“La gente me llama el revisor del tren del tsunami”, decía diez años después Wanigaratne Karunatilleke cuando los periodistas de algunas agencias internacionales recordaron su existencia y lo buscaron para que contara – una vez más – cómo había sobrevivido al mayor desastre ferroviario de la historia.
Es que Karunatilleke – de oficio guarda de tren – fue una de las 12 personas que vivieron para contar la catástrofe de “La Reina del mar” ocurrida en el 26 de diciembre de 2004, donde murieron entre 1.500 y 2.000 personas, casi todos los pasajeros del convoy que unía las ciudades de Colombo y Galle, en Sri Lanka.
No se trató de un choque de trenes ni de un descarrilamiento producido por fallas humanas o defectos en las vías sino de un desastre ocurrido dentro de una catástrofe inmensamente mayor: un terremoto seguido de varios tsunamis que devastaron las costas de cinco países y causaron la muerte de casi 300.000 personas.
Cuando las dos olas de la muerte llegaron a la costa de Sri Lanka, La Reina de la Costa estaba detenido en la pequeña localidad de Peraliya con 1.200 pasajeros registrados – los que habían pagado sus boletos – y entre 500 y 800 más que viajaban “colados”, una práctica tolerada y habitual en las líneas ferroviarias del antiguo Ceylán.
El tren había detenido su marcha al recibir una señal de alarma por el aumento del nivel de las aguas, que amenazaba con llegar hasta las vías, que corrían a unos escasos 200 metros del mar.
La primera ola solo desprendió un vagón, pero la segunda, que llegó poco después, arrasó no solo con el tren sino con todo el pueblo. Los casi 2.000 pasajeros y los 2.500 habitantes de Peraliya vieron venir las olas sin tener hacia dónde escapar. De todos ellos, solo el 1% sobreviviría a lo que se conoció como “el tsunami asiático”, el segundo en intensidad registrado desde la existencia del sismógrafo.
Un gran sismo submarino
La información sismográfica es contundente: el 26 de diciembre de 2004 la Tierra entera se conmovió, tanto que se corrió un centímetro de su eje y giró más rápido. El epicentro del terremoto se registró en el Océano Índico, a 30 kilómetros por debajo del nivel del mar y a unos 120 kilómetros al oeste de Sumatra.
Tuvo una magnitud de 9.1 – la mayor registrada a excepción del sismo de Valdivia, en Chile, ocurrido en 1960 – y tuvo también la segunda duración más larga de la historia, con casi diez minutos. Además, también dio lugar a terremotos en lugares tan alejados como Alaska y sus vibraciones se sintieron en todo el mundo.
El epicentro del tremendo sismo original se produjo como resultado de la presión entre dos placas tectónicas, la de la India y la de Myanmar, cuando la tensión hizo que la placa superior, que venía resistiendo la fuerza de la inferior, no pudiera resistir más esa presión y se levantó del suelo para volver a caer en su posición original.
Ese movimiento ascendente y la inmediata caída provocaron entonces una serie de olas monumentales que avanzaron por el Índico. El tsunami devastó las costas de Indonesia, Sri Lanka, India, Tailandia y de otros países con olas que llegaron a los treinta metros. También causó muertes y daños serios hasta en la costa del este de África. Después se supo que la fuerza del mar y sus efectos causaron casi 300.000 muertes, la más lejana de todas en Rooi Els, Sudáfrica, a unos 8.000 kilómetros del epicentro.
En Sri Lanka, cuyas costas estuvieron mucho más expuestas a la potencia del tsunami, las muertes se contaron en decenas de miles.
Un ataúd sobre rieles
The Queen of the sea (La Reina del mar) debía su nombre a su recorrido costero, siempre cerca de las aguas, un paisaje que los pasajeros podían disfrutar desde las ventanillas de los vagones en muchos de sus tramos.
También por las ventanillas pudieron ver cómo se levantaba la primera ola del tsunami cuando el convoy se detuvo, después de la alarma, en Peraliya. La primera reacción de la mayoría de ellos fue buscar refugio. Algunos decidieron quedarse dentro del tren, creyendo que resistiría sobre los rieles el embate del agua; hubo otros que treparon a los techos de los vagones y también quiénes creyeron que lo mejor era bajar y protegerse detrás del convoy.
El efecto de la primera ola desprendió a uno solo de los vagones y siguió hasta el pueblo, donde derribó algunas casas precarias. Lo peor vendría después, con la segunda ola, de alrededor de 9 metros de altura, es decir, más alta que cualquiera de las casas de Peraliya y dos o tres metros por encima de los techos de los vagones del tren.
El agua arrastró vagones y mató a casi todos los viajeros – como se dijo al principio de esta nota, sobrevivieron apenas 12 – y arrasó con todas las construcciones de la población, donde salvaron sus vidas unas 30 personas sobre un total de 2.500 habitantes.
Como el tsunami afectó a casi todo el país, los servicios de rescate quedaron colapsados y las tareas de salvataje en Peraliya se iniciaron muchas horas después. Algunos vagones del tren fueron arrastrados a gran distancia de las vías y solo pudieron ser avistados desde un avión que sobrevolaba la zona para tratar de determinar la magnitud del desastre.
El milagro del guarda
Como el resto de los viajeros de La Reina del mar, el guarda ferroviario Wanigaratne Karunatilleke vio venir la primera ola y se aferró a lo que pudo para soportar el embate. El vagón en el que estaba resistió, aunque entraba agua por todas partes. Cuando la ola se retiró, miró hacia el pueblo y vio gente del pueblo que corría hacia el tren para buscar refugio luego de que sus casas fueran arrasadas.
Sin dudarlo, se quitó la ropa y saltó del vagón para prestarles ayuda a los que pudiera. Algunos pudieron subir, cuando ya casi no quedaba tiempo porque se aproximaba la segunda ola. Por puro reflejo, el guarda subió al vagón más cercano e intentó una defensa desesperada: tratar de convertirlo en un refugio hermético. “Me metí en un vagón de segunda clase y cerré las ventanas, el compartimento también se separó del tren y empezó a flotar como si fuera un bote hasta que se detuvo”, contó cuando lo entrevistaron al cumplirse el décimo aniversario de la catástrofe.
Que el vagón se desprendiera y flotara fue su salvación, porque la fuerza de la segunda ola destruyó a casi la totalidad de los otros, convirtiéndolos en masas de hierros retorcidos con personas atrapadas – y ahogadas – dentro de ellos.
Diez años después de la tragedia, Wanigaratne Karunatilleke, devoto de Buda, no solo se consideraba “afortunado” por haber sobrevivido, sino que estaba convencido de que había vivido una suerte de milagro, porque el vagón no solo flotó para salvarle la vida, también “encalló” en un lugar muy cercano a su casa. Al bajar, no dudó y corrió hasta donde vivía su familia, temiendo lo peor. Increíblemente, ellos también se habían salvado. “Se estaban preparando para venir a buscar mi cuerpo pensando que estaba muerto”, explicó.
Para entonces Karunatilleke se había convertido en un símbolo de cómo el país enfrentó y se repuso a una de las tragedias más grandes de su historia. Lejos de considerarse un héroe o siquiera un personaje, solo lamentaba una cosa: “No creo que vuelva a ver otro tsunami en toda mi vida, si tan sólo hubiera sabido lo que era un tsunami podría haber salvado muchas más vidas de los pasajeros de aquel tren”, decía.
La vuelta del tren
Con el correr de las semanas, el cálculo de muertos y desaparecidos por el tsunami en todo el territorio de Sri Lanka se estimó en 30.000. De ellos, si se suman los casi dos mil muertos del tren y los cerca de 2.500 de la población de Perayila, el resultado muestra que el 15% de las víctimas se registró allí.
Menos de tres meses después de la tragedia, el 19 de febrero de 2005, con un nuevo tren se reabrió el recorrido ferroviario de La Reina del mar. Se trató de un viaje simbólico de 120 kilómetros en el que Wanigaratne Karunatilleke volvió a vestir su uniforme de guarda.
Entre los pasajeros había autoridades ferroviarias, ministros del gabinete nacional y personalidades de la cultura y el deporte de Sri Lanka. Al llegar a Perayila, la locomotora, engalanada con una bandera y tirando de seis vagones sobre la vía restaurada, pasó al lado de tres vagones desechos de La Reina del Mar, fueron colocados en rieles paralelos, como un recuerdo de la catástrofe.
El tren se detuvo allí y se pronunciaron discursos en homenaje a las víctimas. “Este será un lugar que la gente no olvidará por mucho tiempo”, dijo Priyal de Silva, gerente general de la empresa ferroviaria estatal.
No se equivocaba: si hoy se busca en las páginas turísticas que ofrecen viajes y recorridas por Sri Lanka, el trayecto de La Reina del mar y su paso frente a Petrayila, está promocionado como “el lugar donde se produjo la mayor catástrofe ferroviaria del mundo”.