El primer cadáver apareció dentro una bolsa en el hueco del ascensor del Bloque 11 de un complejo de edificios. Lo encontró un carpintero que volvía a su departamento después de una fiesta la noche del 25 de enero de 1981. Al hombre le llamó la atención la bolsa y la abrió. Cuando vio su contenido no pudo ahogar un grito de espanto que despertó a los vecinos: era el cuerpo desnudo y en posición fetal de una niña que después sería identificada como Agnes Ng Siew Heok, hija de un matrimonio que vivía cerca del complejo. Al día siguiente, los medios de la ciudad de Toa Payoh y de todo Singapur informaron sobre el hallazgo. La policía no tenía pistas. “Encontraron la bolsa, la abrieron y vieron asomar la cabeza”, se limitó a explicar S.K. Menon, el oficial a cargo de la Sección de Investigación Especial de la Policía de Singapur, sin dar más detalles, simplemente porque no los tenía. La autopsia reveló que a la nena le habían inyectado un sedante y que la habían violado antes de matarla apretándole el cuello. “Muerte por asfixia”, decía el informe.
El segundo cuerpo fue descubierto dos semanas después, cuando los investigadores seguían desorientados en la investigación sobre el asesinato de Agnes. El muerto era esta vez un niño de diez años y su cadáver apareció tirado en el pasto en un parque cercano al mismo complejo de departamentos. Al chico, llamado Ghazali bin Marzuki, se lo buscaba desesperadamente desde la tarde anterior, cuando desapareció mientras estaba jugando con unos primos. Los otros niños, más pequeños, dijeron que una mujer se había acercado al grupo para pedir que alguien la ayudara a llevar unas bolsas y que Ghazali se había ido con ella para ya no volver.
Era imposible no relacionar los dos casos y media hora después del hallazgo el oficial Menon quedó también a cargo de la investigación. El cuerpo seguía sobre el pasto del parque y, al observarlo, el policía descubrió que tenía rastros de sangre en la nariz. No solo eso, sino que también había gotas de sangre cerca del cadáver y que formaban un rastro que indicaba un camino. El rastro de minúsculas gotas secas salía del parque, cruzaba una calle, atravesaba la puerta de calle y subía por las escaleras del Bloque 12, lindero con el 11, donde dos semanas antes había aparecido el cadáver de Agnes.
Mientras el detective seguía la sangre, el cuerpo del niño fue trasladado a la morgue policial, donde los forenses descubrirían que lo habían matado casi de la misma manera que a la niña: sedado y asfixiado. No encontraron signos de violación, pero sí tres quemaduras como de cigarrillo en la espalda.
Los rastros de sangre seca que siguió Menon llegaban hasta el séptimo piso y terminaban frente a la puerta de uno de los departamentos. El oficial, acompañado por otros dos policías, llamó a la puerta y se encontró cara a cara con el asesino.
El “hombre santo”
El sujeto se llamaba Adrian Lim, tenía 39 años, y en el vecindario tenía fama de ser un “médium” bendecido con poderes sobrenaturales, aunque para otros era sencillamente un charlatán. Sus clientes eran en su mayoría bailarinas y prostitutas, pero no faltaban tampoco hombres supersticiosos y mujeres mayores a los que les sacaba dinero a cambio de rituales de sanación o de los supuestos contactos que realizaba como médium con sus familiares muertos.
Lim vivía en el departamento con dos mujeres. Una de ellas era su esposa legítima, Tan Mui Choo, y la otra se llamaba Hoe Kah Hong, a quien el “hombre santo” presentaba como su “santa esposa” y que en la práctica era una amante aceptada por su mujer. Una y otra asistían a Lim en la realización de sus rituales y se encargaban de recibir las “donaciones” que los creyentes dejaban por los servicios prestados.
Cuando el oficial Menon exigió revisar el departamento, Lim le franqueó la entrada sin oponer resistencia. Después diría que lo hizo porque se sentía protegido por Kali, la diosa hindú de la muerte, el tiempo y el fin del mundo, de la cual era devoto. En el living, los policías encontraron a las dos mujeres, que no se movieron de los sillones donde estaban sentadas.
Descubierto y detenido
Los pequeños rastros de gotas de sangre seguían hasta la cocina. “Le pregunté al respecto y me dijo que el Año Nuevo chino acababa de terminar y que había estado matando pollos en la cocina. Me respondió con mucha sangre fría… era un farsante de primera”, testimonió después el detective durante el juicio. “El departamento era muy espeluznante, estaba iluminado con luz ámbar, y justo al entrar se encontraba un altar al frente. Allí, además de una estatuilla de Kali había también crucifijos y otras imágenes de ídolos hindúes y chinos. Notamos que algunos de ellos estaban manchados de sangre”, describió también.
Al continuar con el registro del departamento, los policías también encontraron frascos de sangre en la heladera, pero la evidencia que no dejó dudas de que se encontraban frente al asesino fue una sola hoja de papel. “Descubrimos un pedazo de papel dentro de una guía telefónica con los nombres de ambos niños muertos, Agnes y Ghazali, y supimos entonces que era el hombre, porque si bien el nombre de Agnes se conocía, el de Ghazali, cuyo cuerpo habíamos hallado apenas un rato antes, todavía no se había difundido”, explicó el detective Menon frente a los jueces.
Los detuvieron a los tres para interrogarlos en la comisaría. Al buscar los antecedentes del hombre y de las dos mujeres, los policías descubrieron que el “hombre santo” devenido sospechoso de un doble asesinato enfrentaba un proceso por violación, denunciado por una tercera mujer que había vivido con él hasta poco tiempo antes. Lo que el oficial Menon y sus colaboradores no imaginaron fue que una cosa explicaría la otra.
Denunciados por violación
Adrian Lim, Tan Mui Choo y Hoe Kah Hong confesaron los dos asesinatos en el primer interrogatorio. En ningún momento intentaron desligarse de los crímenes. Lo insólito fue la explicación que dieron: habían matado a los pequeños Agnes y Ghazali en un ritual que tenía como objetivo que la diosa Kali ayudara a Lim a salir indemne del juicio que se le seguía por violación.
La denunciante se llamaba Lucy Lau y hasta no hacía mucho había sido otra de las “esposas santas” de Lim. Lo fue hasta que se cansó. En octubre del año anterior, el supuesto “hombre santo” había convencido a la joven Lau de que la perseguía un fantasma, pero que podía exorcizarlo si se sometía a sus rituales de sexo. El primer paso fue ofrecerle un vaso con una leche que, según él, tenía propiedades sagradas. Lo único “milagroso” que tenía la leche era el contenido de dos cápsulas de un sedante que literalmente la desmayó. Lim la violó cuando estaba inconsciente y, junto con las dos mujeres, la mantuvieron secuestrada durante semanas para que el supuesto “médium” siguiera dopándola y abusando de ella.
En noviembre la víctima pudo escapar del departamento y denunció a Lim y sus esposas por secuestro, amenazas y violación. Para enero de 1981, el proceso judicial ya estaba en marcha y los tres acusados habían obtenido el beneficio de enfrentarlo en libertad pagando una fianza.
Un ritual de venganza
En sus declaraciones, Lim, su esposa y su “esposa santa” contaron que habían planeado una serie de asesinatos de niños para distraer a la policía, pero también porque estaban convencidos de que los sacrificios de infantes persuadirían a la diosa Kali para que detuviera con sus poderes el proceso judicial que se les seguía por las acusaciones de Lucy Lau. Por ese medio también convencerían a la deidad de que se vengara de la denunciante.
El 24 de enero de 1981, Hoe vio a Agnes y la convenció de que la acompañara hasta el departamento con la excusa de darle unas golosinas. Una vez allí le ofrecieron un vaso de gaseosa mezclado con un sedante para dormirla y que Lim pudiera violarla sin resistencia. Cerca de la medianoche, asfixiaron a la niña con una almohada y le sacaron sangre con una jeringa. Bebieron una parte de ella y el resto lo utilizaron para embadurnar la imagen de la diosa Kali que tenían en el altar. Contaron también que, para asegurarse de que la niña estuviera muerta, la “ahogaron” en la bañera y después Lim le aplicó una “terapia de electroshock para asegurarnos doblemente de que estaba muerta”. Después metieron el cuerpo en una bolsa que dejaron en el hueco del ascensor del Bloque 11, vecino al edificio donde vivían.
Con Ghazali siguieron un modus operandi similar. El 6 de febrero, Hoe lo llevó con engaños hasta el departamento, donde también le dieron una bebida mezclada con sedantes. Sin embargo, como el chico se mostró mucho más resistente al efecto del cóctel y demoraba en dormirse, terminaron atándolo a una silla. Lo hicieron mal, porque Ghazali alcanzó a liberarse y corrió hacia la puerta para escapar. No alcanzó a tocar el picaporte porque Lim le dio un golpe que lo dejó inconsciente. Estaban sacándole sangre con la jeringa cuando el niño se despertó e intentó luchar de nuevo. Entonces lo arrastraron a la bañera y le sumergieron la cabeza en el agua hasta ahogarlo. A la noche Lim y Hoe sacaron el cuerpo del edificio y lo dejaron tirado en el parque. Ninguno de los dos se dio cuenta de que estaban dejando un rastro con la sangre que seguía goteando de la nariz de la pequeña víctima.
Ese descuido los perdió.
Condenados y ejecutados
Después de las confesiones y la evidencia reunida por la policía, no quedaban dudas de la responsabilidad del trío en los asesinatos. La defensa, entonces, se basó en convencer a los jueces de que los acusados estaban mentalmente desequilibrados cuando cometieron los dos crímenes. Así, la mayor parte del juicio se concentró en una batalla entre los expertos llamados por la fiscalía y los abogados defensores.
El caso había conmocionado y horrorizado tanto a Singapur que todas las audiencias se realizaron con la sala del tribunal colmada de periodistas y curiosos que querían ver con sus propios ojos al siniestro trío de criminales.
El 23 de mayo de 1983, los tres fueron condenados a muerte. Lim aceptó el veredicto e incluso agradeció al tribunal la sentencia, pero Tan y Hoe apelaron la sentencia insistiendo en que habían cometido los asesinatos en un estado de desequilibrio mental.
El 25 de noviembre de 1988 fueron ahorcados en la prisión de Changi y sus cuerpos fueron incinerados ese mismo día, después de un corto funeral católico, el crematorio de Mount Vernon. Las imágenes de los condenados en su recorrido hacia el cadalso mostraron a las dos mujeres caminando cabizbajas mientras Lim marchaba con la cabeza erguida y una sonrisa en los labios.