El jueves 17 de junio de 1885, el puerto de Nueva York fue escenario de una ceremonia que cualquier desprevenido pudo creer que transcurría del otro lado del Atlántico. Miles de personas se dieron cita para recibir a un barco de guerra francés al son de la música de La Marsellesa ejecutada por una banda militar para que un coro entonara sus estrofas.
L’Isère, así se llamaba el buque, llegaba con una semana de retraso debido a una serie de feroces tormentas que debió enfrentar en alta mar, pero con su preciosa y pesada carga intacta, distribuida centenares de cajas distribuidas estratégicamente dentro de la bodega.
Así, fragmentada en centenares de piezas, como si se tratara de un gigantesco rompecabezas de tres dimensiones, la Estatua de la Libertad llegó a Nueva York, luego de un largo y accidentado periplo que incluyó un viaje en tren desde París hasta Ruan y luego en barcazas que bajaron por el Sena hasta el puerto de Le Havre, donde fueron embarcadas en L’Isère para cruzar el océano.
Pero si el viaje fue largo, mucho más prolongada había sido la espera: más de 15 años desde que el político Eduard Laboulaye y el escultor Auguste Bartholdi, los dos franceses, tuvieron la idea de construirla para celebrar la abolición de la esclavitud en los Estados Unidos.
El proceso que llevó el proyecto a su concreción también fue largo y accidentado, con dificultades económicas, problemas financieros, cuestiones técnicas y una complicada logística que más de una vez hicieron pensar que esa idea luminosa terminaría aplastada por la oscuridad de un fracaso.
Un homenaje político
Para 1870, Estados Unidos estaban en pleno proceso de reconstrucción después de la guerra civil que había desangrado al país entre 1861 y 1865 y, al mismo tiempo se preparaba para los festejos del centenario de la Independencia, declarada el 4 de julio de 1776. Fue en ese contexto que Laboulaye propuso que su país le enviara un regalo a la nación americana para simbolizar la amistad entre ambos países y la lucha conjunta que sostuvieron contra la corona británica en la guerra de independencia.
El político francés decidió convocar a su amigo, el escultor Frédéric Auguste Bartholdi, para que diseñara el monumento. El artista no dudó en aceptar el encargo que le sonó como una revancha para su carrera porque venía de sufrir una frustración por el rechazo del gobernador de Egipto, Isma’il Pasha, a su propuesta de levantar un monumento equiparable al Coloso de Rodas, al que pretendía llamar “Egipto lleva la luz a Asia”.
El encargo de Laboulaye le dio otra oportunidad a Bartholdi, que además recuperó algunas de las ideas que tenía sobre la estatua egipcia y las volcó en el nuevo proyecto. Para concretarlo, pidió la colaboración de Eugene-Emmanuel Viollet-le-Duc, a quien le pidió el diseño de una estructura de hierro y acero que pudiera sostener la estatua. Allí se presentó el primer obstáculo, porque Viollet-le-Duc falleció repentinamente y debió ser reemplazado por otro ingeniero, Alexandre-Gustave Eiffel, el mismo que años después diseñaría otro monumento que se convirtió en el rasgo distintivo de París, la torre que lleva su nombre.
Por entonces corrían tiempos difíciles en Francia, embarcada en la guerra con Prusia y con la conquista de Alsacia, la región de la que provenía Bartholdi, por el imperio alemán. Ese conflicto había despertado entre los franceses un fuerte sentimiento antiestadounidense, debido a la cercanía de Washington con los alemanes.
Además, la Tercera República distaba de estabilizarse, en medio de un clima político donde no pocos franceses añoraban la monarquía.
A pesar de todas esas dificultades, Laboulaye y Bartholdi decidieron seguir adelante con el proyecto y, en 1871, el político francés se reunió con el entonces presidente estadounidense, Ulysses S. Grant, para ofrecerle la estatua y sugerirle un lugar de emplazamiento, la isla de Bedloe, frente a Nueva York.
Pero, más allá de los problemas políticos, la construcción de la estatua también significaba un inmenso desafío económico y logístico.
El rostro de la Libertad
La estatua pensada por Bartholdi representaba a Libertas, la diosa romana de la libertad y equivalente a la deidad griega Eleuteria. Decidió bautizarla “La libertad iluminando al mundo”. Muchos de sus elementos ya estaban en la cabeza del artista desde que había realizado el diseño de la frustrada estatua egipcia.
El escultor nunca reveló el origen de su inspiración para elegir el rostro de la estatua, aunque una de las versiones más consistentes dice que quiso reflejar la cara de su propia madre.
Uno de sus elementos más representativos, la diadema con siete rayos solares – representativos de los siete mares - estaba basado en la obra del escultor español Ponciano Ponzano, a quien Bartholdi admiraba. La parte externa de la estatua estaría recubierta por 300 paneles de cobre, con un peso de 28.000 kilos, sostenidos por la estructura ideada por Eiffel.
Si la estatua iba a ser asombrosa por fuera, su estructura interna no le iría a la zaga: bajo la túnica de la Libertad se desplegaría un intrincado entramado de hierro y acero. Un enorme pilón central la anclaría al pedestal y actuaría como columna vertebral para las vigas de acero destinada a sostener una estructura de finas barras metálicas adheridas a la “piel” de cobre.
Para que pudiera permanecer firme sobre el piso, fue diseñada con una túnica ancha y fluida alrededor de la base, que la haría más fuerte estructuralmente y la ayudaría a soportar los fuertes vientos de la bahía.
Francia no quiso pagar
Los costos de la guerra habían puesto a Francia en una difícil situación económica y, en ese contexto, el gobierno debía atender asuntos más urgentes e importantes que financiar el monumental proyecto, cuyo costo alcanzaba el millón de francos. Entonces Laboulaye lanzó una verdadera campaña financiera, con espectáculos y eventos deportivos, para conseguir el dinero necesario para construir la estatua.
Al mismo tiempo, en los Estados Unidos se realizaban exposiciones, subastas y combates de boxeo para recaudar fondos que pagaran la construcción de la base sobre la que se levantaría el monumento.
Pero la demora en obtener las sumas necesarias impidió que la estatua estuviera terminada para 1876, cuando en un principio se pensó en inaugurarla en coincidencia con el centenario de la Independencia de los Estados Unidos.
Para ese año apenas se había terminado un brazo, que luego sería expuesto en Filadelfia para seguir recaudando fondos. Dos años más tarde, en 1878, se completó la cabeza, que fue mostrada en Francia, durante una exposición en el Campo de Marte.
Con ese último dinero, la Libertad quedó terminada en 1884. Ese mismo año se montó por primera vez la estatua completa en París, donde se realizó una ceremonia para presentársela al embajador de los Estados Unidos en Francia el 4 de julio.
El cruce del Atlántico
En 1885 se inició el desmontaje para trasladarla. Fue necesario dividirla en 300 piezas, que fueron distribuidas en 214 enormes cajas que viajarían a Nueva York.
La estatua inició entonces un periplo en el que tampoco faltaron las dificultades. Las cajas fueron llevadas en tren desde París a Ruan y después trasladadas en barco por el Sena hasta el puerto de Le Havre.
A Bartholdi le preocupaba mucho el peso de la carga. Si el navío encontraba tormenta y grandes olas corría el riesgo de partirse por la mitad y hundirse en el Atlántico. Había que evitar el peligro a toda costa y por eso resultó fundamental estudiar bien el reparto de la mercancía dentro de la bodega.
El 20 de mayo de 1885 finalizó la carga y el buque partió hacia Nueva York. Cuentan las crónicas que el Isère pasó dos días repostando carbón en la isla de Faial en las Azores.
La estatua desmantelada estuvo a punto de terminar en el fondo del mar poco después de iniciado su viaje a través del Atlántico, cuando una fuerte tormenta casi hace zozobrar al barco L’Isère, que trasladaba las piezas.
Finalmente llegó a Nueva York el 17 de junio de 1885, una semana después de la fecha en que estaba previsto debido a las dificultades durante la navegación. Esa llegada tardía hizo imposible inaugurar la estatua en la fecha ideal, el 4 de julio de ese año, cuando se cumplían los 110 años de la declaración de la Independencia.
Una inauguración postergada
Los trabajos de ensamblaje y armado llevaron más de cuatro meses, hasta que pudo ser inaugurada el 28 de octubre, con un discurso de agradecimiento del presidente Grover Cleveland.
“El pueblo de los Estados Unidos acepta con gratitud de sus hermanos de la República Francesa la gran y completa obra de arte que inauguramos aquí. Esta muestra del afecto y la consideración del pueblo de Francia demuestra el parentesco de las repúblicas, y nos transmite la seguridad de que en nuestros esfuerzos por recomendar a la humanidad la excelencia de un gobierno basado en la voluntad popular, todavía tenemos más allá del continente americano un aliado firme”, dijo.
Y agregó: “No estamos aquí hoy para inclinarnos ante la representación de un dios feroz y guerrero, lleno de ira y venganza, sino que contemplamos alegremente nuestra propia deidad vigilando y protegiendo las puertas abiertas de América. En lugar de agarrar en su mano los rayos del terror y de la muerte, sostiene en alto la luz que ilumina el camino hacia la liberación del hombre”.
Detrás suyo, la Estatua de la Libertad irradiaba un brillo dorado que hoy no se le conoce, ya que con el correr de los años – en realidad unos pocos – el cobre fue virando al verde con que se la puede ver en la actualidad.
Durante los primeros veinte años, entre 1885 y 1905, fue utilizada como faro, pero la baja potencia de iluminación con la que contaba hizo que se dejara de usarse para guiar a los barcos. La antorcha que sostiene actualmente no es la original, fue reemplazada en 1986 por una réplica que incluía hojas de oro para evitar su deterioro.
El destino de L’Isère
Tras la entrega de su carga, el L’ Isére regresó a Francia. Atracó en el puerto de Brest el 21 de julio de 1885. En 1904 la fragata sufrió un reacondicionamiento en el que le fue instalada una nueva máquina, antes de ser puesta en servicio otra vez, aunque tan solo cinco años después, en diciembre de 1909, debido al mal estado del hierro de su casco, el buque fue dado de baja en el puerto de Rochefort, donde fue utilizado para almacenar carbón.
En 1924 su casco fue remolcado al arsenal de Lorient para instalarlo como pontón en la orilla derecha del río Scorff hasta 1940. En marzo de 1941, durante la ocupación de Francia por los nazis, durante la Segunda Guerra Mundial, el ejército alemán la trasladó a la base de submarinos de Lorient, donde fue alcanzado por los bombardeos aliados en febrero de 1943.
El Isère acabó sus días hundido en 1945 por el ejército alemán frente al puerto de Locmiquelic, donde todavía descansa en el fondo del mar como el olvidado protagonista del traslado de la Estatua de la Libertad.