El puente de Brooklyn es una de las postales más icónicas de Nueva York. Construido entre 1870 y 1883, fue y continúa siendo motivo de orgullo para los neoyorquinos. La isla Manhattan y el condado Brooklyn quedaban enlazados en ese momento por el puente colgante más grande del mundo (mide 1825 metros de largo y superaba en un 50 % a los de la época) y al mismo tiempo, el primero suspendido mediante cables de acero. Este emblema de la ingeniería, de estilo neogótico, continúa en uso, atrae turistas con un arcón de recuerdos: desde el trágico accidente a pocos días de su inauguración a los animales de circo que caminaron por él para convencer a los ciudadanos que era resistente.
El puente fue inaugurado oficialmente el 24 de mayo de 1883 con las primeras 150.000 personas que pagaron un centavo para poder hacerlo y olvidarse de ese modo del ferry que unía ambas orillas, un viaje tedioso y a veces peligroso debido a la corriente del río Este sumado a las complicaciones del hielo que cubría el río durante el crudo invierno. Entre esas personas figuraba Emily Warren Roebling, nuera del ingeniero alemán John Augustus Roebling que había diseñado el puente y murió antes de que se levantara su “grandiosa obra de arte”, como la había definido.
La propuesta de Roebling fue bien recibida por los gobernantes de Manhattan y Brooklyn, en esos tiempos ciudades independientes. El respaldo económico lo encontró en William C. Kingsley, una figura influyente que logró que una empresa privada pudiera llevar adelante el proyecto.
La construcción fue un desafío que se cobró la vida de 27 personas. Entre ellas, el propio creador, que tuvo un accidente con un ferry, que le aplastó el pie contra un muelle, mientras hacía mediciones en East River. Corrían otros tiempos. Le amputaron los dedos y nada pudo evitar una gangrena que le costó la vida tres semanas después. Como si fuese una maldición, su hijo Washington, mientras trabajaba en la cimentación submarina de los pilares del puente, contrajo la enfermedad de los buzos y quedó postrado en una silla de ruedas.
Así quedó la obra bajo la supervisión de Emily, la mujer de Washington, que sin ser ingeniera transmitió las órdenes de su marido que seguía el desarrollo de la construcción con largavistas. Convertida en la ayudante de su marido, aprendió sobre ingeniería para poder instruir a los ayudantes en el terreno. Por esa razón, la valiente mujer al frente de esta misión titánica, tuvo el privilegio de cruzar por primera vez esta obra de ingeniería.
Las crónicas de la época describen la gran inauguración de la obra. Emily fue acompañada en el cruce del puente con el presidente de Estados Unidos, el republicano Chester Alan Arthur, quien se cree que llevaba un gallo entre sus brazos, como símbolo de victoria.
Solo había pasado una semana de la inauguración. Todo era alegría con la novedad. El 30 de mayo, un simple paseo por el innovador puente, que mantuvo su estatus del más grande del mundo durante 20 años, derivó en una tragedia inexplicable, que provocó la muerte de 12 personas y 7 heridos de gravedad, según datos de la Sociedad Histórica de Nueva York.
Se trató de una estampida en un momento en que el puente iba colmado de personas a pie, cruzando por la pasarela de madera exclusiva para peatones. Muchas personas se agolparon del lado de la isla de Manhattan y quedaron atascadas, inmovilizadas. Al correrse el rumor de que el puente no soportaría tanto peso y se desplomaría en el río desencadenó un pánico colectivo, que generó una avalancha en la que varias personas cayeron y perdieron la vida aplastadas por la multitud desesperada. Testimonios de la época dijeron que todo comenzó con el grito de una mujer cuyo taco quedó trabado entre dos listones de madera o por su caída por las escaleras. Existen esas dos teorías. Lo cierto es que la confusión y el miedo aterrador a caer sobre el río desató una avalancha mortal.
Luego de este dramático accidente, que ensombreció lo que había sido en principio una inauguración con bombos y platillos, las autoridades debieron convencer a los neoyorquinos que el puente era seguro, que era capaz de sostener en sus seis carriles coches tirados a caballo, trenes y los primeros autos motorizados. Para transmitir confianza, el 17 de mayo de 1884, hicieron circular por su pasarela 21 elefantes del Circo Barnum, acompañados por 17 camellos.
El puente de Brooklyn, que fue declarado Monumento Histórico Nacional en 1964 y Monumento Histórico Nacional de Ingeniería Civil en 1972, hoy posee seis carriles para autos y una pasarela para bicicletas y peatones. Desde 1980 está iluminado por las noches para integrarse al paisaje urbano con su silueta. Sin dudas, enamora a turistas en busca de la foto neoyorquina perfecta para postear en Instagram, con los edificios de Manhattan de fondo. Los realizadores cinematográficos y guionistas, lo incluyen en paneos de apertura, para situar en la ciudad o como parte de escenas de tipo catástrofe. En I’m a Legend, que tiene como protagonista a Will Smith, el puente es bombardeado hasta que se derrumba y se pierden en las aguas, como en la imaginación de aquellos peatones de fines del siglo XIX. Godzilla también lo destruye a su paso de forma espectacular pero también sirvió de escenario romántico para declaraciones de amor, como la del hombre araña a su chica, en The Amazing Spiderman 2 (2014).
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