El día que un teniente coronel soviético quebró los protocolos y salvó al mundo de una guerra nuclear

La madrugada del 26 de septiembre de 1983, las computadoras de la Defensa Aérea del Ejército Rojo detectaron un posible ataque con cinco misiles con cabezas atómicas proveniente de los Estados Unidos. Los manuales le indicaban a Stanislav Petrov que avisara de inmediato a sus superiores para lanzar de inmediato la respuesta

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El teniente coronel Petrov, un siberiano que acababa de cumplir 44 años, estaba a cargo de la sala de mando desde la noche anterior y tenía una taza de té entre las manos cuando la madrugada del lunes 26, exactamente a las 00.05, comenzaron a sonar las alarmas (AP)
El teniente coronel Petrov, un siberiano que acababa de cumplir 44 años, estaba a cargo de la sala de mando desde la noche anterior y tenía una taza de té entre las manos cuando la madrugada del lunes 26, exactamente a las 00.05, comenzaron a sonar las alarmas (AP)

“Simplemente estuve en el momento justo y en el lugar indicado”, dijo con la sencillez de los lugares comunes Stanislav Yevgráfovich Petrov en 1993, cuando el Muro de Berlín llevaba cuatro años convertido en escombros y en los archivos de la antigua Unión Soviética salió a la luz uno de los secretos más inquietantes y mejor guardados de la Guerra Fría. No había dramatismo en la voz de ese antiguo teniente coronel de las Tropas de Defensa Aérea del Ejército Rojo y, sin embargo, se refería a uno de los momentos más dramáticos de la historia de la humanidad: el día que si él hubiese cumplido con lo que indicaba el protocolo habría estallado la Tercera Guerra Mundial.

El momento justo al que se refería Petrov era el 26 de septiembre de 1983 y el lugar indicado la sala de mando de la Base Serpujov-15, en las afueras de Moscú, que albergaba las computadoras que recibían la información de los satélites encargados de detectar un ataque nuclear contra territorio soviético.

El teniente coronel Petrov, un siberiano que acababa de cumplir 44 años, estaba a cargo de la sala de mando desde la noche anterior y tenía una taza de té entre las manos cuando la madrugada del lunes 26, exactamente a las 00.05, comenzaron a sonar las alarmas. Simultáneamente, en las pantallas aparecieron signos de que había cinco misiles en movimiento que se acercaban a la Unión Soviética. Todo indicaba que se trataba de un ataque nuclear.

Un ataque nuclear hubiera destruido la mayoría de las ciudades del mundo (Imagen ilustrativa Infobae)
Un ataque nuclear hubiera destruido la mayoría de las ciudades del mundo (Imagen ilustrativa Infobae)

El día que el mundo estuvo en peligro

Las miradas de todos los que estaban en la sala se dirigieron a Petrov: era el hombre que debía tomar las decisiones, y rápido. Si las computadoras alertaban que los satélites detectaban un ataque nuclear, la obligación del jefe de turno era dar el parte inmediato para que el alto mando del Ejército Rojo le avisara al Kremlin que debían tratar de neutralizarlos y contraatacar, es decir, lanzar misiles hacia territorio estadounidense.

Según la información que el satélite había enviado a la computadora, en veinte minutos llegaría a territorio soviético un misil balístico intercontinental que, por la trayectoria de la señal, debería haber partido de la Base de la Fuerza Aérea Malmstrom de los Estados Unidos ubicada en Montana, al noroeste de ese país.

Pocos segundos después de esa primera señal, hubo otras cuatro alertas. En total, parecían ser cinco los misiles que caerían sobre la Unión Soviética. Mientras las alarmas seguían sonando, en la pantalla de la computadora de Petrov apareció primero la palabra “lanzamiento”, en letras catástrofe, que poco después fue reemplazada por una frase todavía más preocupante: “Ataque con misil”.

El protocolo era inequívoco: frente a esas señales, el jefe de la sala de mando, es decir Petrov, debía tomar el teléfono para avisar al alto mando que había un ataque nuclear estadounidense en curso. Cada segundo contaba, tanto para defenderse como para contraatacar.

La mirada del teniente coronel iba y volvía de la pantalla a la computadora al teléfono, mientras el tiempo seguía corriendo.

Stanislav Petrov, en su juventud como oficial militar soviético
Stanislav Petrov, en su juventud como oficial militar soviético

Escenario de guerra nuclear

No eran solamente las señales de los satélites que se veían en las pantallas de las computadoras, el contexto también indicaba que se podía tratar de un ataque. En los últimos meses la tensión entre Washington y Moscú había escalado a un nivel alarmante. Desde sus despachos en la Casa Blanca y el Kremlin, Ronald Reagan y Yuri Andropov jugaban una partida de ajedrez cuyo tablero abarcaba todo el planeta y las piezas eran armas de destrucción masiva. Los estadounidenses contaban con misiles Pershing II desplegados en Europa Occidental que podían alcanzar en apenas diez minutos las principales ciudades de Ucrania, Bielorrusia y Lituania, y – más temibles aún – tenían misiles crucero BGM-109 GLCM con cabezas nucleares capaces de llegar a Moscú.

Los de la base de Montana, según los datos que tenía el Kremlin, eran los LGM-30 Minuteman de 18 metros de longitud y con 32 toneladas de peso. En la punta podían tener una o varias ojivas nucleares, cosa de atacar uno o varios objetivos a la vez con bombas atómicas. Volaban a 18 mil kilómetros por hora.

Petrov sabía que la respuesta soviética sería tan devastadora como el ataque estadounidense: se lanzarían misiles TR-1, Scud, R 300, SS 12 o SS 22 que matarían a decenas o cientos de miles de personas en Europa Occidental y los Estados Unidos.

Petrov sabía que la respuesta soviética sería tan devastadora como el ataque estadounidense (AP)
Petrov sabía que la respuesta soviética sería tan devastadora como el ataque estadounidense (AP)

Si todo eso ocurría, los temores que Albert Einstein había resumido muchos años antes en una sola frase se harían realidad: “No sé cómo será la Tercera Guerra Mundial, pero la Cuarta será con palos y piedras”.

Sentado frente a la computadora y con la mano a punto de levantar el tubo del teléfono, el teniente coronel Petrov no podía saber si la Casa Blanca había ordenado o no atacar a la Unión Soviética, pero estaba seguro de que si hacía la llamada que indicaba el protocolo de defensa, la cuestión de quién lanzó el primer misil sería totalmente irrelevante.

Petrov también sabía que las dos superpotencias hacían juegos de guerra para despistarse mutuamente. Eso incluía maniobras como operaciones con submarinos en las costas de sus adversarios, vuelos clandestinos de bombarderos nucleares y también maniobras a cielo abierto para atemorizar al enemigo.

También provocaba muertes. Apenas 25 días antes de que sonaran las alarmas en la Base Serpujov-15, aviones de las Tropas de Defensa Aérea soviéticas habían derribado con un misil aire-aire a un Boeing de Korean Air con 269 personas a bordo. La Casa Blanca acusaba al Kremlin de haber realizado un ataque criminal e injustificado contra un avión civil; Moscú respondía acusando a Washington de que el vuelo del Boeing había servido para encubrir las maniobras de una aeronave espía estadounidense sobre Kamchatka, donde los soviéticos tenían una gran concentración de fuerzas militares, aviones, submarinos y barcos, muchos de los cuales tenían armamento atómico.

“Sentado en una sartén caliente”

En ese contexto, el teniente coronel Stanislav Yevgráfovich Petrov debía tomar una decisión y nadie podía ayudarlo con eso. Decidió esperar: no le cerraba que los estadounidenses realizaran un ataque atómico con solo cinco misiles en lugar de enviar decenas o aún más.

Desde la Unión Soviética detectaron el lanzamiento de misiles estadounidenses
Desde la Unión Soviética detectaron el lanzamiento de misiles estadounidenses

“Tenía todos los datos que sugerían un ataque con misiles en curso. Si hubiera enviado mi informe a la cadena de mando, nadie habría dicho nada en contra. Todo lo que tenía que hacer era alcanzar el teléfono para llamar por la línea directa a nuestros altos mandos, pero yo no pude moverme. Me sentí como si estuviera sentado en una sartén caliente”, contó treinta años después en una entrevista con el corresponsal de la BBC en Moscú.

Quizás por haber nacido en la estepa siberiana, por haber recibido una formación académica por fuera de lo militar, por pensar en su familia, por saber que un ataque orquestado se hace con muchísimos misiles y no solo con cinco, por las razones y sensaciones que se le pudieron cruzar entre las 00.05 y las 00.28 de ese lunes 26 de septiembre, Petrov se jugó: eso no podía ser un ataque nuclear, lo que fallaba era el sistema de radares.

Esos veintitrés minutos de espera – que a muchos de quienes estaban con él en la sala de mando de la base les parecieron una locura - confirmaron que las alertas no eran de bombas. Se trataba de otra cosa.

No se registró una explosión atómica en ningún lugar de la Unión Soviética en aquella madrugada de lunes. Petrov pasó todo ese día y el siguiente encerrado en la Base Serpujov-15, donde hizo un pormenorizado informe a sus superiores. La investigación demostró que había tenido razón, que lo que habían detectado los satélites eran rayos solares que, reflejados por las nubes, redujeron señales que fueron interpretadas como misiles por las computadoras.

Una vez que quedó esclarecido lo que se llamó “el incidente del equinoccio de otoño”, Petrov fue felicitado por haber sabido valorar de manera acertada que esas señales no indicaban un ataque con armas nucleares. Sin embargo, en su foja de servicios figura también una reprimenda por no cumplir lo que le indicaba los protocolos de defensa.

Petrov durante su reconocimiento en en la ONU
Petrov durante su reconocimiento en en la ONU

En cuanto a sus sensaciones, en su entrevista con el corresponsal de la BBC en Moscú el teniente coronel que salvó al mundo de una catástrofe nuclear confesó que, al descubrir el error de los sistemas de defensa, se sintió apenado. “Recuerdo que pensé que era una vergüenza para el Ejército Rojo que nuestro sistema fallara de esa manera”, dijo.

Un hombre humilde

Debieron pasar tres décadas para que el mundo reconociera el servicio que le había prestado Petrov. En 2013 fue invitado a la sede de las Naciones Unidas en Nueva York, donde se le rindió homenaje. Tenía 74 años y se mostró emocionado de conocer, sobre todo, a los actores de Hollywood que más admiraba, como Robert De Niro, Matt Damon y Kevin Costner, que fueron expresamente para saludarlo.

También aceptó la propuesta que le hizo Costner para grabar su visita y sus conversaciones para realizar un documental. La película, titulada “El hombre que salvó al mundo”, fue estrenada dos años después y no solo cuenta la historia del “incidente” sino que refleja la humildad del viejo teniente coronel del Ejército Rojo.

Stanislav Yevgráfovich Petrov murió en Moscú el 7 de septiembre de 2017, a los 77 años. En un momento del documental, el hombre que salvó al mundo se sale del libreto y le dice al actor y director de “Danza con lobos”:

“Usted es muy famoso en mi país”.

“En mi país mucha gente se hace famosa por cosas que no deberían importar”, le responde Costner.

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