Los 154 años de La Boca: entre la cultura del trabajo que pintó Quinquela y la nostalgia del “paraíso perdido”

El barrio fue el epicentro de Buenos Aires a través de su puerto, pero la contaminación y la desinversión lo hicieron decaer. Ahora concentra pobreza y hacinamiento, pero pelea por volver a crecer

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Caminito, la galería a cielo abierto que imaginó Quinquela, es hoy uno de los atractivos turísticos más potentes de Buenos Aires. (Gastón Taylor)
Caminito, la galería a cielo abierto que imaginó Quinquela, es hoy uno de los atractivos turísticos más potentes de Buenos Aires. (Gastón Taylor)

Un botero rema justo debajo del transbordador Nicolás Avellaneda, ida y vuelta desde la Isla Maciel. Lleva hombres con bicicletas, mujeres con cochecitos, nenes con guardapolvos blancos: a cada uno les cobra doscientos pesos el viaje. Tres catamaranes barredores se reparten la superficie del espejo de agua de la Vuelta de Rocha para que no floten ni botellas, ni paquetes de galletitas, ni caca de perro. Dos parejas de turistas chinos, cuatro adolescentes de la India y una familia mendocina se turnan para sacarse fotos en las paredes de chapa pintadas cada una de un color diferente.

De un bus blanco ploteado con el nombre de alguna agencia de turismo bajan unos veinte brasileros y se apuran a formar fila frente a la esquina en la que se puede subir una escalera para sacarse una foto con un Messi de yeso que levanta la Copa del Mundo. Los nenes que bajaron del bote del lado porteño apuran el paso porque la hora de entrar a la escuela se les viene encima: uno de ellos lleva un gorro de lana azul con el escudo de San Telmo. De este lado del agua estos colores están lejos de ser gobierno pero la camaradería es bienvenida.

Un brasilero pone mil pesos en una lata destinada a las propinas y se saca una foto con una réplica de la Copa Libertadores. Dos chilenas le dan 3.000 pesos al tanguero y la tanguera que posan con ellos: cada uno de los dos, en un buen día en Caminito, recauda entre 30.000 y 40.000 pesos. El encargado de un bar le prepara un café nuevo a un parroquiano porque, por la charla, se le enfrió. Y le cobra a un extranjero un 25% más que al parroquiano por un café del mismo tamaño.

Tres nenas que dicen que están en cuarto grado no se cruzan con ningún auto en el camino a la escuela: viven en el barrio Catalinas Sur, ese microcosmos de 2.500 viviendas creado en los sesenta que tiene escuela, iglesia, calles peatonales internas y un espíritu comunitario conmovedor. La mandíbula frondosa de un callejero con antepasados pastores alemanes custodia la entrada de un conventillo en los que todavía abunda la madera, ese material que protagonizó los incendios más graves de esta punta de la ciudad. Adentro, en el patio que comparten 24 familias, unos cinco o seis adolescentes pelean su batalla de gallos vecinal: se apilan para desafiarse a puras rimas improvisadas.

Un botero cruza el Riachuelo debajo del transbordador Nicolás Avellaneda. (Gastón Taylor)
Un botero cruza el Riachuelo debajo del transbordador Nicolás Avellaneda. (Gastón Taylor)

A dos cuadras de La Bombonera, María Ángeles vende una, dos, tres, varias camisetas de Riquelme por día. Algunas menos de Maradona. Y los lunes, la del jugador que más haya brillado el fin de semana. Un hombre desmaleza el baldío en el que duerme para que los días de partido esté listo para los autos: 5.000 pesos la plaza.

Un señor que parece más de setenta descansa apoyado en una de esas escaleras de tres o cuatro escalones que suben y bajan en las veredas de este barrio que tuvo que construirse a sabiendas de que las inundaciones eran parte de su folklore. Las mujeres apuran el paso por la calle: no hay tiempo para escalar y descender en medio de los mandados. Un contingente de chicos de segundo grado camina por la avenida Pedro de Mendoza nombrando los colores de los que están pintados los adoquines y las paredes del Complejo Quinquela Martín, que incluye museo, centro de primera infancia, jardín de infantes, escuelas primaria y secundaria, teatro y un hospital odontológico para chicos. El único que no juega a lo de los colores repite una misma pregunta: “¿Cuándo vamos a al cancha?”.

Una autobomba espera que sea el momento de hacer lo suyo pero no se parece a ninguna otra: está pintada de azul y oro. Lo del rojo es para todas las demás. La fila para hacerse atender en la guardia del Hospital Argerich llega hasta la vereda de la avenida Almirante Brown y una pareja adolescente elige la baranda que le pone borde al Riachuelo para besarse.

Mientras todo eso ocurre, como un mantra y como una advertencia, las pintadas de las paredes repiten: “República de La Boca”, “Este barrio no olvida”, “Esto es La Boca”. Este pedazo de la Ciudad que este viernes celebra su 154º aniversario -en conmemoración de la creación del Juzgado de Paz de La Boca del Riachuelo- les avisa todo el tiempo, a los visitantes y también a los locales, que estar acá no se parece a estar en ningún otro lado.

Uno de los tantos conventillos de La Boca con los colores más importantes del barrio: azul y oro. (Gastón Taylor)
Uno de los tantos conventillos de La Boca con los colores más importantes del barrio: azul y oro. (Gastón Taylor)

Del centro a la periferia

Este olor a agua que va y que viene, el olor de las orillas, habrá sentido Pedro de Mendoza en 1536, cuando fundó el Puerto de Nuestra Señora Santa María del Buen Aire. El Parque Lezama, en uno de los límites de La Boca, fue por su altura sobre el nivel del río epicentro de esa fundación, y el Riachuelo, por la posibilidad de que los barcos accedieran por esa vía, un gran protagonista.

Volvió a serlo hacia 1580, cuando Juan de Garay encabezó la segunda -y última, al menos que sea cierta la fundación mítica imaginada por Borges, nunca se sabe- fundación de Buenos Aires. El Riachuelo, Vuelta de Rocha y el puerto instalado en su boca -en La Boca- serían durante siglos uno de los centros neurálgicos de la que se convertiría en capital del Virreinato del Río de la Plata con el correr de los años.

Buenos Aires, su actividad comercial y política, crecería desde el sur hacia el norte. El comercio legal y también el contrabando se ejercerían durante la enorme mayoría de todos los años transcurridos hasta hoy a través de la navegación. La actividad portuaria -y de construcción y reparación de barcos, de almacenamiento, de industrialización de los productos que iban y venían- era la punta de lanza de una ciudad que tenía en su extremo sur y en su casco histórico sus músculos más activos.

Pero las cosas, como el mundo, iban a cambiar. La actividad portuaria se mudó, el Riachuelo se contaminó -por la presencia industrial pero sobre todo por la falta del tendido de cloacas-, la desinversión se acrecentó a partir de los años setenta y ochenta, el transbordador Nicolás Avellaneda quedó inactivo -y hasta estuvo por venderse como chatarra-. La Boca, que había sido el puerto (y entonces la puerta) de entrada a Buenos Aires, quedó cada vez más y más al fondo.

Los catamaranes barredores recorren el Riachuelo todos los días para limpiar su espejo de agua. (Gastón Taylor)
Los catamaranes barredores recorren el Riachuelo todos los días para limpiar su espejo de agua. (Gastón Taylor)

Viajemos al presente. La Boca integra ahora mismo la Comuna 4 de la Ciudad. Según el último censo oficial del Gobierno de la Ciudad, la Comuna 4 es la tercera de las quince en las que está dividido el territorio porteño si se tiene en cuenta la cantidad de personas en situación de calle que hay en cada zona. En esa misma comuna, alrededor del 15% de las viviendas totales atraviesan escenarios de hacinamiento o hasta de hacinamiento crítico. A fines de 2023, según la organización La Boca Resiste y Propone, unas 280 familias enfrentaban 280 causas por desalojo en el barrio.

En febrero de este año, cuando la Ciudad y el país atravesaban un escenario crítico respecto del dengue, la Comuna 4 estaba entre las cinco más altas respecto de la tasa de casos por cantidad de habitantes y era la segunda en cuanto a cantidad de casos. En agosto de 2023, el Instituto de Políticas Públicas para Buenos Aires publicó una nueva edición de su Índice de Bienestar Urbano (IBU), que contempla el ingreso per cápita, el nivel de desocupación, el acceso a la educación obligatoria y la tasa de mortalidad infantil en cada comuna de la Ciudad. La 4, de la que La Boca forma parte, obtuvo como resultado “Negativo”. Se trata de una de las dos comunas con mayor tasa de desocupación de la Ciudad.

La Boca fue el centro y, por cómo la Ciudad redistribuyó su riqueza a lo largo del siglo XX y hasta hoy, ahora tiene una posición mucho menos potente que en su época de oro. Pero muchos de sus vecinos, desde los que advierten con pintadas en las paredes que esta república es un territorio especial hasta los que añoran el brillo de las cantinas, las pizzerías y un puerto pujante, creen en la capacidad de su barrio para volver a crecer sin perder su esencia.

Las voces de los vecinos

Me quiero quedar en La Boca. El barrio tiene complicaciones, desafíos, como la inseguridad. Pero a pesar de eso tiene un encanto que es dificilísimo encontrar en otro lado. La sensación de comunidad, de pertenencia, es invaluable. No lo cambiaría por nada”. Bruno tiene 25 años y es lo que muchos por estas calles llaman “nacido y criado”. Se mudó varias veces pero nunca fuera de los límites de este barrio. Ahora vive cerca de la Usina del Arte y es el cocinero de un café a metros de Caminito.

Bruno es cocinero en un restorán a una cuadra de Caminito y "nacido y criado" en La Boca, de donde no se quiere ir. (Gastón Taylor)
Bruno es cocinero en un restorán a una cuadra de Caminito y "nacido y criado" en La Boca, de donde no se quiere ir. (Gastón Taylor)

Suenan tangos y acentos de distintos países y provincias argentinas mientras Bruno cocina y Fabián, el encargado del lugar, atiende las mesas. Acá una milanesa con papas fritas y una bebida puede salir de 10.000 a 12.500 pesos. Depende de si hay mucha gente o poca, depende también de si el cliente vive en pesos argentinos o no. El café con dos medialunas se consigue a entre 4.500 y 5.000, y los carteles lucen fileteados.

“Los sábados y domingos trabajamos como nunca. Vienen de Brasil, de Córdoba, de Mendoza, de Chile, de Perú. Y también de Europa. Esos días hacemos la diferencia”, explica Fabián. ¿Y los vecinos? “Del barrio vienen los clientes de siempre, que ya los conocemos, pero cada vez puede venir menos gente. Se nota que falta plata. Por ahí vienen taxistas que trajeron a alguien hasta Caminito y paran a tomarse un cafecito”, suma.

Claudia es una de las mujeres que todas las mañanas y todas las tardes cruza el Riachuelo en bote con sus hijos para llevarlos y traerlos de una escuela en La Boca. Vive en Isla Maciel y destina 1.200 pesos diarios al traslado de todos: cada trayecto dura unos dos minutos. Lo que mirado con ojos de turista desde Vuelta de Rocha parece “pintoresco”, para Claudia es un engranaje más de la rutina: “Los traigo acá porque hay más clases que en Provincia. Menos paro. La escuela funciona mejor y además yo me crié en La Boca, es el barrio de mi vida. Apenas pueda me vuelvo, pero por ahora llegamos al alquiler de una pieza en Maciel, no alcanza para cruzarnos”, cuenta. Tiene 43 años y limpia casas en Catalinas. De La Boca, explica, extraña “esa cosa que tiene el barrio de sentir un orgullo tremendo por ser de acá”.

“Acá se vende todo el tiempo. A los turistas, por estar cerca de la cancha y de Caminito. A los hinchas de Boca, que llenan la cancha cada vez que hay partido. Y a la gente del barrio, que está todo el tiempo con ganas de mostrar que es de Boca”, dice Ángeles. Vende camisetas del Xeneize a 17.000 pesos, lo mismo que se cobran en Caminito las ediciones “históricas” auspiciadas por Parmalat, Fiat o Fate. Hay, también, camisetas de la Selección en el local que atiende. Vienen con muy pocos nombres impresos: Messi, Maradona, Di María y… Riquelme. “Acá Román es el que más importa, después vienen todos los demás”, explica la vendedora. No se sabe si es un análisis de ventas o una declaración de principios.

Rodolfo vende empanadas a los turistas de caminito desde la ventana de la pieza que ocupa en un conventillo. (Gastón Taylor)
Rodolfo vende empanadas a los turistas de caminito desde la ventana de la pieza que ocupa en un conventillo. (Gastón Taylor)

Desde la ventana de la habitación que ocupa en un conventillo, Rodolfo Miranda le responde a Infobae. Vive hace 32 años allí y su ventana mira a Caminito, así que hace dos años, cuando dejó de manejar colectivos, puso un pedazo de pizarrón que dice “Empanadas” y empezó a vender. Masca coca mientras charla: nació en Jujuy, como su esposa, una de las seis personas con las que comparte su habitación. Perdieron, junto a otras 15 familias, un juicio por usucapión y ahora espera la oportunidad de formar una cooperativa y que les vendan el espacio.

Un buen día vendemos 30, 40 empanadas. Hacemos de pollo y de carne, y nos compra mucha gente porque la empanada es especial para comer mientras vas paseando. Nos arreglamos bastante bien con esto”, dice Miranda, que les sonríe a los turistas como si en ese gesto empezara su venta. Como tantos otros conventillos cercanos, este se incendió hace algunos años, cuando predominaba la madera. Ahora hay más cemento que antes. “La convivencia es difícil. Sobre todo por los espacios comunes, quién barre el patio, quién limpia, pero es lo que podemos pagar, aunque cada vez cuesta más llegar”, asegura.

Bruno, en medio de sus tareas de cocina, vuelve a la carga: “La Boca es un lugar lleno de vida. Mis vecinos son cálidos, hospitalarios, y buscan preservar la esencia del barrio. Crecer acá es una experiencia única, el barrio contagia la sensación de pertenencia y te enseña a ser apasionado”, dice.

Volver, como el tango

Hace apenas algunas semanas se anunció la vuelta del turismo de navegación en el Riachuelo. Es un signo del saneamiento que se ha logrado en los últimos años, gracias a la insistencia de los vecinos, de algunas empresas y de las organizaciones no gubernamentales que apuestan por esa mejora, y a la limpieza que de lunes a lunes llevan a cabo los catamaranes barredores que preservan el espejo de agua y que dependen del Ministerio de Espacio Público e Higiene Urbana de la Ciudad y de la Autoridad de Cuenca Matanza Riachuelo (ACUMAR).

La mayor contaminación del Riachuelo proviene de la falta de redes cloacales. (Gastón Taylor)
La mayor contaminación del Riachuelo proviene de la falta de redes cloacales. (Gastón Taylor)

Esa vuelta, la del turismo de navegación, es una de todas las vueltas, recuperaciones y reivindicaciones que se propone el barrio, sus vecinos y las organizaciones que los agrupan. Gabriel Lorenzo es director de Relaciones Institucionales de Fundación x La Boca, que congrega a vecinos, empresarios y referentes que apuestan por la reactivación social, deportiva, cultural y también comunitaria del barrio. Llevan veinte años reuniéndose y fueron de las primeras organizaciones en visibilizar el estado dramático del Riachuelo cuando, hace quince años, llevaron a cabo su primera remada: eran pocos botes, había que esquivar demasiada basura, pero lograron llamar la atención.

Este 9 de noviembre llevarán a cabo la 15ª edición de ese ritual que permite apropiarse de estas aguas emblemáticas, desde Puerto Madero hasta Avellaneda, con choripaneada final en Vuelta de Rocha y postales de la Ciudad y del Conurbano que no se verían desde ningún otro punto de los que habitualmente transitamos. Son 12 kilómetros inéditos para la enorme mayoría de la población.

En la remada, por ejemplo, se puede sentir el instante exacto en el que el Río de la Plata empieza a gotear sobre los que vienen del Riachuelo, a fuerza de viento y de potencia. Se puede pasar por debajo del puente Nicolás Avellaneda y navegar en Cuatro Bocas, donde confluyen, además del Riachuelo y el Río de la Plata, el Dársena Sur y el Dock Sud. Se puede ver Barraca Peña, la más antigua de las que usaban militares, marineros y comerciantes para almacenar sus materiales cerca del puerto, y se pueden ver las marcas que todavía sobreviven de las amarras de un puerto que ya no existe. Se puede ver Buenos Aires como la vieron los que empezaron a inventarla, nada menos.

“También queremos recuperar nuestras fiestas tradicionales del barrio, como la de la Virgen del Carmen, que es en el agua, o el Día de la Boca, volver a festejarlo de manera masiva en el barrio. Ya logramos impulsar varias cosas importantes, como la recuperación de los frentes de todo el complejo quinqueliano, que fuimos pintando inspirados en los colores de Quinquela, y el transbordador, que iba a ser descartado como chatarra, algo que es un delirio si se tiene en cuenta que hay sólo ocho así en el mundo”, explica Lorenzo. Ahora mismo, las organizaciones que se ocupan de esos ocho transbordadores celebran congresos especializados periódicamente.

El Nicolás Avellaneda, que se inauguró en 1914 para trasladar carros, caballos y personas y que dejó de funcionar en los noventa, fue recuperado hacia 2017 y ahora, desde hace un tiempo, volvió a descomponerse. Su reparación entraría en licitación a través de, en principio, Vialidad Nacional, y no se descarta que lo concesione una empresa privada. Ya es Monumento Nacional y goza del escudo de protección de Unesco.

Una de las remadas organizadas en el Riachuelo. El 9 de noviembre se realizará la de este año. Crédito: Fundación x La Boca
Una de las remadas organizadas en el Riachuelo. El 9 de noviembre se realizará la de este año. Crédito: Fundación x La Boca

“Hemos organizado ciclos de cine para los vecinos y sobre todo, visitas escolares al circuito quinqueliano y a Vuelta de Rocha, porque hay mucho chicos del barrio o de barrios cercanos que no conocen nuestro Riachuelo, y parte de recuperar el barrio es empezar a descubrirlo. Los chicos no pueden creer lo que ven, son los que llamamos nativos de La Boca, y después trabajan en proyectos de arte inspirados en el barrio. Salen cosas muy lindas”, describe Lorenzo. Esos proyectos se han expuesto justamente frente a Vuelta de Rocha, en esa postal que a principios del milenio e incluso después era un cúmulo de basura y que ahora recuperó la limpieza superficial.

“El espejo se limpia durante ocho a diez horas todos los días. El Riachuelo le sirve de límite a la Ciudad durante unos 15 kilómetros de su perímetro: nueve comunas porteñas están bordeadas por ese curso de agua. Vuelta de Rocha se limpia constantemente. Queda mucho trabajo por hacer porque hay que pensar que hay unas 5 millones de personas viviendo en la cuenca Matanza Riachuelo y la mitad no cuenta con red cloacal”, describe Javier María García Elorrio, referente de la Dirección General de Limpieza de la Ciudad. Según explica, ni la vida ni la potabilidad del agua del Riachuelo son posibles porque no está lo suficientemente oxigenada todavía.

“Limpiamos desde La Noria hasta Vuelta de Rocha, y por el Río de la Plata hasta Vicente López. Vuelta de Rocha es una de las vidrieras de la Ciudad, por eso desde 2016 funcionan aquí los catamaranes barredores”, describe. En el Riachuelo, cuenta García Elorrio, hay algunas tortugas que logran ir y venir porque salen a respirar a la superficie, pero los cardúmenes de sábalos y bagres que entran por el Río de la Plata vuelven a esas aguas apenas detectan que no conseguirán el oxígeno que necesitan para sobrevivir.

Cuando Fundación x La Boca llevó a cabo su primera remada, entre todo lo que esquivaron los pocos botes que se metieron al agua había 56 barcos hundidos. En el último año participaron unos 250 botes: el crecimiento de la convocatoria da cuenta de que hay cada vez más gente que deja de darle la espalda al Riachuelo, al menos una vez al año. Sobre ese empuje quiere “pararse” La Boca.

Quinquela y los Bomberos: dos emblemas

El 2 de junio de 1884, hace 140 años, la Argentina empezó a tener Bomberos Voluntarios. La historia empezó en La Boca, donde se conformó el primer cuartel, cuya historia se cuenta en cada uno de los destacamentos de voluntarios del país.

La autobomba de los Bomberos Voluntarios de La Boca: azul y oro. Crédito: Nicolás Stulberg
La autobomba de los Bomberos Voluntarios de La Boca: azul y oro. Crédito: Nicolás Stulberg

“La Boca en ese momento era la cara de la Ciudad, una zona pujante, un Riachuelo navegable y lo siguió siendo durante muchas décadas”, recuerda Carlos Milanesi, presidente desde hace veinte años del cuartel en el que empezó a desempeñarse a los 12. Era el dueño de la pelota con la que los bomberos jugaban sus picaditos y, un día, el picadito coincidió con una emergencia. Milanesi anunció en su casa que quería sumarse al equipo: su mamá se espantó y su papá le dijo que sí, para más espanto de su mamá. Estaba convencido de que se cansaría enseguida. Se equivocó.

“Este ya no es el barrio de los italianos, de los genoveses. Ahora el epicentro de La Boca es Boca, el barrio fue mutando, por eso tenemos nuestra autobomba pintada con los colores del club y el uniforme es azul y amarillo”, cuenta Carlos. En rigor, el escudo del cuartel, que tenía los colores de la bandera italiana, ahora conserva el rojo y el verde pero el fondo blanco cambió por el azul y las letras son amarillas. La mutación del barrio se resume en ese cambio sutil.

“Cuando Boca gana el barrio se alegra. El club produce actividad económica: trabaja el cuidacoche, el que saca la parrilla y vende chorizos en la puerta de la casa, la que vende camisetas. Los comercios que sostienen el barrio dependen de los partidos, en ese sentido no se puede ser pro-Boca, incluso los que somos hinchas de River”, explica Milanesi, que también se define como un “nacido y criado”. Se acuerda de cuando en La Boca había diez o doce bancos en vez de dos, unas diez pizzerías, y al menos catorce cantinas.

“El barrio tuvo su declive, se apocó. Había una economía más pujante, siempre de clase media trabajadora. El fin de la navegabilidad lo tiró muy para abajo porque eso generaba fuentes de trabajo. Uno siempre está esperanzado y espera que cambie, que haya más movimiento. Cuando yo era chico al que veías trabajando en el taller gráfico te lo encontrabas después tomando un café en la cantina, ahora no le alcanza”, describe Milanesi.

En el cuartel que preside trabajan unos 80 voluntarios. Todos los días del año, a todas las horas, hay un equipo listo para salir. Desde 2008 esos equipos incluyen mujeres, que ahora alcanzan a entre el 30% y el 40% de la dotación total. Los Bomberos Voluntarios de La Boca, una institución emblemática, ya no están en los semáforos que rodean el Parque Lezama pidiendo donaciones a voluntad. “Los bomberos tienen que estar donde se los necesite como bomberos. Cambiamos el modelo. Ahora prestamos servicios, por ejemplo en la cancha o en el Luna Park, que nos permiten sustentarnos, o brindamos capacitaciones a empresas”, explica.

Los bomberos organizaron charlas de concientización en los conventillos y lograron reducir los incendios. (Gastón Taylor)
Los bomberos organizaron charlas de concientización en los conventillos y lograron reducir los incendios. (Gastón Taylor)

También brindaron, a partir de 2016, charlas de concientización y mejoras de infraestructura en los conventillos. “En muchos instalamos tapones, que logran que cuando hay sobrecarga de consumo eléctrico se corte la luz en vez de que se produzca una chispa que puede desencadenar un incendio. Y dimos charlas sobre cómo evitar esas sobrecargas, cómo organizar el uso de aparatos eléctricos, especialmente en invierno, para evitar esos problemas, que generaron tragedias a lo largo de la historia de La Boca”. Antes de las charlas, cuenta Milanesi, había entre 15 y 20 incendios mensuales en ese tipo de viviendas. Después, uno o dos. La intervención de los Bomberos, como en las emergencias, resultó determinante.

Otra intervención que marcó un antes y un después para La Boca fue la de Benito Quinquela Martín, su artista por antonomasia y un gran impulsor de la vida cultural y también de la educación en el barrio. Fue él quien decidió que una calle abandonada se convirtiera en una galería de arte a cielo abierto -Caminito, hoy uno de los íconos turísticos ineludibles de la Ciudad- y fue él, sobre todo, quien decidió que la Argentina, con sede central en el barrio que era su aldea, se merecía una gran colección de su arte figurativo, con obras de artistas vernáculos del siglo XIX y el XX.

Además, fundó un lactario en el que las mujeres que trabajaban o que por problemas de salud no podían amamantar pudieran dejar a sus hijos para que fueran alimentados por nodrizas, y un hospital odontológico para que fuera un complemento del Argerich. Apostó por más: un jardín de infantes, una primaria y una secundaria, y un teatro.

A todo le puso su doble impronta: la del color y la de mostrar, sobre todas las cosas, la potencia del trabajo. “Quinquela destinó 35 años a crear el complejo, que empezó por el museo y la escuela. Pensó en un museo de arte argentino que participara del proceso educativo de los chicos mostrando paisajes, personajes y costumbres de todas las regiones de nuestro país”, explica a Infobae Victor Fernández, director del Museo Benito Quinquela Martín desde 2015. La colección permanente, describe, incluye obras de Antonio Berni, Rogelio Yrurtia, José Malanca, Raquel Forner, Pío Collivadino, Eduardo Sívori y Ernesto de la Cárcova, entre otros. “La intención de Quinquela era relatar históricamente el arte nacional”.

Benito Quinquela Martín, el artista que imaginó "La Boca ideal".
Benito Quinquela Martín, el artista que imaginó "La Boca ideal".

Por eso el pintor les dijo que no a Benito Mussolini y al mismísimo rey de Italia, Vittorio Emanuele, cuando quisieron firmarle un cheque en blanco a cambio de Crepúsculo, una de sus obras más importantes: el casco de un barco y un cielo incendiado de naranja detrás.

Casi la mitad de los visitantes que llegan al museo son grupos escolares, y el resto son casi todos visitantes argentinos, sobre todo de la Provincia de Buenos Aires, Córdoba, Santa Fe y Mendoza. Menos del 10% de las casi 100.000 personas que van al año son turistas extranjeros: es que sus visitas a Caminito son rápidas, sobre todo en contingentes. Unos minutos para la foto y de nuevo al micro.

“Ese puerto que él pintó nunca existió como tal. En sus pinturas está la utopía, el barrio ideal, La Boca ideal. Lo curioso es que nos convenció de que el barrio podía ser como él lo pintaba y muchas cosas terminaron pareciéndose a sus obras. Quinquela pintó el trabajo, el esfuerzo, la acción transformadora de la sociedad a través de, por ejemplo, el estibador, el portuario. En el horizonte, siempre, una ciudad futura, ideal, pujante. El estibador anónimo está construyendo ese futuro”, describe Fernández.

Quinquela se había criado en un barrio en el que se expandían las ideas anarquistas y socialistas. El trabajo era para él una fuerza transformadora. “De eso que imaginó y pintó Quinquela queda todo en La Boca de hoy. Sigue siendo un barrio de trabajadores que se construye día a día sobre el esfuerzo. Sigue siendo un barrio laburante, en el que cuando las cosas van bien pensamos cómo compartirlo con nuestra comunidad. Eso sigue estando en La Boca, esa red comunitaria”, reflexiona Fernández.

Las nuevas organizaciones, las instituciones históricas, los “nacidos y criados”, los que se fueron y quieren volver, los que llegaron y no se quieren ir: todos son parte de un barrio al que los años dorados ya le pasaron pero en el que muchos esperan que ese brillo vuelva. Y para eso reman.

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