Los visitantes del Centro de Cohetes y el Espacio de Estados Unidos, en Huntsville, Alabama, suelen detenerse frente a un objeto de dimensiones discretas pero de enorme significación en la historia de la conquista del cosmos. Se trata de un tanque de oxígeno de 1,22 metros de diámetro y 1,25 toneladas de peso que es uno de los pocos restos recuperados del Skylab, la primera estación espacial lanzada al espacio por la NASA, famosa no solo por ese logro sino por haber mantenido en vilo al mundo entero durante días por su incontrolada caída sobre la Tierra.
Corría julio de 1979 y la situación -inesperada para la inmensa mayoría de los habitantes del planeta- parecía parte de un relato de ciencia ficción: a raíz de una serie de fallas que acortaron su vida útil y el imperio de la gravedad, un enorme laboratorio espacial entraría en la atmósfera y se estrellaría en un lugar del planeta que era casi imposible de precisar. Para peor -como suele suceder en las películas-, la única manera de frenar su caída no estaba al alcance de la mano: se necesitaba un cohete modificado para impulsar a la estación espacial a una nueva órbita, pero no había tiempo para prepararlo y lanzarlo.
Así las cosas, fuera de control, el Skylab podía caer en el mar sin causar daños, pero también en una zona densamente poblada con consecuencias inconmensurables de destrucción y muerte. Según los cálculos de la NASA, existía una posibilidad sobre siete de que un fragmento de cualquier tamaño cayera sobre una ciudad de más de cien mil habitantes. Una en siete podía parecer poco, siempre y cuando esa una no fuera el lugar donde uno vivía.
Los medios de comunicación seguían paso a paso el desarrollo del tema, pero lo imprevisible y espectacular de la caída hacía que, en lugar de tranquilizar, las noticias contribuyeran a generar pánico. Si se leían los artículos sobre el asunto, se encontraban muchos que que trataban de dar información científica y explicaban con todo detalle las posibilidades del caso, aunque no faltaban los apocalípticos e incluso los que se tomaban el asunto como si fuera broma, como el de un cronista argentino que llegó a plantear que había más posibilidades de morir si se comían dos huevos fritos por día que por el impacto de un trozo de basura espacial en la cabeza.
Mientras tanto, la cuenta regresiva continuaba inmutable hacia lo que podía terminar como un inédito y trágico desastre. Hasta ese momento, para la enorme mayoría de los “terráqueos” la carrera espacial, sus logros y sus fallas, eran cosas que sucedían lejos y no los afectaban en lo más mínimo. Con el Skylab, esa idea cambió de manera radical.
El primer laboratorio espacial
Durante las décadas de los ‘60 y los ‘70, la carrera espacial entre los Estados Unidos y la Unión Soviética era, de manera inevitable, un componente más de la Guerra Fría. Cada logro era, además, una victoria de una de las potencias; cada fracaso, una derrota. Si los soviéticos habían logrado, con Yuri Gagarin, poner antes que nadie un hombre en el espacio, los estadounidenses había sido los primeros en llegar a la Luna.
La de las estaciones espaciales era por entonces una batalla nueva, en la que la Unión Soviética iba en punta con la puesta en órbita del laboratorio Salyut 1, lanzado al espacio el 19 de abril de 1971. La NASA demoró dos años en ponerse a la par con el Skylab, diseñado por el ingeniero Robert Loewy. Se trataba de un laboratorio espacial de 75 toneladas puesto en órbita por un cohete Saturno V el 14 de mayo de 1973.
Skylab fue diseñada y desarrollada como parte de los planes de la NASA para reutilizar las piezas del programa espacial Apolo -el que llevó al hombre a la Luna- para otros fines de investigación y exploración espacial. La estación fue construida usando un cohete Saturno V modificado, y su estructura tenía 25,1 metros de largo y 17 metros de radio, incluyendo uno de sus paneles solares.
La estación contaba con un taller o laboratorio, un departamento de dormitorio, un almacén, un compartimiento para desechos, paneles solares y el telescopio Apolo, acoplado mediante una montura especialmente diseñada. Podía albergar tres astronautas por misión, que podían viajar a la estación en órbita usando un módulo de mando y servicio de la misión Apolo.
Las diferentes misiones estaban planeadas para que los astronautas realizaran observaciones relacionadas con la exploración espacial y también para estudiar los efectos físicos y psicológicos que la permanencia prolongada en una situación de microgravedad podía tener en el hombre.
Un mal comienzo
La misión Skylab empezó mal, apenas después del lanzamiento, llevada por un cohete Saturno V modificado que debía ponerla en órbita. Durante el ascenso, un escudo anti-meteoritos se abrió y se desprendió de la estructura de la estación, lo que causó también la pérdida de uno de los módulos de energía solar y la avería del otro, además de varios desperfectos de menor importancia. Ese accidente provocó un cambio en el plan de tareas de la primera tripulación asignada a la estación, que debía abordarla unos días más tarde, ya que debió abocarse a reparar los daños.
Los primeros tres astronautas llegaron el 25 de mayo de 1973. Eran tres hombres experimentados: el comandante Charles “Pete” Conrad -veterano de una misión a la Luna-, el piloto Paul J. Weitz y el científico y también piloto Joseph P. Kerwin. Estuvieron un mes y un día en el laboratorio espacial, dedicados a realizar una serie de caminatas espaciales para reparar y abrir el módulo de energía solar con el que todavía contaba Skylab y colocar un escudo solar para proteger el interior de la estación de altas temperaturas y gases.
Dedicados a esos trabajos, tuvieron que dejar de lado muchos de los experimentos e investigaciones previstos para esa primera misión, pero no había otra alternativa: si no realizaban esas reparaciones, el Skylab -pensado para permanecer por lo menos diez años en el espacio- habría quedado fuera de servicio sin siquiera haber empezado a cumplir su misión.
La segunda tripulación -integrada por Alan Bean, Owen Garriot y Jack Lousma- fue lanzada el 28 de julio de 1973 y permaneció 59 días en la estación. El tercer equipo llegó el 16 de noviembre de ese mismo año y estuvo 84 días orbitando la Tierra. Lo conformaron Gerald Carr, Edward Gibson y William Pogue, que fueron los últimos astronautas en habitar la estación.
El Skylab fue pensado originalmente para albergar muchas más misiones de investigación, pero la cuarta misión tripulada fue cancelada sin mayores explicaciones. Solo mucho después se sabría que -quizás por ser la primera de su tipo- la estación espacial seguía presentando problemas para los cuales no se habían previsto soluciones. A pesar de eso, la NASA rescató los resultados obtenidos: “Las tres expediciones tripuladas también produjeron un amplio estudio de la Tierra, sus cultivos, clima y cambios en el ambiente. Además, los astronautas completaron un estudio muy importante del Sol y aprendieron a trabajar en el espacio”, señaló en un informe.
El 8 de febrero de 1974, con la partida de los últimos astronautas, el Skylab quedó definitivamente deshabitado. Así seguiría, vacío y orbitando alrededor de la Tierra, casi seis años más. Hasta que empezó a caer.
We have a problem
La famosa frase pronunciada el 14 de abril de 1970 por el piloto del módulo de la Apolo 13 -“Houston, we have el problem”- en su fallido viaje a la Luna, bien puede aplicarse a la situación que descubrieron los expertos de la NASA cuando descubrieron que la monumental estación Skylab comenzaba a ser atraída por la fuerza de gravedad de la Tierra.
El problema era grave, porque el laboratorio espacial había sido pensado para mantenerse en órbita hasta 1980, con la posibilidad de impulsarlo en ese momento por un trasbordador espacial a una órbita más lejana. De acuerdo con los planes originales, en 1982 la NASA realizaría dos vuelos del transbordador para reparar y reconstruir Skylab, añadiendo aún más partes y para reemplazar componentes gastados. En 1984, Skylab recibiría mejoras a su sistema de energía solar y más equipos científicos, por lo que los astronautas podrían realizar misiones tripuladas de hasta 90 días en la estación, y poco después, alcanzaría la capacidad de servir como hábitat para hasta ocho astronautas al mismo tiempo.
Pero cuando la estación espacial comenzó a ser atraída por la gravedad terrestre, en 1979, el trasbordador espacial solo existía en los planos de los ingenieros y la otra alternativa para llevarla a una órbita más lejana tampoco estaba disponible. El plan B era impulsarla con un cohete Saturno V modificado, pero si bien ese cohete existía no se lo iba a poder adaptar a tiempo.
El Skylab había descendido más rápido de lo que esperaba la NASA, en parte debido a la actividad solar. Al no poder detenerlo, se incendiaría al entrar en la atmósfera y caería inevitablemente en algún lugar de la Tierra.
El miedo y las apuestas
La única posibilidad que tenían desde el centro de control de la NASA era tratar de dirigirla al Océano Índico, pero no había seguridad de lograrlo. La noticia de la inminente caída de la enorme mole de la estación espacial y de la imposibilidad de controlarla se difundió por todo el planeta. Si bien algunos cálculos señalaban que tenía muchas más posibilidades de caer en el mar que en una zona poblada de la Tierra, se trataba simplemente de probabilidades y no de certezas.
Durante los primeros días de julio de 1979 el seguimiento del descenso del Skylab fue tema central en los medios de todo el mundo. La información era confusa, carente de seguridades y en muchos casos alarmista. Aunque los expertos en navegación aérea dieron a conocer un cálculo según el cuál una persona tenía 300 veces menos posibilidades de ser alcanzada por el Skylab que de sufrir el impacto de un rayo, la alarma social fue grande. La posibilidad de morir aplastado por un fragmento de la estación espacial no podía ser descartada.
En todo el mundo se informaba diariamente sobre la trayectoria del laboratorio espacial. En Las Vegas se sucedían las apuestas sobre el posible punto de impacto, con los estados de Wisconsin y Nevada como los favoritos en caso de caer en los Estados Unidos, pagando veinte a uno.
El día de la caída
El 11 de julio, el primer laboratorio espacial puesto en órbita por los Estados Unidos entró en la atmósfera terrestre, se incendió y se desintegró en cientos o miles de fragmentos. Había permanecido en el espacio seis años, un mes y veinticinco días. La mayoría de las piezas cayó -como los últimos cálculos de la NASA habían indicado- en el Océano Índico, pero muchos se precipitaron sobre la tierra en Australia, cerca de un pueblo llamado Esperance, en el oeste del país.
“Mi esposa y yo nos despertamos después de medianoche tras el sonido de seis explosiones. Las ventanas se sacudieron, al igual que las puertas del armario. Salimos de la cama y salimos de casa, pero todo ya había acabado”, dijo un testigo al medio local 7News. Otros vecinos aseguraron haber visto la caída de fragmentos incendiados, como si fueran meteoritos. Ese mismo día, en el oeste australiano, miles de personas emprendieron una verdadera “búsqueda del tesoro” para encontrar restos de la estación espacial. Algunos para venderlos, otros para guardarlos como trofeos.
El infierno tan temido durante más de una semana no se cobró siquiera una víctima, lo que le permitió a la agencia espacial estadounidense decir en un comunicado: “En realidad, aunque la NASA tomó las precauciones necesarias para que nadie resultara herido, sus líderes y responsables aprendieron que la agencia espacial jamás debe permitir otra situación en la que fragmentos y restos de gran tamaño de escombros espaciales tengan la posibilidad de caer a la superficie terrestre”.
Semanas después de la caída del Skylab, el gobierno australiano impuso a la NASA una multa de 400 dólares “por arrojar basura en terrenos públicos”.