Parecía una gran idea. Tal vez era el espaldarazo que la revista recién aparecida necesitaba para instalarse. Apenas a cinco semanas de terminado el Mundial 78, a un editor periodístico se le ocurrió juntar a los dos personajes de mayor celebridad y prestigio del país. Una charla entre el joven triunfador y el anciano sabio (y vitalicio perdedor: a manos de Estocolmo).
César Luis Menotti y Jorge Luis Borges se reunieron el 24 de agosto de 1978. Menotti, en el pico de su fama, aceptó entrevistar al viejo escritor para VSD, una efímera revista semanal que aparecía el último día laboral de cada semana y tenía la pretensión de ser una lectura distendida y con contenido original para el fin de semana. Las siglas de su título significaban Viernes, Sábado y Domingo.
Por lo que narra Juan Carlos Mena, el periodista de la publicación que acompañó a Menotti, se puede suponer que los encargados de VSD aspiraron a tener este diálogo para el número debut, pero las dilaciones de los dos protagonistas lo impidieron. Apareció en el número 3.
Según cuenta la introducción de la nota original, el primer llamado al departamento de Maipú para arreglar la reunión cumbre fue el viernes 11 de agosto de 1978. Borges pidió que volvieran a contactarlo la semana siguiente. Después Menotti habrá tenido una agenda ocupada (era famosa su postergación infinita de las entrevistas comprometidas) y recién pudieron ponerse de acuerdo para el 24 de ese mes. Un día especial: era el cumpleaños de Borges. Cumplía 79.
Eran años en que el acceso al departamento de Borges de la calle Maipú era casi irrestricto. Subían a conversar con él periodistas, estudiantes secundarios, turistas y cualquiera que quisiera conocerlo. Se había convertido en una atracción turística porteña.
El mayor provocador de la sociedad argentina de aquel tiempo era ese señor de casi ochenta años. Ya convertido en un personaje público insoslayable era buscado permanentemente para que diera su opinión de los más diversos asuntos, la mayoría de los cuales desconocía absolutamente. Aunque sus opiniones fueran siempre ácidas y sabias.
Respecto al lugar de Borges en la sociedad vale la pena fijarse en dos datos. Entre mayo y agosto del 78 todas las revistas de actualidad o de interés general que se publicaban en el país, lo entrevistaron. Somos, Gente, La Semana, Confirmado y Siete Días. Pero también era buscado por publicaciones de cualquier tipo. Se esperaba que sentara posición sobre cualquier tema. Mujeres, sexo, dinero, política, religión, cine y cada evento que movilizara a la sociedad. De lo que menos le preguntaban era de literatura (una noble excepción fue Antonio Carrizo y su ciclo de charlas de los sábados, ocurrido en 1979, que luego se recopilaron en el –posiblemente- mejor libro de conversaciones con el escritor: Borges, el Memorioso en el que repasan cuentos y poemas línea por línea).
El caso más extremo puede ser el de la revista deportiva Goles que unos años antes lo hizo aparecer en un generoso recuadro de tapa: “Borges habla sobre Vilas”; cuando el lector llegaba a las páginas con la entrevista a Borges, descubría que ante la preguntaba sobre cuál era su opinión sobre el tenista, el escritor respondió: “No lo conozco, no he escuchado de él”. Luego seguía hablando de sus temas de siempre. En esta conversación con Menotti, Borges dijo: “Los periodistas me han metido en tantas cosas raras que por momentos me hicieron perder mi capacidad de asombro”.
Desde comienzos de la década del setenta hasta su muerte fueron los tiempos del Borges Superstar, un hombre de gran exposición mediática (un personaje público muy popular), buscado por la prensa, seguido por el público. Y que siempre tenía algo para decir con las dosis exactas de gracia, inteligencia y sarcasmo.
Durante los años setenta cada escritor o corresponsal extranjero que acudía al país, iba en peregrinación hacia el departamento de Maipú 994 en el que escritor vivía con su gato Beppo y al cuidado de su madre, Doña Leonor (hasta su muerte) y después de la fiel Fanny. V.S Naipaul, Paul Theroux, Bruce Chatwin o el corresponsal del New Yorker durante el Mundial, el poeta Alastair Reid, son algunos de los que al dar cuenta de cómo era la vida en Buenos Aires en los setenta relatan su encuentro con el ciego escritor. Casi establecieron un género: la visita a Borges, el paseo por la ciudad, ver Buenos Aires a través de los recuerdos de rincones idos (una ciudad que ya no está, una ciudad casi imaginada) que el escritor recrea mientras camina despacio tomado del brazo del periodista. Naipaul lo explicó con su habitual cínica lucidez: “Borges concede numerosas entrevistas. Y cada una de ellas se parece a todas las demás. Diríase que Borges hace que las preguntas sean irrelevantes; pasa sus discos, como dijo una señora argentina; representa su papel”. En ese mismo artículo del New York Review of Books, el futuro Premio Nobel triniteño llamó a Borges el hombre más grande de la Argentina.
Menotti hacía tiempo que había saltado de El Gráfico y las páginas deportivas de los diarios a las tapas de las revistas de actualidad y hasta de la Para Ti. Hacía publicidades y su voz era buscada por todos. Era el padre del triunfo del Mundial 78 que todavía conmovía a la sociedad.
Cerca de las cinco de la tarde del 24 de agosto, Menotti, Mena y un fotógrafo subieron hasta el sexto piso del edificio de la calle Maipú. Los recibió Fanny y los hizo pasar. A las cinco en punto, Borges entró al living sonriente y agradeciendo que fueran a visitar a ese viejo solitario.
En la foto se los ve sentados en un sillón de dos cuerpos, Borges algo hundido en el almohadón ya vencido. En medio de ambos, imperial, Beppo, mirando fijo al Flaco. Borges está de traje oscuro y Menotti con un pantalón de pana y una campera (tal vez un saco) blanco.
De entrada el escritor le pidió a su interlocutor que fuera él quien manejara la conversación. Una manera elegante de recordarle que se trataría de una entrevista.
Menotti comenzó fuerte: “No quiero que lo tome a mal, pero me llamó la atención leer en los diarios declaraciones suyas respecto a que el fútbol era un deporte para imbéciles”.
“Yo nunca dije eso”- respondió Borges- “Lo que dije fue que tuvo excesiva importancia un juego que a mí me parece frívolo. Me suena rarísimo escuchar de la gente frases como: ‘Hemos vencido a Holanda’. No hemos tomado Rotterdam ni Ámsterdam, ninguna cosa patrimonio de ellos. Simplemente, once jugadores, de los cuales uno fue traído expresamente de España, les ganaron a otros once. Entonces pienso: ¿qué importancia puede tener eso? Ya Aristóteles decía que era una metáfora decir que Grecia había vencido a Persia”.
El encuentro entre Borges y Menotti venía precedido de cierta tensión. Borges desdeñaba el fútbol y en especial el reciente Mundial (lo había llamado La Fiesta Canalla). En medio de la ola nacionalista, triunfalista y de unanimidad, Borges fue una de las escasas voces disidentes.
Borges se alejó de las actitudes condescendientes con el fenómeno del Mundial. Por eso, en el imaginario colectivo y en el de la prensa, se convirtió en una especie de contendiente de Menotti. Y en cierto modo en el perdedor de ese mes de euforia.
Borges se oponía a que “hagan de un triunfo o una derrota una cosa de vida o muerte”. Menotti le preguntó qué explicación le podía dar a ese fenómeno.
“Que la gente vive frágilmente, y ayudada por la prensa, la radio y la televisión, quedó como alucinada”, respondió Borges.
El contraataque de Menotti fue certero: “¿Es fácil que la prensa produzca ese fenómeno en algún otro deporte o esa alucinación tiene que ver con el juego?”.
Ahí Borges pasó sus discos. Volvió a lo del juego extranjero, proveniente de Inglaterra y a su incomprensión de por qué se hizo tan popular. Después de conversar sobre el ajedrez y la molestia que le producía al escritor que en la victoria se humille al derrotado. Al final de la larga respuesta, Borges pide: “¿No podemos hablar de otros temas?”. Pero Menotti no estaba dispuesto a soltar tan fácil la cuestión. Insistió:
“El fenómeno que yo quería escuchar del señor Borges era la posibilidad de una explicación de por qué el fútbol produce ese tipo de reacción popular. Si es un misterio del juego, ya que es muy raro lograrlo en otra disciplina por más publicidad que se le dé o por más que se intente montar un espectáculo distinto ¿Por qué no se logra con otro juego que no sea el fútbol?”.
A esta altura, el lector debe reconocer que Menotti no cambia de tema porque tiene un punto y el lector también puede adivinar el tono hastiado de Borges: Yo no sé, responde para luego contar la anécdota que ya repitió mil veces: la del partido Argentina - Uruguay que fue a ver con Amorín (él hacía fuerza por Uruguay como cortesía por su amigo uruguayo y el otro por Argentina para que Borges fuera el que estuviera contento) y se fueron en el entretiempo porque no sabían que se jugaban dos tiempos.
Ya no volvieron al tema del fútbol. Menotti pidió permiso para fumar y Borges se lo concedió. La conversación siguió con el tema de la fama y las opiniones públicas de Borges.
Ante las preguntas del director técnico, Borges le explicó que leía sólo lo que le gustaba, que seguía estudiando idiomas antiguos, de la necesidad que tenía de seguir escribiendo, o de cómo había incursionado en las letras de milongas desde hacía unos años.
Borges en el medio mencionó a Schopenhauer, Mujica Láinez, Macedonio y a Mastronardi entre otros.
Menotti preguntó por hermanos González Tuñón y recibió el desdén de Borges cuando se refirió a Homero Manzi.
En varios pasajes, Menotti mostró sincera y explícita admiración por Borges.
En otra manifestación de la fama del escritor por esos años y del Pongale Borges a Todo que imperaba, hablaron sobre la invitación -que Borges rechazó- que le habían hecho para que fuera orador en un congreso de gastroenterología.
La última pregunta fue sobre el tema obligado de esos años: el Premio Nobel. Borges echó mano a su latiguillo de la tradición escandinava de no premiarlo.
Ese fue el final. El periodista le pidió a cada uno que dijera qué le había parecido el otro. Borges, contrariamente a lo que se sostiene, sabía que estaba ante el técnico de la Selección campeona del mundo porque lo dice explícitamente y afirma también que lo sorprendió muy gratamente. “Le agradezco que haya distraído parte de su tiempo con este viejo solitario”, cerró.
El Flaco dijo: “Me resultó interesante la posibilidad de conversar mano a mano con el señor Borges. Ahora sé que no sólo tenemos un gran escritor, sino también un fino humorista y un ser amable abierto a todas las inquietudes”.
De la nota se han desprendido mitos y versiones. Una de ellas está desmentida explícitamente en la conversación: Borges sabía quién era Menotti.
La otra la perpetuó el director técnico en los últimos años. Repetía que en una charla que había tenido con Borges (suponemos que esta, no conocemos otra), el escritor le había dicho que la literatura era orden y aventura. Y que ese mismo valía para el fútbol. Lo más probable es que en algún momento, Menotti haya leído el texto de Borges con ese título que publicó en el libro El Tamaño de Mi Esperanza.
La última leyenda tampoco está consignada en la nota pero suena verosímil y muy borgeana (tal vez la deslizó en alguna nota posterior). Dicen que apenas los invitados abandonaron su casa, Borges dijo: “Qué lástima. Un hombre inteligente y se empeña en hablar de fútbol todo el tiempo”.
Este encuentro también se narra en el libro El Señor Borges, que recoge el testimonio de Epifanía Úveda de Robledo, Fanny, la señora que durante 35 años trabajó en la casa de Borges y que fue despedida, no sin polémica, después de la muerte del escritor en Ginebra. El autor del libro es Alejandro Vaccaro, biógrafo y coleccionista de Borges y quien recientemente tuvo su momento de esplendor mediático con el enfrentamiento entre la Feria del Libro y el presidente Milei, al estar al frente de la Fundación El Libro.
Daría la impresión de que en el capítulo que se refiere a la charla con el Director Técnico, Vaccaro más que a los recuerdos de Fanny acudió al original de la entrevista, que guardó en su momento con su celo de coleccionista (o tal vez adquirió el número de esa revista breve con posterioridad). Fanny –y su médium- no aportan ninguna revelación y sí alguna imprecisión menor.
Menotti cuando, con su habitual magnetismo verbal, narraba el encuentro agregaba una escena que no había quedado consignada en la VSD. Antes de la conversación y mientras el fotógrafo disparaba el flash, Borges le dijo al Flaco: “Usted debe ser muy famoso. Es la primera vez que Fanny me pide que le consiga el autógrafo de alguien que me visita”.
Además de Fanny, esa tarde de agosto del 78 el tercer integrante del hogar, también célebre, tuvo su participación, al menos su célebre cameo: Beppo, el gato de Borges, presenció toda la conversación sentado entre los dos hombres.
Jorge Luis Borges y César Luis Menotti volvieron a encontrarse justo dos años después, en agosto de 1980. Pero no fue personalmente. La popularidad y el prestigio de ambos no había decrecido, al contrario aumentaba con el paso del tiempo.
Ambos firmaron la solicitada que se publicó en los diarios reclamándole a la Junta Militar por los desaparecidos y su paradero. Sus firmas eran las más notorias entre otras cientos: los dos personajes de mayor fama y predicamento local y en el exterior.
Ese acto de coraje cívico los emparentó para siempre.