mujer, no obtuvieron información que pudiera incriminarla y debieron liberarla. Poco después, Osagiede fue deportada. En un desesperado intento por obtener información, dos detectives de Scotland Yard volaron con ella hasta Nigeria, pero la mujer siguió sin aportar nada que sirviera.
Les quedaba, sin embargo, otra pista que condujo a otro sospechoso. El teléfono que la policía le secuestró a Osagiede durante el allanamiento había solamente dos contactos agendados. Uno de ellos era el de Kingsley Ojo, un africano que vivía en Londres, en cuya casa también encontraron objetos relacionados con rituales africanos y un video con la etiqueta “rituales”, que contenía una película ficcional en la que decapitaban a un hombre en una ceremonia.
Nada de eso alcanzaba para detener a Ojo, pero la policía lo puso bajo vigilancia y no tardó en descubrir que estaba involucrado en la entrada ilegal de nigerianos a Gran Bretaña. Lo detuvieron en octubre de 2003, junto a otras 21 personas, y fue condenado a cuatro años de prisión con la recomendación de expulsarlo del país cuando saliera en libertad.
Mientras estaba preso, Ojo se puso nuevamente en contacto con los detectives que investigaban en caso de “Adam” y les dijo que podía ayudarlos a resolver el caso consiguiendo unas grabaciones de Osagiede en Nigeria. En 2005, les dijo que la mujer había entrado de nuevo a Gran Bretaña de manera clandestina y también acusó a otra persona de haber realizado el ritual en el que se había matado al chico. Una y otra cosa resultaron ser falsas, inventadas por Ojo para lograr que no lo expulsaran, lo que finalmente ocurrió en 2008.
Un enigma sin resolver
Durante los años siguientes, Osagiede y Ojo volvieron a aparecer en escena de manera intermitente, desde Nigeria, pero sin aportar datos ciertos a Scotland Yard. Al mismo tiempo, BBC Mundo desarrollaba su propia investigación, a la que se incorporó Nick Chalmers luego de retirarse de la policía. Ese equipo periodístico logró hacerle una última entrevista a Osagiege en la ciudad de Benin. Cuando le mostraron una foto de Ojo, dijo que ese era “Bawa”, el hombre que le había entregado a “Adam” en Alemania. También pudo entrevistar telefónicamente a Ojo, quien volvió a negar cualquier relación con el crimen.
Más de 23 años después de la aparición de “Adam” flotando en el Támesis, su identidad y la de sus asesinos siguen siendo un misterio. El caso sigue abierto, pero es difícil que pasado tanto tiempo se obtenga información que permita resolverlo. Aún así, “Adam” sigue presente en los detectives que investigaron el caso desde el principio. Fueron ellos quienes le pusieron ese nombre para reforzar su humanidad, y realizaron una sentida ceremonia en el Támesis en 2002, al cumplirse un año del hallazgo.
Mucho más que lo que resolvió la justicia británica, que en 2006 ordenó enterrar su torso en el Cementerio de Londres, en una tumba sin nombre.