El 31 de julio de 1974 cayó en miércoles y en toda la Argentina se preparaban los actos con que, al día siguiente, se rendiría homenaje a Juan Domingo Perón al cumplirse un mes de su fallecimiento. En los treinta días que siguieron a la muerte del presidente, los tiempos se habían acelerado en el convulsionado clima político que vivía el país. El ala derecha del justicialismo -que ya hegemonizaba el gobierno en vida del general- seguía ganado espacio alrededor de la sucesora, María Estela Martínez de Perón, y buscaba borrar todo atisbo de rivalidad no solo a nivel nacional sino también en las provincias. Los diarios del día informaban sobre el dictamen favorable de la Cámara de Diputados de la Nación para la intervención de Mendoza, donde tambaleaba Alberto Martínez Vaca, uno de los últimos representantes del sector más progresista del peronismo que todavía conservaba su cargo.
Desde el Ministerio de Bienestar Social, “El Brujo” José López Rega aportaba su cuota de violencia a la ofensiva ultraderechista con el accionar del grupo parapolicial de su creación, la Triple A (Alianza Anticomunista Argentina), cuyos atentados y amenazas de muerte se venían multiplicando desde fines del año anterior.
La primera acción firmada de la Triple A fue el atentado con explosivos contra el senador radical Hipólito Solari Yrigoyen, el 21 de noviembre de 1973, en el estacionamiento del edificio del Congreso Nacional. Gravemente herido, el legislador salvó esa vez milagrosamente su vida. Después de ese “debut” oficial -porque venía actuando desde tiempo antes sin adjudicarse los ataques-, el grupo dio a conocer un listado de decenas de “condenados a muerte” en el que había militares de trayectoria democrática, dirigentes políticos, actores, periodistas, integrantes de organizaciones guerrilleras, docentes y abogados de presos políticos.
Para julio de 1974, el diputado nacional Rodolfo Ortega Peña era el único legislador del ala izquierda del peronismo que seguía ocupando una banca en el Congreso después de la renuncia, en enero de 1974, de los ocho diputados que respondían a la Juventud Peronista en protesta por la reforma de corte netamente represiva del código Penal propuesta por el propio Perón.
Ortega Peña, que si bien pertenecía al ala izquierda del peronismo no respondía a la conducción de Montoneros, había decidido seguir en su banca. A diferencia de sus colegas, creía que el Congreso todavía podía ser un lugar de lucha desde el cual cumplir con la promesa que había hecho en el momento de jurar el cargo: “La sangre derramada no será negociada”.
Por eso, la noche del 31 de julio de 1974, después de cumplir con sus labores legislativas, “El Pelado” -como todos lo llamaban- salió del Congreso como cualquier otro día sin saber que iba a morir.
“¡¿Qué pasa, flaca?!”
Arenales y Carlos Pellegrini. Hora: 22.25. “¡¿Qué pasa, flaca?!”, alcanzó a preguntar Ortega Peña cuando escuchó el primer disparo y el grito de su mujer, Elena Villagra. No tuvo tiempo para más: en los siguientes segundos recibió 24 tiros que impactaron en su cabeza y en otras partes de su cuerpo.
Estaban bajando de un taxi Siam Di Tella en la esquina Arenales y Carlos Pellegrini, pleno centro de Buenos Aires. Ortega Peña, ya en la calle, se asomó a la ventanilla del vehículo para pagar el viaje cuando escuchó el disparo y el grito de su mujer.
No vio el Ford Fairlane verde que llegó a gran velocidad y frenó de golpe, ni a los tres hombres armados con ametralladoras que bajaron de él. Tampoco que uno de ellos, con la cara cubierta con una media de mujer, puso rodilla en tierra y empezó a disparar. Sólo escuchó el primer tiro y el grito de su mujer.
Cayó hacia delante y quedó tendido entre las ruedas delantera derecha del taxi y la trasera izquierda del Citroën estacionado al costado. Al caer golpeó pesadamente contra el paragolpes trasero del Citroën, arrancándolo.
Cuando el hombre de la media en la cara terminó de vaciar el cargador de su arma, volvió a subir al auto con sus dos cómplices y el Fairlane salió disparado por la calle.
Elena Villagra, con la cara sangrante por la bala que acababa de atravesarle el labio corría desesperada gritando: “¡Mataron a mi marido!”, una y otra vez. La auxilió un médico que salió de su casa al escuchar los disparos.
Sobre el asfalto, el cuerpo del “Pelado” se empapaba del rojo de su propia sangre derramada. Tenía 37 años.
Zona liberada para matar
No hubo dudas de que Ortega Peña había caído víctima de una operación letal planificada milimétricamente. Lo estaban esperando.
Se pudo reconstruir – no lo hizo la Policía Federal, sino los periodistas que entrevistaron a muchos testigos – que, apenas el Fairlane verde de los asesinos entró en la cuadra donde se había detenido el taxi, otros dos autos cortaron la calle impidiendo el paso. En las dos esquinas se instalaron varios hombres de civil que, armados, hicieron desviar a los transeúntes.
También se pudo saber que, pese a ser un lugar céntrico donde abundaban los policías de calle, en el momento del crimen no había ninguno en los alrededores, con lo que se constituyó una “zona liberada” para que el grupo perpetrara el atentado.
Después se sabría más. Esa tarde Ortega Peña había recibido la llamada de un supuesto periodista de El Cronista Comercial, pidiéndole una entrevista y preguntándole hasta qué hora podría encontrarlo en su despacho del Congreso. El diputado le respondió que podía esperarlo hasta las 21.30.
El supuesto periodista nunca llegó para entrevistarlo y más tarde, consultada por compañeros del diputado, la dirección del diario dijo que ninguno de sus periodistas le había pedido una reunión a Ortega Peña para ese día.
A la hora que había marcado como límite, “El Pelado” salió del Congreso con su mujer para ir a comer en un restaurante de Callao y Santa Fe. Al salir, tomaron el taxi, sin saber que los estaban siguiendo. Los asesinos sabían que de allí seguramente se dirigirían hasta su casa, donde el operativo estaba montado.
Cuando Ortega Peña y su mujer bajaron del taxi, los recibieron con una lluvia de disparos.
Gestos políticos
Si algo faltaba para que se confirmara que el asesinato de Ortega Peña era un crimen perpetrado desde el Estado a través de un grupo parapolicial, los hechos de las horas y los días siguientes no dejaron dudas.
Primero, el jefe de la Policía Federal, el comisario general Alberto Villar -hombre que respondía al ministro de Bienestar Social, José López Rega- se les rió en la cara a Eduardo Luis Duhalde y otros compañeros de Ortega Peña que fueron a reclamarle que investigara.
Después, el presidente de la Cámara de Diputados de la Nación, Raúl Lastiri -yerno de López Rega-, impidió que el velatorio de Ortega Peña se realizara en el Congreso, como correspondía con un diputado.
A eso se sumó la represión brutal por parte de la policía que sufrieron los asistentes al velatorio en la sede de la Federación Gráfica Bonaerense, con alrededor de 400 detenidos.
Abogado y militante
Proveniente de una acomodada familia antiperonista, la primera militancia de Rodolfo Ortega Peña fue en la izquierda. Se recibió de abogado a los 20 años, haciendo al mismo tiempo la carrera de Filosofía, y después estudió Ciencias Económicas.
“La lucha política de Ortega tiene origen en su formación personal. Fue hijo único, muy estimulado por sus padres y tenía una gran ambición de poder. Cuando eso se le despierta entrado en sus 20 años, descubre que a todas sus capacidades de formación de elite las puede utilizar para un objetivo más humanitario. Ahí se compromete y elige un camino del que después no se puede apartar por sus características personales y por el contexto propio de la época”, ha señalado Felipe Celesia, coautor de “La ley y las armas”, una biografía de Ortega Peña.
En las elecciones del 11 de marzo de 1973 fue elegido diputado nacional por la provincia de Buenos Aires. En su juramento como diputado de la Nación utilizó la frase “la sangre derramada no será negociada”.
Junto con Eduardo Luis Duhalde, lanzaron en 1973 la revista Militancia Peronista, de mucha repercusión entre los militantes de la época. En junio de 1974 la revista fue clausurada por decreto de Juan Domingo Perón y por lo que decidieron lanzar una publicación similar, bajo el nombre De Frente, que también fue clausurada.
Firmado: Triple A
Para el momento de su asesinato -casi un mes después de la muerte de Perón- el gobierno lo consideraba un enemigo declarado y López Rega lo tenía en su lista negra, entre otras razones porque Ortega Peña jamás dejó de denunciar el accionar criminal de la Triple A, que primero perpetró de manera solapada y para ese momento ya era desembozado.
A pesar de saber que estaba en la mira de los asesinos, el diputado se había negado una y otra vez a tener la custodia que le había ofrecido una organización guerrillera. Cada vez que se lo proponían, su respuesta era la misma: “La muerte no duele”
Durante los gobiernos de Juan Domingo Perón y de María Estela Martínez de Perón la organización parapolicial creada por José López Rega fue incrementando su accionar. Se calcula que, en dos años y medio, sus grupos de tareas asesinaron a alrededor de 3.000 personas.
Entre sus víctimas se cuentan el cura Carlos Mugica, el intelectual Silvio Frondizi, el ex subjefe de la policía bonaerense Julio Troxler y los abogados Antonio Deleroni y Alfredo Curuchet.
Para que no quedaran dudas, pocas horas después del atentado, la Alianza Anticomunista Argentina no demoró en adjudicarse la autoría de la muerte de Ortega Peña.
“No ha muerto simplemente el diputado, sino un militante del peronismo revolucionario que tenía una vieja y consecuente lucha al servicio de la clase obrera peronista y del pueblo. No nos cabe duda de que son precisamente los enemigos del pueblo por el que luchaba Ortega, quienes lo asesinaron. No interesa demasiado la mano que empuñó el arma, sino de dónde provino la orden de matar”, dijo Eduardo Luis Duhalde -socio de Ortega Peña en su estudio jurídico y compañero de militancia- al despedirlo en la Federación Gráfica Bonaerense.