Su muerte fue de película. Fotográfica. Dramática. Desesperantemente evitable. Una tontería de la moda estrangulando a la estrella de la danza del momento. La frívola chalina de seda que ondea en el viento, resulta el arma mortal. Un mecánico italiano al comando de un descapotable, el cómplice necesario.
La muerte de Isadora Duncan (50) quedó estampada en el imaginario colectivo como una macabra maniobra de un destino que había estado regado de lujos, charme, ostras y champagne tanto como de desdichas y pérdidas insoportables.
Esa muerte teatral, ocurrió la noche del 14 de septiembre de 1927 aunque, en realidad, Isadora había muerto catorce años antes de su partida física. Ya veremos por qué.
El destino amanece
De arranque no más, en su vida las tragedias se complotaron contra ella y la fueron cercando en cada etapa. Angela Isadora Duncan nació en San Francisco, Estados Unidos, el 27 de mayo de 1877, hace ya 147 años. Sus padres Joseph Charles Duncan (banquero y empresario minero en Sacramento, California) y Mary Dora Gray habían llegado a Norteamérica desde la lejana Irlanda. Antes de que naciera ella, la pareja tuvo otros tres hijos: Elizabeth en 1871, Augustin en 1873 y Raymond en 1874.
Lo cierto es que Joseph no fue un padre contenedor porque apenas Isadora comenzó a pararse, él abandonó a la familia. Mary quedó en una pésima situación económica y, para poder mantener a sus hijos, comenzó a dar clases de piano y baile.
Dicen que por esos primeros años un día su casa se incendió. Isadora fue arrojada desde una ventana a los brazos de un policía. El fuego la marcaría y nunca habría olvidado esas hirvientes lenguas anaranjadas. Había perdido lo poco que era su todo.
En 1984, Isadora ya había cumplido los 7 años, se mudaron y su madre fundó una escuela de danza en Oakland. La hija mayor, Elizabeth, no demoró en ayudar con las clases. Con el paso del tiempo, los hermanos se fueron sumando a distintas tareas. A los 11, Isadora abandonó el colegio para unirse y colaborar en la escuela de baile familiar. Años después reconoció que ya por esa época soñaba con su cuerpo moviéndose sobre el vaivén de las olas, al compás del mar de su San Francisco natal.
En la adolescencia de Isadora, Mary y la troupe de niños volvieron a trasladarse: fueron hacia Chicago donde la joven comenzó a estudiar danzas clásicas. A los 18 años empezó a actuar en clubes nocturnos. Saltaba descalza, con desenfado, enfundada en una túnica suelta. Era única y todos empezaron a percibirlo.
Ya no es el ballet clásico lo que ella interpreta, es ella la que crea la danza contemporánea.
Pero para que esto se consolide, falta mucho todavía.
Las vivencias familiares habían sido tan traumáticas que la familia terminó alejándose del catolicismo y, con el tiempo, Isadora optó por declararse una “atea convencida”. Su nuevo destino fue Nueva York donde ingresó en la compañía de teatro del dramaturgo Augustin Daly. Sabía muy bien lo que quería.
De naufragios y lujos
Los dramas siguieron ocurriendo cerca de Isadora: el 13 de octubre de 1898, su padre murió -junto a su tercera mujer y la hija de ambos, Rosa (12)- en el naufragio del barco de pasajeros transoceánico Mohegan. La nave se hundió en doce minutos llevándose las vidas de 106 personas. Poco después Isadora logró convencer al clan Duncan de dejar los Estados Unidos para intentar suerte en Europa. En el año 1900 juntaron sus petates y viajaron, en barco, primero a Londres y, luego, a París.
Isadora baila ante la nobleza inglesa y los artistas franceses. Viaja por Alemania, Austria y Hungría. En 1901 firma un contrato que la pone sola sobre un escenario. Éxito total. Su figura se destaca entre todas las demás. Es realmente distinta, disruptiva. Inspirada en las ménades griegas su cuerpo se contornea con agilidad y gracia. Su estilo despereza esqueletos y le abre las puertas de los mejores teatros. Sus pies desnudos, sus movimientos ligeros, sus pasos improvisados se deslizan con voz propia. Da la imagen de una mujer poderosa, fuerte y libre. Una bailarina que se aleja de la danza clásica y de los patrones tradicionales. Una coreógrafa que busca nuevos sistemas de iluminación y llena de magia los escenarios. Isadora es inteligente y lo sabe: su estilo es original. Piensa que debe liberar a la danza de sus atavíos y armaduras. Sus puestas en escena minimalistas, contrastan con los decorados elaborados. Nada de zapatillas de punta, nada de tutús, nada de rodetes rígidos. Todo suelto y volátil, como una figura arrastrada por el agua y los vientos. No lo sabe, pero habrá demasiados huracanes en su vida y vientos desatinados.
Isadora comienza a fundar escuelas de danza en Alemania y en Francia. Gana dinero y lo gasta sin reparos. En algún momento, llega a comentar con ironía: “He llegado a convencerme de que la atmósfera constante de lujo nos lleva a la neurastenia”. Ha comenzado a detestar los excesos en los que está inmersa. En su biografía, publicada poco después de su muerte, escribió: “Antes de que yo naciera mi madre sufría una gran crisis espiritual; su situación era trágica. No podía tomar ningún alimento, excepto ostras y champagne helado. Si me preguntaran cuándo empecé a bailar, contestaría: en el seno de mi madre, probablemente por efectos de las ostras y el champagne, el alimento de Afrodita”.
En 1904 Isadora llega a Rusia y enloquece al público de Moscú y San Petersburgo. Dice: “Si mi arte es simbólico, el único símbolo es la liberación y emancipación de la mujer de las convenciones que el puritanismo ha engendrado”. Isadora cree con convicción en el amor libre, en la maternidad con quien le dé la gana, en la autodeterminación sin permisos.
Adorados hijos
En el amor Isadora es intensa. Llega a tener planes para casarse con Iván Miroski, un polaco pelirrojo y sin un centavo. Que fuera pobre no era un problema para ella, el conflicto fue otro: él le mintió y no le reveló que estaba casado. Luego, se enamora en Austria de un joven actor húngaro llamado Oscar Berezhi. No prospera. En un viaje por Alemania conoce a un crítico de arte llamado Heinrich Tode con quién mantuvo una relación más bien platónica. En unos conciertos en Moscú y en San Petersburgo conoce al famoso director Konstantin Stanislavski. Solo hay unos besos apasionados.
En 1904 sí nace una relación con una gran atracción sexual. Es con el actor y escenógrafo Edward Gordon Craig con quien Isadora, a los 29 años, tiene a su primera hija, Deirdre. La beba llega al mundo en 1906. Craig desea que ella deje por un tiempo el baile y se quede en casa con la pequeña. Ella no está de acuerdo. Jamás lo haría. Las cosas entre ambos terminan, pero la maternidad despierta en ella deseos de enseñar a niños sin recursos. Isadora necesita financiación para mantener sus múltiples escuelas de danza y sus alumnas de la clase obrera en Rusia. Sus giras no alcanzan para solventar tanto gasto. Justo conoce al multimillonario Paris Singer, hijo de Isaac Singer, el creador de las máquinas de coser. Paris Singer la ayuda. Como no puede dejar de suceder, la colaboración y la amistad dan lugar a una nueva pasión y un nuevo amor. Se convierten en amantes. En 1910, Isadora tiene con él a su segundo hijo, Patrick. La relación es intensa. Paris la introduce en una vida de lujos sin límites. La hace cambiar sus túnicas por vestidos de alta costura.
Pero algo ocurre. Dicen que fue ella quien no quiso casarse con él como consecuencia de un ataque de celos de Paris Singer en una fiesta. Paris partió a Egipto enojado e Isadora se quedó en París con sus adorados hijos. Al poco tiempo, salió de gira por Rusia y dejó a los pequeños bien cuidados en la capital francesa a cargo de un chofer y su institutriz.
Estando en tierras lejanas empezó con sentimientos encontrados y oscuras premoniciones. Una noche tiene una pesadilla: en su sueño suena la Marcha Fúnebre de Chopin y dormida ve, entre unos helados ventisqueros blancos, dos ataúdes. Despierta con la sangre como hielo.
Porque más allá de los malos sueños, Isadora creía ser la mujer más feliz del mundo y así lo diría en su autobiografía: “Pensé que era increíblemente feliz, tal vez la mujer más afortunada del mundo. Arte, éxito, riqueza, amor y, sobre todo, hijos adorables”.
Termina la gira e Isadora vuelve a París. Isadora decide irse con sus niños al pueblo de Versalles, en las afueras de París, para descansar del ajetreo. Paris Singer reaparece en su vida, se reconcilian.
Un día, después de caminar por la ciudad con Paris Singer y sus hijos, Isadora opta por quedarse para ejercitar baile en su escuela mientras que Paris Singer necesita terminar unos temas laborales. Isadora envía a sus dos hijos, Deirdre (7) y Patrick (3), de regreso a Versalles en el auto con el chofer y la institutriz.
En el camino el auto se para intempestivamente. El chofer se baja para ver qué ocurre con el motor. No pone el freno de mano. Mientras mira el vehículo imprevistamente se desliza por el terraplén hacia el agua. Sin que pueda hacer nada el coche se precipita al río Sena. Los pequeños mueren ahogados. Es el 20 de abril de 1913 y acaba de ocurrir la primera muerte de Isadora.
Ante la noticia queda tan conmocionada que no puede siquiera llorar. Es inentendible lo que le ocurre.
La depresión aparece con rapidez y la acosa de tal manera que ya no quiere vivir. Ha caído en un abismo oscuro, seco y silencioso. Se le ha acabado el mundo.
Un tiempo después la llevan a Italia. En ese triste viaje se descompone en la calle: se desmaya y un hombre joven se acerca para ayudarla. Ella desolada le pide un bebé, quiere quedar embarazada. Se inicia una breve historia. El joven accede a estar con ella y queda embarazada. Es lo que busca, algo por lo que vivir. Ese joven está de novio por casarse, la relación con Isadora no puede ir más allá. No importa, ya obtuvo lo que buscaba.
En 1914, el mismo día en que estalla la Primera Guerra Mundial, Isadora da a luz a un varón. Lamentablemente el bebé muere pocas horas después del nacimiento.
Isadora ya no tiene dónde refugiarse de tanto dolor, solo le queda su danza desesperada.
Pagar con alhajas y pieles
En julio de 1916 Isadora llegó de gira a la ciudad de Buenos Aires en un barco procedente de Río de Janeiro. Apenas llegó, una noche bailó media desnuda el himno nacional en un club nocturno de La Boca y eso casi hace que le cancelaran su contrato antes, incluso, de su primera presentación.
Pero su estilo desfachatado y su puesta en escena no fueron comprendidos por la mayoría del público que se dedicó a hablar en voz alta durante su actuación. Reaccionó enojada y los insultó. Isadora terminó yéndose antes del país con rumbo a Montevideo, Uruguay. Como no tenía dinero para afrontar sus gastos en el Hotel Plaza, dejó como forma de pago su carísimo tapado de armiño y sus aros de esmeraldas. Ambas cosas se las había regalado su rico amante Paris Singer.
Curiosamente la misma mujer de pieles y piedras preciosas, champagne y vida frenética, en 1917 recibió a la revolución bolchevique con mucha alegría. La abdicación del zar Nicolás II y la formación del primer país socialista del mundo la convenció de que eso sería lo que terminaría con las diferencias sociales y de género. Nacía la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas. Isadora dejaría escrito en sus memorias lo feliz que la hacía el cambio. Ella seguía volando por los aires con el alma pelada por las pérdidas buscando una misión en su vida. En 1921 un ruso con poder en la educación, Anatoly Lunacharsky, se comprometió a financiar la apertura de una escuela de danza de Isadora en Moscú. Invitada por Lenin, aceptó la propuesta y aseguró que se mudaría a la Unión Soviética, simpatizaba con la revolución de la igualdad que ellos prometían y soñaba con enseñar a bailar a los hijos de los humildes trabajadores.
En los años de angustia profunda por la pérdida de sus hijos, Isadora adoptó según se cree hasta seis hijas. Dos de ellas fueron Irma y Anna, quienes llevaban su apellido. Irma había nacido en 1897 en Hamburgo y su nombre original era Irma Ehrich-Grimme. Resultó su más leal alumna desde los siete años. Anna también se dedicó al baile.
Casamiento a los 43
El amor volvió a su vida, en la Unión Soviética, cuando tenía 43 años. Se enamoró con locura del poeta rubio como un ángel y de ojos azules como los de Patrick, su hijo ahogado. Sergéi Yesenin era su nombre y tenía 27 años. A pesar de los 16 años de diferencia de edad y de la compleja barrera idiomática, el fuego se encendió entre ellos. La relación se volvió intempestiva y tan apasionada que rozaba el escándalo. Como ella quería llevarlo a sus giras había que lograr traspasar las limitaciones que había por la nacionalidad rusa de Yesenin. Para obtener una visa para él, Isadora decidió que lo mejor era casarse.
Lo hicieron el 2 de mayo de 1922. Fue el primer matrimonio de Isadora. En la boda hubo un intérprete y ella llegó envuelta en una túnica roja.
Yesenin comenzó a acompañarla a todas sus giras. Francia, Alemania, Bélgica, Italia y Estados Unidos. Pero él se sentía menospreciado, solo era el marido de la gran bailarina. Se descontroló con la bebida y comenzó a generar escándalos. Estando borracho la insultaba en público. Los estallidos violentos de su esposo hicieron que Isadora tuviera que llamar a la policía en varias oportunidades. Él regresó a Moscú y al tiempo le envió un telegrama de despedida: “He encontrado otro amor. Casado. Feliz. Yesenin”. Era verdad, vivía con una amante y quería herirla.
El fracaso del gobierno ruso en cumplir las promesas que le habían hecho junto a las condiciones espartanas en las que vivía en ese país Isadora terminó volviendo a Occidente. Dejó a cargo de la escuela a su hija “adoptiva” Irma Duncan quien ya tenía 27 años y la había acompañado todo este tiempo en Rusia. Irma continuó con el trabajo por un tiempo.
La muerte se empecinaba en rondar a Isadora. A dos años de haberse prometido amor, en 1924, Yesenin se ahorcó con la correa de su valija en el Hotel Angleterre de Leningrado.
Isadora se enteró entrado el año 1925 por una carta de su hija Irma, quien vivía en Rusia. Lloró hasta secarse: “Lloré tanto por él que no hay más lágrimas en mis ojos”, admitió.
Generosa como siempre donó a la madre y a las hermanas de Sergéi Yesenin derechos sobre unos honorarios. Escribió, deshecha por la pena, un obituario para él: “Su espíritu vivirá para siempre en el alma del pueblo ruso y en el alma de todos los que aman los poetas. Me opongo enérgicamente a las declaraciones frívolas e inexactas publicadas por la prensa estadounidense en París. Nunca hubo disputas entre Yesenin y yo, y nunca nos divorciamos. Lloro su muerte con dolor y desesperación”.
Irma con el tiempo viajó a los Estados Unidos donde se casó con el abogado Sherman Rogers y, en 1931, abrió una escuela de danza con el nombre de su madre adoptiva, en Nueva York.
La danza de la muerte
Hacia el final de su vida, la carrera de Isadora había empezado a rodar cuesta abajo. Algunos rumores decían que era bisexual y que incluso habría mantenido relaciones con algunas mujeres como la escritora Natalie Barney o la poetisa Mercedes de Acosta. Serios problemas financieros, borracheras y más escándalos sentimentales, la fueron aislando del resto. Acosada por los problemas financieros pasó sus últimos años entre París y la Costa Azul. A su paso solo quedaban deudas y más deudas. Algunos de sus amigos intentaron convencerla para que escribiese una autobiografía. Eso podría aliviar su presión económica, le dijeron.
Una de sus últimas parejas fue un pianista llegado de Rusia, Víctor Serov, quien tenía la mitad de su edad. Esa diferencia despertaba en Isadora frecuentes ataques de celos.
Fue por esos tiempos que pasó algo extraño y premonitorio en su vida. Una pequeña entró súbitamente a su habitación con una vela en la mano gritando “Dios me ha ordenado que te estrangule”. La sacaron de inmediato del lugar y se descubrió que la chica en cuestión era una enferma mental.
Tenía 50 años la cálida noche del miércoles 14 de septiembre de 1927. Estaba alojada en un hotel de Niza y nada presagiaba el final de su vida cuando salió a comer a un restaurante con amigos. Fueron caminando. En la cena estaban Mary Desti e Ivan Niolaenko. Isadora se mostró alegre. Volvieron al hotel. Ella estaba esperando que apareciera en escena su última relación, el joven mecánico italiano, Benoît Falchetto, a quien Isadora llamaba irónicamente “Bugatti”. No se sabe bien: algunos dicen que él quería venderle un auto y otros que estaban teniendo una aventura romántica.
Cuando se estaba despidiendo de sus amigos dentro del hotel escuchó llegar el auto de Falchetto. Dicen que dijo estar nuevamente enamorada y salió corriendo a la calle. Eran cerca de las diez de la noche. Falchetto bajó de su auto, amante de los motores tenía ese día un Amilcar francés modelo GS de 1924 (no el Bugatti-37 que se dijo luego para romantizar y darle glam al drama que vendría). La abrazó sonriendo. Mary Desti se acercó y le pidió a Falchetto que condujera con cuidado. A su amiga le insistió para que llevara un impermeable, refrescaría. Isadora se negó y le respondió que con su chal, el que Desti le había regalado, tenía suficiente abrigo. Subió al auto con su vestido rojo y su larga echarpe de seda del mismo color con un pájaro amarillo pintado a mano. Andar en un descapotable era ideal en una buena noche.
A sus amigos Isadora les dice sacudiendo su mano: “Me voy al amor”. Falchetto enciende el motor y, con Isadora en el lugar del copiloto, aprieta el acelerador por la Promenade des Anglais, la avenida que bordea el Mediterráneo. La chalina se eleva en el aire y ondulando malévolamente envuelve el cuello de Isadora. Uno de sus extremos se enreda en una de las ruedas traseras. Mary Desti lo ve a lo lejos y grita. Pero el ruido del motor impide que Isadora o el conductor escuchen nada. Son instantes. La tela roja en su baile mortal oprime el cuello, fractura la columna y cercena la carótida de Isadora. Su cuerpo rojo termina estampado sobre la vereda. El auto detiene su marcha. Falchetto grita agarrándose la cabeza. Mary Desti llega corriendo. Un médico arriba al instante para constatar la muerte. Liberan su cabeza cortando la tela en trozos muy rojos.
Fue incinerada y sus cenizas depositadas en el cementerio parisino Pére Lachaise.
La autobiografía de Isadora Duncan no demoró en ser publicada.
Noticias de un accidente
El pañuelo criminal era en sí mismo una obra de arte y había sido pintado a mano por el pintor Roman Chatov. Un mes después de asesinar a Isadora, lo que quedaba de él, habría sido subastado y lo habría comprado un millonario hawaiano cultivador de ananás.
El prestigioso diario New York Times, al día siguiente del accidente, publicó: “El automóvil iba a toda velocidad cuando la estola de seda que ceñía su cuello empezó a enrollarse alrededor de la rueda, arrastrando a la señora Duncan con una fuerza terrible, lo que provocó que saliese despedida por un costado del vehículo y se precipitase sobre la calzada de adoquines. Así fue arrastrada varias decenas de metros antes de que el conductor, alertado por los gritos, consiguiese detener el automóvil. Se obtuvo auxilio médico, pero se constató que Isadora Duncan ya había fallecido por estrangulamiento, y que sucedió de forma casi instantánea”.
Su amiga Desti diría, al principio, que las últimas palabras de Isadora habían sido otras a las reales: “Adiós mis amigos, me voy a la gloria” en vez de “Me voy al amor”. Lo hizo porque dijo que pensó que era más apropiado para que nadie pensara que estaba en una cita romántica con ese joven italiano. Esto se supo gracias al novelista norteamericano Glenway Wescott, quien fuera muy cercano a ella. Como se encontraba en ese momento en Niza, fue a ver el cuerpo de Duncan a la morgue y dejó escrito todo en su diario, hoy conservado por la Universidad de Yale. En sus escritos está la verdad: Desti le admitió a Wescott haber mentido sobre las últimas palabras de Isadora.
Películas, libros y documentales se sumaron para contar su historia de novela. Vanessa Redgrave la encarnó en Isadora, en 1968, y Lily-Rose Depp (hija del célebre Johnny Depp) también la interpretó en The Dancer, en 2016.
Esa noche de verano, Isadora partió a bailar al cielo sin decirnos que nos dejaba -a las mujeres- además de sus estéticas volteretas por el aire, una danza de palabras y gestos liberadores. Isadora se había animado a desafiar las normas de su época y hasta se había atrevido a ser madre dos veces sin marido. Para terminar de retratarla quedan sus propias frases, que con libertad me permito mixear: “Mi lema es sin límites (...). Una vez fuiste salvaje, no permitas que te domestiquen (…). Si ya te has atrevido no permitas que te amansen (…). El amor puede ser un pasatiempo y una tragedia (…). El arte no es necesario, en absoluto”.