Mary Shelley tenía tan solo 20 años cuando publicó, en 1818, la que fue su obra más popular: Frankenstein, o el moderno Prometeo. En ese entonces no podía saber las desgracias que iba a vivir durante la mayor parte de su vida adulta. A los 25 años ya había atravesado cinco embarazos, un aborto, la muerte de tres de sus cuatro hijos, de su esposo, de su hermana y su sobrino.
A pesar de las tragedias personales, siguió escribiendo, y plasmó en sus obras el dolor y la soledad que marcaron su existencia. A través de su escritura, Shelley canalizó su sufrimiento, sus ideales y su crítica a una sociedad convulsionada.
El origen de la escritura
Nació como Mary Wollstonecraft Godwin el 30 de agosto de 1797, en Londres, hace 227 años. En el prólogo a la tercera edición de Frankenstein, escribió: “No es extraño que, como hija de dos personas de distinguida celebridad literaria, pensara muy pronto en escribir. De pequeña, ya garabateaba: mi pasión predilecta era escribir cuentos”.
Era una época de convulsión política y cambio ideológico. Europa estaba sacudida por la Revolución Francesa y las Guerras Napoleónicas, que desafiaron el orden tradicional y avivaron tanto el radicalismo como el conservadurismo en Gran Bretaña. A medida que la Ilustración y sus ideales de razón y libertad se enfrentaban al creciente Romanticismo, Mary absorbió una mezcla de influencias que marcaron su vida y obra.
Su madre, Mary Wollstonecraft, fue una pionera del feminismo, reconocida por haber escrito Vindicación de los Derechos de las Mujeres, en 1792. Pero su hija nunca llegó a conocerla: murió apenas 12 días después de su nacimiento, por una infección contraída durante el parto.
Su muerte fue inesperada. Mary Wollstonecraft gozaba de buena salud y tres años antes había dado a luz a una primera hija, Fanny Imlay. Pero su deceso tuvo que ver con las prácticas médicas del siglo XVIII. En aquel entonces, los doctores no se lavaban las manos -en realidad, nadie lo hacía. Y ella no pudo expulsar la placenta durante el parto de su segunda hija, por lo que el médico debió extraerla pedazo por pedazo. Así le generó la septicemia que terminó con su vida a los 38 años.
Su padre, William Godwin, filósofo y escritor, reconocido por su obra Justicia Política, quedó devastado por la muerte de su esposa. A pesar de su duelo, apenas unos días después del funeral, comenzó a escribir a modo de homenaje, la biografía de su amada, publicada al año siguiente con el título Memorias de la autora de Vindicación de los Derechos de las Mujeres. Este libro, como así también los escritos de Wollstonecraft fueron fundamentales para la formación de Mary, su ideología y sus creaciones literarias.
Tras la muerte de su esposa, William quedó a cargo de la educación de sus hijas. Tanto Fanny como Mary se criaron entre las charlas y debates literarios que su padre mantenía con los jóvenes que llegaban de todas partes a su casa en Skinner Street, admirados por las ideas de William, quien tenía además, una editorial. Mary se apegó mucho a su padre, su único progenitor, a quien adoraba.
Pero William buscó una nueva esposa que lo acompañara y que lo ayudara con la crianza de sus hijas. Y en diciembre de 1801 se casó con Mary Jane Clairmont, una viuda con un hijo de seis años, Charles, y una hija de cuatro, Jane (a quien, más tarde, llamaban Claire).
Mary nunca recibió educación formal, a pesar de los principios de su difunta madre, que sostenía la importancia de la educación de las mujeres como un medio para lograr la igualdad respecto a los hombres. Recibió clases, sin embargo, de una institutriz que se basó en los textos e ideas de su progenitora para educarla, y tenía libre acceso a la vasta biblioteca de su padre, quien la estimulaba a cultivar su mente. Así la describía el mismo Godwin: “Ella es singularmente audaz, algo imperiosa y de mente activa. Su deseo de saber es grande, y su perseverancia en todo lo que emprende es casi invencible. Mi propia hija es, creo, muy bonita”.
Aprendió a deletrear su nombre al mirar durante horas y horas la tumba de su madre en el cementerio de St. Pancras, lugar que frecuentaba constantemente en búsqueda de paz para “proseguir sus estudios en una atmósfera de comunión con una mente superior a la de la segunda señora Godwin”, según publicó una de sus biógrafas, Muriel Spark, en 1988.
En este tiempo se moldeó su pasión por escribir cuentos. “Fue bajo los árboles de los parques pertenecientes a nuestra casa, o en las peladas faldas de las cercanas montañas, donde nacieron y se criaron mis auténticas composiciones, los vuelos etéreos de mi imaginación”, contó en el prólogo de su versión revisada de Frankenstein de 1831.
En 1812, un admirador de Godwin, William Baxter, invitó a Mary a pasar unas prolongadas vacaciones en su casa, cerca de Dundee, con su propia familia, que incluía a varias niñas cercanas a la edad de Mary. Durante las dos visitas que realizó en esta época, pasaba sus ratos en las orillas del Río Tay, que eran para ella “los ojos de la libertad”. En palabras de Spark, “Mary tenía razón al recordar su visita a Escocia como un periodo de gestación creativa; los primeros ejemplos de su escritura datan de esa época. La inmensidad comparativa de las colinas y el paisaje boscoso evocó una respuesta latente a la realidad, como más tarde las montañas suizas estimularían sus poderes creativos”.
En noviembre de ese mismo año, el joven poeta de 20 años Percy Bysshe Shelley se presentó ante William Godwin en Skinner Street y solicitó ser su discípulo. El filósofo accedió, y tomó el dinero que le ofrecía para poder pagar sus deudas. El joven comenzó a frecuentar su compañía, y asistió en varias ocasiones a cenar a su casa, junto a su esposa, Harriet Westbrook. Durante aquellas veladas, conoció a Mary, que por aquel entonces tenía 15 años y había regresado de Escocia.
El amor nació pronto. Percy comenzó a realizar caminatas diarias con Mary a la tumba de su madre. Su hermanastra, Jane, era su chaperona y los acompañaba durante sus encuentros. Según señala Anne K. Mellor en Mary Shelley: her life, her fiction, her monsters el discípulo de su padre era “todo lo que Mary siempre había deseado: un poeta, joven, apuesto y entusiasta, que compartía su pasión por ambos padres y que le ofrecía la oportunidad de reproducir el amor de sus progenitores y crear la familia solidaria que anhelaba, una versión juvenil de su padre, un revolucionario y un filósofo, pero alguien que, a diferencia de Godwin, podría corresponder plenamente a su amor y abrazarla como compañero”.
Mary y Percy se declararon su amor y comenzaron una relación que pronto enfrentó las críticas y el repudio social que recibía debido al matrimonio de Percy con Harriet, que ya contaba con dos hijos.
El 8 de julio de 1814, William Godwin descubrió la relación entre su hija Mary y discípulo. Godwin prohibió a Mary volver a verlo y le escribió una carta al poeta, pero ella, influenciada por las historias de su padre y su difunta madre, Mary Wollstonecraft, no obedeció. Percy justificó su relación con Mary acusando a su esposa Harriet de estar embarazada de otro hombre y amenazó con suicidarse, lo que llevó a Mary a decidir no renunciar a él.
Diez días después, la pareja de amantes huyó a Francia, acompañada por Claire, quien deseaba escapar de su madre y temía un futuro sombrío. Su hermanastra también tenía sentimientos románticos hacia Percy, lo que complicó la dinámica entre ellos. De cualquier manera, su presencia fue un alivio para Mary, y su dominio del francés facilitó la integración del trío en su nuevo hogar en el extranjero.
Mary comenzó a darle aire a su pluma durante su nueva vida con Percy Shelley. Sus entradas en el diario y las extensas cartas a su hermana Fanny sirvieron como base para un relato publicado sobre sus viajes titulado Historia de un viaje de seis semanas. Este texto comenzó como un diario de viaje conjunto de los amantes, que se turnaban para escribir sobre sus andanzas en Francia, Suiza, Alemania y Holanda, pero terminó reflejando principalmente textos de Mary.
Cuando regresaron a Londres, Mary y Percy enfrentaron numerosos problemas. Harriet, por un lado, estaba embarazada de seis meses y había acudido a un abogado para obtener apoyo financiero y la custodia legal de sus hijos. Godwin continuó enemistado con su hija y su amante, y se negó a verlos, aunque intentó persuadir a Jane para que regresara a Skinner Street y exigiera a Percy pagar sus deudas. El padre de Percy había cortado su pensión, dejando a la pareja en una situación económica desesperada. Durante ocho meses, Percy luchó para afrontar las deudas, empeñando y vendiendo sus posesiones y pidiendo dinero prestado a amigos.
En 1815, Mary dio a luz a una bebé prematura, que llamaron Clara. Pero murió dos semanas después, el 6 de noviembre, en el marco de la subsistencia deplorable que afrontaban sus padres. Ese día, Mary escribió una corta entrada en su diario: “He encontrado a mi bebé muerto. He mandado que vayan a buscar a Hogg (un amigo de la familia). Conversación muerta. Es un día miserable. Por la noche he leído sobre la caída de los jesuitas. Hogg ha dormido en casa”.
A pesar de las dificultades, Mary y Percy continuaron apasionadamente enamorados, hasta la trágica y repentina muerte del poeta en 1822.
¿Cómo creó Mary Shelley su obra más exitosa, Frankenstein, o el moderno Prometeo?
A grandes rasgos, esta novela de Mary Shelley, publicada en 1818, cuenta la historia de Víctor Frankenstein, un joven científico que, desafiando las leyes naturales, crea un ser artificial a partir de restos de cadáveres. Su criatura, un ser inicialmente inocente y deseoso de afecto, se convierte en una figura trágica debido al rechazo y aislamiento que enfrenta.
Usualmente, se tiende a asignar el nombre de Frankenstein a la criatura, en vez de al científico que lo creó. Como explica Anne K. Mellor, “este ‘error’ deriva en realidad de una lectura intuitivamente correcta de la novela. Frankenstein es el análisis literario más penetrante de nuestra cultura sobre la psicología del hombre ‘científico’ moderno, sobre los peligros inherentes a la investigación científica y sobre la explotación de la naturaleza y de la mujer implícita en una sociedad tecnológica”.
Otra cuestión que suele pasarse por alto es el subtítulo “o el moderno Prometeo”. Es que, al igual que Prometeo en la mitología griega, quien desafió a los dioses entregando el fuego a los humanos, el científico de esta historia transgrede los dominios propios de la naturaleza y paga un alto precio por su osadía. El castigo que ambos reciben subraya una advertencia sobre los peligros de la desmesura y el exceso de orgullo en los seres humanos.
Muchas veces, a lo largo de su vida, le hicieron a Mary Shelley, en referencia a Frankenstein la pregunta acerca de cómo, una jovencita como ella, llegó a tener una idea tan tremenda. De modo que, al reeditarse su obra, en 1831, dio una respuesta general a ese interrogante, y la plasmó en el prólogo que acompañó a la nueva edición.
Allí, Mary Shelley contó que comenzó a escribirla como parte de un juego entre amigos, mientras pasó un verano en Villa Diodati, cercana al Lago Léman junto a Percy, Jane y su hijo de seis meses, William. Habían sido invitados allí por el poeta Lord Bryon, amante de Jane, que estaba acompañado por su médico, John William Polidori.
Pero la explosión del volcán Tambora, en Indonesia, el año anterior, generó bajas temperaturas y lluvias incesantes en varias regiones de Europa, donde 1816 pasó a la historia como “el año sin verano”. Esto significó para Mary y sus acompañantes tener que pasar varios días resguardados en la gran mansión de Lord Bryon.
Para matar el tiempo, leían historias alemanas de fantasmas, y se envolvían en largas discusiones sobre diversas doctrinas filosóficas. Su anfitrión había desafiado a sus invitados a crear, durante su estadía, historias de terror. La mejor ganaba el juego.
En una ocasión, debatieron hasta entrada la noche acerca de la forma en que se podría dar vida a la materia inerte. ¿Existía la forma de reanimar un cadáver? ¿Podían ensamblarse partes de criaturas y darles un pulso vital? Estas preguntas abrieron el debate acerca del galvanismo, un método, que implicaba el uso de electricidad para provocar la contracción de músculos en organismos muertos.
Esa noche, Mary no durmió. Ella misma iba a darle vida a un monstruo. “Mi imaginación, espontáneamente, me poseía y me guiaba, dotando a las sucesivas imágenes que surgían en mi mente de una viveza muy superior a los habituales límites de la ensoñación. Vi –con los ojos cerrados, pero con la aguda visión mental–, vi al pálido estudiante de artes impías, de rodillas, junto al ser que había ensamblado -explicó Mary- Vi el horrendo fantasma de un hombre tendido; y luego, por obra de algún ingenio poderoso, manifestar signos de vida, y agitarse con movimiento torpe y semi vital”.
Mary se levantó al día siguiente con la historia bien formada en su mente. Así comenzó Frankenstein, con la intención de escribir un texto que asustase a sus lectores como ella se había asustado esa noche. La historia evolucionó más allá de un simple cuento corto gracias a la insistencia de Percy en que desarrollara el tema más profundamente.
Así, la pesadilla de Mary Shelley inspiró una de las historias de terror más influyentes de la civilización occidental. En palabras de Anne K. Mellor, “puede reclamar el estatus de un mito, tan profundamente resonante en sus implicaciones para nuestra comprensión de nosotros mismos y de nuestro lugar en el mundo, que se ha convertido, al menos en sus líneas más básicas, en un tropo de la vida cotidiana”.
También hay otras interpretaciones de la novela que apuntan al lugar y la historia desde los que escribía Mary, por su propia experiencia personal: la pérdida reciente de su hija, su crianza sin madre y su creciente enemistad con su padre. Este es el caso de Lyndall Gordon, que en Outsiders plantea que escribe desde “un distanciamiento no resuelto”: “Mary logró dar voz a esta situación a través de la resonante voz de un monstruo que reprocha a Frankenstein por su rechazo. A través de la ficción, pudo expresar la emoción que su reserva reprimía en sus cartas y diarios. A diferencia de su monstruo ficticio, ella mantuvo un orgullo digno al negarse a quejarse (...) Así fue como Mary infundió una emoción real en los terrores rutinarios de la novela gótica”.
Si bien la novela no llevó su firma en la primera edición que vio la luz, en 1818, le otorgó a Mary Shelley a lo largo de su vida una fama indiscutible, aunque Frankenstein es usualmente más conocida que la mujer que lo creó. Como escribió Kathryn Harkup en Making the monster, “esta novela dominó su legado literario del mismo modo que el monstruo dominó la vida de su creador, Victor Frankenstein”.
La influencia y la actualidad de esta obra llega hasta nuestros días. Este año, el gigante del streaming, Netflix, anunció la grabación de la adaptación de Frankenstein por Guillermo del Toro que, se cree, se lanzará en 2025.
Después de Frankenstein
A pesar de todo, Mary Shelley escribió seis novelas más: Mathilda (1819), Valperga (1823), El último hombre (1826), Las Fortunas de Perkin Warbeck (1830), Lodore (1835) y Falkner (1837). Tras la muerte de Percy, editó y publicó su obra como homenaje póstumo. Además, lanzó un libro basado en las cartas que escribió durante sus viajes, titulado Caminatas en Alemania e Italia, en 1840, 1842 y 1843. También contribuyó con biografías de figuras destacadas en cinco tomos de Vidas de científicos y escritores más eminentes, de Dionysius Lardner, una enciclopedia popular dirigida a la clase media europea. Asimismo, publicó cuentos cortos en libros de regalo o anuarios, lo que le proporcionó una fuente de ingresos para subsistir.
Si tuviéramos que mencionar su segundo trabajo más famoso después de Frankenstein, surgiría El último hombre, su novela distópica y futurista que retrata el aniquilamiento de la humanidad debido a una plaga devastadora.
Esther Cross, autora de La mujer que escribió Frankenstein, explicó al respecto, en una nota de Infobae: “El que toma la palabra en este caso no es un monstruo único en la tierra, sino el único ser humano que sobrevive a una peste monstruosa. A pesar de los cordones sanitarios, la epidemia recorre el planeta. Frankenstein nos deja pensando en las cosas que los científicos tendrían que evitar y El último hombre nos deja pensando en lo que, por desgracia, no pueden hacer. Ya no se trata de los excesos de los seres humanos sino de sus limitaciones”.
Mary finaliza su prólogo a la edición de 1831 de Frankenstein con un profundo lamento por el pasado en el que escribió la obra: “Y ahora, una vez más, pido a mi horrenda criatura que salga al mundo y que prospere. Siento afecto por ella, pues fue el fruto de unos días felices, en que la muerte y el dolor no eran sino palabras que no encontraban verdadero eco en mi corazón”.
Sucede que, luego de su estancia en Villa Diodati donde surgió su obra maestra, las desgracias se acontecieron de manera estrepitosa en su vida. Cuando regresaron a Londres, la media hermana de Mary, Fanny Godwin, se había ido a una habitación en una posada de Swansea, donde se quitó la vida el 9 de octubre de 1814 . A su lado, se encontró un frasco de láudano con una nota: “Hace tiempo que he decidido que lo mejor que podía hacer era poner fin a la existencia de un ser cuyo nacimiento fue desafortunado y cuya vida sólo ha sido una serie de dolores para aquellas personas que han dañado su salud al esforzarse por promover su bienestar. Tal vez oír hablar de mi muerte les cause dolor, pero pronto tendrán la bendición de olvidar que tal criatura existió”.
Unos días más tarde, el 10 de diciembre, la esposa de Percy, Harriet Shelley, con un embarazo avanzado, se suicidó al tirarse al río Serpentine.
Después de casarse, la pareja partió, en 1818, el año en que se publicó Frankenstein por primera vez, a Bagni di Lucca, en Italia, junto a Claire. Mary dio a luz a su tercera hija, Clara Everina, pero murió al año siguiente por una fiebre. En enero de 1819, su hijo William falleció de malaria, y en noviembre, nació Percy Florence, su cuarto hijo, el único que sobrevivió.
Cuando se mudaron a Casa Magni en La Spezia junto a Claire, Mary casi muerte durante un aborto espontáneo. Si no hubiera sido por Percy, que la metió en una bañadera con hielo, hubiera muerto desangrada. Pero quizás el mayor golpe en la vida de la escritora fue el fallecimiento de su esposo.
El 8 de julio de 1822, Percy Shelley murió ahogado en una repentina tormenta mientras navegaba en su velero, el Don Juan, poco antes de cumplir 30 años. Shelley regresaba a Lerici desde Pisa junto a su amigo Edward Ellerker Williams. Sus cuerpos fueron encontrados en la costa, diez días después de partir. Un amigo de ambas familias, Edward John Trelawny, se encargó de los preparativos del funeral.
Fueron exhumados y quemados en una playa cerca de Viareggio, en una pira funeraria. Mary no quiso asistir, simplemente no podía soportarlo. Pero se quedó con el corazón de su amado muerto. Así lo relata Kathryn Harkup: “El corazón de Shelley se negó obstinadamente a arder y fue retirado entero de las cenizas. Trelawny quiso quedarse con la reliquia, pero Byron le convenció de que la persona adecuada para cuidar del corazón de Shelley era Mary. Cuando Mary murió, muchos años después, la reliquia se encontró en su escritorio, entre sus papeles”.
A los 25 años, tras haber enviudado, quedó en una situación extremadamente precaria. Sin dinero y con un hijo de dos años, ya había sufrido cinco embarazos, incluyendo un aborto que casi le costó la vida. A esto se sumaba la carga emocional de haber apoyado a Claire en la pérdida de su hijo. Frente a estas adversidades, Mary tuvo que encontrar una manera de mantenerse a sí misma y a su pequeño hijo.
Al regresar a Londres en 1823, para sobrevivir, recurrió a la escritura, publicando novelas, relatos, artículos de enciclopedia y reseñas. Además, buscó apoyo psicológico en su padre, mientras anhelaba la aceptación de la sociedad.
Dejó atrás los géneros góticos y futuristas, y exploró, en su lugar, la novela histórica y sentimental. En Valperga, abordó los conflictos de la Italia del siglo XIV, mientras que en Perkin Warbeck exploró las revueltas de la Inglaterra del siglo XV. Sus novelas Mathilda, Lodore y Falkner se centraron en el mundo de la moda y la sociedad inglesa del siglo XIX. Además, relató los placeres de sus viajes en Rambles in Germany and Italy in 1840, 1842 and 1843.
En 1848, Percy Florence contrajo matrimonio con Jane Gibson St. John. La unión fue feliz, y Mary Shelley y Jane desarrollaron una buena relación. Mary vivió con su hijo y su nuera en Field Place, Sussex, la antigua residencia de los Shelley, y en Chester Square, Londres, además de acompañarlos en sus viajes.
Según contó Anne K. Mellor, la autora “perdió las ganas de vivir al ver que su hijo era económicamente seguro y emocionalmente feliz”. Sus últimos años estuvieron marcados por la enfermedad. Desde 1839, sufrió dolores de cabeza y episodios de parálisis en varias partes del cuerpo, lo que le impedía leer o escribir. El 1 de febrero de 1851, en Chester Square, falleció a sus 53 años, posiblemente a causa de un tumor cerebral
Fue enterrada en el cementerio de San Pedro de Bournemouth. Posteriormente, los restos de sus padres, Mary Wollstonecraft y William Godwin, fueron trasladados a ese mismo cementerio cuando la construcción de la estación de tren de St. Pancras amenazó sus tumbas originales en Londres. Según escribió Emily Sunstein en Mary Shelley: Romance y realidad, su hijo Florence y su nuera abrieron la caja que guardaba cerca de su cama un año después de su fallecimiento. Encontraron la copia del poema Adonais de Percy Shelley con una hoja arrancada doblada alrededor de un trozo de seda que contenía un poco de sus cenizas y el resto de su corazón, y mechones de pelo de sus difuntos hijos William y Clara.