El caso de los “campos de la muerte de Texas”: 35 niñas y mujeres masacradas y el misterio de los asesinos

Entre 1971 y 2006, en apenas 10 hectáreas de terrenos pantanosos, encontraron decenas de cadáveres. Las pistas de los distintos criminales en serie, los sospechosos y un enigma siniestro que sigue sin ser resuelto

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Fotografías de las víctimas colocadas
Fotografías de las víctimas colocadas en el "Campo de la Muerte" para recordar el horror

Son apenas diez hectáreas de campo pantanoso a la vera de una ruta, pero encierran uno de los misterios más truculentos de la historia criminal de los Estados Unidos, con decenas de niñas y mujeres asesinadas en un lapso de 35 años, sin que hasta hoy, salvo en unos pocos casos, se sepa quién las mató.

El comienzo de la saga de crímenes de “los campos de la muerte de Texas”, como con el tiempo se pasó a llamar a los terrenos que se despliegan a los lados de la Interestatal 45, a la altura de la salida de Calder Drive, al sur de Houston y cerca de Galveston, se remonta a 1971, cuando un adolescente denunció a la policía que mientras paseaba por esos campos su perro apareció con un cráneo atrapado entre los dientes y lo dejó a sus pies como si se tratara de una pelota, para que se lo lanzara como si se tratara de uno de sus habituales juegos.

Ayudada por el perro, la policía dio con el resto del cadáver, en realidad los huesos de una mujer joven a la que nunca se pudo identificar y fue llamada con el típico “Jane Doe” que se utiliza para las personas desconocidas. Desde entonces y hasta 2006 se encontraron en esos campos otros 35 cadáveres, siempre cerca de la Interestatal, a la que pronto los lugareños, la policía y los medios bautizaron como “la carretera del infierno”.

En no pocos casos fue difícil o imposible identificar a las víctimas, porque la zona tiene un ambiente tropical que provocaba la rápida descomposición de los cuerpos. Los primeros cadáveres aparecieron en tiempos que las técnicas de ADN solo existían en los relatos de ciencia ficción, lo que sumado a la impericia policial y la habilidad de el o los asesinos hizo que la gran mayoría de los crímenes quedara sin resolver.

20 de las 35 víctimas
20 de las 35 víctimas cuyos cuerpos fueron hallados en el "Campo de la Muerte"

“No hay ningún lugar en el país que haya tenido que lidiar con algo tan atroz. Todas las víctimas eran jóvenes, todas eran atractivas, y creemos que todas fueron agredidas sexualmente antes de morir”, sintetizó el agente especial Don Clarke, de la oficina del FBI de Houston, cuando los federales fueron convocados a colaborar en la investigación debido a que la policía local no lograba resultados.

Policías desorientados

En casi todos los crímenes, las investigaciones no llevaban a ninguna parte. La policía decía a los familiares que exigían información que los asesinatos podían haber sido cometido por uno o varios asesinos, desde gente de paso hasta delincuentes sexuales que tenían salidas transitorias en una prisión de la zona y no descartaban que fuera un vecino, cualquiera de los que caminaban todos los días por las calles de la ciudad.

Era como buscar una aguja -o más de una- en un pajar. Por ejemplo, la primera búsqueda por computadora de los delincuentes sexuales registrados que vivían entre Houston y Galveston, realizada en 1997, arrojó la friolera de 2.100 nombres.

La ubicación del lugar donde
La ubicación del lugar donde hallaron los cadáveres, cerca de la ruta Interestatal 45 junto a Calder Drive, en Texas

Desconcertados, los policías llegaron a seguir supuestas pistas proporcionados por psíquicos y hasta montaron un operativo de vigilancia de semanas sobre “los campos de la muerte” sin obtener ningún resultado.

Mientras las autoridades hacían el ridículo, los familiares de algunas víctimas, encabezados por Tim Miller -padre de Laura Miller, de 16 años, una de las jóvenes asesinadas- decidieron tomar la investigación en sus propias manos y, pese a la oposición de la policía, removieron varias hectáreas de terreno con tractores y máquinas excavadoras y encontraron más cuerpos hasta llevar la suma a 35.

Un asesino entre rejas

El lapso de 35 años en que fueron cometidos los asesinatos, entre 1971 y 2006, dejó una sola conclusión: no podía tratarse de un solo criminal. La mayoría de los policías y agentes federales que investigaron los casos de “los campos de la muerte” texanos apunta a la existencia de tres asesinos en serie que operaron en diferentes períodos, a los que suman la posibilidad de algunos imitadores e, incluso, uno o más asesinos ocasionales.

La primera vez que la policía de Texas logró un avance concreto fue en 1997 cuando detuvo a William Reece por el secuestro de Sandra Sapaugh, una joven de 19 años. La chica iba a encontrarse con una amiga cuando notó que su llanta había sido cortada mientras se detenía en una estación de servicio.

La policía realiza una conferencia
La policía realiza una conferencia de prensa identificando a mujeres encontradas en un campo hace más de 30 años

No desconfió cuando Reece se ofreció a ayudarla, pero apenas el hombre estuvo junto a ella la amenazó con un cuchillo, la obligó a subir a su camioneta y partió a alta velocidad por la Interestatal rumbo a la zona de “los campos de la muerte”. Pero el hombre se descuidó y en una curva donde debió bajar la velocidad, Sandra pudo abrir la puerta del vehículo y se tiró sobre el asfalto. Reece detuvo la camioneta para volver a capturarla, pero tuvo que escapar al ver que se acercaba otro auto, cuyos ocupantes se detuvieron para ayudar a la chica.

Reece fue detenido en League City gracias a que las personas que ayudaron a Sandra anotaron el número de patente de la camioneta y luego la chica lo reconoció sin ninguna duda en una rueda de sospechosos.

Reece fue condenado a 60 años de cárcel por el intento de secuestro de Sandra, pero meses más tarde fue vinculado gracias a un rastro de ADN con el secuestro y asesinato de Tiffany Johnson, cometido a principios del mismo año. Perdido por perdido y sabiendo que nunca saldría de prisión, Reece confesó otras tres muertes: las de Laura Smither, de 12 años; Kelly Ann Cox, de 20; y Jessica Cain, de 17, cuyos cuerpos habían sido encontrados en “los campos de la muerte”.

Sin embargo, la captura de Reece y la comprobación de que se trataba de un asesino en serie estuvo lejos de resolver totalmente los casos, porque los asesinatos no cesaron cuando ya estaba en la cárcel y los cadáveres siguieron apareciendo en los pantanos que rodean a “la carretera del infierno”.

William Reece confesó el asesinato
William Reece confesó el asesinato de cuatro mujeres que aparecieron en los Campos de la Muerte

Un antiguo sospechoso

Por otra parte, Reece había estado en prisión cumpliendo una condena anterior durante la década de los ‘80, cuando aparecieron los cadáveres de Heide Villareal-Fye, Laura Miller y otras dos mujeres, Audrey Lee Cook y Donna Prudhomme, que permanecieron sin identificar hasta 2019. Esas muertes -y otras que ocurrirían después- la justicia no podía cargárselas a él.

Por eso, la policía volvió a una vieja línea de investigación que había sido descartada y puso la mira en Clyde Hedrick, un hombre que en 1984 había sido condenado por el asesinato de Ellen Beason, de 30 años. Ese caso no encajaba entre los de “los campos de la muerte” porque si bien su cuerpo apareció escondido debajo de un sofá abandonado cerca de la Interestatal 45 no había sido secuestrada por el asesino, sino que mantenía una relación con él.

Los investigadores volvieron a interrogarlo cuando cayeron en la cuenta de un dato que se les había escapado durante la investigación del asesinato de Beason. Hedrick vivía cerca de la casa de Laura Miller y era asiduo concurrente del bar donde trabajaba otra de las víctimas, Heide Fye, las dos secuestradas y asesinadas antes de la muerte de Ellen Beason.

Ahí podía haber un cabo suelto, pero Hedrick, que estaba condenado a 20 años por ese último crimen, negó haber tenido cualquier relación con las otras muertes. Después de interrogarlo a fondo pero sin suerte, la policía debió descartarlo.

Mientras tanto, los cuerpos seguían apareciendo a la vera de “la carretera del infierno”.

El momento de la confesión
El momento de la confesión de William Reece

La desaparición de Laura Miller

El 10 de septiembre de 1984, Laura Miller, de 16 años, fue a usar un teléfono público a una estación de servicio cercana a su casa. Le dijo a su padre que iba a llamar a su novio, pero nunca volvió.

Esa misma noche, Tim y Janet Miller recorrieron los hospitales de la zona, pensando que podía estar internada. Laura sufría de convulsiones por lo que varias veces debieron auxiliarla en la calle. También tenía antecedentes de depresión, lo que llevó a pensar a la policía que podía haberse suicidado o bien huido de su casa.

Cuando recibió la denuncia de los padres por la desaparición de Laura, los agentes nunca la relacionaron con el caso de otra mujer que se había esfumado menos de un año antes, después de usar el teléfono público de esa misma estación de servicio.

Heide Fye, de 23 años, había desaparecido el 10 de octubre de 1983 y su cuerpo fue encontrado en abril de 1984 en “los campos de la muerte”. La autopsia reveló que la habían matado a golpes con un “objeto contundente” en el cráneo.

Clyde Hedrick en 1984, cuando
Clyde Hedrick en 1984, cuando fue condenado

Fue Tim Miller, el padre de Laura, quien notó la relación entre los dos casos e insistió que investigaran pero, a pesar de esa evidencia, la policía descartó la relación. Para los agentes, la búsqueda de Laura no pasó de ser una formalidad.

Dos años más tarde, unos chicos que hacían motocross en “los campos de la muerte” descubrieron un cuerpo en descomposición. La mujer, muerta unos dos meses antes de acuerdo con el proceso de descomposición del cadáver, estaba a unos 150 metros del lugar donde habían aparecido los restos de Heide Fye. Eso llevó a que la policía rastreara los alrededores y encontrara otro cuerpo, en realidad un esqueleto: era el de Laura Miller.

La aparición de los restos de su hija provocó un vuelco en la vida de Tim Miller. Durante todo ese tiempo, el hombre había insistido para que la policía investigara su desaparición como uno de los casos de “los campos de la muerte”. Ahora, la tragedia demostraba que había tenido razón.

Decidió entonces investigar por su cuenta: durante semanas montó guardia, armado, en distintas zonas cercanas a la Interestatal 45, pero no encontró al asesino en serie que buscaba. Fue también el primero en pedirle a los agentes de la policía de Texas que investigaran a Clyde Hedrick, el asesino confeso de Ellen Beason, pero una vez más, no lo escucharon y solo 13 años después volvieron sobre esa pista.

Mientras tanto, Tim Miller seguía investigando por su cuenta y pronto tuvo otro sospechoso.

Clyde Hedrick cuando la policía
Clyde Hedrick cuando la policía lo interrogó como sospechoso de los crímenes del "Campo de la Muerte", sin lograr resultados positivos

El ingeniero de la NASA

Miller comenzó a sospechar de un vecino nuevo, que se había mudado cerca de su casa y la de Heide Fye pocos meses antes de la desaparición de las dos chicas. Se llamaba Robert Abel, tenía 60 años, estaba divorciado y era un ingeniero retirado de la NASA que había ayudado a diseñar los cohetes Saturno que llevaron a los astronautas de las misiones Apolo a la Luna.

El padre de Laura notó antes que la policía el desmedido interés del ingeniero por las búsquedas de cuerpos en “los campos de la muerte” que continuó después del hallazgo de los restos de Laura. Incluso, el hombre había llegado a prestar una retroexcavadora de su propiedad a la policía para facilitarle la tarea y por ese motivo siempre estaba presente cuando la máquina trabajaba en el terreno.

Por primera vez, la policía no descartó las sospechas de Tim Miller y lo interrogó. Aunque no había pruebas que vincularan al ex ingeniero con los asesinatos, los policías utilizaron un perfil elaborado por el FBI para convencer a un juez de que les firmara una orden de allanamiento. Los investigadores registraron la casa y los campos de Abel durante 12 horas y se llevaron un diente de oro que encontraron, por si era un recuerdo que el supuesto asesino serial se había llevado de una de las víctimas; además le incautaron las armas, para cotejarlas con la bala encontrada en uno de los cadáveres, el de una desconocida bautizada como “Janet Doe”. También se llevaron recortes de prensa que había recopilado sobre los asesinatos e incluso quitaron las cuerdas de las persianas de las ventanas para ver si podrían haber sido utilizadas para el estrangulamiento de otra de las víctimas.

Tim Miller, padre de Laura
Tim Miller, padre de Laura Miller, una de las víctimas, investigó por su cuenta y llegó a acosar al sospechoso Robert Abel, a quien luego le pidió disculpas

Ninguna de las pericias dio resultado positivo: el diente era de Abel, la bala de Janet Doe estaba demasiado corroída para poder compararla con las armas de Abel y entre las fotos no se encontró nada relacionado con las víctimas.

El ingeniero retirado fue descartado como sospechoso por la policía, pero no por Tim Miller, que comenzó a acosarlo con la esperanza de hacerlo confesar. “Le hice la vida bastante miserable a Robert”, contaría años después Miller. Comenzó a estacionar su auto frente a la casa de Abel, sin hacer ningún esfuerzo por ocultar su vigilancia; quería que supiera que lo estaba observando y le envío una serie de mensajes amenazantes. Asustado, el supuesto asesino pidió y logró una orden judicial de restricción que impedía que Miller se le acercara. El remedio resultó peor que la enfermedad: poco después, el padre de Laura lo interceptó y le puso el caño de su Magnum 357 en la sien para que confesara. Ni así lo logró.

Debieron suceder nuevos secuestros y aparecer otros cadáveres en “los campos de la muerte” para que Miller dejara de sospechar de Abel. Era imposible que su sospechoso los hubiera cometido porque cuando ocurrieron lo tenía bajo vigilancia.

Tim Miller buscó nuevamente al ingeniero, pero esta vez para disculparse.

El ingeniero Robert Abel, uno
El ingeniero Robert Abel, uno de los sospechosos

El misterio continúa

Robert Abel fue el último sospechoso en el caso de “los campos de la muerte”. Si bien la policía todavía sigue investigando los crímenes, no logró nuevas pistas.

Con el paso del tiempo y la utilización de pruebas de ADN se llegó a identificar a casi todas las víctimas, aunque todavía se desconocen los nombres de siete de ellas. Entre las identificadas, las edades de todas menos la de una de ellas van desde los 12 hasta los 34 años. Son: Brenda Jones, de 14 años; Colette Wilson, de 13; Rhonda Johnson, 14; Sharon Shaw, 13; Gloria González, 19; Alison Craven, 12; Debbie Ackerman, 15; María Johnson, 15; Kimberly Pitchford, 16; Suzanne Bowers, 12; Brooks Bracewell, 12; Georgia Geer, 14; Michelle Garvey, 15; Sondra Ramber, 14; Heide Villarreal-Fye; Laura Miller, 16; Audrey Cook, 30 años; Shelley Sikes, 19; Suzanne Rene Richerson, 22; Donna Prudhomme, 34; Lynette Bibbs, 14; Tamara Fisher, 15; Krystal Baker, 13; Laura Smither, 12; Jessica Caín, 17; Tot Harriman, 57; Sarah Trusty, 23; y Teressa N, de 16.

Solo las muertes de Tiffany Johnson, Laura Smither, Kelly Ann Cox y Jessica Cain, perpetradas por William Reece, han sido esclarecidas hasta ahora. Las demás muertes son consideradas “cold case”.

Los asesinatos de “los campos de la muerte de Texas” se detuvieron abruptamente en 2006. Hoy, esos terrenos pantanosos donde los cadáveres parecían surgir más que la hierba son propiedad de una iglesia local.

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