Una e en lugar de una a.
El primer gran grupo de rock que llegó a la Argentina fue el más importante de todos. En 1964 los Beatles tocaron en Canal 9. Perdón. Un error de tipeo. En 1964 los (American) Beetles tocaron en Canal 9.
Es un suceso algo complejo pero tiene su gracia. Un juego de cajas chinas de ardides y picardías. Y también con algún fraude en el medio.
El 8 de julio de 1964, sesenta años atrás, el canal de Alejandro Romay consiguió un récord de espectadores al poner en su pantalla al grupo musical del que hablaba todo el país. Cuatro jóvenes estadounidenses absolutamente ignotos en el resto del mundo pero que descendieron en el aeropuerto de Ezeiza convertidos en súper estrellas: los American Beetles.
En los párrafos que siguen hay pelos largos, fans en estado de histeria, medios (de los tradicionales y de los modernos) indignados, un Zar de la televisión en su salsa, un magnate cubano vencido, luchadores de Titanes en el Ring, una especie de secuestro, un juez azorado y con ganas de cortarle el pelo a los cuatro recién llegados, un enorme suceso de público y un poquito de música.
En resumen: una buena historia.
El origen del engaño
Todo empezó el 9 de febrero de 1964: los Beatles, a dos días de haber arribado a Estados Unidos, se presentaron en el Show de Ed Sullivan. Comenzaba una nueva era: la Beatlemanía. Un estado de locura colectiva inédito. Chicas aullantes, desesperadas por ver a sus ídolos (escucharlos era otra cosa: entre tantos gritos era imposible hacerlo). Los Beatles comenzaron a dominar (y a cambiar) el mundo. El fenómeno se expandió por todo el planeta. Discos, fotos, jóvenes que se dejaban el pelo largo.
Bob Yorey, un hombre que tenía un club nocturno en Miami, creyó que podía sacar partido de este furor y de esa nueva vocación universal. Debía apurarse: no sabía cuánto iba a durar esta fiebre. Él, como muchos más –casi todos-, estaba convencido que se trataba de algo pasajero.
En su local algunas noches se presentaba una banda integrada por cuatro jóvenes. Se llamaban The Ardells. Una noche Yorey los reunió y les dijo: “A partir de mañana cambian el nombre. Ya mandé a hacer los carteles”. Mientras los chicos se miraban sin entender demasiado, Yorey antes de dejar el pequeño cuarto repleto de ollas, bolsas de harina y botellas vacías que oficiaba de camarín, les dijo: “Y no se les ocurra cortarse el pelo”.
A partir de ese momento, pasaron a ser los American Beetles. Una banda que hacía covers (a veces de los covers como en “Twist & Shout”) del grupo del momento y algunos de los temas -bastante dignos- de los Ardells. La lógica de Bob Yorell parecía invencible: “Si existen los Beatles británicos, ¿por qué yo no puedo tener los Beetles americanos?”. Esta actitud puede provenir de dos actitudes que convergían: por un lado la voracidad por aprovechar el momento, por surfear (y explotar) la nueva ola; por el otro, la subestimación de la capacidad de los Beatles, la mirada condescendiente (Primera Plana, el semanario más moderno de su tiempo, decía: “Los Beatles, cuarteto londinense cuya precariedad musical no coincide con la increíble aptitud para la comunicación humana que mostraron en febrero en Estados Unidos”). Yorey estaba convencido que eso que ellos hacían lo podía replicar cualquiera.
En una de sus primeras noches, el cartel en la puerta del bar anunciando la presentación llamó la atención de un productor de espectáculos, Rodolfo Duclós. Entró, se sentó en una de las mesas y pidió algo para tomar. Apenas vio a los cuatro jóvenes aparecer en escena se convenció de que tenía un gran negocio entre manos. El pelo largo con el flequillo desprolijo cayendo sobre la frente, los trajes entallados, la juventud, la música que a él no le decía nada (tachín tachín la llamaban). Una hora después se juntó con Yorey y le propuso un gran negocio. Realizar una gira por América Latina con el grupo. Yorey pensó que estaba siendo filmado para The Candid Camera, el programa de cámaras ocultas de la TV norteamericana. ¿Quién podría estar interesado en estos cuatro jóvenes sin antecedentes y sin demasiado talento que hacían una imitación poco trabajada de un grupo inglés que ni siquiera tenían parecido fisonómico con los Beatles? Pero no. La propuesta era real.
Duclós utilizó todos los contactos que tenía desde México hasta Argentina aunque también se encargó de comunicarse con gente de Perú, Brasil, Uruguay y hasta de la España franquista.
Pronto quedó armada una importante gira. Algo muy inusual debido a la época y a la nula trayectoria artística y comercial del producto ofrecido.
En este punto, aunque no haya certezas absolutas, debemos detenernos. Se supone que el éxito de Duclós fue tan rotundo porque prometía a los Beatles. A los verdaderos. En las conversaciones telefónicas y en las reuniones personales la diferencia entre los nombres no se percibía. Al momento del contrato solo algunos notaron que los artistas del que se agenciaban la exclusividad en cada territorio eran los American Beetles. Una “e” en lugar de una “a” hacía una enorme diferencia. Ante algún desconfiado, Duclós, dicen, aducía que el agregado de “American” había sido una concesión de los de Liverpool para conseguir el éxito en Estados Unidos.
Así muchos medios anunciaron que la presencia de los Beatles en Argentina era inminente. Sin embargo, en algún momento antes del arribo de esta precursora banda tributo a cada país de la región, se conocía fehacientemente que los que tocarían serían unos émulos de los Beatles y no ellos mismos.
Para comprender mejor el ridículo y la desmesura de lo que sigue es necesario comprender bien este dato: el fenómeno comercial y la histeria colectiva se produjeron a pesar de que se conociera que no eran los verdaderos Beatles.
El escándalo en el país
En Argentina su presencia se anunció para mayo de 1964. Alejandro Romay, dueño de Canal 9, se vanagloriaba de la contratación. Pero el grupo no llegó en la fecha pactada al país. Toda la gira sudamericana se había atrasado. El empresario televisivo quiso rescindir el contrato por incumplimiento (se sospecha que aprovechó el retraso para dar por terminado el vínculo porque se dio cuenta del engaño después de firmado el contrato).
Pero semanas después se reavivó la gira. Romay no recibió a Duclós, enojado por el incumplimiento y por la confusión en la identidad de los intérpretes. El que sí lo atendió y firmó contrato de inmediato con el productor fue Goar Mestre, el empresario cubano propietario de Canal 13.
Los American Beetles llegarían a Argentina como artistas exclusivos del canal de Constitución. Tras el anuncio oficial comenzaron las notas periodísticas (la revista Primera Plana consigna que el episodio originó más de 100 artículos en los diferentes medios gráficos), las conversaciones en las calles, la ansiedad de los jóvenes.
La pelea por los Beatles truchos
Al ver la expectativa que generó la visita, Alejandro Romay recalculó. Romay, cuyo mayor talento quizás fuera el de entender de inmediato el gusto popular, se dio cuenta de que aunque fueran cuatro desconocidos, los American Beetles tendrían éxito en el país. Así que desempolvó el contrato firmado con anterioridad y alegó que Duclós había suscripto un compromiso con Canal 13 cuando todavía estaba vigente el suyo. Los tironeos en esos días previos fueron intensos. Declaraciones mediáticas, abogados, presentaciones judiciales.
El día de su arribo los ignotos músicos no podían creer lo que vieron al descender la escalera del avión. Las terrazas desbordaban de jovencitas que gritaban al verlos. Varios miles de fans habían ido a recibirlos. Pero eso fue lo más normal que ocurrió esa tarde. Lo inverosímil estaba por suceder. Apenas pusieron un pie en la pista, unos hombres enormes se acercaron a los músicos y los rodearon y los llevaron a las corridas hacia otro sector del aeropuerto escoltados por agentes de la Policía Federal. Al ver la situación otros, de traje y con maletines, empezaron a gritar airadamente y a pedir a la policía aeroportuaria que hicieran algo. De pronto los American Beetles desaparecieron de la vista de todos.
Alejandro Romay, alertado de que los directivos del 13 iban a hacer valer el nuevo contrato, se adelantó y decidió no esperar lo que dictaminara la justicia. Llamó a su amigo (y contratado) Martín Karadagian, el legendario luchador de catch, y le pidió prestados a varios de los luchadores de su troupe. Los hombres de Karadagian debían oficiar, al mismo tiempo, de guardaespaldas y secuestradores de los Beetles. Los llevaron hacia un avión particular en el que el Zar de la TV los esperaba con champagne. Después fue cuestión de aterrizar en otro lado de la Provincia de Buenos Aires y alojar a los músicos en un hotel secreto hasta que debutaran en TV.
Pero antes hubo una pequeña zozobra: al nuevo avión llegaron sólo tres secuestrados. Faltaba un músico. Los directivos de Canal 9 creyeron que se les había escapado uno o, peor aún, que en medio del revuelo le había pasado algo. Nada de eso: el cuarto músico se había quedado varado en Montevideo, la escala anterior esperando que el cónsul de su país resolviera un problema que había surgido con su pasaporte. Llegó solo unas horas después.
El relato del Zar de la TV
Romay contó estos hechos en 1998 en Zoo, el programa de Juan Castro: “Goar Mestre preparó todo: abogado, escritos, un juez. Maneras formales para quedarse con los Beetles. Yo procuré maneras más informales”, contó don Alejandro. Lo narraba con la impunidad que dan los años y el éxito; y con las deformaciones que permite el tiempo y alimentan la leyenda. Oscilaba entre el aire divertido (pícaro) y el sorprendido. En su versión los osados, los que no tenían vergüenza, los “atorrantes” los llamó, eran los músicos.
La gran cita, la inaugural, fue el 8 de julio de 1964. El programa El Festival de la Risa de Canal 9 anunció, por fin, que el número estelar serían los American Beetles. Alberto Berco, el conductor del programa, atildado y articulado, los presenta con algo de malicia aludiendo a la lucha con Canal 13: “Nadie sabrá comprenderlos. Por eso están aquí a pesar de cualquier contrato. Son una reacción ante el materialismo. Ellos lo definen con una sola palabra: dignidad”.
Cuando el telón se corrió y los cuatro jovencitos aparecieron en escena, las tribunas repletas de chicos y chicas, prolijos pero entusiasmados, estallaron. Rígidos pero contentos, cada uno en su lugar (mucha gomina entre los hombres y trabajados jopos entre las mujeres), batían palmas y vivaban: ¡Bitles! ¡Bitles!. Los cuatro músicos con el pelo largo (para su tiempo) y los trajes entallados caminaron sonrientes hacia sus instrumentos. Los Beetles iban a tocar por primera vez en Argentina.
No eran John, Paul, George y Ringo. De hecho, ni se parecían a ellos una vez que la cámara acercaba el plano. Eran Vic, Tom, David y Bill. Los American Beetles: Vic Grey, Tom Condra, David Hieronimous y Bill Ande.
El show del engaño
Suena “Twist & Shout”, el cover del cover. Las chicas del público gritan encima de la música.
Las imágenes de su presentación es uno de los tantos hallazgos que tiene el documental El día que los Beatles vinieron a la Argentina dirigido por Fernando Pérez y que muestra a la perfección esta insólita visita.
Romay habló, con su exageración habitual, de 63 puntos de rating. Algunos historiadores de la televisión dicen que fueron 48.3 puntos. De cualquier manera, un éxito indiscutible. El Zar no solo se quedó con el disputado número musical, sino que además se dio el gusto de pagarles menos de lo ofrecido por el 13. Un triunfo total.
Esa noche los invitó a comer a su casa y les pidió que le regalasen una guitarra a su hijo. Los Beetles dejaron su escondite y fueron alojados en el Hotel Alvear. Fue su momento de rockstars. Una multitud de jóvenes en la puerta, cortando el tráfico de la avenida. Las chicas se colaban en el hotel, superando a la estricta vigilancia, para meterse en sus habitaciones. Los cuatro músicos no habían osado soñar con tanto.
A cada lado al que iban los seguían los fotógrafos. Los diarios no los trataron demasiado bien. El pelo largo los convertía en sospechosos. Dudaban de su virilidad debido a sus peinados o porque pasaban por la sección de maquillaje del canal antes de presentarse en cámara. La música era denostada. Ruidosa, vacía, demasiado enfática, afirmaban. Un consuelo: lo mismo decían de los Beatles por esos años. “Los Beetles mostraron que todo el talento lo tienen en el pelo”, “Cantan mal, actúan poco”, “Los Beetles querían comer bifes y casi se comen bollos” eran algunos de los titulares.
El juez Marcial Etcheberry dictaminó en favor de Romay. La estadía de los cuatro músicos estadounidenses se extendió durante varios días más. Los periodistas consultaron al juez luego de su decisión. Un trabajo académico de Rodrigo Buján recuperó la entrevista que le hizo el diario Crónica:
“Periodista: Apartándose de lo jurídico ¿Qué piensa de estos jóvenes?
Juez Etcheberry: Y… ¿qué quiere que le diga? Yo me acuerdo que en nuestra época se bailaba el chárleston y sus movimientos también eran prejuzgados, pero la verdad que esto no lo entiendo… Estos cantantes deben gustar por las melenas.
P: ¿Dejaría a sus hijos que vayan a ver a Los Beetles?
J. E: Eso es cosa de ellos. Yo no los vería ni estando loco.
P: ¿Hay alguna ley que exija que se corten el cabello?
J.E: Lamentablemente no, si no…
P: ¿Qué le sugieren como hombres?
J.E: A nosotros, a los varones argentinos, esto nos resulta inexplicable”
Recorriendo los diarios de la época se descubren algunas situaciones interesantes. Para julio de 1964, el momento en que los American Beetles llegan al país, el malentendido se había superado. Solo los muy distraídos podían creer que esos cuatro eran los de Liverpool. Se hablaba de ellos en diarios y revistas. En los vespertinos (Crónica y La Razón) fueron tapa durante varios días.
Su estadía en el país fue un gran éxito. Recepción multitudinaria en Ezeiza, récord de rating televisivo, visitas y canciones en Radio Libertad (también propiedad de Romay), varias actuaciones en vivo y hasta la grabación de un disco con cuatro temas que salió de inmediato con buenas ventas (en el gran documental de Fernando Pérez, Litto Nebbia dice que hay cosas interesantes en alguno de esos temas, en especial en You did it to me).
La situación llegó a tal nivel de ridículo y confusión que los Beatles empezaron a ser promocionados por la discográfica como “los auténticos Beatles ingleses”. La misma fórmula utilizó Canal 13 para anunciar en diarios y revistas que uno de sus programas insignia Casino Phillips, reconocido por contratar figuras internacionales, pasaría el tape de la intervención de los Beatles en el programa de Ed Sullivan (Hugo Fattoruso, el músico uruguayo, contó que el día anunciado esperó con ansiedad frente a la TV pero que el canal anunció problemas técnicos y no hubo show de los Fabulosos Cuatro sino calypso en la voz de Harry Belafonte).
Mirados las hechos de manera retrospectiva, el suceso que significó la presencia de los ignotos American Beetles en Argentina (y en el resto de los países sudamericanos que recorrieron) no se debió a la confusión, al éxito del engaño inicial, a la ignorancia de un público incapaz de distinguir a John Lennon de Bill Ande, sino a la necesidad de ver y escuchar, de participar de ese nuevo movimiento que se reflejaba en la cabellera más osada y desprolija (en algunos anuncios en vez de la foto de los músicos solo estaba la silueta de un moptop -así se llamaba el corte beatle-), en las guitarras eléctricas, en la posibilidad de gritar mientras los músicos tocaban (en los conciertos hasta el momento y durante muchos años el público guardaba un silencio litúrgico). En subirse, de alguna manera, a ese tiempo rebelde e iracundo.
Pero mucho más ingenuo que el actual.