La historia de Ana Frank, la joven soñadora que se convirtió en emblema de la resistencia al nazismo

Hoy hubiese cumplido 95 años. A los 13 recibió un regalo muy especial de sus padres: un diario. Imposible imaginarse entonces que esas páginas se transformarían en un canto contra la opresión totalitaria del régimen hitleriano

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 En su cumpleaños número
En su cumpleaños número 13, Ana recibió su regalo más preciado: un diario

Ese viernes la impaciencia y la expectativa la dominaron y quince minutos antes de las 7 de la mañana ya se había levantado de la cama. Lo primero que hizo fue ir al comedor y, luego de recibir el cariñoso saludo de su gato Mohrchen, se encontró con sus regalos. Era el 12 de junio de 1942 y Annelies Marie Frank, más conocida como Ana, nacida el 12 de junio de 1929 en Fráncfort, Alemania, cumplía 13 años.

Con la ascensión del nacionalsocialismo en 1933, su país natal ya no era un lugar seguro para los judíos. Entonces Otto Frank decidió emigrar; en la familia se había hablado de establecerse en Gran Bretaña o en Estados Unidos, pero finalmente optaron por Holanda. Allí Otto abrió una oficina de Opekta, una empresa alemana que vendía especias y pectina y luego sería empleado por Pectacon, mayorista de especias. Lo siguieron su esposa con sus hijas Margot y Ana.

Se establecieron en Rivierenbuurt -el barrio de los ríos- situado al sur de la ciudad de Ámsterdam, donde los Frank pasaron a engrosar el creciente número de familias judías que ya vivían allí.

 El frente del edificio
El frente del edificio que ocultaba la famosa "casa de atrás", donde ocho personas permanecieron para evitar la persecución nazi

Cerca de su domicilio se encontraba la librería Jimmink, y en su vidriera Ana había visto un diario, cuya tapa estaba forrada con una tela color naranja a cuadros. Estaba ansiosa por tenerlo, y el padre tomó nota.

El diario no fue el único obsequio. Tal como ella misma describió, había un un cactus y un ramo de rosas silvestres. Más tarde recibió el libro “Cámara Oscura”, un juego de mesa, un rompecabezas, golosinas, un broche, las “Sagas y leyendas de Holanda”, de Joseph Cohen y “Las vacaciones de Daisy en la montaña”. Además, con el dinero que le obsequiaron compró un libro sobre las leyendas mitológicas griegas y romanas.

Luego fue a la escuela, donde antes de comenzar la clase, repartió golosinas entre los maestros y alumnos, como era la costumbre holandesa.

Ana es la más pequeña;
Ana es la más pequeña; junto a ella su hermana Margot, en el regazo de su padre Otto. La foto es de 1931 (Colección de fotos Anne Frank Stichting, Amsterdam)

El cumpleaños lo festejó con sus amigos el sábado a la tarde en la casa que ocupaban en Merwedeplein 37-2, donde vieron la película “El guardafaro” (con Rin tin tin, acotó Ana) y dicen que los chicas y chicos se divirtieron mucho.

Al comienzo, la joven encabezó el diario con la frase “Espero confiártelo todo de un modo como no he podido hacerlo hasta ahora con nadie, y espero que seas un gran apoyo para mi”, con la fecha 12 de junio de 1942. “¡Estoy tan contenta de tenerte!” consignó en una de las primeras entradas.

Lo escribió en neerlandés, aunque ocasionalmente incluía palabras en alemán o inglés. Para Ana el diario era “Kitty”, y sus páginas revelan a una aguda cronista, en el que mezcla sentimientos como el miedo, el amor, la alegría y la tristeza, así como los pormenores de una apretada convivencia de ocho individuos, condenados a vivir en silencio.

Miep Gies era empleada en
Miep Gies era empleada en la oficina de Otto Frank. Ella, junto a su marido, ayudó a las ocho personas que se habían escondido en un anexo, cuya entrada estaba disimulada por un armario

Escondidos

Los Países Bajos, el país que en los primeros años pareció ser un lugar seguro para la familia Frank, pasó a convertirse en peligroso en 1940, cuando las tropas nazis lo ocuparon. En los primeros días de julio de 1942, Margot, hermana de Ana, recibió una citación para viajar deportada a un campo de trabajo en Alemania, por lo que el padre aceleró una decisión que venía madurando: la de ocultarse.

Se mudaron el 6 de julio. No llevaron valijas para no llamar la atención, y se vistieron con todas las ropas que pudieron ponerse encima. Y así caminaron las cincuenta y dos cuadras desde su domicilio, en el que dejaron pistas de haberse ido a Suiza.

Lo que funcionó como escondite
Lo que funcionó como escondite para los Frank se transformó en un museo, que es visitado por miles de personas

El escondite era casi ideal: desde siglos atrás los comerciantes empleaban los canales para transportar sus mercancías y usaban los edificios alrededor de los cursos de agua como almacenes, que daban al frente y la vivienda, en los fondos. Por eso eran comunes las “casas de atrás”. La que alquilaban los Frank había sido construida en 1739.

Los que permanecieron ocultos y en silencio fueron Otto Frank, su esposa Edith; sus hijas Margot y Ana; el dentista Fritz Pfeffer (que en el Diario de Ana aparece como Albert Dussel) y el matrimonio Hermann y Auguste van Pels (van Daan para Ana) y su hijo Peter.

Descubiertos

El 4 de agosto de 1944 fue viernes. Miep Gies, una vienesa de 33 años que hacía dos que ayudaba a los Frank, no era la única. Más de veinte mil holandeses arriesgaron sus vidas escondiendo a unos 28 mil judíos. Cerca de un tercio de ellos fueron atrapados por los llamados “Jodenjagers”, verdaderas bandas de cazadores de judíos. Gies se desempeñaba como secretaria administrativa de la fábrica de especias Opekta.

Ana escribía en neerlandés y
Ana escribía en neerlandés y cuando completó todas las páginas del diario, usó viejos libros de contabilidad

Miep era además el contacto de los Frank con el mundo exterior. Ese día de agosto del 44 se preparaba para hacer rendir los bonos de racionamiento que las fuerzas de ocupación alemana daban a la población civil; y de paso incluía los bonos falsificados que había conseguido junto a su esposo Jan con gran esfuerzo.

Pero cerca de las once de la mañana, sin que ella lo percibiese, la sorprendió un hombre que, parado en el umbral de la puerta, le pidió que se quedase quieta. En una de sus manos sostenía un revólver.

Tal vez por casualidad o por una delación la Ordnungspolizei, la Policía del Orden también conocida como ‘policía verde’ por el color de uniforme que usaban, había ido al número 263 de Prinsengracht. Aún está abierto el debate si alguien los delató o bien era una requisa porque sospechaban que el lugar ocultaba un depósito de contrabando.

Lo cierto es que los nazis, después de registrar cada rincón, dieron con el anexo de unos cincuenta metros cuadrados por el que se accedía por una puerta oculta detrás de un armario. Hallaron a ocho personas.

¿No se avergüenza de estar ayudando a esa basura judía? -preguntó despectivamente el oficial a la mujer. Ella, entre aterrorizada y angustiada escuchaba a sus espaldas los pasos de los que hasta hacía unos momentos, compartían ese escondite y que habían sido descubiertos.

Calvario

Los Frank fueron encerrados en la prisión de Ámsterdam y luego enviados al campo provisional de Westerbork, ubicado en el noreste del país. Se trataba de un lugar establecido específicamente por los holandeses para alojar a los judíos que entraban ilegalmente y que desde mediados de 1942, era administrado por los alemanes. Se trataba de un punto de tránsito hacia el infierno.

Lápida en lo que fue
Lápida en lo que fue el campo de concentración de Bergen Belsen, donde fallecieron las hermanas Frank, semanas antes de que fuera liberado por los Aliados (Alexander Koerner/Getty Images)

El miércoles 2 de septiembre de 1944, los Frank y los otros que habían sido arrestados, fueron trasladados a Auschwitz, un gigantesco campo de concentración ubicado a 50 kilómetros de Cracovia, en Polonia. En realidad eran tres campos construidos entre 1940 y 1942 y donde serían asesinados 1.100.000 entre judíos, polacos, gitanos y prisioneros soviéticos. Fue el único campo que a los que allí recluían les tatuaban un número.

Fue un viaje en tren de tres días hacinados en un vagón para transporte de animales con una multitud apretujada que apenas podía respirar. Un barril era usado de retrete.

Al llegar pasaron la selección hecha por los médicos nazis para realizar trabajos forzados. Ana, Margot y la madre fueron al campo de mujeres y Otto, al de hombres.

Si bien sus padres permanecieron en Auschwitz, Ana y su hermana Margot estuvieron un mes, y luego fueron trasladadas al campo de Bergen Belsen, al norte de Alemania. Originariamente este campo se creó para alojar a prisioneros de guerra, pero luego se habilitaron otros subcampos donde fueron recluidos miles de deportados.

El destino de las ocho personas que compartieron el escondite en la casa de atrás fue trágico: Edith, la mamá de Ana, murió enferma y de hambre en Auschwitz; van Pels en la cámara de gas; su esposa en Bergen Belsen; el hijo Peter en Mathausen y el dentista Pfeffer en Neuengamme.

Margot había enfermado gravemente. Ana, como el resto de los prisioneros, había sido rapada. Solo se cubría con una manta ya que debió deshacerse de su ropa infestada de piojos. Una de las últimas personas en verla con vida fue Jannides-Brilleslijper, quien hizo de enfermera de ambas hermanas. La mujer había sido capturada en agosto de 1944 por haber participado en actividades relacionadas con la resistencia holandesa. Ellas se habían conocido en la estación central de Ámsterdam cuando fueron trasladadas al campo de Westerbork.

Al parecer Margot, de 18 años, casi moribunda, murió de un golpe al caerse de un catre. Y Ana, de 15, con tantos otros miles de prisioneros, fue víctima de una gigantesca epidemia de tifus en Bergen Belsen. Se estima que su fallecimiento ocurrió entre febrero y marzo de 1945. Nunca supieron de la muerte de su madre. Tres días antes Jannides había visto por última vez a Ana.

Otto Frank, el único sobreviviente
Otto Frank, el único sobreviviente de la familia

El diario

Otto fue el único sobreviviente de su familia y de sus compañeros de escondite. Camino de regreso a Holanda, se enteró de la muerte de su esposa. El 1 de agosto de 1945 publicó un aviso en el diario Pueblo Libre en el que buscaba a sus hijas, y aclaraba que habían sido trasladadas a Bergen Belsen. Como referencia dio el domicilio de Prinsengracht 263. Fue Jannides la que le contó del trágico final de sus hijas.

Otto falleció en agosto de 1980, a los 91 años. Y Jannides Brilleslijper en 2003, a los 86.

Cuando a la tarde de ese viernes 4 de agosto de 1944 los nazis se fueron, Miep Gies se animó a entrar al escondite. Estaba todo revuelto. En el piso de la pieza que ocupaba el matrimonio Frank ella reconoció el pequeño diario. Como sabía que la niña también había usado viejos libros de contabilidad y otros papeles para escribir, los juntó todos y los guardó en el último cajón de su escritorio. “Hay que poner esto a salvo para cuando vuelva Ana”, se prometió la mujer. Miep no sabe por qué, antes de dejar el escondite, tomó el peinador beige estampado en rosas que usaba la chica, que estaba colgado del tendedero del baño.

La eterna Ana, en los
La eterna Ana, en los tiempos en que concurría a la escuela

Otto, papá de Ana, publicó el diario en 1947 y fue un best seller, editado en centenares de idiomas. Llevó el título que su hija había escogido, “La casa de atrás”. La última anotación lleva la fecha del 1 de agosto, tres días antes de que fueran descubiertos, cuando ya había quedado muy lejano aquel viernes de cumpleaños donde todo había sido pura alegría.

Fuentes: El Diario de Ana Frank; Mis recuerdos de Anna Frank, de Miep Gies

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