Hasta en su paso a la historia Caridad Mercader debió cargar con el estigma de ser una mujer detrás de un hombre: se la conoce como la madre de Ramón Mercader, el agente soviético que el 20 de agosto de 1940 acabó con la vida de León Trotsky clavando en su cabeza un bastón de alpinista. Sin embargo, si se las compara, la vida de Caridad fue mucho más intensa, apasionada y combativa que la de su hijo, cuyo casi único mérito fue el de perpetrar uno de los asesinatos más impactantes del siglo XX.
Hija de una acaudalada familia española radicada en la colonia de Cuba, parecía destinada a un destino de dama burguesa: se educó en Barcelona bajo rígidas normas religiosas, se casó a los 18 años con un poderoso empresario catalán, con quien tuvo cinco hijos, y se movió con donaire en la alta sociedad de su época hasta que -desencantada de todo y de todos- dijo basta. Nació entonces otra Caridad: la anarquista que combatió en las milicias republicanas durante la Guerra Civil Española, la que luego abrazó el comunismo y se convirtió en agente del NKDV soviético, la que cumplió misiones de inteligencia y espionaje en Francia, la que colaboró en la preparación de dos atentados contra Trotsky en México y luego fue recibida como heroína en Moscú, donde Lavrenti Beria -el temible jefe de la inteligencia soviética, del cual también fue amante- la condecoró con la Orden de Lenin.
“Parecía destinada a ser un ama de casa honorable en una gran familia burguesa. En cambio, acaba en pocos años convertida en una anarquista capaz de poner bombas en la fábrica de su marido y después a trabajar para la Tercera Internacional comunista. Vivió una metamorfosis apasionante. Era una persona que no sabía hacer nada a medias. Cuando era católica era extremadamente católica, incluso parece que se le pasó por la cabeza meterse a monja de clausura. Es una persona en este sentido que busca una coherencia extraordinaria en su vida y sus obras”, la definió con precisión Gregorio Luri, autor de la biografía El cielo prometido, una mujer al servicio de Stalin.
Podría haber terminado sus días tranquilamente en la Unión Soviética, pero el impulso de actuar fue más fuerte. En 1944 intentó sin suerte rescatar a su hijo Ramón de la cárcel mexicana donde purgaba 20 años por haber matado a Trotsky y al regresar a Europa tuvo nuevas misiones como espía de la KGB y llegó, incluso, a trabajar en la embajada de Cuba en París después del triunfo de la llegada de Fidel Castro al poder.
Quienes llegaron a conocerla la definieron, a veces de manera poco amable, por su rigidez y su carácter fuerte. Para el escritor Guillermo Cabrera Infante, que la trató cuando era agregado cultural de la embajada cubana en Bélgica, era “una vieja seca y desagradable”, mientras que para el representante de La Habana en París, Harold Gramatges, a cuyas órdenes trabajó Caridad, era “más estalinista que el propio Stalin”.
Años después de estas caracterizaciones, al presentar su biografía de Caridad, Gregorio Luri buscó definirla de una manera más equilibrada: “Si la enjuiciamos desde la visión que tenemos nosotros hoy del activismo, no entendemos nada. El activista actual es una persona comprometida con una causa por unas ciertas horas. Aquel militante entregaba su vida entera a la causa. Sin condiciones. Solo si tomamos en cuenta esa diferencia se puede comprender qué significa una vida como la Caridad”, dijo.
Destino de dama de sociedad
Eustacia María Caridad del Río Hernández nació en Santiago de Cuba el 29 de marzo de 1892. Su padre, Ramón del Río, un hombre acaudalado, propietario de un castillo en San Miguel de los Aros, en Cantabria, había sido destinado por entonces como gobernador de la isla, que todavía estaba bajo el dominio español. La familia regresó poco después a Europa, donde Caridad estudió en los colegios del Sagrado Corazón de Jesús de Barcelona, París y Brighton, por lo que hablaba catalán, castellano, francés e inglés con fluidez.
Cuando se instaló con la familia en Barcelona tenía 18 años y era una joven atractiva y culta lista para convertirse en una dama de sociedad luego del conveniente e inevitable matrimonio para el que la habían preparado. Un artículo social la describió como “una hermosa adolescente de rostro redondo y facciones agradables con una mirada dulce, de unos ojos verdes que son el rasgo más distintivo de su fisonomía”.
Corrían los últimos meses de 1910 cuando se casó con Pablo Mercader Marina, de 24 años, hijo de un rico productor textil con fábrica en la ciudad. El casamiento fue una de las noticias sociales del año, porque unía a dos familias acaudaladas y a dos jóvenes que brillaban en los salones y se movían con soltura en los compromisos de su clase. Las revistas publicaban fotos de la pareja en fiestas y también en actividades al aire libre, como la equitación. Caridad se jactaba de ser la primera mujer de España en montar un caballo a horcajadas.
El matrimonio se estableció en el barrio de clase alta de Sant Gervasi de Cassoles y -como correspondía a los cánones de la época- la joven esposa adoptó el apellido de su marido. Caridad Mercader, como se llamó el resto de su vida, comenzó entonces a cumplir con el mandato de ser madre. Entre 1911 y 1923, la pareja tuvo cinco hijos: Jorge, Ramón, Montserrat, Pablo y Luis.
Así, Caridad Mercader terminaba de cumplir la misión para la que había sido preparada y educada: ser esposa y madre de una familia acaudalada de la alta sociedad española.
El quiebre
Sin embargo, detrás de la apariencia de un matrimonio consolidado se escondía otra realidad. A la luz del día, la pareja y sus hijos iban a misa, pero por las noches Pablo llevaba a Caridad a los prostíbulos más exclusivos de la ciudad para cumplir con sus obsesiones sexuales. Una de ellas era espiar a través de una mirilla cuando los clientes se acostaban con las prostitutas.
Caridad, que todavía profesaba un convencido catolicismo, comenzó a sentir un profundo desprecio por su marido que pronto se convirtió también en rechazo a la hipocresía de la clase social a la que pertenecían. Hacia 1920, su paciencia se agotó. Comenzó a recibir clases de pintura del artista Vicent Borràs y en su estudio trató con intelectuales que le mostraron otras formas, más auténticas e interesantes, de vivir. Fue así como empezó a frecuentar los bares populares donde los artistas catalanes compartían mesa y vasos de vino con militantes anarquistas y comunistas. También allí comenzó a consumir drogas, más que nada morfina.
El quiebre total de con su pasado ocurrió en 1923, cuando tenía 31 años. Inició una relación amorosa clandestina con el aviador francés Louis Delrio -de quien se sospecha que fue el verdadero padre del quinto hijo de Caridad- y, junto a un grupo de anarquistas, una noche atacó con bombas incendiarias la fábrica textil de la familia de su marido.
Alarmados por la “extraña conducta” de Caridad, sus hermanos y su esposo tomaron una decisión drástica. Una noche le pusieron un chaleco de fuerza y la internaron en el psiquiátrico Nuevo Belén de Sant Gervasi, donde fue sometida a interminables sesiones de duchas de agua fría y electroshock para “curarla de sus locuras”. Con semejantes tratamientos, pudo haber enloquecido de verdad si no la hubiese rescatado un comando anarquista que tomó el psiquiátrico y se la llevó.
Liberada, Caridad Mercader se separó de su marido, rompió con su familia de origen, tomó a sus cinco hijos y se fue a vivir a la ciudad francesa de Landas con Delrio, con quien convivió hasta 1928. La ruptura con el aviador la llevó a un intento de suicidio, después del cual Pablo Mercader fue a buscar a sus dos hijos menores y se los llevó a Barcelona.
“La Pasionaria de Cataluña”
Una vez recuperada, Caridad se mudó a París, donde comenzó a militar en el Partido Socialista Francés y entró en contacto con la inteligencia soviética a través de Leonid Eitintong, cuyo nombre en clave era “Kotov”, un hombre del servicio de operaciones especiales de la NKDV. Para principios de 1930, cumplía misiones como correo de la Tercera Internacional Comunista, hasta que fue detenida en 1935 por la policía francesa. La mantuvieron detenida quince días antes de expulsarla del país, y de las brutales torturas que sufrió le quedó como secuela la pérdida de visión de un ojo.
De regreso en Barcelona se unió al Partido Comunista de Cataluña y participó en la fundación del Partido socialista Unificado de Cataluña (PSUC), donde se encargó de la prensa. En eso estaba en julio de 1936, cuando Franco se sublevó contra el gobierno de la República Española.
Convertida en una consumada militante, participó en la formación de las primeras milicias catalanas que se dirigieron hacia el frente de Aragón dirigidas por Enrique Pérez Farrás y Buenaventura Durruti, quienes la pusieron al mando de una de ellas, que pronto fue conocida como “la columna de Caridad Mercader”. En ella estaban sus dos hijos mayores, Jorge y Ramón, la novia de Ramón, Lena Imbert, y África de las Heras, quien años más tarde sería la organizadora de una red de espías de la Unión Soviética en Latinoamérica.
La hirieron en un bombardeo a fines del verano de 1936 y la propaganda del PSUC la convirtió en modelo de las mujeres combatientes catalanas. La comenzaron a llamar “La Pasionaria de Cataluña”, lo cual no dejaba de llamar la atención porque se llevaba muy mal con la otra “Pasionaria”, Dolores Ibárruri, que acusaba a Caridad de utilizar a los militantes catalanes en tareas de los servicios de espionaje soviéticos sin siquiera consultar a la dirección del partido.
Quizás por eso, cuando se recuperó de sus heridas no fue enviada de vuelta al frente, sino que le encargaron misiones de propaganda en México y los Estados Unidos, países en los que organizó columnas de voluntarios para combatir en la Guerra Civil Española. De regreso en Cataluña, fue nombrada responsable de la Agrupación de Mujeres Antifascistas, pero se fue desentendiendo progresivamente de las tareas de movilización y propaganda a medida que se implicaba más en labores relacionadas con la policía política soviética.
Agente soviética
Según la información de los archivos soviéticos abiertos tras la caída del Muro de Berlín, Caridad Mercader fue reclutada en 1937, pero se sabe que colaboraba de manera inorgánica desde antes, cuando todavía combatía con su columna en España. Según su hijo Luis, en el invierno de 1937, Caridad y él visitaron a Ramón, que estaba combatiendo en el frente de Madrid. Luis relató que su madre mantuvo una larga conversación a solas con Ramón para convencerlo de que se incorporara también al NKVD. “Después me enteré de que mi madre estaba relacionada con los soviéticos y comprendí que mi hermano Ramón también estaba relacionado con ellos”, contó.
Al concluir la guerra en España, en 1939, tanto Caridad como Ramón viajaron a la Unión Soviética, donde el segundo hijo de “la Pasionaria de Cataluña” recibió entrenamiento en inteligencia. Mientras tanto, según el biógrafo Gregorio Luri, la madre “mantuvo una relación muy íntima con Lavrenti Beria, el director de la KGB, y entregó su vida a esa causa”.
Lo cierto es que no pocos de los integrantes de la columna miliciana de Caridad durante la Guerra Civil Española se convirtieron por entonces en agentes de la inteligencia soviética, algunos de ellos muy destacados, como África de Las Heras y Carmen Brufau.
Muy pronto, a Caridad y a Ramón se les encomendaría una misión ordenada personalmente por el líder de la Unión Soviética, José Stalin: acabar con la vida de su acérrimo enemigo, León Trotsky, exiliado en México.
El asesinato de Trotsky
En septiembre de 1939, Caridad llegó a México, donde Ramón ya llevaba un tiempo infiltrándose en el entorno del revolucionario ruso. Sin embargo, en principio, el papel de Caridad y su hijo en el asesinato de Trotsky fue secundario, en apoyo a quienes debían perpetrar el atentado, un comando dirigido por el pintor mexicano David Alfaro Siqueiros.
El 24 de mayo de 1940, Siqueiros y sus hombres cortaron la luz y las líneas telefónicas del refugio de Trotsky y entraron a mano armada. Se dirigieron al dormitorio de Trotsky y su mujer, Natalia, y desde las ventanas dispararon con ametralladoras Thompson, lanzaron bombas molotov y dejaron un paquete de dinamita que no explotó. Huyeron del lugar sin saber que el líder de la IV Internacional y su mujer habían sobrevivido.
“En 1940 parecía evidente que no sería necesaria la intervención de Ramón Mercader. Estaba planeada una operación que se creía era imposible que fracasara: un atentado dirigido por Siqueiros al frente de un comando armado hasta las cejas. Y eso sucedió: asaltaron la casa de Trotsky y la dejaron como un colador. Pero a nadie se le ocurrió comprobar si le habían dado a Trotsky o no. Cuando fracasa ese atentado, el director de la operación, Leonid Eitingon, gran amigo de Caridad y de Ramón, tiene que dar cuentas a Stalin. Ante la desesperación de Eitingon, Ramón dice: ‘No te preocupes, lo hago yo’. Esa decisión no es de Caridad ni de Stalin. En el último momento, la decisión de intervenir es del propio Ramón Mercader”, relata el biógrafo de Caridad, Gregorio Luri.
El 20 de agosto de 1940, Ramón, que se había ganado la confianza de una de las secretarias de Trotsky, entró en la casa del líder revolucionario en Coyoacán y lo mató clavándole un pico de alpinista en la cabeza. Caridad y Eitingon, que lo esperaban afuera en un auto, vieron que las cosas no habían salido como las habían programado cuando sintieron un gran revuelo alrededor de la casa. Por eso, abandonaron a Ramón, escaparon del lugar y poco después salieron clandestinamente de México.
Militante hasta el final
Después de un largo periplo por distintas ciudades europeas, Caridad y Eitingon llegaron a Moscú en marzo de 1941. Lavrenti Beria le organizó un gran recibimiento y fue la primera mujer extranjera en ser condecorada con la Orden de Lenin. Durante los tres años siguientes, tuvo la misión de vigilar a los miembros del Partido Comunista Búlgaro refugiados en la Unión Soviética y viajó a Turquía para participar del atentado contra el cónsul alemán en Ankara, Franz von Papen.
En 1944 viajó a México con autorización de Beria y pudo entrevistarse con Ramón, que cumplía una pena de veinte años de prisión por el asesinato de Trotsky. Una versión nunca confirmada dice que Caridad hizo ese viaje como parte de la planificación de una operación destinada a rescatarlo de la cárcel que nunca se llegó a concretar.
De regreso en la Unión Soviética, decidió que la rutinaria vida de espía en Moscú era demasiado monótona para ella y pidió autorización para radicarse en París. Llegó a la capital francesa después de terminada la Segunda Guerra para trabajar en una oscura conexión con la embajada.
En 1960, tras el triunfo de la Revolución Cubana, los soviéticos la autorizaron -aprovechando que había nacido en Santiago de Cuba y le habían otorgado un pasaporte- a trabajar como encargada de las relaciones públicas de la legación diplomática de La Habana en París, una labor que cumplió hasta 1967.
Pasó los últimos años de su vida entre París y Moscú, donde viajaba para visitar a Ramón, radicado en Moscú -donde fue ascendido a teniente coronel, proclamado Héroe de la Unión Soviética y condecorado con la Orden de Lenin y la Medalla de Oro- luego de cumplir su condena en México.
Murió en 1975, a los 82 años, meses antes de la muerte del dictador Francisco Franco en España. La embajada soviética en París se hizo cargo de los funerales y de su entierro en el cementerio de Pantin.
Poco antes de morir le dijo a su hijo Luis una frase que de alguna manera definía su militancia y su vida: “Yo solo sirvo para destruir el capitalismo, pero no sirvo para construir el comunismo”.