En “El asesino de la carretera”, la tremenda novela negra que James Ellroy publicó en 1986, el psicópata Martin Plunkett, capturado después de sembrar decenas de cadáveres en las rutas de los Estados Unidos, no encuentra mejor ocupación, mientras espera su ejecución en un pabellón de la muerte, que contar en primera persona uno por uno sus crímenes. Su relato no deja dudas de que ha matado por el placer que le dan la visión, el sabor y el tacto de la sangre fresca, pero también muestra cómo su impulso de matar – ese horror que habita su mente – germinó de la semilla plantada por los terribles dolores, sueños y fantasías de su infancia.
La misma siniestra pasión por contar su raid de muertes se le puede adjudicar a Aileen Carol Wuornos, también conocida como “La asesina de la autopista”, con la diferencia que Martin Plunkett es un personaje de ficción y sus crímenes son parte de la trama de una novela magistral, mientras que los de Wuornos – una mujer de carne y hueso – fueron bien reales y mantuvieron en vilo a los estadounidenses entre 1989 y 1990, cuando llenó de cadáveres las banquinas de las rutas del estado de Florida.
Los hombres a los que mató sumaron siete en menos de un año. El primero en defensa propia; los demás porque ya no podía controlar la fuerza, disparada por las sensaciones de ese primer crimen, que la impulsaba a asesinar. Y los mataba con saña, siempre con el mismo sistema: se les ofrecía sexualmente, subía a sus autos, los mataba a tiros – no uno sino varios -, les robaba todo lo que llevaban encima y tiraba sus cuerpos cerca de la ruta.
“Es la primera depredadora femenina de que tengo noticia. Otras mujeres han matado a sus hijos, han matado a familiares o personas que conocen, pero ella es la primera que en realidad era una depredadora que cazaba a víctimas inocentes y les quitaba la vida”, la definió durante el juicio el sargento Bob Kelley, del Departamento del Sheriff del Condado de Volusia, uno de los detectives que investigó sus crímenes.
“No estoy loca”
Wuornos – que igual que el personaje de Ellroy tenía poco más de treinta años cuando se convirtió en una asesina en serie – no solo los contó con lujo de detalles, sino que quería morir por ellos. Por eso no aceptaba la posibilidad de que le perdonaran la vida con un diagnóstico de locura, y amenazaba con seguir matando si volvía a las calles. “Maté a esos hombres, les robé tan fría como el hielo. Y también lo haría de nuevo. No hay ninguna oportunidad en mantenerme viva o algo así, porque mataría de nuevo. Tengo odio arrastrándose por mi organismo... Estoy tan harta de escuchar esa cosa de ‘está loca’. He sido evaluada tantas veces. Soy competente, cuerda, y estoy tratando de decir la verdad. Soy alguien que odia en serio la vida humana y mataría de nuevo...”, escribió de puño y letra en una carta que presentó ante la Corte suprema de Justicia de Florida a fines de 2001.
Por entonces llevaba casi una década en el pabellón de la muerte, condenada seis veces a ser ejecutada con la inyección letal por el asesinato de otros tantos hombres. Quería terminar de una vez con su vida y no era solo porque no toleraba vivir entre rejas: estaba cansada de una existencia marcada por el abandono de sus padres, los abusos sexuales de su abuelo – a quien en la infancia creyó su padre -, la pulsión irresistible de matar a los hombres que la requerían como prostituta y la traición de su pareja, una mujer por la que se sintió amada y terminó entregándola a la policía.
La atormentaba también una imagen recurrente que confesó a uno de los tres psiquiatras que la entrevistaron para dictaminar sobre su salud mental: todos los hombres que había matado tenían la cara de su abuelo abusador, eso era lo que la hacía apretar el gatillo.
Crecer a fuerza de abusos
Aileen Wuornos nació el 29 de febrero de 1956 en Rochester, Michigan, y era la segunda hija de Diane Wuornos Melini y Leo Arthur Pittman. Llevaba el apellido de sus abuelos maternos porque la habían adoptado junto con su hermano mayor, Keith, cuando tenía cuatro años. Durante mucho tiempo pensó que su abuelo era su padre.
Nadie le hablaba de Pittman, porque cuando Aileen nació, Diane ya se había divorciado de él. Pittman la golpeaba y entraba y salía de la cárcel, siempre por acusaciones de abusos de menores. Muchos años después, cuando ella misma estaba en la cárcel, se enteraría de que su padre biológico se había suicidado en 1969, ahorcándose en la celda de una prisión de Kansas donde cumplía una condena.
Diane, la madre, decidió iniciar una nueva vida lejos y sin hijos. En 1960 se los dejó a sus padres, Lauri y Britta Wournos, dos inmigrantes finlandeses que los adoptaron legalmente y les dieron su apellido.
Para los chicos fue cambiar un infierno por otro. La abuela Britta vivía sumergida en los más diversos alcoholes baratos y golpeaba a los chicos por cualquier motivo, a veces con un cinturón, otras con un palo de escoba. El abuelo Lauri le pegaba nada más que a Keith; en cambio, a Aileen prefería llevársela a la cama – o a cualquier rincón de la casa – para abusar sexualmente de ella.
La futura asesina en serie quedó embarazada a los 15 años. Tuvo a su hijo en una maternidad de Detroit el 23 de marzo de 1971 y lo dio en adopción. No volvió a la casa de sus abuelos, prefirió vivir en un auto abandonado en el bosque. Cuando la encontraron, la internaron en una casa para madres solteras y, como era menor, quedó bajo custodia del Estado, que la obligó a asistir a la escuela.
La cárcel y el seguro de vida
Al cumplir los 18 años, en 1974, y quedó liberada de la tutela estatal, Wuornos no tenía donde ir. Comenzó la llevar una existencia de homeless, viajaba a dedo, dormía donde podía y conseguía dinero prostituyéndose en la calle. Por entonces usaba la identidad falsa de Sandra Kretsch.
Con ese nombre fue detenida por primera vez en mayo de 1974, en Jefferson, Colorado, por conducir alcoholizada, desorden público y disparar al aire desde el vehículo en movimiento con una pistola calibre 22. La liberaron bajo fianza y cuando comenzó el juicio no se presentó. Se había esfumado.
Volvió a Michigan, donde siguió con la misma existencia casi errante hasta que fue detenida el 13 de julio de 1976 por arrojarle una bola de billar – y acertar en la cabeza – al mozo de un bar. La policía comprobó que tenía algunas órdenes de detención pendientes por manejar borracha y la multó con 105 dólares. Los pagó un mes después, cuando le cayeron diez mil dólares del cielo. Su hermano Keith, a quien no veía, había muerto de cáncer de esófago y ella era la beneficiaria del seguro de vida.
Con ese dinero se fue de la ciudad rumbo a Florida, donde alquiló un departamento y llevó la vida que el dinero fresco le permitía. Se vestía bien y frecuentaba buenos restaurantes.
Allí conoció a su único y breve marido, descubrió el amor por una mujer y desató su raid asesino.
Un esposo anciano
El hombre se llamaba Lewis Fell, tenía 76 años, era presidente del Club Náutico de Florida, vivía en una casa enorme y era dueño de un yate. Aileen tenía 20 y no le habló en absoluto de su pasado. Tampoco a Felt parecía importarle: le propuso casarse a los dos meses de conocerse. La boda fue todo un acontecimiento, cubierto incluso por los periodistas de sociales de los diarios de la ciudad.
El problema era que Aileen se aburría con Fell y no toleraba sus reuniones sociales ni los días en el Club Náutico. No llevaba tres meses de casada y ya dejaba solo a Fell para irse de ronda los bares y divertirse a su manera. Y las maneras de Aileen no eran las mejores, al poco tiempo la detuvieron por agresión cuando estaba borracha en un boliche de mala muerte.
Su marido pagó la fianza esa misma noche y la llevó a la casa, donde Aileen se derrumbó en la cama. A la mañana siguiente, el hombre intentó reprocharle el hecho, pero no alcanzó a decir mucho. Aileen empuñó una caña de pescar que estaba en el living y lo golpeó como su abuela hacía con ella: con saña y por todo el cuerpo.
Menos de seis meses después de la boda, Lewis Fell pidió la anulación del matrimonio y logró una orden de restricción contra Aileen, que no podía acercarse a menos de trescientos metros a él.
Un amor de verdad
El dinero del seguro de vida del hermano Keith se agotó rápido y Aileen Wuornos volvió a las andadas. Los siguientes diez años entró y salió de la cárcel por toda clase de delitos: robo de automóviles, desorden público, conducir en estado de ebriedad, robo a mano armada, resistencia a la autoridad, atentado contra la propiedad privada – la emprendió a balazos contra el auto de un hombre con el que había discutido – y tenencia ilegal de armas.
Para 1986 estaba en Daytona Beach donde conoció a Tyria Moore, de 28 años, en un bar gay. Dos días después se fueron a vivir juntas, Tyria dejó su trabajo de empleada de limpieza en un hotel y aceptó que Aileen la mantuviera con el dinero que obtenía ejerciendo la prostitución. Años después Aileen contaría que “fue un flechazo”.
La relación iba bien e incluso Tyria acompañaba a Aileen cuando circulaba por la calle o iba a los bares para conseguir clientes. En julio de 1987 las detuvieron por golpear a un hombre con una botella de cerveza durante una discusión, pero la cosa no pasó a mayores. Aileen presentó en la comisaría una licencia de conducir falsa a nombre de Susan Blahovec y con eso consiguió que no le encontraran antecedentes criminales.Tyria nunca había tenido problemas con la ley, de modo que las liberaron enseguida.
Fueron tres años de romance continuo, hasta que en 1989 sucedió algo que desató todos los demonios que Aileen llevaba en su interior.
La asesina de la autopista
Todo comenzó una noche como cualquier otra, mientras Aileen ejercía su oficio. El 30 de noviembre de 1989, Richard Mallory, de 51 años, invitó a Aileen a subir a su auto y la llevó a un camino solitario para mantener relaciones sexuales. Ese era el acuerdo, pero el hombre se puso violento y lo que en un principio era una contratación de servicios se transformó en un intento de violación.
Aileen no lo sabía en ese momento - y tampoco se supo durante el juicio – que Mallory era un exconvicto y violador en serie.
La mujer llevaba un arma en la cartera y pudo manotearla. Le disparó tres veces en el pecho. Dejó el cuerpo en el asiento trasero del auto, se puso al volante y manejó unos kilómetros hasta encontrar un lugar adecuado para tirar el cadáver. Antes le vació los bolsillos.
Se alejó del lugar en el auto de Mallory y lo abandonó en la ciudad. Durante el juicio, varios testigos la reconocieron como la mujer totalmente vestida de negro que se había bajado del auto de la víctima. Por eso algunos medios comenzaron a llamarla también “la mujer araña”.
Esa muerte disparó otras, aunque Aileen demoró más de seis meses en volver a asesinar, después no pudo dejar de hacerlo. El 1° de junio de 1990 mató a David Spears, de 43 años; el 6 de junio a Charles Carskaddon, de 40; el 4 de julio a Peter Siems, de 65; el 4 de agosto a Troy Burress, de 50; el 12 de septiembre a Dick Humphreys, de 56; y el 19 de noviembre a Walter Jeno “Gino” Antonio, de 62. Siete hombres en menos de un año.
Todos habían “levantado” a Aileen en sus autos, todos fueron baleados en el interior del vehículo, todos los cadáveres – menos el de Siems, que nunca apareció – fueron encontrados a los costados de las rutas cercanas a Palm Harbour, Florida.
La policía buscaba a “la asesina de la autopista” pero no tenía demasiadas pistas para encontrarla: que era joven, que casi siempre vestía de negro y que abandonaba los cadáveres de sus víctimas a la vera de los caminos.
Traicionada por su amante
El error que la perdió fue llevar a pasear a Tyria en el auto de la última de sus víctimas. Aileen perdió el control del volante y se estrelló contra un poste de electricidad. Las dos mujeres bajaron del auto – Aileen con una herida sangrante en la cabeza -, rechazaron la ayuda de los transeúntes y se escaparon a pie.
Los testigos describieron a la policía a la mujer vestida totalmente de negro y se difundió un retrato robot por televisión. Para entonces ya había aparecido el cadáver de “Gino” Antonio. No quedaron dudas: la mujer de negro era “la asesina de la autopista”. También describieron a Tyria Moore.
Esa misma noche, las dos mujeres se separaron. Moore se escapó a Pensilvania y se refugió en la casa de su hermana. Se comunicaba con Aileen por teléfono, no sabía dónde estaba. Pero la policía localizó a Tyria, la detuvo y le hizo una propuesta que no pudo rechazar: le daría inmunidad si ayudaba a detener a Ayleen y declaraba en su contra en el juicio.
En la siguiente llamada telefónica, Tyria Moore le propuso un encuentro a Aileen Wuornos. Cuando acudió a la cita, la policía estaba esperando. Se entregó sin resistencia. Unos días después, los investigadores permitieron que las dos mujeres se reunieran. Aileen le reprochó con dureza a Tyria que la hubiese entregado, pero también le aseguró que no había dejado de quererla. Y tomó una decisión: “Hacé lo que tengas que hacer, si vas a declarar en mi contra, hacelo. No voy a dejar que vayas a la cárcel. Si para eso tengo que confesar, confesaré”, le dijo.
La voluntad de morir
El 16 de enero de 1991, Aileen Wuornos hizo una confesión completa y desligó a Tyria de los asesinatos. En el juicio declaró que su primer crimen había sido en defensa propia porque Mallory intentó violarla. “Fui violada, fui torturada. Tenían el volante, tenían la imagen del volante con los arañazos, estaba roto. Esa es la prueba de que yo estaba atada al volante. No puedo creer que esto haya sucedido”, dijo.
La condenaron a muerte por seis de los asesinatos. En cambio, no fue juzgada por el asesinato de Peter Siems porque si bien había aparecido su auto con restos de sangre, nunca se encontró el cadáver.
Aileen Wuornos pidió que la condena se ejecutara lo antes posible. No quería seguir viviendo. “Quiero estar con Dios”, dijo.
Demoró más de una década en cumplir su deseo. “La asesina de la autopista” fue ejecutada mediante una inyección letal el 9 de octubre de 2002.