El paso del cometa Halley cerca de la Tierra previsto para mayo de 1910 era un fenómeno celeste como cualquier otro hasta que al francés Camille Flammarion, hombre de prestigio como astrónomo en su país, pero también conocido por su inclinación hacia las prácticas espiritistas, se le ocurrió anunciar a los cuatro vientos que provocaría el fin del mundo.
No era la primera vez que el cometa descubierto por Edmund Halley en 1705 se acercaba al planeta en sus recorridos alrededor del sol, porque venía haciéndolo cada 75 o 76 años sin causar daño alguno desde mucho antes que existiera el hombre. Sin embargo, según los cálculos, en esa ocasión se aproximaría a “apenas” 400.000 kilómetros el 18 de mayo y durante unos pocos minutos su cola gaseosa rozaría la Tierra.
Según Flammarion sería precisamente esa cola gaseosa la que acabaría con todo vestigio de vida en el planeta, porque estaba compuesta, entre otras cosas, por un gas venenoso. “El gas cianógeno impregnará la atmosfera y posiblemente extinguirá toda la vida en el planeta”, afirmaba el francés.
La noticia de la inminente catástrofe corrió alrededor de todo el mundo y provocó una verdadera ola de pánico global. A eso contribuyeron algunos medios de comunicación que repitieron la improbable teoría del astrónomo.
Titulares apocalípticos
No fueron solamente los diarios sensacionalistas los que se hicieron eco de la predicción del francés, sino muchos de los considerados serios. En un cable fechado el 7 de febrero en Boston, el prestigioso New York Times decía, por ejemplo: “Los astrónomos del Observatorio de Harvard no han fotografiado todavía el espectro del cometa Halley, que se está aproximando rápidamente a la Tierra, pero un telegrama recibido hoy del Observatorio Yerkes establece que la cola del cometa muestra prominentes bandas de cianógeno”. Y agregaba un dato alarmante: “El cianógeno es un veneno muy mortal, un grano de su sal de potasio que llega a la lengua es suficiente para causar la muerte instantánea (…) El profesor Flammarion opina que ese gas cianógeno podría impregnar la atmósfera y posiblemente acabar con toda la vida en el planeta”.
Más alarmista fue The Ogden Standard, que por esos días tituló en su tapa “Se viene el fin del mundo”, con una bajada que decía: “El cometa Halley podría arrasar con toda la vida en la Tierra”.
En América latina, El Comercio de Perú fue todavía más allá y, aunque descartaba la posibilidad, se regodeaba explicando qué ocurriría si el Halley colisionaba contra el planeta. “El choque de la Tierra con el núcleo sólido de un cometa, sería de consecuencias catastróficas. Se desarrollaría por efecto del choque un calor tan intenso, que las masas de los dos astros transformadas en vapor, constituiría en adelante una nueva nebulosa planetaria”, decía.
Cuando el Halley se hizo finalmente visible a simple vista en el firmamento, el 20 de abril de 1910, el pánico de millones de personas tuvo una supuesta prueba concreta de que el fin del mundo se acercaba a la increíble velocidad de 194.400 kilómetros por hora.
Las buenas noticias no venden
Muchos otros diarios se hicieron eco de la supuesta noticia a pesar de que muchos astrónomos no estaban de acuerdo con Flammarion y lo denunciaban como fantasioso y alarmista. Aseguraban que la cola era demasiado extraña y que el cianógeno estaba demasiado disperso como para impregnar la atmósfera terrestre, que el peligro que anunciaba el francés no existía.
El diario catalán La Vanguardia trató de tranquilizar a sus lectores con una pormenorizada descripción del fenómeno. En una de sus ediciones de principio de mayo, bajo el título neutro de “El cometa Halley”, decía: “El fenómeno sideral que en los momentos actuales preocupa al mundo entero es indudablemente el paso de la Tierra por el interior de la cola del cometa Halley, que se verificará la noche del 18 al 19 del presente mes. La tierra permanecerá durante una hora dentro de las emanaciones del cometa, que constituyen su cola; y como estas emanaciones están compuestas de gases, de los cuales algunos, como los hidrocarburos y el cianógeno, son deletéreos, de aquí nace la preocupación general respecto a las consecuencias peligrosas que pueda tener el citado fenómeno”.
Después de esa introducción se preguntaba si había que preocuparse por esos efectos del paso del cometa, y respondía con rigor científico. “En cuanto a las consecuencias funestas, no cabe admitirlas si tenemos en cuenta que siendo enrarecidos los gases de que está compuesto el cometa, no pueden penetrar en nuestra atmósfera por la resistencia que ésta, dotada de una densidad muchísimo mayor, debe oponerles. Además, la fuerza centrífuga desarrollada por el movimiento de rotación de la Tierra debe repeler forzosamente estos gases tenuísimos que, por otra parte, pasarán como una ráfaga, dadas las velocidades combinadas de traslación realmente vertiginosas de la Tierra y del propio cometa”, explicaba el artículo firmado por el astrónomo Natalio Miret.
Otros medios, incluido el New York Times que había hecho punta con el anuncio de Flammarion, también comenzaron a tratar de contrarrestar la histeria colectiva que ellos mismos habían desatado, pero los artículos donde se consultaba a científicos serios quedaban muy atrás en el interés del público, mucho más atraído por los titulares catastróficos.
Una vez más se constataba una ley no escrita del periodismo: las buenas noticias no venden.
El miedo y la histeria colectiva
Los anuncios apocalípticos se multiplicaban a velocidad tan vertiginosa como la del cometa y en algunos casos alcanzaban niveles delirantes. Uno de los más notables surgió de la carta que un astrónomo aficionado envió al Real Observatorio de Gran Bretaña y que, de manera inexplicable, los científicos no descartaron sino que se ocuparon de difundir.
Según esa teoría, sin ningún fundamento que la sostuviera, el cometa “haría que el Pacífico cambiara de cuenca con el Atlántico, y que los bosques primitivos de América del Norte y del Sur fueran barridos por la avalancha salobre sobre las llanuras arenosas del gran Sahara, dando tumbos una y otra vez con casas, barcos, tiburones, ballenas y todo tipo de seres vivos en una masa heterogénea de confusión caótica”.
En “A comet called Halley” (Un cometa llamado Halley), el historiador Ian Ridpath recoge no pocos ejemplos de las reacciones que provocaba la cercanía del cuerpo celeste en quienes creían que acabaría con el mundo. “Se informó que un pastor en el estado de Washington se había vuelto loco de preocupación por el cometa, mientras que en California un buscador de oro clavó sus pies y una mano en una cruz y, a pesar de su agonía, suplicó a los rescatistas que lo dejaran permanecer allí”, escribe.
También registra un fuerte aumento en la asistencia de fieles a las iglesias y cuenta casos de personas que tapaban los huecos de las cerraduras de sus casas para evitar que entraran los gases del cometa.
Un diario canadiense informaba, sin dar ninguna explicación, que “emocionada por la llegada de Halley, una niña muere súbitamente en Montreal”. Otro informaba que “un grupo religioso de Oklahoma estuvo a punto de llevar a cabo un ritual de sacrificio de una adolescente virgen, pero la policía detuvo a los responsables antes de que le clavasen un cuchillo en el pecho”.
Según un artículo del diario peruano El Comercio, entre el 1° de enero y el 18 de mayo de 1910, ocurrieron en todo el mundo 437 suicidios vinculados con el pánico provocado por la teoría apocalíptica de Camille Flammarion.
Oportunidades de negocios
Mientras todo esto ocurría, hubo empresarios, comerciantes y oportunistas de todo tipo que aprovecharon la situación para engrosar sus bolsillos. “Productos como Bird’s Custard y Pears’ Soap presentaban el cometa en su publicidad: ‘El jabón de Pears es visible día y noche en todo el mundo’ se convirtió un eslogan exitoso”, relata Ian Ridpath en su libro.
Los avisos de whisky, tabaco, joyas y toda clase de productos utilizaban al cometa en sus avisos publicitarios y en algunos casos, como el del Whisky Halley, fueron bautizados con su nombre para ser ofrecidos al público.
Los estafadores vendían píldoras anticometas, con una marca que prometía ser “un elixir para escapar de la ira de los cielos”, y un médico vudú en Haití vendía píldoras salvadoras. Dos oportunistas texanos fueron arrestados por comercializar píldoras de azúcar como la panacea para todo lo relacionado con los cometas, pero la policía los liberó cuando los clientes exigieron su libertad.
Las máscaras antigás se agotaban en los negocios y también se ofrecían paraguas anticometa, que según la publicidad protegerían a quienes los usaran de los efectos del gas cianógeno.
La viveza criolla
A medida que el Halley se acercaba a la Tierra, la Argentina se aprestaba a celebrar con grandes fastos el Centenario del 25 de mayo de 1810, aunque entre los ciudadanos no eran pocos los que creían que llegarían a ver los festejos porque una semana antes los mataría el cometa.
No faltaron tampoco quienes, como en otros lugares del mundo, lucraron aprovechando el miedo. En “Historias insólitas de la historia argentina”, Daniel Balmaceda cuenta cómo un vecino del oeste del conurbano bonaerense vio la veta de los bunkers para protegerse de los gases de la cola del Halley. “Las casas de Míguez se hallaban en el partido de San Martín, en el conurbano bonaerense, a corta distancia de la estación de tren. Estaban bajo tierra y disponían de cuatro ventanitas, casi a ras del piso, que permitían espiar hacia los cuatro puntos cardinales para ver cómo se acababa el mundo. En esos refugios de dos ambientes -eran dos cuartos de ocho metros cuadrados cada uno-, sin baño, cinco personas podían permanecer setenta y dos horas, gracias a unos tubos de oxígeno. Míguez construyó tres bunkers, pero solo puso a la venta dos, y se los compraron. El tercero se lo reservó para él y sus padres”, relata.
En los diarios se podían encontrar avisos publicitarios como el de Julia V., que se presentaba como una “célebre sonámbula y espiritista” que atendía en su consultorio de Sarandí al 200. La señora Julia aseguraba que tenía el poder de salvar a quienes la visitaran mediante “un simple método curativo psicológico”.
A pocas cuadras de la Plaza de Mayo, otro oportunista montó un pequeño telescopio debajo de un enorme cartel que decía: “Vea por cinco centavos al cometa de Halley. Conozca la causa de su muerte”. Según Balmaceda, la gente hacía cola para mirar el cometa con el artefacto.
También hubo casos trágicos, como el de Julián y Magdalena Sabarots, que adelantaron su fecha de casamiento y se suicidaron tres días después de pasar por el altar. “Habían decidido ser marido y mujer antes de que llegara el fin del mundo. Pero no soportaban la idea de morir asfixiados por los gases del cometa”, relata una noticia recogida por Balmaceda de un diario de esos días.
Sin pena ni gloria
El 18 de mayo el mundo entero se mantuvo en vilo. Tantos quienes creían en la predicción de Flammarion como aquellos que la descartaban contaban los minutos que faltaban para que la cola del cometa envolviera a la Tierra.
“El terror ocasionado por la proximidad del cometa Halley se había apoderado de una gran parte de la población de Chicago. Algunos de los más supersticiosos en las secciones mayoritariamente habitadas por extranjeros estaban al borde del pánico. Muchos oraron de rodillas en las calles y parques”, relató una crónica publicada al día siguiente por el New York Times.
En Paris, la gente salió a masivamente a la calle para esperar su paso y cuando comprobó que no había causado ningún daño se armó una verdadera fiesta popular, con música, cánticos y bailes.
En Buenos aires, al día siguiente, el ingenio popular ya había acuñado una cuarteta para despedirlo. Decía: “Y ya se nota a tu paso / que sos un cometa a cuerda / por eso no hago caso / te podés ir a la mierda”.