Historia íntima de Locuras: el templo del rock que atravesó a tres generaciones y nació por una calcomanía en un kiosco

Sumo y The Rolling Stones fueron las primeras bandas que empujaron el fenómeno del merchandising. La marca que creó Carlos Hasmat llegó a tener diez locales en los que se vendían remeras, mochilas, parches y también entradas. Fue el punto neurálgico del rock barrial

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Desde 2004, Locuras vende merchandising
Desde 2004, Locuras vende merchandising en grandes recitales. Empezó en un show de Los Piojos en River

Hace algunos meses, cuando se estrenó IntensaMente 2 en los cines de todo el mundo, la gran estrella fue Ansiedad, la más destacada de las emociones que hicieron su debut en esta secuela y, sobre todo, un reflejo del clima de época. También desfilaron por la pantalla grande Envidia, Vergüenza y Apatía. En medio de todo la acción y por una puertita chiquita, dos o tres veces a lo largo de la película, apareció otra emoción desconocida hasta ese momento en la saga de Disney y Pixar. Tenía anteojos grandes, caminar algo encorvado y la voz finita, y un afán por recordarle a Riley, la portadora de todas esas emociones, algunas escenas entrañables de su (corto) pasado. Se trataba de Nostalgia.

Las risas que despertaron las apariciones de Nostalgia en los cines llegaban estruendosas cuando todas las demás emociones la empujaban de nuevo para que se metiera en la puertita de la que había salido y le advertían que era demasiado pronto para que hiciera su entrada. Claro, Riley es apenas una pre-adolescente. El espejo retrovisor de su vida todavía no tiene tantos kilómetros para mostrar.

Fundido a negro. En apenas unos pocos días, hace unas semanas, los hermanos Gallagher anunciaron la reunión de Oasis después de 15 años y la cuenta oficial de Los Piojos en Instagram avisó que el 14 y el 15 de diciembre, en el Estadio Único de La Plata, hay Ritual, que es como la banda y su gente llamaron históricamente a sus shows en vivo. Una puertita se abrió en algún rincón del cuerpo de millones de personas en el mundo y de cientos de miles en la Argentina y, ya con cierto dolor en las lumbares proporcional a preferir platea más que campo, hizo su aparición Nostalgia y puso a todos los que puedan pagar en la fila para sacar una entrada mientras las canciones que narran su vida volvieron a sonar en sus casas, sus autos y sus auriculares.

En medio de ese revival, uno de los miles de nostálgicos tuiteó y su tuit se hizo viral a fuerza de esa misma emoción tan capaz de reunir a gente desconocida que comparte sentimientos, estribillos y, generalmente, décadas transcurridas en el mundo. El tuit decía nada más que “Hola, me das dos para La Plata el sábado 14″ y mostraba la foto de un mostrador. Pero no cualquier mostrador. Uno de un local con estanterías pintadas de rojo y con una marquesina que dice la palabra mágica: “Locuras”. Con la O hecha de un ojo atravesado por un clavo y las demás letras sangrantes.

El último furor fue hace
El último furor fue hace pocos días, luego del anuncio de los shows de la banda liderada por Andrés Ciro Martínez: se multiplicó exponencialmente la venta de remeras y objetos "piojosos"

A esta altura, Nostalgia gobierna con superpoderes y miles de argentinos de los que tienen entre, digamos, 30 y 55 años, saben de qué les habla el tuit. Tienen a Locuras en algún rincón del disco rígido porque fueron alguna o cientos de veces a esa rockería-templo a comprar una remera, una mochila o cuatro entradas para un recital. Se acuerdan qué colectivo tomaban para llegar, qué sucursal les quedaba mejor y qué tesoro textil con los dibujos de su banda favorita consiguieron allí.

Pero Locuras no fue siempre esa rockería única en su rubro, elegida por las bandas que publicaban sus recitales en los suplementos jóvenes de los diarios de papel como sede analógica para la venta de localidades y con hasta diez locales abiertos a pulmón en la Ciudad, el Conurbano y la Costa Atlántica. Antes de ser todo eso, ese centro neurálgico de la Argentina en la que floreció el rock barrial y la cultura stone, Locuras fue un kiosco de tres o cuatro metros cuadrados a dos cuadras de la estación Morón del ferrocarril Sarmiento.

Hoy, a casi cuarenta años de su nacimiento, esa localidad del oeste bonaerense sigue siendo casa matriz de Locuras, aunque en un local mucho más grande y mejor ubicado. Los otros dos que permanecen abiertos están en Villa Gesell, donde desde 2013 vive Carlos, su fundador, y Cosquín, plaza no sólo folklórica sino también rockera desde que se lleva a cabo allí el festival que congrega decenas de bandas cada febrero.

“Yo vivía en una pensión y me emplearon los dueños de esa pensión que tenían un kiosco al lado. Un local mínimo, de dos por dos. Los días que salía de la colimba atendía el kiosco. Tenía 19, 20 años. En algún momento lo pusieron en venta pero me dijeron que me lo querían vender a mí, y yo lo compré”, le cuenta Carlos Hasmat a Infobae. Tiene 68 años y, cuando compró el kiosco, no había cursado la escuela secundaria.

Por esos años, además de atender el local recorría distintas zonas del Gran Buenos Aires y de la Ciudad vendiendo lo que hubiera comprado a un precio conveniente. Está seguro de que su admiración hasta hoy por los vendedores que van y vienen ofreciendo su mercadería en los vagones de los trenes viene de ahí, de saber cuánto hay que sacrificarse para vaciar el bolso y llevar un mango a casa.

El "Eddie" de Iron Maiden
El "Eddie" de Iron Maiden es parte del logo emblemático de Locuras

El kiosco, sobre la calle Salta, duró diez años bajo la tutela de Carlos. “Cada vez se achicaba más la mercadería obvia del kiosco y se sumaban otras alternativas. Eran los 80, vendía pósters, fotos y, sobre todo, salían muchísimo las calcomanías. Imaginate: eran los años del Fitito, el Peugeot 504, todos llenos de calcos. Todo el mundo quería una. Así que puse un taller de calcomanías, las vendía en el kiosco y también salía con el bolso y las vendía en la calle”, se acuerda.

Escuchaba Silvio Rodríguez y Joan Manuel Serrat. No sabía lo que Luca Prodan y Mick Jagger, los líderes de las dos bandas que empezaron a construir su camino en el merchandising de rock, le tenían deparado. Pero algo de ese rumbo empezó a asentarse cuando Carlos se dio cuenta de que la calcomanía que más vendía era “una de un tipo con la boca gritando como loco a través de un vidrio y arañando ese vidrio”. En su taller, Carlos tenía codificada esa calcomanía como “El loco naranja”, así que, por el impulso que le daba ese “loco” a su ventas, decidió que su local, cada vez menos kiosco, iba a llamarse Locuras. Pintó el nombre sobre una chapa y empezó a exhibirlo. Era 1985.

“Locuras es el resultado de mucho trabajo”, enfatiza Carlos, que habla con detalle de la marca que lo llevó al éxito pero que prefiere no salir en las fotos. “Ni en la cresta de la ola era importante mi cara. Acá lo importante es Locuras, que tiene la misma edad que la Rock & Pop”, dice. La calle fue su gran escuela para aprender a vender y detectar qué productos convenía comprar. “Vi que se movían las calcomanías de rock y fui sumando otros artículos. Los parches de tela con los logos de las bandas, y un día llegaron las remeras. Ese fue el primer click fuerte para convertir el camino”, cuenta Carlos desde Villa Gesell, donde se ocupa del local sobre la céntrica Avenida 3.

En 1987 ya vendía remeras con la cara de Luca Prodan, el nombre de Los Redondos y la lengua de los Stones. Los calcos, las fotos, los pósters y las remeras le daban de comer a él y toda su familia. Pronto abrirían una estampería para hacer ellos mismos la indumentaria, tal como hacen hasta hoy. Confía en su producto Carlos: “En los recitales, cuando llevamos el puesto de Locuras para vender, yo grito a viva voz que vendemos las remeras más caras. Si me traen una de la misma calidad les hago un descuentazo”, se agranda.

Una remera puede costar entre 17.000 y 22.000 pesos, según en qué local se venda y de qué banda sea. Las de Los Piojos fueron furor en Morón apenas se anunciaron las fechas en La Plata. En una semana suelen venderse tres o cuatro unidades, y luego de que se oficializaron los shows, les encargaron alrededor de cincuenta en las primeras 24 horas. Pero volvamos a la historia de un mito.

Un ojo clavado y letras
Un ojo clavado y letras sangrantes, el logo que inventó un pintor desconocido para el dueño de la marca

“Yo me iba a vender a la costa en el Renault 12. Arrancaba en San Clemente y terminaba en Mar del Plata. Llevaba todo para que tuvieran en la temporada”, cuenta Carlos. Mar del Plata fue su trampolín. Allí instaló el primer local “en serio” de Locuras. “Yo atendía un kiosco en chancletas en Morón. La peatonal de Mar del Plata era la Quinta Avenida para mí”, se ríe. Se instaló en esa peatonal que lo deslumbró y ahí recibió al pintor de paredes que en realidad era artista plástico y que le dijo que no podía tener ese local con esa mercadería exhibiendo nada más que una bandera con la palabra “Locuras” pintada.

“Ese pintor fue el inventor del logo de Locuras. De la palabra sangrante, el ojo y el Eddie que nos distingue hasta hoy”, cuenta. Eddie es el personaje de ficción -bastante inquietante en sus rasgos- que le sirve de “mascota” a la banda Iron Maiden y que se incorporó por decisión de un pintor anónimo al histórico logo de Locuras. Carlos no sabe el nombre del pintor, no volvió a verlo nunca más después de que le acercó su creación, que tampoco cobró.

“Explotó el rock. Yo atendía Mar del Plata y Graciela, la madre de mis hijos, atendía en Morón. Me explotaron Bon Jovi y los Guns n’ Roses en las manos. En temporada, yo tenía el local abierto hasta las 3 de la mañana y cuando volvía a abrirlo a las 9 había pibes esperando en la puerta”, cuenta Carlos.

La venta de entradas llegó de la mano de bandas como Hermética, que antes de ser un fenómeno fue una banda chiquita, y de Flema. Como veían que Locuras tenía movimiento, en sus volantes ponían la dirección como punto de venta. El boca en boca hizo lo demás y, cuando Locuras abrió su local en Once -tal vez el más emblemático-, empezaron a acercarse bandas como Los Piojos, Viejas Locas o La Renga. Del volante pasaron a las revistas especializadas o los suplementos jóvenes, y de ahí a Rock & Pop. El furor era total. Llegaron a vender entradas de bandas internacionales como AC/DC, Sepultura y Judas Priest, y a ser la marca indiscutida para los “rollingas” que se compraban sus mochilas negras con el logo de su banda favorita para llevar al secundario en los últimos 90 y los primeros 2000.

La rockería es un recuerdo
La rockería es un recuerdo nostálgico para tres generaciones, pero todavía van estudiantes secundarios en busca de remeras de Pink Floyd, The Beatles y Led Zeppelin

Al local de Once se sumó el de Munro. Carlos también abrió sus sucursales en Flores y en Belgrano. “Me agarró la loca y armé Villa Gesell, San Bernardo y Santa Teresita. En un momento ya me había ido de objetivo”, asegura. Probó en Laferrere y en Quilmes. Llegó también la sucursal de Cosquín.

Y a la venta de entradas en sus sucursales, y de productos vinculados al rock que van desde las púas para tocar la guitarra hasta las billeteras, los llaveros, los discos e incluso las tangas vinculadas a alguna banda en particular, se sumó la venta de merchandising en los recitales. “El primero grande fue en 2004, cuando Los Piojos llegaron a River”, se acuerda Carlos. Mientras habla con Infobae avisa que lo próximo será La Renga en Comodoro Rivadavia. Él mismo irá a encargarse de la venta a su puesto.

“Nunca formé a un ladero que pudiera seguirme de cerca, siempre fui muy verticalista. Cuando la pegué, la pegué yo, y cuando me equivoqué, el que erró fui yo. A la vez, cuando tenés éxito comercial también podés irte de eje y tener complicaciones de la escala de ese éxito. Porque para crecer arriesgás. En un momento tenía deudas con AFIP que se habían vuelto imposibles de pagar y empecé a cerrar locales. No quería saber más nada, no quería salir de mi casa, sentía que no podía hacer nada. El apremio financiero y sobre todo impositivo me llevó a enfermarme. Me diagnosticaron depresión, me traté y a los seis meses estaba mucho mejor. Pero decidí que a esa forma de vivir no volvía más y me vine a vivir a Gesell”, describe Carlos. No sabe, hasta el día de hoy, porqué eligió ese destino y no Mar del Plata, su “trampolín”.

Locuras es un buen recuerdo para la gente y también para las bandas. Eso es algo muy lindo para mí”, dice Carlos, que terminó la escuela secundaria cuando tenía 25 años y se anotó a estudiar Derecho confiado en que podría combinar su vida como vendedor y padre con su vida de estudiante. “Pero no pude dar materias libres, no era para mí eso, y me volqué al negocio. El estudio era mi gran sueño, yo hubiera querido terminar. Pero no me arrepiento de nada”, asegura.

O de casi nada. Este hombre cercano a los 70 que escuchaba la voz cubana de Silvio Rodríguez y la catalana de Serrat está seguro de que tardó demasiado en prestarle atención verdadera a Charly García. “Me castigo por no haberlo escuchado antes”, dice. Hay algo que ya no lo sorprende pero que todavía lo alegra: cuando entran chicos de 16 ó 17 años a su local en busca de una remera de The Beatles o de Led Zeppelin o de Pink Floyd. Son ese tipo de bandas que dejaron de existir hace demasiado tiempo y que no desaparecerán mientras haya fanáticos dispuestos a escucharlas. Y dispuestos también a ver dónde les queda el Locuras más cercano para comprarse una remera que le haga saber al mundo entero de qué estribillos están hechos sus sentimientos.

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