Gruñón. Ansioso. Vestido -bueno, vestido a medias- de marinero. Con una voz inentendible y también inolvidable. Atolondrada voz, sobre todo en los picos de ira que, cuanto más altos, más le enrollan la chaqueta marinera al cuello, como si fuera posible que la ropa tuviera estado de ánimo. Sin ninguna intención de ser menos que un protagonista pero también leal a sus amigos y perfectamente conciente de que, más allá de sus intenciones, nunca sería más que un número dos. Capaz de errores graves, de esos errores políticamente incorrectísimos, y también capaz de sentir remordimiento y arrepentirse. Y, de nuevo, porque lo es todo el tiempo, gruñón.
Hace exactamente noventa años, en un corto animado de algo más de siete minutos, hizo su primera aparición el Pato Donald, un personaje que tuvo voz antes de tener cuerpo, personalidad e historias para encarnar. Y tuvo voz antes que cualquier otra cosa porque Walt Disney había quedado maravillado con un currículum que había llegado a sus estudios de animación. Era el de Clarence Nash, un locutor de publicidades que había grabado los efectos de sonido de un grupo de caballos tirando de un carro que repartía leches de la empresa Adohr Milk Company. Walt vio el CV y reconoció enseguida el talento detrás de la publicidad de lácteos, así que quiso esa garganta para su propio beneficio. Y fue alrededor de la voz que Nash empezó a inventarle a Donald, que creció como el pato más famoso de la historia del cine y también de las historietas.
En 1970, en el primer disco que editó tras la disolución de The Beatles, John Lennon incluyó una canción llamada “Working class hero” (“Héroe de la clase trabajadora”). Así, exactamente así, definió Chris Pallant, un investigador de la Universidad Canterbury Christ Church dedicado a la historia de las animaciones de Disney, al Pato Donald. “La popularidad del personaje se basa en que es un héroe de la clase trabajadora. Por eso es que la audiencia lo adora. Se ha conservado bien con el correr del tiempo, siempre persiste ante la adversidad, y es muy popular porque es la imagen de un hombre común”, describió Pallant a Donald en una entrevista con la BBC hace algunos años.
A lo largo del tiempo -noventa años es mucho tiempo- fueron varias las explicaciones de por qué Donald logró consagrarse como un personaje de enorme popularidad. Su capacidad para expresar sus emociones -incluso, y sobre todo, las negativas- generó empatía inmediata entre el público, porque todos tenemos uno o muchos malos días. La velocidad a la que apadrinó repentinamente a sus sobrinos Hugo, Paco y Luis conmovió al público. Su capacidad para arrepentirse después de dañar, también: a esos mismos sobrinos les roba de su alcancía para invitar a una cita a Daisy, su novia histórica, y enseguida lo habita el remordimiento. Lo descubren devolviendo las monedas, se avergüenza, pide perdón: el más humano de los patos animados. “Un hombre común”, en palabras del experto en la historia de Disney.
Daisy no estuvo siempre allí. Apareció por primera vez en un corto de 1940, y después de que Donald tuviera otra novia: Donna. Por algún tiempo, tanto en las películas como en los cómics, Donna y Daisy aparecían alternadamente. Incluso el público llegaba a confundirlas porque los autores parecían solaparlas. Pero en algún momento Daisy se impuso y fue ella quien continuó apareciendo no sólo en las historias protagonizadas por el pato, sino asociada, cada vez con mayor peso propio, a Minnie, a Mickey, a Pluto y a Goofy.
La pareja con Donald era explosiva: ambos podían perder la paciencia rápidamente, aunque ella siempre fue más elegante y sofisticada, incluso para ponerse de mal humor. Y ambos podían cuidar de Hugo, Paco y Luis con cariño y disciplina.
Donald supo acompañar a Mickey -la enorme estrella del estudio, mucho más relajado que él- y ser par de Pluto y de Goofy mientras cobraba importancia propia y se convertía en el personaje central de cada vez más historietas y cada vez más cortometrajes. Por su habla inentendible -esa que logró que, todavía al día de hoy, se le llame “efecto Pato Donald” a la voz que se tiene después de inhalar helio-, Donald fue más comprendido en cómics que en películas: fue así que llegó con enorme potencia al público más adulto, que, a diferencia de los más chicos, sabía leer.
Pero hubo, sin dudas, una característica que distinguió a Donald de los demás personajes de los años dorados del mundo inventado por Walt Disney y fue comportarse como un gran trabajador, como un modesto pero cumplidor contribuyente a las arcas públicas y, por todo eso y teniendo en cuenta la bandera de sus creadores y productores, como un gran estadounidense. La época más gloriosa del pato fue nada menos que durante la Segunda Guerra Mundial y hasta se enfundó en un traje nazi para denunciar el régimen de Hitler -y para engrandecer la bandera norteamericana-. Aunque eso le saliera caro, al menos por varios años, al imperio Disney.
De vago a “héroe trabajador”
Hay que decir que para ser identificado como un gran trabajador, el Pato Donald empezó bastante vago. Su debut fue en un cortometraje animado el 9 de junio de 1934. Se llamaba “The wise little hen” (“La gallinita sabia”) y contaba la historia de una gallina que, junto a sus pollitos, pedía ayuda a Donald y a un cerdo para cosechar un campo de maíz. Donald y el cerdo se negaban todas las veces, aunque estuvieran incluso en plena fiesta entre ellos, aduciendo algún síntoma que los imposibilitaba: tos, dolor de panza, una descompostura fulminante.
Al final del corto, la gallina y los pollitos ya cosecharon todo el maíz y ella preparó delicias de todo tipo. Les acerca una canasta a Donald y el cerdo, que se ilusionan con probar alguna de esas recetas y se encuentran con un jarabe para curarse de todos esos males que manifestaban padecer. En la escena final, Donald y el cerdo se turnan para castigarse uno al otro, como quien confirma que la lección está aprendida.
Pero de ese pato que se hacía el enfermo para evitar cualquier tarea fue quedando poco a medida que pasó el tiempo. A fuerza de criar a los hijos de su hermana, de padecer a su tío Scrooge -el tan famoso como avaro Tío Rico- y, sobre todo, de mostrarse dispuesto a cada tarea-aventura que una nueva historieta o un nuevo cortometraje le presentaran, Donald se convirtió en un personaje asociado a lidiar con una vida cotidiana más o menos parecida a la de la clase media que lo miraba o leía. En Duckburg -la Mickeyville que Disney le inventó a Donald-, el pato animado veía como crecía su árbol genealógico, su popularidad y también la carga sobre su espalda plumada y cubierta por la chaqueta marinera.
Sea que hubiera que ayudar a Mickey -o a Pluto o a Goofy- en alguna tarea, o sea que la tuviera que encarar por las suyas, Donald siempre estaba listo. A veces le tocaba, por ejemplo, ser el adulto -pato, pero adulto al fin- a cargo de entretener a los niños de un orfanato a fuerza de recitarles poesías y contarles cuentos. A veces le tocaba hacer trabajos rurales y, otras, más urbanos: Duckburg, su lugar de residencia, podía ser lo que la historia de ese cortometraje o ese cómic necesitaran. El gag siempre listo, sea cual fuere la trama, era que Donald perdiera la paciencia y montara en cólera. Esa pérdida de paciencia era todavía más probable si lo que enfurecía al pato era que los que lo rodeaban no entendieran su habla.
Entonces pasaba lo de siempre: gritaba, atolondraba todavía más las palabras, la boina saltaba como si estuviera viva, la chaqueta se le enredaba. Los diarios publicaban anécdotas grandilocuentes sobre lo que pasaban en los cines cuando proyectaban cortometrajes protagonizados por Donald, que vivió su época dorada entre 1937 y 1947 y que, en esos años, encabezó más producciones que el mismísimo Mickey. La más resonante salió en un diario canadiense: “Un hombre pierde la dentadura por la risa” fue el título de la crónica.
La cumbre del esfuerzo del que Donald parecía capaz en aquellos años pareció llegar en 1942, cuando se editó “The new spirit” (“El nuevo espíritu”). Se trató de una producción en la que Donald y todo el pueblo norteamericano, a través de la radio, eran instados a pagar sus impuestos y mostraba las consecuencias de no hacerlo. El espíritu de estimular el cumplimiento fiscal no ocurría en cualquier momento sino en uno muy particular: en 1942 la Segunda Guerra Mundial estaba en pleno transcurso, y los impuestos eran presentados como “el esfuerzo bélico” que podían hacer los pobladores que no participaban directamente del enfrentamiento armado.
Apenas terminaron la animación del corto, el mismísimo Walt Disney tomó un avión a Washington y presentó la animación a las autoridades del Departamento del Tesoro de los Estados Unidos. En ese momento, el secretario del Tesoro, Henry Morgenthau, le hizo saber a Disney que no le gustaba que fuera Donald y no Mickey el que encabezaba la historia de estímulo fiscal. Walt fue al grano: le dijo que un cortometraje de Disney protagonizado por el pato era como una película de MGM cuya estrella fuera Clarke G. Gable. Nada menos.
En efecto, el Tesoro invirtió 80.000 dólares en la producción y recuperó la inversión con intereses: hasta los contribuyentes menos afines a cumplir con sus obligaciones impositivas hicieron sus pagos. Donald acababa de debutar en un rol que llevaría a cumbres todavía inexploradas: la propaganda nacionalista.
Un pato soldado, un pato nazi
A principios de los años 40, Donald era una estrella consagrada en el cielo del show business norteamericano. Se vendían no sólo historietas y entradas de cine que lo tenían en el centro de sus tramas, sino también libros, juegos, relojes, cereales, jabones, pochoclos y cepillos de dientes con su cara.
En 1942, después de ese cortometraje de estímulo fiscal, llegó el primero de los nueve con tramas militares que protagonizó el pato. La Segunda Guerra Mundial era más o menos aludida en cada uno de esos episodios, pero la potencia estadounidense y la valentía de sus soldados -fueran humanos o patos- estaban siempre a la orden del día.
Disney había decidido que Mickey no fuera a la guerra: no quería convertirlo en una vía para hacer propaganda. Pero no tuvo problemas con Donald, un personaje que, por el amplio abanico de emociones que podía encarnar, ayudaba a guionistas y dibujantes a situarlo en los escenarios más variados.
En los años de la Segunda Guerra, la popularidad de Donald no hizo más que crecer. Eran momentos en los que el público buscaba, para sí y para sus hijos, personajes fuertes. A la altura de las circunstancias globales. Y el pato, para 1942, se mostró como uno de los nuevos reclutados del Ejército: fue el debut de sus tramas marciales.
Entre ese año y 1944, Donald se preparó para tirarse en paracaidas, mostró cómo era combatir después de largas caminatas por terrenos selváticos -¿un spoiler involuntario de Vietnam?- y la disciplina que requerían los arduos entrenamientos militares. En 1944 incluso protagonizó un operativo que consistía en destruir una base aérea japonesa. Cualquier parecido con la realidad era todo menos una coincidencia.
De todos esos cortometrajes, el que más revuelo causó -y el que se transformó en un boomerang para Disney- fue “El rostro del Führer”, estrenado en 1943. Allí se ve a Donald participando de desfiles “Nutzis” (un cruce entre “nut”, “loco” en inglés, y “nazi”). Luce su correspondiente cruz esvástica, habla de Goebbels y de Göring, y levanta el brazo cada vez que gritan “Heil, Führer!”. Trabaja en una línea de producción “nutzi” preparando misiles y rinde pleitesía ante la foto del líder, con su particular bigote. Hace todo eso hasta que despierta: todo era una pesadilla. Y era tan horrorosa, que apenas sale de la cama, vestido con un pijama con los colores de la bandera estadounidense, se abraza a la reproducción de la Estatua de la Libertad que tiene en su habitación.
El objetivo era claro: mostrar, literalmente, que el nazismo era una pesadilla. Que era autoritario y alienante. Que para vivir el sueño americano, en cambio, alcanzaba con estar despierto y abrazar los valores de ese país. De las quince nominaciones al Oscar que tuvieron los cortometrajes protagonizados por Donald, sólo uno alcanzó la estatuilla: “El rostro del Führer” fue premiado como mejor corto de animación en 1943. Se trataba sin duda de todo un posicionamiento institucional de la Academia.
Pero esa consagración no fue una garantía de aceptación unánime para esa producción. Mientras que hubo público que lo destacó, también hubo público que señaló que la representación, tanto del nazismo como de la idiosincrasia norteamericana, resultaba demasiado estereotípica. Pero lo que más padeció Disney fue la circulación fuera de contexto de imágenes de Donald con simbología nazi: eran extractos del corto pero, sin toda la información necesaria, parecían dar cuenta de que efectivamente el emblemático personaje militaba en las filas hitlerianas.
Fue ese boomerang, esa convicción entre muchos de que Disney había producido un material a favor del régimen nacional-socialista, lo que llevó al estudio a hacer todo para sacar de circulación el corto apenas un tiempo después de que apareciera. Al menos por un tiempo. Hoy, más de ochenta después de que se lanzara esa producción, puede verse completa en YouTube. Pero el malentendido hizo sufrir al gigante cinematográfico.
For export
Cuando se cumplieron setenta años de su creación, en 2004, Donald tuvo propia estrella en el emblemático paseo de Hollywood en el que están inscriptos los nombres de los protagonistas del mundo del espectáculo. Habían pasado décadas desde que un grupo de periodistas impulsara su incorporación a la Academia Estadounidense de Artes y Letras. Sí, la incorporación de un pato hecho de dibujos animados. El proyecto no prosperó pero sí da cuenta de su popularidad.
Donald fue retirándose de los cortometrajes y su participación en largometrajes siempre fue menor que la de Mickey. Pero las historietas nunca pararon. A su enorme éxito en Estados Unidos se sumó una enorme cantidad de fanáticos en Italia, Países Bajos, Francia -donde, no obstante, es más popular el Tío Rico-, y también en los países escandinavos. Allí Donald, como ocurría durante la Segunda Guerra Mundial, es todavía más que Mickey.
Además del análisis que lo calificó como un “héroe de la clase trabajadora”, hubo otras miradas. El historiador Lewis Jacobs aseguró que su consagración tuvo que ver con mostrar algunos rasgos violentos -sus reacciones de ira- en un contexto violento -la Guerra-, así como con las tramas nacionalistas que protagonizó.
Hacia 1950, Donald ya no encabezaba cortometrajes. Vendrían mediometrajes, algunos largometrajes y también intentos televisivos. Pero para ese entonces su voz ya era inconfundible e inolvidable. Tanto como su espíritu gruñón, ansioso y leal. Todo eso lo trajo hasta acá.