La tele encendida, la ducha abierta y ocho cadáveres. Eso fue lo que encontró Carmelo Ortega cuando, con la ayuda de un cerrajero, logró entrar a la portería en la que vivía su hijo, Eduardo “René” Ortega, en la planta baja de un edificio de la cuadra en la que Monte Castro y Villa Devoto se tocan. Fue hace exactamente veinte años y fue tapa de todos los diarios al día siguiente: la inhalación de monóxido de carbono había causado la tragedia.
“Trágico. Fue un día trágico”, le dice ahora Rosa a Infobae en la puerta de ese edificio de la calle Baigorria al 4100. Vive allí desde antes de aquel 28 de julio del que todos los que ya estaban en la zona no se olvidan. “Los encontró el papá de René, que también era encargado acá a la vuelta. Mi marido y yo trabajábamos vendiendo frutas y hortalizas en el Mercado Central y cuando llegamos vimos todo conmocionado: había periodistas, vecinos y la tragedia. Yo me desvanecí en la escalera del susto y del impacto”, cuenta Rosa, que después de “René” fue por varios años encargada del edificio en el que todavía vive.
En el pequeño departamento de la planta baja fueron encontrados muertos Eduardo “René” Ortega, de 41 años, su ex mujer, Marta, de 39 años, los tres hijos que habían tenido, de entre 9 y 14 años, Mercedes, la entonces pareja de “René”, que tenía 35 años y estaba embarazada de siete meses, y los dos hijos de esa pareja, incluido un bebé de once meses.
La tapa del Clarín al día siguiente decía: “El calefón que se llevó ocho vidas”. Es que, según los peritajes que se hicieron, la inhalación letal de monóxido de carbono se produjo por una falla en el tiraje del calefón que estaba instalado en la cocina de ese departamento. La única ventana que en ese entonces tenía la vivienda estaba abierta pero con la persiana baja: no alcanzó para ventilar y evitar la intoxicación fatal, que según la investigación de ese momento, se produjo en pocos minutos.
“Ahora yo tengo todo eléctrico. Se cambió toda la instalación en el departamento”, cuenta Graciela a Infobae. Vive con su hija en el departamento en el que se produjo la tragedia hace dos décadas y que ya no se usa como portería porque ahora el edificio se mantiene con la limpieza de una empresa que envía a alguien tres veces por semana a ocuparse de esas tareas. “Me han preguntado si me daba miedo vivir acá, creo que gente que tal vez cree más en los fantasmas o algo así. A mí nada de eso me da miedo, y por una posible nueva pérdida no hay ninguna chance, ya no hay gas”, suma Graciela. Chuli, su perro, la espera en la entrada del edificio que salió en los diarios con el manojo de llaves en la boca.
De los habitantes del edificio de la calle Baigorria que vivían allí aquel 28 de julio de 2004 quedan muy pocos. Rosa se acuerda de la conmoción de Carmelo, el padre de “René”, al encontrar a parte de su familia muerta. En ese momento, lo asistió un equipo de psicólogos de la Policía Federal. Había llegado hasta la puerta de la vivienda de su hijo ya preocupado: “René” no había llegado al encuentro que habían pactado y no atendía el teléfono. Intentó contar con la ayuda del administrador pero tampoco pudo ubicarlo. Así que contactó a un cerrajero y, ante el escenario trágico, llamó inmediatamente a la Policía.
“No nos evacuaron ese día. Se ventiló bien la vivienda y se produjo el traslado de los cuerpos, pero no hizo falta tomar ninguna otra medida en el momento porque se determinó que había sido un problema sólo de ese departamento. Igual, al poco tiempo la empresa de gas vino a revisar y renovar buena parte de la instalación, y colocaron muchas rejillas de ventilación para asegurar que todo estuviera en condiciones”, recuerda Rosa.
La llama rosada que encontraron aún prendida en el calefón dio la pista a los peritos: así luce el fuego cuando hay monóxido de carbono. Se trata de un gas extremadamente peligroso por su toxicidad y por su silencio: es inodoro, incoloro y no irrita. No da señales hasta que las señales que da son peligrosísimas. Por eso al otro día, además de narrar la tragedia de la calle Baigorria, los diarios publicaban la insistencia de las autoridades sanitarias respecto de hacer revisar los artefactos que usaran gas y mantener siempre una buena ventilación en los espacios cerrados.
“Fue una tragedia y también fue un golpe al bolsillo. El consorcio tuvo que afrontar varios juicios que hicieron los familiares de los fallecidos, aunque se supone que fue un problema de cómo usaron el calefón. Fue difícil pero ya lo tenemos resuelto, y fue todo horrible lo que pasó”, recuerda Rosa. La noche anterior a que Carmelo encontrara a sus familiares muertos, “René” había sacado la basura como cada día. Por las posiciones y los lugares de la vivienda en los que fueron encontrados los cuerpos, los investigadores determinaron que algunos habían intentado salir de allí antes de desvanecerse.
“Me han insistido mucho con esto de si me daba miedo estar acá, porque acá ocurrió algo tan trágico. Pero la verdad es que yo no estaba en el edificio en ese momento, supongo que eso ayuda. Ya no hay peligro y a los que me hablan de los fantasmas me hago la que les presto atención pero no doy bola”, remata Graciela. Y apura la entrada ante la insistencia de Chuli, que sacude las llaves con el hocico.