El tema lo obsesionaba. Por eso Pablo Emilio Escobar andaba de aquí para allá en su célebre y flamante Hacienda Nápoles con la Enciclopedia de los Animales de National Geographic entre sus manos. Se sentaba durante horas a la sombra de un árbol, en su cuarto o donde se le ocurriera para poder planificar y concretar uno de sus sueños, el del zoológico propio, que lo atrapaba como a un niño. Entonces analizaba y repensaba una y otra vez qué animales traería y de dónde.
Mientras se terminaba de construir la mansión con piscina gigante, helipuerto, pista de motocross y aterrizaje para aviones, Pablo le daba los toques finales a su anhelo. Por eso le encargó la misión a uno de sus grandes amigos, Alfredo Astado, para que se encargara de ese asunto. Y el hombre en pocos días concertó una reunión que terminó siendo cumbre con los dueños de un zoo de Dallas a la que concurrió toda la familia. Los anfitriones destinaron varias limousines para recibirlos y trasladarlos. Y así, no solo Escobar se maravilló con lo que veía: búfalos, hipopótamos, cebras, monos, dromedarios, flamencos, camellos, jirafas, avestruces, canguros....
Cuando se acercó a los elefantes quedó tan maravillado que lo invitaron a subirse a uno y no dudó en hacerlo y disfrutar de un pequeño paseo sobre su lomo. Su mente imaginó todos esos animales en la Hacienda Nápoles y por eso no dudó un instante en invertir algunos millones de dólares en comprarlos. Así entonces fueron llegando en barcos y aviones, algunos clandestinos, no solo de los Estados Unidos. También trajo de Brasil algunas aves de contrabando porque se trataba de especies no permitidas para la venta, y hasta llegaron delfines del Amazonas...
Amaba tanto sus animales que llegó a comprar toneladas adicionales de zanahorias porque en un momento determinado tuvo la sensación de que los elefantes estaban inapetentes. Y como se le puso en la cabeza que los flamencos iban perdiendo el color de sus plumas, decidió alimentarlos durante un tiempo con langostinos pensando en que de esa forma recuperarían su tono rosado.
Nada faltó para la inauguración tan ansiada por Pablo de su zoológico abierto al público y gratuito, porque no solo lo había soñado para él sino para la gente, que no paró de llegar y asombrarse. Además, el público podía disfrutar de las instalaciones, incluida la piscina gigante, comidas y bebidas sin cargo alguno, por lo que se había convertido en una salida ideal para las familias que lo visitaban en gran número todos los días.
Pablo lamentó y anduvo apesadumbrado y triste durante un largo tiempo cuando murieron las seis jirafas que habían transportado desde Texas. Más allá del cariño que les había tomado, además se lamentó porque le costó mucho esfuerzo trasladarlas hasta la hacienda. Arribaron en una embarcación especialmente fletada hasta un puerto del Mar Caribe. Y desde allí recorrieron en camiones casi quinientos kilómetros pasando por Medellín hasta llegar a Nápoles. El único consuelo para Escobar fue que resultaron los únicos animales que no se pudieron adaptar.
Su esposa, Victoria Eugenia Henao, cuenta todos estos detalles descritos en la nota en un más que completo libro de vivencias, “Mi vida y mi cárcel con Pablo Escobar”, de Editorial Planeta. En él también rememora otras situaciones nada simpáticas para ella, porque entre tantos concurrentes a la estancia, relata que muchas mujeres se sentían atraídas por su marido, y él también hacía lo suyo para seducirlas y tener encuentros con ellas.
La mujer explica allí que por las noches Escobar armaba reuniones como excusa para ausentarse y luego regresar junto a ella en plena madrugada. Y pese a que ella le reprochaba furiosa que era un hombre casado que no la respetaba, Pablo apenas ponía cara de circunstancia y seguía haciendo de las suyas.
Las fiestas en la Hacienda Nápoles eran una constante. Para fines del año 82, luego de celebrar el 1° de diciembre el cumpleaños número 33 de Pablo, se organizó un festejo sin precedentes durante treinta días desde mediados de diciembre. Por ese entonces, un músico venezolano, compositor y cantante venezolano-colombiano apodado “El Indio” tocó cada noche con su banda durante doce horas seguidas. Los invitados llegaban allí cada día en aviones que iban y venían. La circulación era tal que parecía un aeropuerto más que una vivienda familiar.
Los artistas iban variando. Y Pablo supervisaba el arribo de cada uno de ellos, en especial de las mujeres, como ocurrió con Amparo Grisales, popularmente reconocida como “La Diva de la televisión colombiana”. Una modelo y actriz colombiana híper exitosa que contó su romance con Julio Iglesias, protagonista de novelas y series exitosas, entre las que se encuentra “Las muñecas de la mafia”, que trata acerca de las vidas de mujeres y amantes de narcotraficantes, a quien Escobar ya había conocido en persona en algún que otro encuentro.
Todo esto despertaba en su esposa una incomodidad que la desbordaba. Porque su marido de día disfrutaba de las bellezas naturales de la hacienda, pero de noche de otras, y ella era muy consciente de eso. En esos momentos plenos de jolgorio, Victoria Eugenia Henao relata que llegó a la casa nada menos que el cantautor Leonardo Favio. Y cuenta que con él compartió “largas noches de farra. Sufrí mucho con su llegada porque mi marido desaparecía días enteros y cuando se iban de la hacienda andaban de sitio en sitio en un lujoso Porsche”, asegura.
También refiere que otro de los argentinos que se hizo presente en Nápoles fue el santiagueño Leo Dan, a quien ella definió como “una estrella argentina” que cantó en los festejos junto a celebridades de esos tiempos. Entre ellas Virginia Vallejo, escritora, periodista, conductora de televisión y de radio, directora y productora de medios de la sociedad colombiana, que vivió un fulgurante romance con Escobar, a quien conoció en la mencionada hacienda. En 2007 Virginia publicó el libro “Amando a Pablo, odiando a Escobar”, donde relata detalles de la intensa relación que los unió.
La esposa de Pablo tenía muy poco contacto con él por esos días especialmente acelerados de su marido. Cuenta que prácticamente no tenían intimidad y que se percibía como una asistente más a su propia casa, y en el peor de los casos una convidada de piedra, mientras en su mansión sonaban todo el tiempo los mejores acordes de rancheras y cumbias colombianas.
En el devenir de su relato, en el capítulo “La Hacienda Nápoles que pocos conocen” Victoria Eugenia Henao recuerda con profundo dolor que Pablo le había pedido que el día que muriera fuera enterrado allí, junto a una ceiba, anhelo que no se pudo cumplir luego de su trágica muerte a merced de la feroz persecución del grupo paramilitar Los Pepes –Perseguidos por Pablo Escobar-.
También la afligía y sentía tristeza y decepción porque fue ella quien lo acompañó a conocer esas tierras cuando eran inhóspitas y no esas mujeres circunstanciales. Por aquellos calurosos días de febrero de 1979 todo ese sitio era un lodazal. Apenas si se sostenía una sencilla casa en la que junto a Pablo y un reducido grupo de familiares se vieron obligados a pasar una noche ahuyentando amenazantes variedades de insectos y serpientes que habitaban la selva, en la zona de Aquitania, Magdalena Medio antioqueño.
Henao tan solo atinó a rezarle a Dios para sobrevivir a aquella madrugada en la que se sintió acechada ante tanto peligro. Mientras tanto su marido la observaba ofuscado reprochándole que estaba exagerando la situación. Por supuesto ella no pudo dormir, y cuando vio el sol de la mañana se sintió una superviviente.
Con el correr de los tiempos se fueron comprando más terrenos que se sumaron y en total resultaron casi dos mil hectáreas que le costaron al capo narco algo más de dos millones de dólares. Tierras a las que bautizó como Hacienda Nápoles, como homenaje a Al Capone, el célebre gángster estadounidense hijo de padres inmigrantes italianos, otro bandido mafioso y peligroso como él.