Con el mismo vértigo que el de los autos disparados a la más alta velocidad, todo ocurrió en apenas un par de segundos. “Una franja de trescientos metros cuadrados de espectadores animando a los pilotos se convirtió de pronto en una masa de histérico y negro horror”, describió con crudeza el cronista de la revista Time que el 11 de junio de 1955 cubría el desarrollo de “Las 24 Horas de Le Mans”, por entonces la competencia automovilística más famosa del mundo.
Ese día la realidad superó largamente a cualquier escena de ficción de cine catástrofe: luego de un choque, los restos en llamas de un auto volaron hacia una tribuna colmada y cayeron sobre el público con un saldo de 83 muertos – el piloto francés Pierre Levegh y 82 espectadores - y centenares heridos en la mayor catástrofe de la historia del automovilismo deportivo.
La tragedia no se produjo solo por el accidente en la pista, sino por las escasas condiciones de seguridad del circuito. Desde su primera edición, en 1923, la carrera de Le Mans era el acontecimiento más importante del año automovilístico, capaz de atraer a centenares de miles de espectadores, pero además del espectáculo de los bólidos sobre la pista ofrecía riesgos que nadie había tenido en cuenta.
El circuito de la Sarthe era entonces una pista no permanente que utilizaba caminos locales que permanecían abiertos al tráfico el resto del año y las tribunas se montaban y desmontaban en cada ocasión, sin mayores medidas de contención para los autos en casos de sufrir un despiste.
Se trataba, además, de una competencia agotadora: el vencedor era – y todavía es - aquel vehículo que cubra la mayor distancia en 24 horas de carrera continuada. Para la década del 50 se permitían dos pilotos que se turnaban en cada auto, pero en algunos casos corría uno solo durante las 24 horas.
En esas condiciones, el 11 de junio de 1955, 250.000 espectadores se dieron cita para ver la lucha que se preveía como encarnizada entre dos escuderías, Jaguar y Mercedes Benz. Todo transcurría con normalidad hasta las seis y media de la tarde, hora local, cuando se produjo la tragedia.
El choque y el milagro de Fangio
La carrera llevaba menos de tres horas cuando el Mercedes-Benz 300 SLR conducido por Juan Manuel Fangio, que formaba equipo con Stirling Moss, peleaba la punta con el Jaguar al mando del británico Mike Hawthorn, cuyo compañero de dupla era Ivor Bueb. A esa altura, los dos autos habían logrado sacarle una vuelta de ventaja a casi todos sus rivales.
Con la conducción temeraria que lo caracterizaba – muchas veces criticada por sus rivales – y enfrascado en su lucha con Fangio, Hawthorn quiso aumentar la leve ventaja que le llevaba al piloto argentino y superó al Austin Healey conducido por Lance Macklin. Lo adelantó sin problemas pero, de repente, decidió entrar a los boxes y frenó de manera brusca. Para no llevárselo por delante, el sorprendido Macklin tiró un rápido volantazo hacia la izquierda sin darse cuenta de que, por ese sector, por detrás, venían dos Mercedes lanzados a toda velocidad. Al volante del primero iba el francés Pierre Levegh – también con una vuelta menos que los punteros – y apenas más atrás estaba Fangio.
Todo sucedió en décimas de segundo. Al ver que se le cruzaba el Austin de Macklin, Levegh solo atinó a levantar una mano para advertirle a Fangio del peligro, pero el tiempo no le alcanzó para evitar el choque contra el Austin. Lanzado a 240 kilómetros por hora, tras impactar contra el auto de Macklin, el Mercedes de Levegh se elevó literalmente por el aire, subió encima de una tarima y, al golpear contra una pared explotó y se deshizo en pedazos llameantes que volaron hacia la tribuna repleta de espectadores.
Advertido por la seña casi póstuma de Pierre Levegh, Juan Manuel Fangio sí alcanzó a dar un volantazo y así esquivar a los vehículos para salvar su vida. “Yo me aferro al volante y espero el golpe que no sé por qué no llega. Mi Mercedes pasa por un pelo acariciando el Austin que, atravesado, ralla con su chapa el asfalto de la pista. Detrás de mí, dejo el infierno”, contó después “El Chueco”.
Muertes en la tribuna
Desintegrado, el Mercedes de Pierre Levegh – cuyo cadáver fue despedido del auto y quedó tendido en la pista - voló en decenas de piezas encendidas y lanzadas a toda velocidad sobre la tribuna, donde causó 82 muertes, muchas de ellas por decapitación y otras por aplastamiento. Para que muchas de las partes del auto se encendieran contribuyó que estaban fabricadas con una aleación de magnesio que, además, dificultó las tareas de extinción porque sobre ellas el agua actuó como potenciador de las llamas.
“Estaba pisando sobre cadáveres, estaban por todas partes. No fui capaz de hablar durante tres horas. Vi a mi amigo, que estaba en la tribuna justo a mi lado, decapitado por una pieza del auto, con los prismáticos todavía alrededor del cuello”, contó Jacques Grelley, que no perdió la vida por milagro.
“No entendía lo que estaba pasando. Veía caer fuego hacia nosotros y la gente gritaba. Ví caer una bola de fuego que aplastó a varias personas y otras quedaron en llamas, con las ropas prendidas. No sé todavía por qué estoy vivo”, trató de explicar Jacques Renaud horas más tardes a un cronista de Le Figaro.
A pesar del accidente y las decenas de muertes ocurridas en la tribuna sobre la cual cayeron los restos del Mercedes de Levegh, los organizadores de la prueba no suspendieron la carrera, que continuó mientras las ambulancias iban y venían recogiendo heridos y cadáveres. Más tarde explicaron que decidieron no suspenderla para que el resto del público – que en otras áreas del circuito ni siquiera sabía lo que había ocurrido – no invadiera las vías de emergencia y obstaculizara el paso de las ambulancias al retirarse del circuito o querer curiosear en el área de la tragedia.
Hawthorn continúa, Fangio se retira
Poco después del accidente, el equipo Mercedes Benz, que había logrado pasar a encabezar la carrera con el auto conducido por Fangio, decidió que sus pilotos abandonaran la competencia. En cambio, Hawthorn, que por entonces marchaba en segundo lugar, siguió corriendo con su Jaguar y luego le pasó la posta a su compañero Bueb. Favorecidos por el abandono de los Mercedes Benz, al cumplirse las 24 horas de carrera resultaron ganadores.
La prensa especializada no demoró en señalar a Hawthorn – que, además, en un gesto poco solidario, había celebrado la victoria descorchando una botella de champagne en el podio – como responsable del accidente que le había costado la vida Levegh y de la tragedia en la tribuna.
El piloto inglés se defendió como pudo, aunque sus palabras fueron poco convincentes. “A mi juicio, dejé tiempo suficiente a cualquier coche que fuera detrás de mí para darse cuenta de lo que iba a hacer”, dijo.
Paradójicamente, uno de los pocos pilotos que lo defendió fue su rival – y compañero de Levegh – Juan Manuel Fangio. “El Chueco” dijo públicamente que, desde su punto de vista, lo hecho por Hawthorn estuvo bien, porque se tiró a la derecha en busca de boxes cuando ya había iniciado la maniobra -que incluía el descenso de la velocidad- unos 300 metros antes de retirarse de la pista.
En cuanto a cómo había salvado su vida de un certero volantazo, solo dijo: “Es fácil morir sin darse cuenta: entre la vida y la muerte no hay nada…”.
Ese mismo año, Juan Manuel Fangio ganó el tercero de sus cinco campeonatos de Fórmula Uno con “La Flecha de Plata”, el auto que Mercedes Benz había fabricado especialmente para él.