“Si cuando vino Cristóbal Colón por estos lugares se robó todo; ¿qué les hace que yo les robe un poco?”, se solía jactar Raúl Ricardo Hougham frente a los muy pocos amigos que conocían sus maniobras en España. Porque si bien en Europa el hombre era un estafador prudente y eficaz, cuando estaba de paso por su ciudad natal de Colón, en Entre Ríos, a veces se iba de lengua para contar los éxitos que su “viveza criolla” le deparaba del otro lado del Atlántico.
Aún en esa jactancia, Hougham se quedaba corto cuando decía que robaba apenas “un poco”. De eso se enteraron sus amigos y millones de argentinos a mediados de mayo de 1994, cuando los diarios nacionales lo pusieron en sus portadas. “Un argentino es el mayor estafador de Europa”, titulaba uno de ellos y precisaba en la volanta que había conseguido un botín de siete millones de dólares con sus maniobras con tarjetas de crédito robadas y falsificadas.
Cuando lo detuvieron en Barcelona, el 13 de mayo de 1994, los medios españoles no dudaron en bautizarlo con un nombre ganchero, “El rey del plástico”. Se contaba también que Hougham, por entonces de 50 años, tenía un largo prontuario y que al detenerlo utilizaba una identidad falsa, porque además de saber falsificar tarjetas también tenía la rara habilidad de truchar documentos y pasaportes con singular maestría, y que incluso había llegado a operarse para modificar sus huellas digitales.
Había entrado a España por el Aeropuerto de Barcelona, procedente de Ámsterdam dos días antes de su detención con un pasaporte portugués a nombre de Ricardo da Silva Basao.
Para entonces lo buscaban en todas partes porque Interpol lo consideraba el cabecilla de la mayor red de estafas que operaba en Europa, tanto que pesaban sobre él ocho órdenes de búsqueda y captura en diferentes juzgados españoles, además de pedidos de captura en Alemania, Francia, Italia, Holanda y Uruguay.
Hacía más de una década que se dedicaba a lo mismo, cada vez con métodos más sofisticados.
Una larga carrera
El entrerriano Raúl Ricardo Hougham llegó a España a principios de los ‘80 y nunca se supo de qué vivía hasta que la Guardia civil lo detuvo en Madrid la primera vez, por estafa, a mediados de 1985. Ya utilizaba documentos falsos, porque los que llevaba encima cuando lo capturaron lo identificaban como Jesús Ortiz Damasco, español.
La cárcel -como suele decirse- le sirvió de escuela para el delito, porque allí aprendió a perfeccionar sus métodos. Fue una falta de criterio de las autoridades de la prisión de Carabanchel encomendarle a un estafador tareas en el departamento de identificación de nuevos reclusos, donde se encargaba de tomar las huellas dactilares a los prisioneros recién llegados. Aprendió mucho en esa tarea que le permitió mejorar sus técnicas de falsificación de documentos.
Salió de la cárcel dos años después y se especializó en el robo y falsificación de tarjetas de crédito y cheques de viajero, que obtenía a través de un grupo de cómplices de manos hábiles para extraer billeteras de bolsillos ajenos.
Le iba bien, pero la policía volvió a interponerse en su camino. Llevaba poco más de un año en libertad cuando un equipo de agentes del Grupo de Fraudes de la Policía Nacional lo detuvo en el hall del aeropuerto de Málaga. Lo buscaban por robar y falsificar documentos bancarios.
En esa ocasión, Hougham no se entregó con facilidad: quiso escapar a punta de pistola, lo que derivó en una persecución espectacular entre centenares de aterrorizados pasajeros que esperaban sus vuelos.
Tarjetas al por mayor
Le dieron una condena leve y pronto estuvo de nuevo en las calles, donde montó un verdadero sistema de producción de tarjetas robadas y falsificadas. En poco tiempo dejó un tendal de estafados.
Hougham y sus cómplices conseguían las tarjetas de crédito y los cheques mediante una red de carteristas a sueldo, y, tras manipularlos, varios pasadores los convertían en dinero en efectivo en entidades bancarias y comercios de localidades turísticas.
No les resultaba difícil, porque todavía no existía lo que hoy conocemos como la “banca on line” ni las autorizaciones por red y se usaban esos viejos artefactos que imprimían sobre un recibo de papel los números y las letras en relieve de las tarjetas. Cuando los pagos o retiros de dinero eran rechazados, alrededor de 48 horas después, ya era muy tarde.
En poco más de tres años, ese trabajo en equipo le permitió a Hochbaum y los suyos hacerse de millones de dólares. Sin embargo, el estafador argentino comenzó a sentir que la policía estaba cerrando el cerco sobre él, a pesar de que en ese tiempo había utilizado por lo menos diez identidades falsas.
Un día 1992 decidió dejar España, aunque no definitivamente. Quería volver, pero mejor.
Cambio de huellas digitales
Con una identidad falsa viajó primero a la Argentina, donde pasó un tiempo en su Colón natal, donde además de amigos ya había montado algún negocio para blanquear dinero, y después viajó a Brasil, diciendo que quería pasar unos días en la playa.
Sin embargo, su plan distaba mucho de ser vacacional: para entonces ya había hecho contactos en Río de Janeiro con un cirujano plástico para que le modificara las huellas digitales para así volver a Europa con otra identidad falsa mucho más “blindada” que las anteriores. El cirujano logró la alteración cambiando los pulpejos de los dedos y con esas nuevas huellas dactilares -a las que agregó un nuevo aspecto- Hougham falsificó el pasaporte de un descendiente de españoles, Juan Carlos Mandado Jaurego, con el que solicitó la nacionalidad.
Con esa nueva identidad volvió a España a mediados de 1993. Muy pronto comprobó que la operación de cambio de huellas había sido un éxito, porque en diciembre de ese año la Guardia Civil lo detuvo y lo demoró en Málaga como sospechoso. Salió a los pocos días, cuando esas huellas falsas no coincidieron con las que había en el registro de antecedentes penales. Solo meses después, los guardias civiles descubrirían, avergonzados, que habían tenido en sus manos al estafador más buscado de Europa y lo dejaron ir.
Capturado en Barcelona
Cuando lo detuvieron en Barcelona el 13 de mayo de 1994 -hace hoy 30 años- Raúl Ricardo Hougham seguía utilizando el pasaporte falso a nombre de Juan Carlos Mandado Jaurego, pero en esa ocasión el documento no le alcanzó para evitar la cárcel.
A la Guardia Civil y la justicia española no les impresionó que las huellas digitales del supuesto descendiente de españoles no coincidieran con las del estafador más buscado de Europa. La identificación se hizo por otros métodos y con la ayuda de Interpol.
Meses más tarde -cuando ya estaba detrás de las rejas- los implantes de piel se le infectaron y cayeron y las huellas originales volvieron a dibujarse en la yema de sus dedos. Era algo que los investigadores habían previsto, por lo que volvieron a tomarles las impresiones para que no quedara duda alguna de la identidad de Hougham.
Por un tiempo, la cárcel no resultó un obstáculo para que el preso siguiera manejando sus negocios y el dinero blanqueado a través de una empresa fantasma llamada Cofía y Cía, con sede en Montevideo. Las estafas con tarjetas de crédito tampoco se detuvieron, porque para entonces el hijo de Hougham, Harom Jorge, y su nuera, Miriam, los dos de 24 años, manejaban las redes de la organización.
La lucrativa “empresa” siguió funcionando durante otros cinco años, hasta que Harom y Miriam fueron detenidos el 13 de diciembre de 1999 en Barcelona.
Poco después, con los avances tecnológicos, los viejos métodos del “Rey del plástico” quedaron obsoletos y fueron reemplazados por la clonación de tarjetas y sofisticados métodos de robo de datos en los cajeros automáticos.
Raúl Ricardo Hougham fue liberado a mediados de 2004 después de pasar casi una década en la cárcel Modelo de Barcelona. Una vez en la calle no perdió el tiempo y salió de España hacia los Estados Unidos, donde se radicó en Miami. Se presume que allí inició una nueva vida con el botín de sus estafas, que nunca fue recuperado.