“Parecía el cadáver de una persona fallecida un mes antes, pero el asesinato había ocurrido hacía apenas diez horas. Lo que se encontró fue un esqueleto, y de la cabeza, separada, la calavera. De entrada quisieron dar a entender que era de una persona de la calle cuyo cuerpo fue depredado por perros o roedores, pero el dictamen de los forenses y de los especialistas de la Universidad de La Plata fue categórico: eso fue obra del hombre, no de perros ni roedores”. Corría la segunda quincena de octubre de 2006 cuando uno de los investigadores del asesinato de Ramón Ignacio González, un chico de 11 años que solía vender estampitas cerca de una vieja estación de la localidad correntina de Mercedes, describió con toda crudeza el resultado de la autopsia.
La mañana del viernes 6 de ese mes, Ramoncito -o “Moná”, como le decían-, salió de su casa para ir a la escuela y no regresó. A última hora de la tarde, su madre denunció la desaparición a la policía y se inició una búsqueda que al principio no dio resultado. Dos días después, unos vecinos encontraron el cuerpo descuartizado de un niño en un pastizal cercano a las vías del tren. Era Ramón y las pericias determinaron que, antes de ser asesinado, el nene había sido abusado sexualmente y torturado.
El caso conmocionó al país desde el primer momento, pero la investigación parecía estancada en hipótesis que no cuadraban. En un principio se pensó que el chico, que era utilizado para vender drogas en el pueblo, había sido asesinado por quedarse con algún dinero de sus “empleadores”. También se especuló que había sido víctima de una red de trata y que lo mataron cuando algo salió mal entre el secuestro y su entrega.
Sin embargo, que los asesinos no hubiesen ocultado el cuerpo sino que, por el contrario, lo dejaran en un lugar donde fue rápidamente descubierto parecía desmentir esas líneas de investigación. Tampoco cuadraba la saña con que lo habían matado. La autopsia aportaba detalles todavía más escabrosos: Ramoncito no solo había sido violado sino también empalado antes de matarlo y decapitarlo. Al cuerpo, también le habían sacado la sangre, arrancado parte de la piel y el cuero cabelludo, y le faltaban varias vértebras.
Transcurrieron varios meses sin que se pudiera establecer una hipótesis firme que llevara a establecer los motivos del crimen y permitiera descubrir sus perpetradores, hasta que el trabajo de un antropólogo y la declaración de una adolescente de 14 años revelaron que Ramón había sido víctima de un ritual satánico perpetrado por diez personas que, posiblemente, actuaron por orden y con el financiamiento de otras de posición encumbrada cuyos nombres se sospecharon pero nunca pudieron sacarse a la luz.
Un crimen ritual
Fue el antropólogo correntino José Humberto Miceli quien, tres meses después del asesinato de Ramoncito, puso en foco la posibilidad de un crimen ritual. Especializado en ritos guaraníes precolombinos, al sumarse a la investigación y examinar los restos advirtió que el nene tenía estigmas en las manos, que había señales inequívocas de torturas antes de la muerte y que los huesos que habían sido extraídos del cuerpo tenían un significado en una serie de rituales que, en una extraña mezcla, iban desde el umbandismo y las antiguas tradiciones guaraníes hasta el culto de San la Muerte.
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Pero el testimonio decisivo lo aportó “Marianita”, una chica de 14 años que fue interrogada apenas unos días después del crimen, porque se sabía que conocía a Ramoncito. En esa ocasión, la chica no dijo nada revelador y fue olvidada por los investigadores, hasta que una vecina de la casa en la que vivía con su abuela denunció que allí se reunían personas para hacer “cosas raras” y que siempre había olor a animales muertos.
La justicia ordenó hacer un allanamiento, donde la policía encontró un libro de magia negra. Eso solo no probaba nada, pero en medio del operativo policial, la chica “se quebró” y contó que estaba presente cuando mataron a Ramoncito.
El relato de Marianita
Marianita relató que los participantes de la ceremonia empezaron a tomar vino en copas a las que “les agregaban un líquido rojizo con una jeringa”, y que mientras bebían uno de ellos comenzó a aullar y los demás lo imitaron, y comenzaron a bailar alrededor del Ramoncito, al que después violaron varias veces, le introdujeron un palo en el ano y lo golpearon por turnos. Dijo que primero lo tenían sentado en un sillón de tapizado marrón, pero que después lo acostaron sobre una alfombra gruesa y lo mataron. “Dany (Daniel Alegre, el autor material del asesinato) le dio un golpe fuerte con un cuchillo, pero no se desprendió del todo la cabeza. No sé si ya estaba muerto, pero ya no hablaba. Después lo pusieron arriba de una hostia negra. Y juntaron sangre del cuerpo”, les contó primero a los policías y más tarde a los funcionarios judiciales.
La chica señaló además la casa donde se desarrolló la ceremonia y nombró a todos los participantes. En los allanamientos de las viviendas de los asesinos se encontraron otros dos manuales de magia negra, en uno de los cuales se explicaba cómo se debía dejar el cuerpo ofrendado, una descripción que coincidía con cómo había sido hallado el cadáver de Ramoncito.
En una de las casas allanadas, la policía encontró una lista con nombres de chicos del barrio, al lado de cada uno de los cuales había un precio. El de Ramoncito era el más alto. Eso llevó a pensar que, además de los autores materiales, había otros implicados en la muerte del nene, quizás los que pagaron para su sacrificio en un ritual que serviría a sus fines.
Antes, un bebé
En un momento de su testimonio, Marianita pronunció una frase que reveló otro crimen atroz: “Él por lo menos vivió 11 años... peor el bebé”. Cuando le preguntaron a qué bebé se refería, contó que, antes de matar a Ramoncito, el grupo había sacrificado a un recién nacido. Eso abrió otra línea de investigación que llevó a un caso que estaba sin resolver: el de un bebé muerto que, aproximadamente en la fecha que marcaba la chica, alguien había dejado en la puerta de una abogada de la Defensoría de Menores.
A medida que avanzaba la investigación, Marianita y su abuela comenzaron a recibir amenazas de muerte, que luego se ampliaron a los funcionarios judiciales que trabajaban en la causa. Una secretaria del juzgado recibió una carta que contenía un recorte de diario con la noticia de la detención de dos de los implicados y una nota de solo cuatro palabras: “Nos vamos a vengar”. También fue amenazado de muerte el primer juez que tuvo a su cargo la instrucción, Pablo Fleitas, y algunos investigadores del caso recibieron fotos intimidatorias que los mostraban en diferentes lugares de la ciudad para dejarles en claro que los estaban vigilando.
El juicio y los condenados
Durante el juicio quedó establecido que Ramoncito murió víctima de un ritual con características de prácticas medievales y credos de origen africano del que participaron por lo menos diez personas en el interior de una casa alquilada.
Todos los miembros de la banda fueron condenados por el delito de “homicidio triplemente calificado, por haberse cometido con ensañamiento, alevosía y con el concurso premeditado de dos o más personas, en concurso real con el delito de abuso sexual con acceso carnal y gravemente ultrajante y privación ilegítima de la libertad”. En 2011 fueron sentenciados a prisión perpetua César Carlos Alberto Beguiristain, Yolanda Martina Ventura, Esteban Iván Escalante, Jorge Carlos Alegre, Claudio Nicolás González, Osmar Aranda, Ana María Sánchez y Patricia López.
Daniel Alegre, el autor material del crimen, fue el único que logró evadir el primer proceso judicial. Estuvo prófugo durante 4 años, hasta que lo descubrieron en Córdoba trabajando como inspector de tránsito con una identidad falsa. Fue condenado a la pena máxima en julio de 2015.
El asesinato de Ramón Ignacio González fue el primero en ser calificado como “crimen ritual” por la justicia argentina.
El enigma del poder
En 2023, el periodista y docente Leonardo Gentile publicó su libro Satán de los esteros, producto de una investigación de casi diez años sobre el asesinato de Ramoncito, en cuyo transcurso repasó en profundidad todos los documentos judiciales, logró entrevistar a varios de los implicados en el crimen y a la propia Marianita, que vivía bajo una identidad protegida para resguardarla de las amenazas de muerte que seguía recibiendo.
En el transcurso de su investigación, el periodista pudo determinar por qué el grupo eligió a Ramoncito como víctima del ritual. “La persona elegida para sacrificar debía tener ciertas características, como, por ejemplo, ser un niño inocente. Tenía que ser menor de doce años, porque consideran que a los doce empieza la pubertad y el niño pierde la inocencia. Lo eligen por ciertas características físicas, también, y otras vinculadas a su personalidad: era un chico muy inocente que, de alguna forma, tenía la mantención de su casa. Era el mayor de los hermanos y su mamá era una mujer muy vulnerable. Entonces él estaba todo el día en la calle vendiendo estampitas para mantener a la familia. Este grupo le ofrece cosas: como él veía mal, le prometen que iban a comprarle lentes, un celular, que en ese momento era un objeto de lujo. Dentro del grupo había otra nena que a él le gustaba, un poco más grande, Marianita. Entonces ellos usan a esta nena para atraerlo”, explicó al presentar el libro.
Además de reconstruir hasta en los más pequeños detalles el crimen ritual, Gentile se detuvo en las líneas de investigación que apuntaban a la existencia de otros implicados en el asesinato, más allá de sus autores materiales, cuyos nombres siguen siendo desconocidos.
Gentile está convencido, además, de que por encima de los miembros del grupo satánico que cometió el crimen había personas encumbradas social y políticamente, que pagaron no solo para asesinar a Ramoncito sino también para que perpetraran otros rituales similares. “Para mí el grupo surge por gente con poder que creía que practicando ciertos rituales iban a ascender política o económicamente, y usaron al grupo para que hiciera lo que ellos no podían hacer”, sostiene.
Cuando se están por cumplir 18 años del asesinato ritual de Ramón Ignacio González, los nombres de esos supuestos autores intelectuales del crimen, si es que existieron, continúan protegidos por el hermético silencio de los condenados.