Cuando el Y2K paralizó al mundo: pánico, compra compulsiva de armas y “Guías para sobrevivir al 2000″

La llegada del nuevo milenio traía aparejada una posible desconfiguración informática que impactaría en transportes, hospitales, electricidad y energía nuclear. El pavor empezó a instalarse a fines del siglo XX y creció hasta último momento

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Durante el siglo XX, para ahorrar dinero en almacenamiento, los programadores no tuvieron en cuenta los dígitos de las centurias: eso devino en una gran amenaza. (Shutterstock)
Durante el siglo XX, para ahorrar dinero en almacenamiento, los programadores no tuvieron en cuenta los dígitos de las centurias: eso devino en una gran amenaza. (Shutterstock)

“Tenemos los días contados”. “Es el principio del fin”. “Es el fin del mundo tal como lo conocemos”. La ansiedad colectiva rozaba la psicosis y crecía exponencialmente al ritmo de una cuenta regresiva: la que separaba a la humanidad de hora cero del 1º de enero del año 2000. El cambio de milenio suponía, además de una expectativa enorme por tratarse de un acontecimiento que les toca vivir a la enorme minoría de los seres humanos, una amenaza: el estallido del Y2K.

El Y2K, también conocido como “Efecto 2000″ o “Problema del año 2000″, fue un error que impactó en algunos softwares informáticos porque, durante el desarrollo de la computación del siglo XX, los programadores optaron por omitir los dígitos relacionados a la centuria a la hora de establecer cómo se almacenarían las fechas. En criollo, una computadora que hablara del 4 de julio del 24 estaría hablando, por default, del 4 de julio de 1924. Ni 1824 ni 2024: los softwares no estaban listos para eso. O al menos no lo estaban cuando la amenaza empezó a cobrar visibilidad.

¿Cuál era el peligro concreto? Que cuando empezara el primer segundo del nuevo milenio, los softwares de todo el mundo interpretaran que estaban habitando el 1º de enero de 1900. Los saldos de las cuentas bancarias se retrotraerían a cuando no tenían ni un peso depositado y no habría manera de restablecerlos. Los autos más computarizados no arrancarían por seguridad: no tendrían datos sobre cuándo fue el último service en su sistema.

Había peligros todavía más grandes: la desconfiguración alcanzaría a los sistemas que organizaban la circulación de los medios públicos de transporte, a los que controlaban el funcionamiento de los aparatos más complejos de los hospitales, a los que regulaban el funcionamiento de misiles y las plantas de energía nuclear. Las tapas de las revistas, los noticieros y los diarios hablaban de esa amenaza de alcance imposible de definir y cada vez más cercana.

"Y2K: Bomba de tiempo", documental de HBO Max, explora el pánico global al cambio de milenio, con epicentro en Estados Unidos. (Créditos: HBO Max)
"Y2K: Bomba de tiempo", documental de HBO Max, explora el pánico global al cambio de milenio, con epicentro en Estados Unidos. (Créditos: HBO Max)

No se trataba de una distracción que nadie había percibido a lo largo de los años. A mediados del siglo XX, cuando la computación empezó a cobrar cada vez más importancia, la memoria para almacenar información resultaba extremadamente cara. Lo que ahora entra en un teléfono que nos cabe en el bolsillo implicaba recursos de espacio y de dinero al que sólo podían acceder algunas empresas y algunos organismos públicos.

Fue en ese contexto que los programadores decidieron, y se estableció así una convención generalizada, ahorrar memoria al no incluir los dígitos que correspondían a la centuria de los años. Todos pensaban que, para el año 2000, ya habría otros softwares. O que todavía faltaba demasiado tiempo. Pero el reloj corría y esa bisagra en el calendario ya parecía estar a la vuelta de la esquina.

Pánico y locura en el Norte

Estados Unidos fue epicentro del pánico. Un dato alcanza para intentar ilustrar el clima: en diciembre de 1999 la venta de armas fue 20% más alta que en diciembre de 1998 porque, según retrata el documental Y2K: Bomba de tiempo (HBO Max), “muchos se preparaban para una posible ola de violencia ante el caos total”.

Por aquellos meses, en ese país se acuñó un nuevo término, que traducido al castellano podría ser “preparacionista”. Las empresas privadas y también los organismos oficiales montaron ya desde 1997 equipos especialmente dedicados a trabajar en la programación de los softwares para evitar el colapso ante el nuevo milenio: en las simulaciones hubo apagones masivos e inundaciones por un dique que no funcionó, entre otras cosas. El documental de HBO Max lo retrata bien: en algunas de esas oficinas había carteles que advertían “Falta un día menos para el 1º de enero de 2000″. Y al lado, sin sutilezas, el dibujo de una bomba con la mecha encendida.

En Estados Unidos, en diciembre de 1999 la venta de armas fue 20% más alta que un año antes. REUTERS/Bing Guan/Archivo
En Estados Unidos, en diciembre de 1999 la venta de armas fue 20% más alta que un año antes. REUTERS/Bing Guan/Archivo

Pero más allá de la preparación institucional, que ocurría en el mundo entero, había también instancias de preparación familiar y comunitaria. En el país del norte se montaban ferias dedicadas especialmente a los preparacionistas. Compraban desde comida deshidratada -similar a la preparada para consumir en el espacio exterior- hasta aparatos de gimnasia para instalar en casa y hacer actividad física sin depender de poner un pie en la vereda. Compraban paneles de energía solar o gallinas ponedoras que les garantizaran al menos un poco de soberanía alimentaria. Y compraban armas: cuchillos, cerbatanas y pistolas.

“Esto se puede poner muy violento. Quiero estar preparada”, dice, anónimamente, una mujer entrevistada por aquellos años en una tienda especializada. Su testimonio es parte del documental, así como el de quienes construyeron un búnker y les dieron la ubicación exacta a sus familiares más cercanos, o los oficiales de Policía que fueron instruidos rápidamente para sumarse a las fuerzas, justamente por si se desataba el caos.

Oportunidad en medio de la crisis

El error del milenio, La llegada del 2000 para tontos o Guía para sobrevivir al Y2K fueron apenas algunos de los libros que se publicaron sobre el final del siglo XX y que se convirtieron vertiginosamente en best-sellers. Ese cambio de milenio que había sido escenario para la literatura de ciencia ficción décadas atrás era ahora un terreno en el que parecían confluir todas las amenazas posibles, y en el que algunos escritores y algunas editoriales vieron la oportunidad de explicar a quienes estuvieran ávidos de encontrar soluciones cómo tenían que hacer para no morir en el intento. Hubo incluso libros que explicaban cómo elaborar municiones con lo que cada uno tuviera en su casa.

Algunos sitios web publicaban listas de elementos básicos de supervivencia, que iban desde fósforos, pilas y baterías cargadas y papel higiénico a recetas de cocina que podían prepararse con alimentos deshidratados, enlatados o no perecederos. Otros vendían cursos online para aprender a llevar una vida rural, algo que uno de cada diez norteamericanos manifestaba estar dispuesto a hacer en caso de que el Y2K desplegara todos sus perjuicios. Para esos había otro curso preparado: cómo convertirse en docentes de sus propios hijos.

La comida deshidratada similar a la de los astronautas se popularizó por aquellos meses. (NASA)
La comida deshidratada similar a la de los astronautas se popularizó por aquellos meses. (NASA)

En proporción mucho más alta, el 70% de los estadounidenses compró provisiones en los días previos al cambio de milenio. Mientras tanto, en Argentina, las tapas de los diarios advertían sobre el riesgo a la vez que daban cuenta del entusiasmo global por las celebraciones que tendrían lugar de cara a un cambio tan rotundo en el almanaque.

Además de los que vendían libros, comida o cursos, hubo en los últimos dos años del milenio anterior todo un impulso de grupos comunitarios que proponían recuperar ese espíritu -el de la vida organizada más colectivamente, junto a los vecinos- para enfrentar la amenaza. Esa organización impactaba de distintas formas: se stockeaban alimentos de forma que todos tuvieran garantizada su comida y se juntaban fondos para, por ejemplo, comprar grupos electrógenos.

“¿Y si esto es un plan de Dios para reunir a Estados Unidos de nuevo?”, dice un pastor en un discurso que se ve en el documental de HBO Max. En efecto, hubo por aquellos años pastores y reverendos de distintos credos que instaron al rezo colectivo y que advirtieron que tanta conexión con la informática podía estar desconectando a la humanidad de sus lazos más comunitarios. El Y2K servía para hablar del funcionamiento de una tostadora y también para hablar de la Biblia. Lo atravesaba todo.

El día D

Auckland, Nueva Zelanda, fue una especie de conejillo de indias para el mundo entero. Cuando la medianoche allí dio paso al nuevo milenio, corresponsales de medios de todo el mundo transmitieron en vivo para sus países que no se había producido ningún apagón generalizado y que, en apariencia, todo marchaba bien. Apenas después le llegaría el turno a Sidney, en Australia. En inglés, los enviados especiales decían: “So far, good” (“Por ahora, todo bien”).

Hubo problemas ese sábado, el 1º de enero de 2000, pero ninguno de la magnitud que se esperaba. En Ishikawa, Japón, un equipo de supervisión de radiación falló a las 0, pero no representó riesgos. En ese mismo país se activaron las alarmas de una planta de energía atómica dos minutos después de la medianoche, pero tampoco pasó a mayores.

En una estación de transporte de Francia, huellas del error: la fecha señala que es el año 1900.
En una estación de transporte de Francia, huellas del error: la fecha señala que es el año 1900.

Una empresa nipona de telecomunicaciones tuvo errores en el manejo de fechas pero le llevó menos de tres horas solucionarlo, y no tuvo que interrumpir su servicio. En Australia se descompusieron las máquinas validadoras de pasajes de colectivo en dos estados y en Estados Unidos dejaron de funcionar 150 máquinas tragamonedas de un hipódromo de Delaware. Por unos minutos, el Observatorio Naval de ese país difundió que se trataba del año 1900 pero lo corrigió sin mayores complicaciones. Algo similar pasó en Francia: el servicio meteorológico de ese país divulgó en su sitio web el pronóstico con fecha 1º de enero de 1900.

A Telecom Italia le llevó dos meses lograr que las facturas emitidas a sus clientes no dijeran que se trataba del año 1900, y en una biblioteca escolar de Pensilvania se emitieron deudas por libros prestados durante cien años, que no fueron cobradas a nadie.

Pasó casi un cuarto de siglo de aquel sábado esperado y temido, y todavía nadie sabe si lo que pasó en la pantalla de Nederland 3 de la NPO, la televisión pública de Países Bajos, fue un problema o una broma. A medianoche, se cortó la transmisión de la cuenta regresiva y apareció la señal de ajuste con interferencias. Dos minutos después, apareció una presentadora del canal con una copa y propuso un brindis.

Nada de lo que pasó tuvo el impacto de lo que se esperaba que pasara. Pero no porque las advertencias se trataran de una exageración, sino porque durante más de dos años hubo programadores trabajando a contrarreloj para corregir los errores que podrían haber causado un desastre global esa noche. Se estima que la inversión en el mundo, entre gobiernos y empresas, fue de unos 300.000 millones de dólares en total. No hubo daños humanos distintos a los de otras noches de Año Nuevo de esas que dejan algunos heridos con pirotecnia y algunas resacas.

Times Square, en el corazón de Manhattan, fue el epicentro de la cuenta regresiva global. Aunque el mundo está dividido en husos horarios para funcionar, Nueva York tiene -y en los albores del año 2000 todavía más- la capacidad de ser el centro de la Tierra, y esa medianoche no fue la excepción. En ese paisaje en el que se concentran la industria del espectáculo y del entretenimiento, miles de personas esperaban el cambio de milenio. Sobre todo turistas: los locales habían preferido quedarse en casa porque el Y2K amenazaba.

Los programadores trabajaron contrarreloj y se invirtieron unos 300.000 millones de dólares para amortiguar el efecto del Y2K. (Imagen ilustrativa Infobae)
Los programadores trabajaron contrarreloj y se invirtieron unos 300.000 millones de dólares para amortiguar el efecto del Y2K. (Imagen ilustrativa Infobae)

Cuando vieron que el mundo seguía funcionando, festejaron, brindaron, dieron sus testimonios a los canales de televisión y se deshicieron de las cartulinas que habían llevado por si el planeta empezaba a terminarse esa noche. Decían cosas como “El fin está llegando” y quedaron a merced de los barrenderos que las levantaron del piso horas después, tal como muestra Y2K: Bomba de tiempo.

Las familias festejaron Año Nuevo mientras chequeaban que no se les estuviera cortando la luz de sus casas y que, según los noticieros, tampoco se estaba cortando la del resto del mundo. El espíritu empezó a cambiar enseguida: lo que había sido una amenaza interplanetaria podía convertirse entonces en la revelación de que el mundo estaba más interconectado que nunca, que estábamos más cerca de los otros de lo que habíamos creído y que podíamos reunirnos en esa aldea global sin descuidar los lazos comunitarios. Esa parecía ser la moraleja del Y2K, aunque en ese momento sólo hubiera espacio para aliviarse y para ver qué hacer con tanta comida guardada en la alacena.

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