El periodista e historiador Abel Basti nunca olvidará la mañana del 9 de mayo de 1994, cuando llevaba casi una hora entrevistando a Erich Priebke en el living de su casa de Bariloche. Le había costado llegar a ese hombre, considerado durante décadas ciudadano ilustre de esa ciudad del sur argentino sobre el que apenas unos días antes había llegado un pedido de extradición desde Italia para ser juzgado por crímenes de guerra cometidos cuando era un oficial de la Gestapo destinado en Roma.
De eso estaba hablando Basti con Priebke, por entonces un hombre a punto de cumplir 80 años, cuando alguien llamó con fuertes golpes a la puerta. Era un grupo de la Policía Federal que venía a detenerlo. En ese preciso momento, Basti asistió sorprendido a una verdadera metamorfosis de su entrevistado.
“Lo más llamativo fue su reacción. Priebke venía hablando como una persona mayor, un octogenario, en forma tranquila y pausada, pero cuando irrumpió la Policía Federal se paró, se cuadró militarmente, se puso en posición de firmes con la espalda recta. De pronto se transformó en un oficial de la Gestapo, me dio la impresión de que era su retorno a 1945. Entonces miró a sus captores y les dijo: ‘Bueno, estoy listo, vamos a donde haya que ir’”, contó Basti, que acaba de convertirse en el último periodista que entrevistaría a Priebke en libertad.
La comisión policial que llegó esa mañana a la casa de Priebke estaba comandada por el oficial principal Adalberto Ibarola, de la delegación de la Policía Federal en Bariloche, que llevaba en sus manos una orden de detención firmada por el juez federal Leónidas Moldes. En el papel constaba que Priebke era requerido por la justicia italiana, acusado por un crimen de lesa humanidad -y por lo tanto imprescriptible- cometido durante la Segunda Guerra Mundial.
Durante casi 50 años, el ex oficial de la Gestapo no solo había eludido la acción de la justicia -salvo un breve período de detención después de la guerra- sino que vivió décadas en el sur argentino donde, pese a que no pocos conocían su pasado, se lo consideraba un respetado miembro de la comunidad.
La Masacre de las Fosas Ardeatinas
Roma, 23 de marzo de 1944. El joven hauptsturmführer de las SS Erich Priebke tenía 30 años y estaba destinado en la capital italiana como ayudante del jefe de la policía alemana y servicios de seguridad, Herbert Kappler, cuando obligó a subir a 335 hombres a camiones del ejército alemán y los condujo a unas minas abandonadas en las afueras de la ciudad.
Los sacó de diferentes cárceles. Algunos eran partisanos condenados a muerte que esperaban su ejecución, otros eran detenidos en espera de juicio por supuestos delitos de terrorismo, 75 eran judíos confinados que iban a ser deportados a campos de exterminio nazis, y los restantes eran apenas sospechosos de algo.
Cuando la caravana llegó a esas viejas minas abandonadas, conocidas como las Fosas Ardeatinas, los soldados al mando de Priebke hicieron bajar a los hombres, los hicieron entrar en grupos de a cinco a las cuevas cavadas en las piedras y, sin prisa pero sin pausa, los fueron ejecutando con tiros en la nuca. Priebke y su segundo, Karl Hass, no se limitaron a dar las órdenes y observar las ejecuciones; también dispararon, no una sino muchas veces. Cuando terminaron con la última de las víctimas, llamaron a los dinamiteros del ejército alemán que habían llevado con ellos para que sellaran las entradas a las minas volando la roca con explosivos.
De regreso a Roma, Priebke fue felicitado por la eficiencia con que había ejecutado su misión, una represalia ordenada por el propio Adolf Hitler por la muerte de 33 soldados alemanes en un atentado realizado por la resistencia italiana con una bomba escondida en un carro de basura. Diez por uno había sido la orden del Führer y se cumplió con creces: en lugar de asesinar la cifra exacta de 330, se agregaron otros cinco.
El hecho quedó en la historia como la masacre de las Fosas Ardeatinas y su principal ejecutor, el hauptsturmführer Erich Priebke vivió setenta años más para recordarla, porque llegó a vivir cien, muchos de los cuales no solo los pasó impune, sino a la luz pública, utilizando su propio nombre.
Refugio en la Argentina
Terminada la guerra, Priebke fue capturado y enviado a un campo de prisioneros en la ciudad de Rimini, de donde escapó en 1946 con la ayuda de Odessa, la organización secreta desarrollada por grupos nazis para ayudar a escapar a miembros de la SS desde Alemania a otros países donde estuviesen a salvo.
Con un nombre falso y pasaporte de la Cruz Roja suministrado por El Vaticano, llegó al puerto de Buenos Aires en 1948 y pocos días después se dirigió hacia Bariloche, una ciudad donde, desde mucho antes de la guerra, los inmigrantes alemanes tenían una notable presencia. Allí, aprovechando una amnistía del gobierno peronista para quienes hubieran entrado al país con identidades falsas, recuperó su nombre en 1950.
En su breve estadía en Buenos Aires, cuando todavía se ocultaba bajo una identidad falsa, Priebke trabajó como mozo en una de las cervecerías de la cadena Münich, cerca de Retiro.
Al llegar a Bariloche, con su verdadero nombre, siguió en el rubro gastronómico. Primero en el Hotel Catedral y luego en otro hospedaje famoso de la ciudad, el Hotel Bellavista, donde llegó a ser encargado. Su dueña lo recuerda como un hombre correcto y eficiente, pero también cuenta con no poca reticencia un episodio en el que dos turistas que se habían alojado allí se espantaron al verlo y que le dijeron que ese hombre tan correcto era un criminal de guerra. “Yo no sabía nada”, dice la mujer y también reconoce que no hizo nada al saberlo.
Erich Priebke abandonó su puesto en el Hotel Bellavista por su propia voluntad. Sus planes de crecimiento económico y ascenso social lo requerían. El siguiente paso fue poner una fiambrería especializada en delicatessen en el corazón del barrio alemán de la ciudad.
Pero el criminal de guerra sentía que la gastronomía y el comercio no eran actividades dignas de él ni de su historia. Fue entonces cuando comenzó una carrera social ascendente que, mucho después, sería la causa del fin de su impunidad.
Un ciudadano notable
Para fines de la década de los ‘70, Priebke ya era un referente de la comunidad alemana de Bariloche, fundamentalmente por el impulso que buscó darle a la educación bilingüe en la ciudad.
“Empieza a ser un personaje más notorio a fines de los 70, principios de los 80, porque empieza a crecer el Colegio Alemán, que era al principio un establecimiento pequeño, de primaria nomás, pero por esa época construye un edificio, arma también el secundario y el Instituto terciario. Priebke integraba la comisión directiva y se mostraba en distintas ceremonias. Aparece ahí junto a otras figuras de la sociedad barilochense, como un tipo que no necesita esconderse”, le relató al autor de esta nota Carlos Echeverría, director del documental Pacto de silencio sobre la vida de Priebke en Bariloche.
De esos años datan fotografías y grabaciones en video de Erich Priebke en actos y fiestas en compañía de jefes militares y de fuerzas de seguridad, y más tarde de concejales, la intendenta de la ciudad y legisladores. También encabeza los actos de entrega de diplomas a los egresados de los diferentes niveles del Colegio Alemán. La Comisión Directiva era una suerte de poder en las sombras dentro del Colegio, donde no se hablaba del Holocausto y se “sugería” a autoridades académicas y docentes cómo encarar -o no encarar- ciertos temas. Por caso, los alumnos del Colegio fueron los únicos en no concurrir a las proyecciones que se hicieron en Bariloche de La lista de Schindler.
Erich Priebke estaba en su apogeo social, protegido por un importante sector de la comunidad alemana de Bariloche, hasta que su afán por figurar hizo que su imagen traspasara las fronteras de la ciudad.
Caída desde las alturas
El principio del fin de la edad de oro de Erich Priebke ocurrió en 1991, cuando el periodista Esteban Buch publicó El pintor de la Suiza argentina, un libro que revelaba al mundo la presencia del criminal de guerra nazi en Bariloche.
Para su investigación, el autor contó con una ayuda que parecía impensable dentro de la cerrada comunidad alemana de la ciudad. “La publicación de mi libro fue posible gracias a la ayuda de un grupo de amigos que juntó contribuciones de cerca de cien personas de Bariloche que querían que la presencia de nazis fuera denunciada y discutida públicamente. Eso ocurrió sólo de manera muy discreta en aquel momento, pero el recuerdo de ese dato al menos le pone un bemol a la imagen difundida en los medios de una comunidad formada exclusivamente de gente indiferente o favorable a la presencia nazis”, contaría después Buch.
El libro llegó a manos de una productora de la cadena de noticias estadounidense ABC, que se abocó a investigar los crímenes cometidos por Priebke en Italia. Con ese material recopilado, en 1994 un equipo televisivo encabezado por el periodista de ABC Sam Donadson viajó a Bariloche y abordó sorpresivamente a Priebke en la calle. Su imagen recorrió el mundo y acabó con su impunidad.
Poco después, Echeverría intentó entrevistarlo en la iglesia para su documental. De esa entrevista fracasada quedó la grabación de una escena que deja en claro el lugar que Priebke ocupaba en la sociedad de Bariloche.
Después de la misa
La escena dura apenas unos segundos. Es el 24 de agosto de 1995 y un hombre de pelo ralo y canoso, con los ojos enmarcados por unas cejas más que pobladas, camina por la nave central de una iglesia del centro de Bariloche rumbo a la puerta. El hombre había presenciado la misa completa. A su paso se escuchan aplausos. La cámara lo enfoca y Carlos Echeverría intenta hablar con él.
-¡Priebke, Priebke! – lo llama.
-No – responde secamente el hombre antes que una muralla de personas se interponga entre la cámara y él.
-No va a hacer declaraciones – dice en tono agresivo uno de sus acompañantes.
Y una mujer, fuera de cámara, le grita dos veces el mismo reproche al documentalista:
-¡¿Para qué fuiste al Colegio Alemán?!
No es un reproche gratuito: efectivamente Echeverría había cursado su secundario en ese colegio y, para la mujer, que ahora intentara poner en evidencia al criminal de guerra era lisa y llanamente una traición.
A todo esto Priebke ha ganado la puerta y alcanza a subir a un auto que parte a toda velocidad.
La imagen se corta.
La comunidad de Bariloche ya estaba dividida entre quienes defendían a uno de sus ciudadanos ilustres y quienes repudiaban su presencia en la ciudad.
El final de un criminal de guerra
La justicia italiana y la alemana habían realizado pedidos de extradición, lo que dio comienzo a una larga batalla judicial que tuvo uno de sus hitos la mañana del 9 de mayo de 1994, cuando una comisión de la Policía Federal llamó a la puerta de la casa de Priebke y lo detuvo.
El criminal de guerra estuvo detenido más de un año en Bariloche, hasta que la Justicia decidió su traslado a Buenos Aires. Las imágenes de sus últimos minutos en la ciudad mostraron un cuadro vergonzoso: muestran a Priebke abrazando cordialmente a los policías federales que lo habían custodiado durante todo ese tiempo -por lo cual luego fueron sancionados- y después saludando a las cámaras desde la escalerilla del avión, tocado con un sombrero tirolés y una sonrisa en la cara.
El traslado a Buenos Aires se debía a que, el 20 de noviembre de 1995, el gobierno argentino finalmente concedió su extradición a Italia, donde fue sometido a dos juicios sucesivos. En el primero, un tribunal militar decidió “no proceder, ya que el delito extinguió por prescripción”, y ordenó la libertad inmediata de Priebke. Sin embargo, el Tribunal Supremo anuló la sentencia y ordenó un nuevo juicio en su contra.
Finalmente, después de numerosas apelaciones, en marzo de 1998 fue condenado a cadena perpetua, pero debido a su avanzada edad y a las leyes italianas cumplió con arresto domiciliario en Roma, hasta su muerte ocurrida el 11 de octubre de 2013, a los cien años.
Poco antes de morir, Erich Priebke había expresado el deseo de que sus restos fueran enterrados en Bariloche, la ciudad que lo había convertido en uno de sus ciudadanos más notables. No pudo cumplirlo, porque la Cancillería argentina rechazó el pedido.