“Ustedes lo hacen parecer más romántico de lo que fue en realidad”, dijo Susan Travers cuando los dos productores de cine la localizaron, finalmente, en un hogar de ancianos de Savigny-sur-Orge, una pequeña localidad de las afueras de París. Corría 1998, acababa de cumplir 89 años y ella misma decía que estaba fallándole la memoria. Aún así aceptó contar su vida -de la que años antes había querido borrar todo rastro quemando los diarios que había llevado durante la guerra-, pero haciendo esa salvedad: allí donde otros veían románticas aventuras, ella se había limitado simplemente a vivir, a pelear y a sobrevivir.
Los productores habían descubierto su existencia casi por casualidad, mientras buscaban material para una nueva película de Beau Geste, un héroe de ficción de la Legión Extranjera francesa, y encontraron algunas menciones a Travers en un libro de Charles Mercer sobre la legión, publicado a principios de la década de los ‘60. El personaje de carne y hueso era mucho más interesante que el de ficción, de modo que abandonaron el proyecto original, buscaron a la mujer -una tarea que no les resultó fácil- y le pidieron que le contara su vida a la periodista inglesa Wendy Holden para que escribiera una biografía que sirviera de base para una película que nunca se concretó.
La singularidad de Susan Travers -la que la convertía en un personaje de película- radicaba en que era la única mujer incorporada a las filas de la muy masculina Legión Extranjera en toda su historia, pero Holden descubrió muy pronto que eso era apenas la punta de un iceberg humano cuya parte sumergida guardaba la vida aventurera de una joven de educación refinada y apasionada vida amorosa, que había sido enfermera, conductora de ambulancias y combatiente en Finlandia y África durante la Segunda Guerra Mundial, durante la cual había protagonizado una audaz operación que les salvó las vidas a 2.500 hombres.
Sus acciones -muchas de ellas heroicas- figuraban en los partes de guerra y en su legajo militar pero para el final del siglo XX se habían perdido en la bruma del olvido, más que nada porque la propia Travers decidió guardar silencio sobre ellas, al punto que ni siquiera sus dos hijos las conocían.
Si se decidió a contarlas fue por sus nietos. “Si llevan mi historia al cine, sería bueno que ellos pudieran verla”, dijo cuando aceptó.
Una chica de alta sociedad
Susan Mary Gillian Travers nació en Londres el 23 de septiembre de 1909. Era la hija mayor del almirante de la Royal Navy Francis Eaton Travers y su esposa, Eleonor Catherine Turnbull. Sus primeros años fueron bastante movidos, porque luego de hacer su escuela primaria en la capital británica siguió su formación en Florencia, Italia, y más tarde se radicó con su familia en Cannes.
En esa ciudad de la Costa Azul francesa, donde vivía también su tía Hilda, se convirtió en jugadora de tenis semiprofesional pero también en una animadora de las fiestas de la alta sociedad. La veinteañera no se aburría ni en los courts ni en la vida nocturna, ámbitos donde tuvo -así se lo contó a Holden- “varios romances con hombres totalmente inadecuados”.
Esa vida le trajo más de un problema con sus padres, pero Travers los solucionó con la misma iniciativa que enfrentaría después situaciones mucho más complejas y peligrosas: convenció a la adinerada tía Hilda que para que le diera una asignación mensual, alquiló un departamento y se fue a vivir sola.
La década del ‘30 estaba llegando a su fin y también llegaban tiempos de guerra. Como muchas otras jóvenes, ante la inminencia del conflicto bélico, se capacitó como enfermera y se incorporó a la Cruz roja francesa. Su primer destino fue Finlandia, acompañando a la Fuerza Expedicionaria Francesa en la breve “Guerra de Invierno” contra la Unión Soviética. Allí descubrió que había cosas más interesantes que ser enfermera y se ofreció como conductora de ambulancias, una función que cumplió hasta que los finlandeses firmaron la paz con Moscú.
El amor y la guerra
Cuando los nazis invadieron Dinamarca, Noruega y Francia, Travers no quiso quedarse en el país ocupado y fue evacuada a Islandia, desde donde viajó a Gran Bretaña para unirse a las Fuerzas Francesas libres que lideraba el general Charles De Gaulle.
Le dieron a elegir entre alistarse como enfermera o como conductora de ambulancias y decidió nuevamente ponerse al volante de un vehículo en la 13° Media Brigada de las Fuerzas Francesas libres, destinada a las campañas en el norte de África.
En 1941 participó de la Operación Exporter, contra las fuerzas francesas de Vichy, donde se destacó por su audacia como conductora en el frente de batalla. En el transcurso de esas escaramuzas también conoció al oficial francés de origen ruso Dimitri Amilakhavari, con quien estuvo en pareja hasta que cayó muerto en acción.
La sangre fría y habilidad para conducir de Travers llamaron la atención del coronel Marie-Pierre Koenig, que la asignó como su chofer personal cuando destinaron a las fuerzas bajo su mando el fortín del oasis de Bir Hakeim, en el desierto de Libia.
Allí, el oficial y la conductora iniciaron un romance que duraría hasta el final de la guerra. Muchos años después, Susan Travers le contaría a la periodista Wendy Holden, que Koenig había sido el amor más grande de su vida, pero también su mayor decepción, porque la abandonó sin decirle siquiera una palabra para volver con su mujer.
“Él (Koenig) siempre quiso que la gente pensara que no había nada entre nosotros. No sé por qué, ya que compartíamos una casa. Yo creo que todos lo sabían”, relató.
El asedio de Bir Hakeim
Pero en 1942 la guerra distaba mucho de terminar y, destinados en el fortín del oasis, Koenig y Travers transitaban la etapa más tórrida de su romance. En eso estaban cuando las tropas del Afrika Korps comandadas por el mariscal Erwin Rommel atacaron el fortín y comenzaron uno de los asedios más grandes de la Segunda Guerra Mundial en un escenario africano, la Batalla de Bir Hakeim.
Los ejércitos alemanes e italianos iniciaron el sitio el 26 de mayo, con un enorme despliegue de aviones Stuka, blindados Panzer y artillería pesada. La idea del mariscal alemán era tomar rápidamente la fortificación, pero las tropas francesas resistieron el asedio durante 15 días pese a la enorme superioridad de fuerzas que tenía el enemigo.
Apenas comenzado el asedio, el alto mando de las tropas francesas libres dio la orden de llegar a un acuerdo con los alemanes para evacuar a las mujeres del fortín. Travers fue la única que se negó a acatar la orden para quedarse con Koenig y permaneció con los 3.500 hombres que estaban defendiendo la posición.
Para protegerla, sus compañeros de armas cavaron un agujero en el suelo para construirle un refugio. Susan Travers permaneció allí, soportando temperaturas de hasta 50 grados, mientras en la superficie se desarrollaban los combates. Varias veces intentó convencer a Koenig para que la dejara participar de la batalla, pero su amante y jefe nunca se lo permitió.
Heroína de guerra
Después de 15 días de asedio, los defensores se quedaron sin agua, sin alimentos y casi sin municiones, pero Koenig no estaba dispuesto a rendirse. El coronel y su estado mayor elaboraron un plan audaz que, a primera vista, parecía imposible: aprovechar la noche para romper el cerco atravesando las líneas enemigas y escapar. Utilizarían todos los vehículos para transportar a los 2.500 hombres que todavía estaban con vida.
Hacía falta un conductor decidido para encabezar el convoy de fuga y, luego de sopesar posibilidades, el coronel Koenig supo que, por más que no le gustara la idea, Susan Travers era mejor que cualquier hombre al volante. Le ordenó entonces que liderara la fuga nocturna a través del desierto conduciendo un Ford.
“Me dijo: ‘Tenemos que ponernos al frente. Si vamos, el resto nos seguirá’. Es una sensación deliciosa ir lo más rápido que puedas en la oscuridad. Mi principal preocupación era que el motor se rompiera”, le contó Travers a la periodista Holden muchas años después.
La noche del 11 de junio, el convoy avanzó sin descubierto hasta que uno de los camiones pisó una mina y el estallido alertó a los alemanes, que comenzaron un feroz ataque con ametralladores contra la columna de vehículos franceses. Lejos de amilanarse, al volante del primer caminó, Susan Travers pisó el acelerador y continuó la marcha bajo la lluvia de balas, abriendo el camino para que el resto la siguiera.
Finalmente lograron atravesar las líneas enemigas y a las 11 de la mañana del 12 de junio la columna francesa llegó hasta las posiciones británicas, donde los 2.500 fugados del Fortín del oasis de Bir Hakeim encontraron refugio. El Ford de Travers seguía funcionando por milagro: tenía once balas en su carrocería, estaba sin frenos y los amortiguadores destruidos.
Por su desempeño en la ruptura del asedio, Susan Travers fue reconocida con la Croix de Guerre por “el valor que demostró ante las andanadas de artillería, cuando muchas balas hicieron impacto en su vehículo en la oscuridad”.
Después de la hazaña, le ofrecieron retornar a Londres para cumplir misiones menos riesgosas. Se negó de plano: hasta el final de la guerra se mantuvo en las líneas de combate en los frentes de Italia, Francia y Alemania, donde condujo ambulancias, camiones y vehículos con armas antitanques. Solo dejó de combatir cuando resultó herida al pisar con su vehículo una mina.
Una mujer en la Legión
Terminada la guerra y abandonada por el coronel Koenig, Susan Travers se negó a llevar una vida apacible. O, mejor dicho, no pudo abandonar la adrenalina que le proporcionaba la acción. Con pocas esperanzas, presentó una solicitud para incorporarse a las filas de la Legión Extranjera, una fuerza integrada exclusivamente por hombres.
Sus antecedentes y un hecho casual la ayudaron a romper con esa regla no escrita. Como se la consideraba una heroína de guerra, su pedido no fue a parar al cesto de los papeles desechados, pero el hecho determinante fue que el encargado de evaluarla era uno de los oficiales que había combatido con ella en Bir Hakeim. El hombre la admitió de inmediato y la primera tarea de Travers fue confeccionar su propio uniforme, porque no había ninguno adecuado para la primera mujer incorporada a la Legión Extranjera.
Como legionaria combatió primero en el norte de África y más tarde en la Guerra de Indochina, donde se casó con otro oficial de la Legión que también había estado con ella en África, el jefe adjunto Nicolás Schlegelmicilch.
Con el nacimiento de su primer hijo, Travers se licenció en 1952 y regresó al norte de África, a la guarnición de la Legión. Cuando nació el segundo hijo, su marido regresó de Indochina, gravemente afectado por una enfermedad tropical, y abandonó la Legión para trabajar en la empresa petrolera estatal Elf Aquitaine, en el sur de Francia. Cuando la sede de la empresa se trasladó a París, la familia se trasladó allí.
En una vitrina de su casa parisina, Susan Travers guardaba con orgullo las medallas recibidas por sus servicios. Además de la Croix de Guerre, también fue distinguida con la Legión de Honor, la Medalla Militar, la Medalla Colonial y otras condecoraciones. Sin embargo, se negaba a contar con detalle sus experiencias en el frente de batalla. Incluso para sus dos hijos, ese aspecto era un misterio.
Esperó a que murieran todos los protagonistas de esa etapa de su vida para decidirse a contarla en el libro escrito en colaboración con Wendy Holden, una autobiografía titulada “Tomorrow to Be Brave: A Memoir of the Only Woman Ever to Serve in the French Foreign Legion”, que fue publicada en 2000.
Susan Travers murió tres años después, el 18 de diciembre de 2003, en un hogar de ancianos de Savigny-sur-Orge. Tenía 93 años y decía que la memoria le estaba fallando.