La vida y las luchas de Simón Radowitzky, el joven anarquista ruso que asesinó al coronel Ramón Falcón con una bomba casera

Su nombre quedó escrito en la historia como el autor del atentado que mató al militar responsable de la sangrienta “Semana Roja” en Buenos Aires, pero su vida fue un intenso periplo que tuvo lo llevó de Rusia a la Argentina, estuvo preso y luego se sumó a las Brigadas Internacionales en la Guerra Civil Española para terminar sus días en México

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Simón Radowitzky había nacido en el Imperio Ruso y murió en México
Simón Radowitzky había nacido en el Imperio Ruso y murió en México

Por conveniencia o por mera simplificación hay nombres que, con el paso del tiempo, quedan asociados para siempre en los manuales de la historia oficial con un único hecho y solo se los conoce por eso, como si en un presente sin pasado ni futuro su dimensión humana quedara reducida a un momento. Es sin duda el caso de Simon Radowitzky, el autor del atentado que se cobró la vida del coronel Ramón L. Falcón una mañana de noviembre de 1909 en Buenos Aires. Para unos será el “asesino”; para otros, el “ajusticiador”. Los demás hechos de su vida -el antes y el después- quedarán bajo las sombras de un olvido intencionado.

Antes: una infancia poco escolarizada pero de lecturas voraces, una adolescencia rebelde en la que abrazó el anarquismo, la militancia precoz pero audaz que lo obligó al exilio para escapar de la muerte en un campo de trabajos forzados en Siberia. Y después: una resistencia inquebrantable en la cárcel de Ushuaia, la Siberia argentina de esa época; la presión popular que le arrancó su indulto a Hipólito Yrigoyen, la expulsión a Uruguay sin siquiera documentos, la participación en la Guerra Civil Española y los últimos años en México como fabricante de juguetes y propagandista del socialismo libertario.

Esa cristalización de Radowitzky en un solo momento, en la escena que lo congela en la acción de arrojar una bomba contra un carruaje, no es casual: también permite -en espejo- fijar en un bronce estatuario la imagen del coronel Falcón para obturar el registro de sus propias acciones, las que lo llevaron a ser un “blanco” en la convulsionada Argentina de principios del siglo XX.

El coronel Ramón Lorenzo Falcón, víctima junto a su secretario, Juan Lartigau, del atentado anarquista cometido por Simón Radowitzky (Revista Caras y Caretas)
El coronel Ramón Lorenzo Falcón, víctima junto a su secretario, Juan Lartigau, del atentado anarquista cometido por Simón Radowitzky (Revista Caras y Caretas)

El coronel represor

En noviembre de 1909, el coronel Ramón Lorenzo Falcón tenía 54 años y una larga trayectoria por la que, tres años antes, el presidente José Figueroa Alcorta lo había elegido para ocupar el cargo de jefe de la policía de la Capital Federal. Eran tiempos violentos, todavía resonaban los ecos de la revolución radical de 1905 y el país estaba bajo estado de sitio.

A criterio del mandatario, era el hombre ideal para la tarea de acallar -sin contemplar los medios- las protestas políticas y sociales. Egresado del Colegio Militar en 1873, participó de la llamada Campaña del Desierto, durante la cual su saña para exterminar a los pobladores originarios le valió el grado de coronel. Corría 1898 cuando regresó a Buenos Aires y pidió el retiro para sumarse a las pujas políticas de la época y ocupar una banca de la Cámara de Diputados.

Llamado para comandar la policía, el coronel Falcón no tardó en demostrar que era el hombre indicado. El 1° de mayo de 1906 ordenó -y comandó- la represión del acto organizado por los sindicatos para conmemorar el Día Internacional de los Trabajadores y reclamar por sus derechos en un país donde la jornada de ocho horas era todavía una quimera. En medio del acto, un cuerpo de 120 policías a caballo cargó contra la multitud y disparó con armas de fuego contra los obreros desarmados. Hubo muertos y heridos que los medios de la época ni siquiera se preocuparon por contabilizar.

Un año después, en julio de 1907, se lució nuevamente en la represión de la huelga de inquilinos, que reclamaban al gobierno la regulación de las viviendas y las condiciones de vida en los conventillos. Esa vez no usó armas de fuego, sino que ordenó a los bomberos que dispersaran a los manifestantes -hombres, mujeres y niños- arrojándoles con sus mangueras agua helada a presión en medio del frío invernal.

Simón Radowitzky fue indultado por Hipólito Yrigoyen y se exilió en Montevideo, Uruguay
Simón Radowitzky fue indultado por Hipólito Yrigoyen y se exilió en Montevideo, Uruguay

La Semana Roja

Pero al coronel Falcón le faltaba todavía perpetrar su obra cumbre otro 1° de mayo, el de 1909. Ese día, alrededor de 70.000 de trabajadores porteños y del conurbano convocados por la anarquista Federación Obrera de la República Argentina (FORA), se reunieron en la Plaza Lorea para, nuevamente, reclamar por sus derechos y, además, hacer un homenaje a los “Mártires de Chicago”.

El jefe de policía decidió ocuparse personalmente de la vigilancia del acto y, también, de sofocar la protesta. Su rostro ya era conocido por los trabajadores, para ellos era la cara de la represión. “En ese momento llegó un auto al cruce de la Avenida de Mayo con Salta, en el que viajaba nada menos que el jefe de la Policía, coronel Falcón. Frente a su presencia, los anarquistas reaccionaron al grito de ‘abajo el coronel Falcón, ‘mueran los cosacos’, ‘guerra a los burgueses’. A Falcón, directamente le gritaban ‘perro’. Esa fue la señal para que el jefe de policía ordenara el ataque de los uniformados contra las masas obreras. Se desató una lluvia de balas y, con ellas, comenzó uno de los grandes dramas de las luchas obreras. Atacó, además, la caballería de la policía. Caían los obreros, la plaza se quedó vacía y el pavimento sembrado de gorras y charcos de sangre”, reconstruyó el periodista e historiador Osvaldo Bayer.

Sobre el asfalto quedaron tendidos doce obreros muertos por las balas policiales, en tanto que unos ochenta manifestantes sufrieron heridas. Tres días más tarde, en medio de una huelga general, unas 300.000 personas participaron del entierro de las víctimas, mientras las protestas por la represión se extendían por varias ciudades del país.

Esos hechos pasaron a la historia como “La Semana Roja”. Fue la primera vez que en la Argentina un gobierno debió negociar con las conducciones obreras. Debió aceptar una serie de reclamos, pero se negó a cumplir con una exigencia clave de los trabajadores: la destitución del jefe de policía represor. Ramón L. Falcón seguía en su cargo cuando su trayectoria lo llevó a la escena de la mañana del 14 de noviembre de 1909.

El coronel Ramón Lorenzo Falcón fue el responsable de la represión de la Semana Roja (Grosby)
El coronel Ramón Lorenzo Falcón fue el responsable de la represión de la Semana Roja (Grosby)

El joven anarquista

Simón Radowitzky nació un mes indeterminado de 1891 en una provincia ucraniana perteneciente al Imperio Ruso y tenía 17 o 18 años en noviembre de 1909. Había llegado a Buenos Aires un año antes.

Procedía de una familia obrera de origen judío y debió dejar la escuela primaria para meterse en un taller como aprendiz de herrero. A los 14 años trabajaba en una metalúrgica y ya abrazaba las ideas anarquistas cuando fue herido de un sablazo por un cosaco en la represión de una manifestación por la reducción de la jornada laboral. Estuvo seis meses en cama y al recuperarse debió cumplir una condena de cuatro meses de prisión por repartir propaganda obrera.

No se amilanó y la revolución rusa de 1905 lo encontró como segundo secretario del soviet de su fábrica. El fracaso de la movida revolucionaria lo convirtió en un blanco para la represión zarista y debió huir para no ir a parar a una prisión siberiana. Poco se sabe del periplo que realizó para llegar a Buenos Aires en 1908.

Consiguió trabajo como mecánico en los talleres de Campaña del Ferrocarril Central Argentino, donde se puso en contacto con los grupos anarquistas de la FORA. Después se trasladó a la Capital, donde trabajó como herrero y mecánico. El 1° de mayo de 1909 lo encontró en el acto de la Plaza Lorea, donde escapó ileso de la sangrienta represión ordenada por el jefe de policía. Ese fue el camino recorrido por el joven Simón Radowitzky hasta quedar cara a cara con el coronel Ramón L. Falcón.

El atentado

Radowitzky se ofreció para atentar contra Falcón y preparó con sus propias manos la bomba casera que llevaba la mañana del 14 de noviembre de 1909, cuando se bajó del tranvía 17 y caminó en dirección al cementerio de la Recoleta. Falcón viajaba en un carruaje acompañado por su secretario, Juan Alberto Lartigau. Venían de asistir al funeral de un policía sin saber que se toparían con sus propias muertes.

Dibujo publicado en Caras y Caretas en el que se reconstruyó el momento en que estalla el artefacto explosivo arrojado por Simón Radowitzky dentro del coche en el que viajaba Ramón Falcón
Dibujo publicado en Caras y Caretas en el que se reconstruyó el momento en que estalla el artefacto explosivo arrojado por Simón Radowitzky dentro del coche en el que viajaba Ramón Falcón

Cuando el vehículo llegó a la esquina de Quintana y Callao, el joven anarquista arrojó la bomba dentro del carruaje y los hizo volar por los aires para dejarlos desparramados sobre el adoquinado. Los trasladaron heridos al Hospital Fernández, donde Falcón dio su último y dificultoso suspiro pocas horas después.

Luego de arrojar la bomba, Radowitzky intentó escapar corriendo por Callao, perseguido por varios policías que estaban en las inmediaciones y también por algunos vecinos. Lo acorralaron a las pocas cuadras y, para no entregarse, se disparó un tiro en el pecho al tiempo que gritaba “¡Viva la anarquía!”. La bala no lo mató y, aún herido, lo molieron a golpes mientras lo llevaban al Hospital Fernández, el mismo donde agonizaba Falcón.

Los médicos le curaron una herida en la zona derecha del pecho y, como no corría riesgo de muerte, los policías lo trasladaron a una comisaría, donde fue sometido a torturas. Como no llevaba documentos, no sabían quién era, y tampoco pudieron sacarle información sobre sus posibles cómplices. Radowitzky gritó de dolor, pero no dijo una sola palabra.

Al entierro de Falcón y Lartigau asistió una multitud (Revista Cartas y Caretas).
Al entierro de Falcón y Lartigau asistió una multitud (Revista Cartas y Caretas).

En el juicio, el fiscal Manuel Beltrán pidió que lo condenaran a muerte. “Debo manifestar aquí que, no obstante ser la primera vez que en el ejercicio de mi cargo se me presenta la oportunidad de solicitar para un delincuente la pena extrema, lo hago sin escrúpulos ni vacilaciones fuera del lugar, con la más firme conciencia del deber cumplido (…) Radowitzky (es) un elemento inadaptable cuya temibilidad (sic) está en razón directa con el delito perpetrado, y que sólo puede inspirar la más alta aversión por la ferocidad del cinismo demostrado, hasta el extremo de jactarse hoy mismo de ese crimen y de recordarlo con verdadera fruición”, dijo en su alegato final.

Si Radowitzky no terminó sus días frente a un pelotón de fusilamiento se debió a que un certificado de nacimiento que llegó desde Ucrania a través de la embajada argentina en París documentó que al cometer el atentado era menor de edad y la ley argentina impedía la ejecución de menores y mujeres. Lo condenaron a prisión perpetua.

En la Siberia argentina

Así, mientras la imagen del coronel Falcón quedaba esculpida en el bronce de la historia oficial, el joven anarquista Radowitzky fue a parar con sus maltrechos huesos a la cárcel de Ushuaia, la prisión de la Siberia argentina.

En el penal del fin del mundo le dieron un tratamiento especial, mucho peor que el de los otros presos. Sufría malos tratos cotidianos y la única lectura que le permitían era la Biblia. “Más todavía, que cuando llegaba el aniversario de su atentado contra Falcón, se lo condenaba a estar una semana en un calabozo al aire libre, sin calefacción”, cuenta Osvaldo Bayer.

Vista aérea de la Cárcel del Fin del Mundo en Ushuaia donde estuvo confinado Simón Radowitzky
Vista aérea de la Cárcel del Fin del Mundo en Ushuaia donde estuvo confinado Simón Radowitzky

Pese a todo, no lograron quebrarlo y al poco tiempo se convirtió en una suerte de líder a la hora de los reclamos por las condiciones de vida a las que estaban sometidos los detenidos. En 1918, no contentos con los maltratos, el subdirector del penal, Gregorio Palacios, y tres guardiacárceles, lo violaron. Al conocer el abuso, el periódico anarquista La Protesta publicó el caso, lo que provocó que el presidente Hipólito Yrigoyen ordenara una investigación. Los tres guardias fueron cesanteados, pero el subdirector del penal quedó tranquilo en su puesto.

El 7 de noviembre de ese año, Radowitzky logró escapar de la cárcel en una audaz operación preparada en conjunto con anarquistas argentinos y chilenos, que lo embarcaron en una goleta que habían alquilado en Punta Arenas. El plan original era desembarcar a Radowitzky en algún lugar apartado, con víveres para resistir hasta que la búsqueda hubiese amainado su intensidad, pero finalmente decidieron seguir hasta Punta Arenas. Fue un error, porque la nave fue interceptada por un navío de la Armada chilena, que unos días después lo devolvió a Ushuaia.

Nadie había logrado antes escapar del penal del fin del mundo y el castigo que recibió de las humilladas autoridades de la cárcel fue brutal. “Simón será encerrado durante más de dos años en una celda, aislado, sin ver la luz del sol y sólo a media ración”, relata Bayer.

Mientras tanto, en Buenos Aires, los reclamos por la libertad de Radowitzky -ya considerado un héroe de la clase obrera y de las luchas anarquistas- iban creciendo en intensidad. Una de sus acérrimas defensoras fue la poeta Salvadora Medina Onrubia, esposa de Natalio Botana el creador del diario Crítica. Presionado, el 14 de abril de 1930, meses antes de ser derrocado, el presidente Hipólito Yrigoyen le concedió el indulto.

Coherente hasta morir

Radowitzky, con 39 años, pensó en volver a Buenos Aires pero, por presión del Ejército, el mismo gobierno que lo había indultado lo envió al exilio en Montevideo. Allí trabajó como mecánico y volvió a vincularse con los círculos anarquistas hasta que a fines de 1934 el gobierno de Rafael Terra pretendió expulsarlo aplicando la ley de extranjeros indeseables, aunque finalmente lo recluyó en la cárcel de Isla de Flores. Después de un largo proceso legal, su abogado defensor, Emilio Frugoni, logró en 1936 la conmutación de su pena por la de arresto domiciliario.

A Simón Radowitzky fue torturado y vejado en prisión (Grosby)
A Simón Radowitzky fue torturado y vejado en prisión (Grosby)

Pasó muy poco tiempo en Montevideo, porque al iniciarse la Guerra Civil Española, se alistó en las Brigadas Internacionales para pelear contra las tropas franquistas. Sin embargo, una vez allá, los dirigentes de la anarquista Confederación Nacional del Trabajo (CNT) no le permitieron combatir. El anarquismo ya había perdido en batalla a uno de sus líderes, Buenaventura Durruti, y no se podía permitir perder a otro que era un emblema de sus luchas. Lo dejaron, en cambio, ocuparse del transporte de suministros al frente y después lo destinaron a la oficina del Propaganda Exterior, donde la CNT le encargó trasladar el archivo histórico del partido a Ámsterdam para evitar que los documentos cayeran en manos del franquismo.

Tras la derrota cruzó los Pirineos para escapar a Francia, donde fue confinado en el campo de refugiados de Saint Cyprien, hasta que logró escapar y viajó a México, donde llegó con un pasaporte expedido por la República Española en el que figuraba con el nombre de Raúl Gómez Saavedra.

Ese fue el último destino del extenso periplo de Simón Radowitzky. En Ciudad de México trabajó como editor de revistas del movimiento anarquista y fabricante de juguetes, al tiempo que daba conferencias en defensa del “socialismo libertario”.

Murió de un infarto el 29 de febrero de 1956, a los 64 años, y sus restos descansan en el Panteón Español del Distrito Federal. Su epitafio dice: “Aquí reposa un hombre que luchó toda su vida por la libertad y la justicia social”.

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