“Tengo este plan. Empieza conmigo matándolos y termina conmigo viviendo con vos”, tipea con determinación Jasmine Richardson de doce años. El mensaje que escribe en el teclado de su computadora tiene como destinatario a su novio de veintitrés. Del otro lado de Internet, su enamorado Jeremy Steinke se percibe como un hombre lobo de tres siglos de vida. Tiene un aro colocado en su nariz, lleva los ojos transparentes bien delineados y está vestido enteramente de negro. A su novia preadolescente le responde con violenta imaginación: “Sus cuellos quiero cortar. Ellos se van a arrepentir de la mierda que han hecho. Pagarán por su insulince (SIC, quizá quiso escribir insolencia en inglés). Y finalmente quedarán en silencio. Su sangre será la recompensa”.
Precuela de un noviazgo
Marc y Debra Richardson se conocieron en un programa para recuperación de adictos en 1990. Un año después, se casaron muy enamorados. Estaban determinados a construir una vida normal, lejos de los abusos de sustancias que los habían sometido.
El 21 de octubre de 1993 nació su primera hija, Jasmine. Cuatro años después, llegó Tylor Jacob a quien llamaron siempre por su segundo nombre.
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Jasmine creció y se convirtió en una belleza de largo pelo castaño, ojos chispeantes y sonrisa fácil. Además, resultó muy buena alumna. Sus padres depositaron en ella muchas ilusiones. Sentían que habían logrado lo que se habían propuesto: mantenerse sobrios y formar una familia de clase media sana y armoniosa. Tenían la satisfacción de haber conquistado la felicidad.
Pero cuando Jasmine cumplió los once años la feliz familia Richardson comenzó a experimentar problemas inesperados. La preadolescencia le pegó fatal a la primogénita y su conducta experimentó cambios radicales. En el verano boreal de 2005 sus actitudes ya eran distintas. Había comenzado a frecuentar un grupo donde había chicos más grandes que ella. Algunos de conducta compleja y no deseada por los padres.
Por su parte, Jeremy Steinke, tuvo una historia densa. Llegó al mundo en enero de 1983 con FASD, que en español significa Desórdenes del Espectro Alcohólico Fetal, un conjunto de enfermedades físicas y mentales que pueden padecer los bebés de madres que abusan del alcohol durante el embarazo. Este era el caso: Jacqueline May era un desastre como mamá. Jeremy pasó su infancia en tráilers, en campamentos de casas rodantes, y conviviendo con las distintas parejas de su madre. El segundo y el tercer padrastro que le tocaron se convirtieron en sus frecuentes golpeadores. De los castigos en casa pasaba al bullying escolar. Sus compañeros lo bautizaron como “Jeremy el apestoso”. Comenzó a fumar marihuana para evadir la realidad. A los trece años, luego de un intento de suicidio en el que quiso colgarse, le diagnosticaron depresión y trastorno de hiperactividad. Jeremy también se autolesionaba y se provocaba cortes en sus brazos. Cayó en todo tipo de excesos, sin embargo eso no lo hacía verse mayor, siempre aparentaba mucho menos edad que la que tenía. Furioso con la sociedad que lo rechazaba, se volcó al mundo gótico. Comenzó a vestirse de negro y a decir que era un hombre lobo de trescientos años que podía engullir humanos. Llegó al punto de andar por la calle con un catéter con sangre enroscado en el cuello mientras repetía que había probado su sabor. Se hacía llamar de diversas maneras por quienes lo rodeaban: Devorador de almas o Demonio suelto. Quería ser temido y respetado por su lado oscuro.
De mentiras y películas
Jasmine y Jeremy se conocieron por Kaylee, una problemática amiga de ella. Se encandilaron mutuamente y comenzaron una relación que mantuvieron secreta por la diferencia de edad entre ambos: once años.
Jasmine empezó a escaparse de su casa para ver a su gran amor mientras sus padres trabajaban. Para esto dejaba a Jacob solo en la vivienda familiar. Iba a la casa rodante donde vivía Jeremy o se encontraban en un shopping de la zona.
Cuando los padres descubrieron sus ausencias se desataron los primeros conflictos. Le reprochaban no saber a dónde iba y que anduviera por ahí. Supieron, entonces, que ella se mandaba mensajes con un joven mucho más grande que ella. Se opusieron de forma terminante. Preocupados por la conducta de su hija buscaron asesoramiento psicológico. Al poco tiempo, Jasmine mejoró lo suficiente para que le dieran permiso para asistir a un concierto de Punk Rock. Después de todo, pensaron, ellos también habían sido rebeldes y las prohibiciones suelen generar más deseos. La iban a llevar y, después, la irían a buscar. Ese fue el acuerdo.
Cuando esa noche fueron a recogerla al festival de música, al principio, no pudieron encontrarla. Finalmente la hallaron en un callejón oscuro. Estaba con un buzo negro con la capucha tapando su cabeza, extrañamente maquillada y con ese sujeto al que nunca habían visto en persona, pero sabían de su existencia. La sensación de pánico desfiló por sus cuerpos. Esa chica no parecía su hija.
La salida terminó en casa en un gran lío. Discutieron, le quitaron el celular y la computadora y le prohibieron que volviera a verse con ese tipo siniestro.
Debra y Marc descubrieron, además, mensajes escalofriantes entre ellos. Una de las frases que él le había enviado a su hija decía: “Te extraño más que a matar gente, ¿podemos reunirnos para asesinar personas?”. ¿Qué pasaba con Jasmine? Temían que la inocencia de ella estuviera perturbada por culpa de ese oscuro sujeto que se había introducido en su camino. Temían que esto les cambiara sus vidas. Lamentablemente, no podrían impedirlo.
Los Richardson retomaron la terapia psicológica.
Desconocían el interior de su hija. Jasmine tenía tanta o más rabia encerrada en su mente y cuerpo de preadolescente que Jeremy. Pero Jasmine sabía simular. Apenas la vieron mejor, le devolvieron su computadora y el teléfono móvil. Ella recobró su poder de hacer lo que le daba la gana. Retomó el contacto fluido con su novio. Estaba enojadísima con sus padres, no estaba dispuesta a tolerar ningún límite. Inventó todas las mentiras que precisó para volverse a ver con Jeremy a escondidas.
Él por su lado posteaba su rabia por cómo decía ser tratada Jasmine en su propio blog: “Ella cree que llegué a su vida para ayudarla a salir”. El lobo devorador tenía una misión. La fatalidad estaba pisando el acelerador.
Las imágenes de Jasmine Richardson subidas a MySpace, analizadas con posterioridad a los hechos, dieron cuenta de su cambio radical: de una chica prolija y sonriente pasaba a otra diabólica que marchaba al compás de la ira que experimentaba contra sus padres.
Fue después del día que Jasmine y Jeremy vieron Asesinos por naturaleza (película estrenada en 1994, con guion de Tarantino y dirección de Oliver Stone), un drama con tintes de sátira, que todo se aceleró. En el filme, una pareja de novios termina matando a los padres de ella, pero dejan vivo al hermano… a quien la protagonista le dice que, de ahora en más, es totalmente libre. La historia sembró en la mente de Jasmine la idea de eliminar a Marc y Debra de manera definitiva. El plan comenzó a crecer en su cabeza descontroladamente, como un tumor.
En abril de 2006 Jasmine y Jeremy comenzaron a tener relaciones sexuales. Cada vez estaban más obsesionados con la idea de liberarse de los Richardson. Al punto que conversaron con otros amigos sobre el tema y les pidieron ayuda. Nadie les creyó demasiado, parecían disparates de dos lunáticos.
La sociedad suele pasar por alto las señales de alerta, o minimizarlas.
Qué negra es la noche
La noche del sábado 22 de abril de 2006 Jeremy llegó a la casa de los Richardson, en Medicine Hat, Alberta, Canadá. La casa de dos pisos, de madera gris y blanca, se levantaba silenciosa en medio de la tranquilidad del barrio. El joven ya había consumido suficiente alcohol y drogas para llevar adelante la estrategia sangrienta elaborada por la pareja.
Entra a la casa con una máscara de neoprene. La primera víctima con la que se topa es Debra (48) en la planta baja. En segundos él le mete doce puñaladas. Una de ellas se hunde doce centímetros dentro de su corazón. Debra llega a gritar, lo que provoca que Marc (42) baje desde su cuarto corriendo. Salta los escalones y ve a su mujer despatarrada en el piso cubierta de sangre. Se lanza sobre el enmascarado y lucha. Recibe el doble de cuchilladas que su mujer: veinticuatro. De estas, nueve en la espalda. Marc sabe perfectamente quién los está asesinando. Antes de morir llega a preguntarle: “¿Por qué estás haciendo esto?”. Jeremy le responde sin ironías: “Es lo que tu hija quiere”.
Jasmine sube la escalera con un cuchillo en busca de su hermano. Jacob, de ocho años, está en su cuarto del primer piso. El pequeño está despierto. Llora y suplica por su vida. Jasmine le clava el cuchillo en el pecho y en la cara cuatro veces. Luego, mientras Jeremy la mira desde el marco de la puerta de la habitación, aplica la cuchillada final y le rebana la garganta. Corta la yugular. Escucha, sorprendida (así lo recordará en su declaración), el sonido burbujeante de la sangre que emerge de su hermano. Él queda tirado en la cama, empapado en su sangre y rodeado de peluches. Jasmine sostiene como justificación que habría sido muy cruel dejarlo vivo sin padres. No ha seguido el guion de aquella película.
Dos horas después de la matanza, Jasmine y Jeremy, ya limpios de los rastros de la matanza, van a comer a un restaurante. Están hambrientos después de tanto esfuerzo. Otros clientes los ven riendo y besándose. Son una pareja feliz a los ojos del mundo.
Oportuno vecino indiscreto
El domingo 23, a eso de las doce del mediodía, el hijo de seis años del vecino de los Richardson, fue a la casa de la familia para buscar a Jacob. Quería invitarlo a jugar. Nadie respondió cuando tocó la puerta de su amigo. Curioso, se asomó por la ventana que tenía más cerca. Lo que vio lo asustó: había una persona tirada en el piso. Corrió a avisarle a su madre quien a su vez llamó a la policía.
Las autoridades llegaron una hora después. En el piso inferior hallaron a Marc y a Debra. El salvajismo que observaron los oficiales no tenía precedentes en esa ciudad. A simple vista se notaba que las víctimas habían intentado defenderse. Subieron la escalera y, en uno de los dormitorios del primer piso, encontraron un pequeño cuerpo. Era el hijo menor del matrimonio. Los oficiales, shockeados, sabiendo por los vecinos que hay otra hija de doce años llamada Jasmine, se preguntaron preocupados dónde estaría esa chica, si la habrían secuestrado.
Se movieron con rapidez. Acudieron al colegio primario al que ella asistía para revisar su locker. Descubrieron que nada era lo que parecía. Una historieta dibujada por ella y guardada en ese armario escolar los condujo al crimen sin escalas. Esa serie de dibujos hechos por la alumna Jasmine Richardson representaba a una chica prendiendo fuego su casa con su familia dentro. La historieta personal seguía con más ilustraciones que mostraban a la estudiante escapando con su novio. En la computadora del escenario del crimen encontraron, además, mensajes escalofriantes que los novios contrariados habían intercambiado. No había mucho más que elucubrar: había que encontrarlos.
Así las cosas
Un día después, Jasmine, fue hallada en Leader, Saskatchewan, a 130 kilómetros de su casa. Estaba con su novio Jeremy Steinke, en un coche que él conducía. Respondió a las preguntas de la policía y admitió sin demasiada resistencia que él había asesinado a sus padres. Jeremy corroboró sus dichos, pero agregó un detalle: “A su hermanito lo mató ella”. Jasmine explicó que no había querido dejarlo solo en la vida, como un huérfano. Lo presentó como un hecho piadoso. Vaya chica.
A un agente encubierto Jeremy le reveló más: “¿Alguna vez viste la película Asesinos por Naturaleza? Creo que es la mejor historia de amor de todos los tiempos”. Linda pareja. Los policías sintieron náuseas. Y así quedó en las crónicas.
Fueron arrestados de inmediato. Ya tenían suficiente información sobre ellos. No había dudas de que la oposición de los padres de Jasmine a ese noviazgo había constituido el móvil. Sabían también de las fantasías sobrenaturales de Jeremy y de su obsesión estrafalaria con lo de ser un hombre lobo. Sus frecuentes visitas a la web del sitio VampireFreaks.com, la misma que usaba Jasmine, y los chats entre ellos en la plataforma Nexopia eran esclarecedoras. En esa popular web de la época entre los jóvenes canadienses, sus conversaciones quedaron expuestas durante un buen tiempo para los curiosos de los policiales reales. Hasta que la justicia logró que la empresa los removiera. En ellos, Jasmine mentía, decía tener 15 años. En su último mensaje escribió: “Bienvenidos a mi trágico final”. Fue posteado solamente unas horas antes de los crímenes.
Estando bajo custodia la pareja siguió comunicándose. Jeremy le escribió una carta donde le pidió casamiento; ella le respondió con otra donde le dijo que sí.
La enfermedad de lo que llamaban amor sobrevolaba los barrotes.
Nuevos nombres, nuevas vidas
Por ser Jasmine menor de edad, la justicia canadiense hizo que su nombre dejara de ser publicado en los medios de ese país. Además, como tenía doce años al momento de sus crímenes, no podía ser juzgada como adulta ni ser sentenciada como los mayores de catorce.
En junio de 2007, ya con trece años, enfrentó el juicio acusada de las tres muertes. Un mes después fue hallada culpable y sentenciada a diez años de prisión: lo máximo que permite la ley canadiense para los criminales menores. Jasmine se defendió diciendo que el motivo de los crímenes era que ella “lo amaba demasiado… y pensé que eso nos acercaría”. Terminó siendo la persona más joven en ese país en ser condenada por un asesinato múltiple. Un récord macabro.
Jeremy Steinke fue juzgado en noviembre de 2008. Su defensa sostuvo que estaba alcoholizado y drogado, que era un joven inmaduro que habría hecho cualquier cosa para mantener la atención de Jasmine. Sus amigos declararon que el joven les había pedido ayuda para liberarse de sus suegros porque temía que ellos se interpusiesen en la relación con su novia y la obligaran a dejarlo. Alain Hepner aseguró que su defendido estaba muy arrepentido: “Si él pudiera volver atrás, lo haría. Creo que es una manera de pedir disculpas”. Fue declarado culpable y sentenciado a tres cadenas perpetuas por los tres homicidios en primer grado.
Eso significa que su primera posibilidad de libertad condicional la tendrá recién con 25 años de prisión efectiva, alrededor de 2033. Va a estar pisando los 50 años. En prisión cambió su nombre: hoy se llama Jackson May. Intentó varias veces voltear la sentencia sin éxito porque sigue detenido en la Institución penitenciaria de Edmonton.
Por su parte, Jasmine, pasó los primeros cuatro años en un hospital psiquiátrico. Luego, en 2011 y con supervisión, le fue permitido asistir a la Universidad Mount Royal, en Calgary, Alberta. En 2012, un reporte oficial registró que la joven había manifestado tener remordimientos por lo que había hecho.
En mayo de 2016, cumplida su condena, salió en libertad. Algunos de sus antiguos vecinos de Medicine Hat, donde ella supo vivir con sus víctimas, estuvieron de acuerdo con la idea de que Jasmine tuviera una segunda oportunidad.
Hoy, con 30 años, vive bajo una nueva identidad que se mantiene bajo estricta reserva y en un lugar tampoco divulgado. Canadá la protege.
Podrá tener otro nombre, inventarse un pasado que no tiene, crear uno feliz -o intentarlo-, tener hijos, encuadrar un título universitario para colgar en el living, desarrollar un trabajo y vivir una existencia digna entre amigos y vecinos que desconocen su verdadera historia. Pero nada de eso le alcanzará nunca. Porque el peor castigo para Jasmine es saber. Saber lo que nadie sabe. Esas imágenes de lo que hizo por su propia voluntad a su hermano, a su madre y a su padre las lleva estampadas de rojo en sus pupilas. Sus pequeñas manos ejecutaron las muertes. Y de eso no se vuelve por decreto.