Francisco Fernando había nacido en Austria en 1863 y nunca llegaría a reinar el imperio austro-húngaro. Católico y conservador, el trágico dominó de muertes en la familia lo pusieron en la puerta del trono. A los siete años falleció su madre de tuberculosis, en 1889 su primo Rudolf se suicidó y su papá Carlos Luis murió a los pocos años.
Así fue como se transformó en el heredero pero, como era de salud frágil, por las dudas demoraron en hacer el anuncio oficial, cosa que ocurrió en 1898.
No se llevaba bien con su tío el emperador Francisco José I, quien no lo tenía en tanto de las cuestiones de Estado. Francisco Fernando tenía sus propias ideas que incluía una renovación de los poderes del Estado y era pública su oposición a los planes expansionistas de los austrohúngaros en los Balcanes. Temía la reacción de Serbia y no tenía en claro que su imperio llevase las de ganar en caso de ir a una guerra.
Su esposa era Sofía Chotek, duquesa de Hohenberg, que no era de sangre real. La mujer había sido dama de honor de la archiduquesa Isabel, hermano de su futuro marido.
Se habían flechado cuando ella, tres años antes, lo había cuidado cuando estuvo gravemente enfermo. El siempre decía que ella le había salvado la vida. Cuando el emperador se enteró de que la pareja pensaba formalizar, le pidió que se tomase un año para pensarlo. Al cumplirse, como Francisco insistió, autorizó el casamiento, que fue el 1 de julio de 1900.
El domingo 28 de junio de 1914 fue especial para él. En días festejarían el aniversario 14 de casado y su esposa esperaba su cuarto hijo.
Europa parecía una olla a presión a punto de estallar. Existía una tensión en las relaciones entre Gran Bretaña y Alemania, enfrentada ésta históricamente con Francia. Austria-Hungría se había anexado Bosnia, que no cayó bien en Rusia, que deseaba los Balcanes. Eran los tiempos que se los llamó de “la paz armada”, porque las naciones se preparaban para lo peor.
La pareja había viajado el 25 a Bosnia a presenciar las maniobras militares de verano. El 28 abordaron un tren y viajaron a Sarajevo, que desde 1908 pertenecía al imperio austro-húngaro.
A las 10 serían homenajeados en el ayuntamiento. En una comitiva de cuatro automóviles, la pareja real iba en el tercero, un Gräf & Stift descapotable de fabricación austríaca. Recorrieron las calles de Sarajevo atestadas de gente que querían verlos. Francisco Fernando vestía uniforme militar y saludaba a la gente con su mano derecha. A su lado, su esposa Sofía lucía traje claro, un ancho sombrero adornado con flores y llevaba una sombrilla para protegerse del sol. Respondía los saludos con una leve inclinación de cabeza.
Mezclados en la multitud, siete terroristas ubicados en distintos puntos del recorrido, esperaban asesinarlo. Pertenecían a una organización secreta llamada La Mano Negra, que buscaba la anexión de Bosnia a Serbia. Estos serbio-bosnios, todos muy jóvenes, habían llegado a la ciudad el 3 de abril.
El primero de los terroristas se llamaba Mehmedbasic y a pocos metros estaba su compañero Cabrinovic. Cuando el primero quiso actuar cuando pasaba el vehículo, un policía ubicado justo delante suyo le tapó la visión y no le dejó lugar para arrojar el explosivo que tenía preparado. Entonces Cabrinovic lanzó el suyo. El archiduque lo vio venir y con su brazo en alto, protegiendo a su esposa, lo hizo rebotar y estalló cuando impactó contra el suelo.
El conductor recibió heridas leves, aunque el teniente coronel Erich von Merizzi, ayudante del gobernador, fue herido en la cabeza. El terrorista ingirió cianuro y se tiró al río Miljacka, pero tuvo mala suerte. La dosis no fue suficiente y no murió, y fue detenido.
Sorprendentemente, la comitiva continuó con su ruta. Los otros terroristas, al escuchar la explosión, no actuaron, creyendo que se había cumplido el cometido.
El archiduque, fuera de sí, cuando llegó al ayuntamiento, le apuntó al alcalde: “¡Uno viene de visita a la ciudad y lo reciben con bombas!”, le reprochó. Su esposa le susurró algo al oído y se calmó. El alcalde se limitó a encogerse de hombros.
La familia del archiduque tenía una trágica historia de muertes violentas. Su tío Maximiliano de Habsburgo fue fusilado en México, la emperatriz Isabel de Baviera, conocida como Sissi, fue asesinada por un anarquista y su papá había salvado su vida en media docena de oportunidades, en la batalla de Solferino en 1859 y en por lo menos cuatro atentados.
Le aconsejaron suspender el programa y abandonar Sarajevo. Él se negó y quiso visitar el hospital, donde habían sido llevados los heridos.
El gobernador Potoirek le aseguró que se habían tomado las medidas de seguridad y que la ciudad era segura. Aún así el archiduque le propuso a su esposa que se fuera de Sarajevo, pero se negó.
A las once menos cuarto de la mañana, subió a un vehículo. El conductor era un soldado y a su lado iba el gobernador y en el asiento trasero el archiduque y su esposa. El conde Frantisek Harrach, amigo de la pareja, se subió al estribo, por las dudas.
Se planeó ir al hospital por la avenida Appel, que bordeaba el río y los embarcaderos y no seguir la ruta original por las angostas calles interiores. Pero nadie le había informado al conductor del cambio de itinerario, ya que el encargado de hacerlo era Merizzi, que se reponía de sus heridas en el hospital.
Los terroristas volvieron a apostarse en distintos puntos del recorrido. Uno de ellos, creyendo que los planes se habían ido por la borda, había ido a comer algo. Se llamaba Gavrilo Princip, tenía 19 años, y había nacido en la aldea de Obljaj, en el municipio de Bosansko Grahovo, de padres campesinos, Petar y Marija. Influenciado por las ideas de Koprotkin y Bakunin, con sus amigos Cabrinovic y Gravez hacía tiempo que planeaban asesinar al gobernador.
No imaginó que la comitiva pasaría justo al lado suyo. Cuando entró por la calle Francisco José, los gritos del gobernador alertando que esa no era la ruta hicieron que el conductor frenase, justo frente donde Princip había ido a comer.
Estaban muy cerca del lado norte del puente Lateiner, junto a la mezquita Husref Bey, una construcción del siglo XVI. Los autos decidieron dar marcha atrás para volver sobre sus pasos. Por las órdenes y contraórdenes al conductor del auto de la pareja real se le paró el motor. En el momento en que intentaba ponerlo en marcha Princip, que estaba en la esquina de la calle paralela a la orilla derecha del río Miljacka, sacó su pistola semiautomática FN modelo 1910 calibre 7,65 y disparó al bulto dos veces, a una distancia de cuatro o cinco pasos del blanco. Quería matar a Francisco Fernando y al gobernador, que iba en el asiento delantero.
Cuando sonaron los disparos, todos vieron que el archiduque y su esposa permanecían en la misma posición. En la confusión del momento, se decidió ir a toda velocidad a la casa del gobernador.
Recién cuando el vehículo cruzaba por el puente, comenzó a salir sangre de la boca del heredero. El proyectil le había perforado la yugular y se había alojado en la columna.
“¡Por Dios! ¿Qué te ha sucedido?”, gritó la mujer y se desplomó hacia adelante. Ella tenía un tiro en el abdomen. Él le rogó: “Querida Sofía, no te mueras, vive para nuestros hijos…”, pero la mujer ya había fallecido.
Su esposo lo haría minutos después. Sus últimas palabras fueron “no es nada, no es nada…”
Inmediatamente después Princip intentó suicidarse, pero un desconocido lo aferró de su mano. La intervención de la policía impidió que la gente hiciese justicia por su cuenta. Sufrió golpes en todo el cuerpo.
Además de Princip, varios de sus compañeros fueron detenidos. La policía realizó un vendaval de razzias, irrumpiendo en las casas donde la gente se había encerrado. En total, quince individuos fueron condenados a diversas penas, que fueron desde la muerte en la horca, pasando por los 20 años, 16, 10 y 3 años de cárcel. Hubo nueve absueltos.
Durante el juicio los implicados insistieron en que habían actuado por cuenta propia y que no pertenecían a ninguna organización. Sin embargo, para el imperio austro-húngaro el doble asesinato fue la excusa para declararle la guerra a Serbia. Y el resto de los países reaccionaron en consecuencia. Fue el detonante de la primera guerra mundial.
Gavrilo fue condenado a cadena perpetua. El no haber llegado a cumplir los 20 años lo salvó de la pena de muerte. Le pidió al tribunal ser quemado vivo, para que su cuerpo convertido en antorcha, guiase a su pueblo hacia la libertad.
Fue encerrado en el fuerte de Terezín o Theresientadt, “La ciudad de Teresa”, ubicada a unos setenta kilómetros de Praga, que los nazis transformarían en un centro de tortura durante la segunda guerra mundial.
Ingresó en diciembre de 1914 y soportó un severo régimen, que incluía permanecer aislado y encadenado en una celda semi oscura; la comida era escasa, no tenía permitido las visitas ni material de lectura. Su única distracción era un paseo diario de media hora.
Dormía cuatro horas por noche y con el correr del tiempo se transformó en una persona indiferente. Al no tener noticias del exterior ni de su familia lo volvió un hombre sin esperanzas. Tenía altibajos. En uno de ellos intentó ahorcarse con una toalla.
En 1916 fue entrevistado por Martin Pappenheim, un psiquiatra que cuando finalizó la guerra, publicó el contenido de las conversaciones en un libro.
La tuberculosis lo llevaría a la muerte. Los que lo vieron en sus últimos días en el hospital lo escucharon repetir que en lo poco que dormía, tenía “sueños muy hermosos”. Permanecía boca arriba con la vista fija en el techo y le habían quitado las cadenas. En 1917 debieron amputarle un brazo y estaba tan flaco que impresionaban cómo se notaban sus coyunturas debajo de las cobijas.
Murió el 28 de abril de 1918. Su cuerpo fue enterrado en un lugar secreto en el cementerio de la cárcel pero uno de los soldados encargados de sepultarlo se ocupó de hacer un croquis. Cuando la Primera Guerra terminó, sus restos fueron localizados y llevados a Sarajevo. Descansan en el Memorial Nacional de esa ciudad.
En septiembre de 1928 su papá Petar que vivía en Grahovo, Bosnia, solicitó una pensión al presidente yugoslavo para terminar tranquilos sus días. Dijo que su hijo había hecho “un gran servicio” desencadenando la guerra que permitió la creación del Estado yugoslavo. Se celebraban misas en su memoria y en el frente de su casa colocaron una placa.
El puente Lateiner, donde Gavrilo se ubicó el día del atentado, pasó a llamarse Puente Princip y puede leerse: “En este histórico lugar, Gavrilo Princip inició el camino hacia la libertad, el día de San Virtus, 28 de junio de 1914″. Un joven, que aún no había cumplido los 20 años, que desencadenó, con una sola muerte, una conflagración mundial que provocó ocho millones de víctimas.