Los canales de noticias de todo el planeta ya tenían preparados sus informes especiales para ese día, al cumplirse veinte años del atentado contra las Torres Gemelas del 11 de septiembre de 2001 cuando una noticia obligó a preparar de urgencia -sobre todo en Perú y varios países latinoamericanos- otra cobertura especial, disparada por un comunicado del Instituto Nacional Penitenciario de Perú (INPE). El texto, breve, conciso, informaba que esa mañana, a las 6:40, en un instituto geriátrico, había muerto un hombre: Abimael Guzmán, de 86 años, que cumplía una condena de prisión perpetua en la prisión de Máxima Seguridad de la Base Naval del Callao.
La salud de Guzmán, decía la información, venía deteriorándose desde el 13 de julio, lo que había obligado a trasladarlo de la cárcel al instituto geriátrico, donde la mañana de ese sábado 11 de septiembre de 2021 había fallecido a causa de “complicaciones en su cuadro clínico”.
El comunicado, en cambio, no repetía lo que todo Perú y gran parte del mundo sabían del muerto: que bajo el nombre de guerra de “Presidente Gonzalo” había liderado al grupo armado conocido como Sendero Luminoso, cuyo enfrentamiento durante más de una década con los sucesivos gobiernos peruanos -y sus fuerzas de seguridad- había dejado un saldo sangriento de casi 70.000 muertos y desaparecidos, de acuerdo con los datos recopilados por la Comisión de la Verdad y la Reconciliación (CVR) de ese país.
El fallecimiento de Guzmán ocurría un día antes de que se cumplieran 29 años de su detención, el 12 de septiembre de 1992, en una casa del barrio de Surquillo, en Lima, por un grupo policial de inteligencia creado especialmente para capturarlo. La imagen del temible jefe de Sendero, enjaulado y vistiendo el traje a rayas de los presos, había dado entonces la vuelta al mundo.
La captura del hombre más buscado de Perú no había producto de un golpe de suerte, sino el resultado de un arduo y prolongado trabajo de inteligencia que tuvo, incluso, ribetes dignos de una novela de suspenso.
Septiembre de 1992
Eran poco menos de las 12 de la noche del sábado 12 de septiembre de 1992 cuando Antonio Katín Vidal entró en la casa del barrio limeño de Surquillo con la seguridad de haber ganado la batalla más difícil de su vida. A pesar de eso, no mostró emoción alguna cuando se presentó ante el hombre que estaba sentado en un sillón.
-Soy el general Antonio Katín Vidal, jefe de la Dincote - le dijo.
El hombre del sillón, vigilado férreamente por un grupo de policías, se levantó de su asiento y alargó su mano derecha para estrechar la del general.
-Abimael Guzmán Reinoso - respondió.
-Usted sabe... En la vida se gana o se pierde. Usted que es dialéctico tiene que entender que ha perdido. Tome asiento - lo invitó Katín Vidal.
-Pueden haberme capturado a mí, a la gente... Pero lo que el pueblo tiene aquí no se lo quita nadie. La historia lo dirá - le contestó Guzmán.
El general ordenó registrar la casa. No había armas, pero sí una insignia guardada en un cajón.
-¿Y ésto? - preguntó el militar.
-Ah, ésta es una insignia que me regaló personalmente el presidente Mao - explicó Guzmán desde su sillón.
-Guárdesela - le dijo el general con amabilidad.
Poco más de doce años después de la quema de las urnas electorales en Chuschi, Ayacucho, el primer atentado cometido por Sendero Luminoso, la organización quedaba descabezada.
Salvo que había sido detenido por las fuerzas de seguridad, durante los siguientes quince días no se supo nada más de Guzmán, hasta que finalmente el gobierno peruano, bajo la presidencia de Alberto Fujimori, dio a conocer la famosa foto que lo mostraba detrás de las rejas, vestido con un traje a rayas.
Una larga espera
La casa donde fue capturado el líder de Sendero Luminoso estaba bajo vigilancia desde hacía meses, más precisamente desde el 24 de julio de 1992, cuando el Grupo Especial de Inteligencia (GEIN) de la Dirección contra el Terrorismo de la Policía Nacional (DINCOTE) la empezó a tener en la mira.
Ese grupo especial había sido creado por decisión de Fujimori y su mano derecha, Vladimiro Montesinos. “Realmente muy pocos conocieron lo que fue Sendero Luminoso. Muy pocos llegaron a determinar porqué Sendero crecía y crecía, e iba poniendo al Estado al borde del colapso. Tenemos que ser sinceros y admitir que hasta 1992 estábamos perdiendo la guerra. El 5 de marzo de 1990 se formó el GEIN, de la policía antiterrorista. Cambió la metodología de trabajo. Tuvimos que salir a buscar a los terroristas y no esperar a que nos los trajeran”, explicó en una entrevista el coronel Benedicto Jiménez, jefe de la unidad antiterrorista de la policía que capturó a Guzmán.
La “Operación Victoria”, como la llamaron, involucró a 82 agentes encargados de tareas de observación, vigilancia y seguimiento. Durante todos esos meses, los policías que se turnaban con disfraces de todo tipo para controlar los movimientos de la vivienda no habían visto ni una sola vez a Guzmán.
Le pusieron el nombre clave “El Palomar” a la casa que el arquitecto Carlos Incháustegui (nombre clave: “Lolo”) y la bailarina Maritza Garrido Lecca (nombre clave: “Lola”) habían alquilado. Como cobertura funcionaba una academia de danzas.
Suponían que Guzmán estaba allí por un soplo dudoso de un “arrepentido” que había negociado su salida del país y otros indicios que habían encontrado en la basura que se sacaba de la casa, como ciertos alimentos, cabellos, colillas de cigarrillos y, sobre todo, cajas vacías de un medicamento contra la psoriasis, una enfermedad que padecía el hombre más buscado de Perú.
“No salía de la casa. Permaneció prácticamente un año metido dentro. Se reunía con los dirigentes de uno en uno, evitando reuniones amplias. Iba a trasladarse a otra vivienda, en el campo. La orden estaba dada ya. Guzmán estaba rodeado de tres mujeres, las dirigentes más próximas. Se iban a ir a la sierra, donde habría sido mucho más difícil encontrarlo. Actuamos el día y la hora oportunos”, contó después Jiménez.
Nombre clave: “El Cachetón”
Recién el sábado 12 de septiembre estuvieron seguros de que Guzmán, a quien le habían dado el nombre en clave de “El Cachetón” por esa característica de su rostro, estaba en el lugar. Eran exactamente las 20:40 cuando se dio la orden de entrar en la casa de la Calle Uno 459, en Los Sauces, Surquillo, un tranquilo barrio de clase media.
Los primeros en irrumpir fueron los agentes con nombres clave de “Gaviota” y “Ardilla”, que habían realizado buena parte de la vigilancia haciéndose pasar por una pareja de enamorados. Detrás entró el resto del grupo. Hubo un solo disparo al aire.
En el segundo piso, Guzmán estaba sentado en un sillón. Una de las tres mujeres que estaban con él se lanzó para protegerlo con su cuerpo.
-Tranquilo, muchacho, ya perdí - le dijo Guzmán al alférez Julio Becerra, “Ardilla”, cuando éste entró a la habitación. No hizo un solo gesto de resistencia.
Con la casa controlada y Guzmán bajo vigilancia en su sillón, los agentes avisaron por radio a el general Katín Vidal y el coronel Jiménez. El mensaje fue de una sola frase:
-Positivo para “El Cachetón”.
En la casa, junto a Guzmán estaba Elena Iparraguirre, su pareja pero además jefa de operaciones de la organización. El descabezamiento había sido doble, prácticamente un golpe mortal para Sendero Luminoso.
Guzmán, Mao y Sendero Luminoso
Manuel Rubén Abimael Guzmán Reynoso nació el 3 de diciembre de 1934 en el pueblo de Mollendo, en la costa sur de Perú. Su padre tuvo la suerte de ganar un premio de la lotería nacional que le permitió mandarlo a un colegio católico y a la universidad.
Se licenció en Derecho y Filosofía en 1962, y tras recibirse se incorporó a la facultad de la Universidad Nacional de San Agustín en la ciudad montañosa de Arequipa, donde se convirtió en director de su programa de formación docente, que atrajo a estudiantes de pueblos indígenas. Para entonces ya abrevaba en las ideas del líder comunista Mao Zedong, lo que lo llevó a viajar a China en 1965 y en 1967 para conocer de primera mano la realidad de ese país.
En 1969, junto con otros once docentes y estudiantes de la universidad, fundó Sendero Luminoso, un nombre elegido en homenaje al comunista peruano José Carlos Mariátegui, en uno de cuyos textos había afirmado que “el marxismo-leninismo abrirá el sendero luminoso hacia la revolución”.
Guzmán se perfiló desde el principio como líder, pero también como gran propagandista que lograba sumar integrantes a las filas de la organización. “Era un maestro muy carismático, con un estilo retórico ameno que realmente atraía a los estudiantes. En parte, se volvió tan fuerte debido a 17 años de preparación y también porque los pasos en falso del gobierno crearon condiciones favorables para la revolución”, resumió el politólogo David Scott Palmer, que compartió la docencia con él en la universidad.
“Presidente Gonzalo”
En 1980, Sendero Luminoso llevó a cabo sus primeras acciones violentas, incluido el bombardeo de centros de votación y la toma de ayuntamientos en aldeas remotas. La mañana del 26 de diciembre de ese año, los vecinos de Lima se encontraron con perros muertos colgados de decenas de faroles. De sus cuellos, pendían carteles con consignas políticas referidas a las internas del Partido Comunista chino. Se los llamó “los perros de Deng Xiao Ping”.
Esta fue la primera señal de la brutalidad fantasmagórica que estaba a punto de iniciar en Perú. Guzmán, que empezó a hacerse llamar “Presidente Gonzalo”, se autoproclamó la “Cuarta Espada del Comunismo”, después de Marx, Lenin y Mao. Predicaba el “pensamiento Gonzalo”, que llevaría al mundo, de acuerdo con Guzmán, a una “etapa superior del marxismo”.
“Cuando Sendero Luminoso se alzó en armas, el intento de injertar la experiencia china, bajo el prisma de la Revolución cultural, en la muy diferente cultura peruana, pareció un esfuerzo condenado al fracaso. Para la mayoría de la gente en el Perú, incluida la considerable izquierda legal, el movimiento parecía ser una secta demente, irremediablemente divorciada de la realidad y la cordura”, escribió el periodista peruano Gustavo Gorriti.
Con el paso del tiempo la organización creció hasta llegar a controlar vastos territorios rurales en el centro y sur del país, y tuvo presencia incluso en áreas cercanas a Lima en donde perpetraron numerosos ataques terroristas. El propósito de la campaña armada de Sendero era desmoralizar y socavar al Gobierno y pueblo peruanos para crear una situación conducente a un golpe de Estado que llevara a Guzmán al poder.
Sus acciones no tenían como blanco solamente a las Fuerzas Armadas y a la policía peruana, sino también a civiles de todas las clases sociales, empleados gubernamentales de todos los niveles y a otros militantes de izquierda como el Movimiento Revolucionario Túpac Amaru (MRTA). Además atacaban a trabajadores que no participaban de las huelgas y paros armados organizados por el grupo subversivo y a campesinos que colaboraran con el gobierno o, simplemente, se negaban a obedecer. Comandado por Guzmán, en pocos años Sendero Luminoso transformó a Perú en un territorio donde reinaba el terror. Y así seguía siendo la noche del 12 de septiembre de 1992, cuando el “Presidente Gonzalo” fue capturado por el grupo especial.
“Nunca he matado a nadie”
-¿Usted es el responsable de 20.000 muertes? - le preguntó Rafael Merino, jefe del del Servicio de Inteligencia Nacional (SIN), a quien Fujimori y Montesinos le encargaron que hablara personalmente a Guzmán.
-Yo nunca he matado a nadie, ni siquiera me he agarrado a puñetazos. No sé ni manejar un revólver…
-Pero ha sido Sendero…
-Sí, pero yo soy el jefe de un partido, no controlo a los comités regionales. Pregúntenle al jefe del regional -respondió Guzmán.
Fue la primera vez que Merino y el “Presidente Gonzalo se vieron las caras. Después mantendrían largas charlas, a las que difícilmente podría calificarse de interrogatorios. “En la segunda conversación, el diálogo ya era muy fluido. Guzmán es un buen conversador. En mi caso, aunque él fue el enemigo, yo lo admiraba porque lo había estado siguiendo desde hacía mucho tiempo, hasta tal punto que leyendo un documento de Sendero era capaz de descifrar si lo había redactado Guzmán. Poco a poco se le fueron dando ciertas facilidades en su condición de presidiario, como poder estar una vez a la semana con su compañera. Claro, que todo se grababa y se filmaba. Las conversaciones con Guzmán duraron unos 60 días. Nosotros establecíamos la frecuencia para que no estuviera preparado. Eran conversaciones de varias horas, muy interesantes”, recordaría después Merino.
El objetivo de esas conversaciones no era que revelara información, porque Guzmán se mostró hermético desde el primer momento en ese sentido y no había podido quebrarlo, sino convencerlo de que detuviera el accionar militar de Sendero Luminoso.
La carta y el final
Fue el propio Merino quien preparó una primera carta dirigida por Guzmán a Fujimori proponiéndole un Acuerdo de Paz. El “Presidente Gonzalo” la leyó y le hizo una sola corrección antes de enviarla.
“Fue llegando a la conclusión de que, o pedía un acuerdo de paz, o su partido terminaba destrozado. No fue una capitulación en toda regla, ya que él hablaba de que no estaban dadas las condiciones para continuar la guerra”, diría años más tarde Merino.
Finalmente, en 1993, Guzmán apareció varias veces en la televisión peruana y, luego de leer el “Acuerdo de paz” pidió a los combatientes de Sendero Luminoso que entregaran las armas. Su llamamiento fue seguido por la mayoría de los integrantes de la organización descabezada, aunque quedaron grupos disidentes que siguieron con su accionar armado.
El acuerdo con Fujimori no impidió que Guzmán fuera juzgado por un tribunal militar integrado por oficiales encapuchados cuyas identidades se mantuvieron siempre en reserva para preservarlos de posibles ataques de Sendero Luminoso. El proceso duró solamente tres días, tras los cuales fue condenado a cadena perpetua y encarcelado en la prisión de la base naval en Callao, cerca de Lima.
En 2003, tras la caída de Fujimori y conocidas las atrocidades de su gobierno, más de 5000 simpatizantes senderistas presentaron una apelación al Tribunal Constitucional del Perú para pedir que fueran anulados los veredictos contra él y otros 1800 prisioneros por actividades terroristas. La Justicia accedió, declaró inconstitucional el juicio militar y mandó realizar un nuevo proceso judicial en sede civil. En ese juicio, Guzmán fue condenado nuevamente a cadena perpetua por el delito de terrorismo contra el Estado. “¡Viva el Partido Comunista del Perú! ¡Gloria al marxismo-leninismo-maoísmo! ¡Vivan los héroes del pueblo! ¡Gloria al pueblo peruano!”, gritó, agitando un puño sobre su cabeza, al conocer la sentencia.
Esas fueron las últimas palabras públicas que pronunció Abimael Guzmán. Desde entonces guardó un ininterrumpido silencio y, con el paso de los años, su figura se fue diluyendo en la escena política del país. Sin embargo, cuando el 11 de septiembre de 2021 se dio a conocer la noticia de su muerte, las profundas heridas causadas a la sociedad peruana por el accionar de Sendero Luminoso y por los brutales métodos represivos del gobierno de Alberto Fujimori distaban mucho de estar cerradas.