1936 estaba siendo un gran año para Hollywood. El Star System, ya consolidado, funcionaba a pleno. Los grandes estudios producían películas sin parar. La Gran Depresión había quedado atrás y los espectadores colmaban las salas de cine. Nunca tanta gente había ido a ver películas. Era el gran entretenimiento de su tiempo. Nadie quería que esa situación se modificara, nadie quería tocar nada. Pero de pronto estalló un gran escándalo que hizo tambalear la industria, que sacudió sus cimientos. El tema llegó a la tapa de los diarios y se quedó allí por varios meses, cuando los asuntos del mundo del espectáculo interesaban mucho pero estaban relegados a las páginas finales de los periódicos: las portadas eran para las guerras, las internacionales, la política interna, alguna esporádica hazaña deportiva.
El asunto merecía la excepción, el tratamiento extraordinario. Estaba involucrada una gran estrella femenina, había sexo explícito, un candente diario íntimo, celos, despecho, amantes varios, millones y un proceso judicial complejo, tenso, feroz.
Lucile Vasconcellos Langhanke nació en 1906. Desde muy pequeña su belleza cautivaba. En la adolescencia envió una foto suya a un concurso de una revista de cine y quedó en segundo lugar. En el segundo intento ganó. Un fotógrafo profesional la contrató para una sesión. Con el resultado le consiguió un contrato con un estudio cinematográfico. El jefe de Paramount Jesse Lansky y la reina de los chimentos Louella Parsons le dijeron que con ese nombre no podría triunfar. Le pusieron Mary Astor.
Todo el mundo se rendía ante sus ojos profundos, los rasgos delicados y firmes, la voz oscura, algo gutural y sensual y ese aire de misterio que la rodeaba. Lo hizo hasta una gran estrella que fue quien, obnubilado, le dio la primera gran oportunidad que ella no desperdició.
Los amores de Mary Astor
El primer amor de Mary Astor fue John Barrymore, el gran actor de su tiempo, el más prestigioso y famoso de inicios de los Años 20. Barrymore tenía 40 y Mary 17. El actor la había visto en una revista y pidió al estudio que la contratara para su próxima película, Beau Brummel. Apenas se encontró con ella en el ensayo inaugural le susurró al oído: “Sos tan hermosa que estoy a punto de desmayarme”. Barrymore, muy seguro de sí mismo, se vanagloriaba: “Puede interpretar cualquier obra. Y puede llevarme a la cama a cualquier mujer”. Los que lo vieron sobre el escenario y los que conocían su vida privada aseguran que ambas afirmaciones eran verdaderas. El romance duró un buen tiempo mientras la carrera de Mary se consolidó. Pero ella no aceptó casarse con él porque sus padres no se lo permitirían.
En el medio hubo una revolución. El cine mudo le dejó lugar al sonoro. Muchos artistas vieron desaparecer sus carreras. Mary estuvo a punto de ser una de ellas. El estudio le suspendió el contrato y estuvo meses sin trabajar. En ese lapso ella estudió y entrenó su voz. Al poco tiempo estaba frente a las cámaras de nuevo.
Mary luego se casó con Kenneth Hawks, un productor de cine que deseaba convertirse en director. Su hermano Howard ya lo era (y llegaría a convertirse en uno de los más importantes de la historia de Hollywood). La primera película dirigida por Kenneth fue un éxito. Para la segunda le dieron más presupuesto. Había una escena aérea que involucraba aviones, disparos y paracaídas. Hawks no quedó satisfecho con la primera jornada y pidió una extra. En la segunda mientras filmaban un salto en paracaídas, el avión en el que iba Hawks para registrar la toma desde el cielo, impactó al otro avión del equipo técnico. Los tripulantes de ambas naves murieron. Mary Astor quedó devastada (aunque luego contó que el amor era más platónico que otra cosa, que Hawks la adoraba pero nunca concretaba sexualmente lo que la llevó a serle infiel).
Un año después Mary inició una relación con el actor Lee Tracy. Al poco tiempo, ella se dio cuenta de que el noviazgo no tenía demasiado futuro. Tracy era un alcohólico severo. Una noche, cuando la paciencia de Mary estaba a punto de agotarse, Lee Tracy tomó tanto alcohol que se desvaneció. Asustados unos amigos de Mary llamaron a un vecino que era médico. A los pocos minutos, el ginecólogo Franklyn Thorpe llegó para asistir a Lee Tracy. A los pocos días, el doctor Thorpe y Mary Astor salían por primera vez.
Se casaron en 1931 y tuvieron una hija, Marylyn. Pero al poco tiempo Mary Astor, ya convertida en una estrella de cine, sintió que el matrimonio no funcionaba. Era infeliz. Él la trataba mal, no había conexión en la pareja y ambos tenían amoríos por su lado. No era un matrimonio abierto sino uno roto.
¿Quién de los dos fue el primero en agenciarse un amante? Es imposible saberlo. Todo lo que sigue, el recuento de esos años turbulentos en la pareja, está teñido por la exageración judicial de los abogados de cada parte y por el sensacionalismo de los medios que se hicieron un banquete con la historia del divorcio de Mary Astor. Lo que sabe con certeza es que Mary le pidió el divorcio a Franklyn seis meses antes de conocer al dramaturgo George Kaufman-un personaje relevante en esta historia., pero el doctor le suplicó que no lo abandonase, que él se conformaba con tenerla en casa al final del día y con que criaran juntos a su hija.
A los pocos meses, Mary comenzó a salir con George Kaufman. Aquello que parecía un affaire pasajero se convirtió en una gran historia de amor o al menos en una historia de una pasión torrentosa.
El amante más conocido
George Kaufman era un reconocido playboy. Estaba casado pero su matrimonio era abierto. Fue dramaturgo, guionista, director teatral, productor y hasta columnista de televisión durante las primeras décadas de la industria en Estados Unidos. Muchos afirman que era una de las inteligencias más veloces y feroces del mundo del espectáculo, solo comparable a la de Groucho Marx y Dorothy Parker. Con la escritora compartió La Mesa Redonda del Hotel Algonquin, la mayor acumulación de talento verbal y maledicencia de la historia. Para Groucho y sus hermanos escribió el guión de la película Una Noche en la Ópera. Era el dramaturgo con mayor relevancia de su tiempo. Durante la década del treinta ganó dos premios Pulitzer por sus obras (luego obtendría un Tony por la dirección de Guys and Dolls). Con base en Nueva York, Kaufman pasaba parte del tiempo en Los Ángeles ya que Hollywood lo llamaba para que arreglara los guiones de las grandes producciones. La fama de gran amante de Kaufman era un secreto a voces. Él prefería no alimentarla porque elegía actuar con discreción. Una de las características de sus romances era que (casi) nunca se daban a conocer públicamente.
Con la relación clandestina muy avanzada, Mary le dijo a Kaufman que le pediría el divorcio a su marido. Que ya no soportaba más. Kaufman intentó desalentarla. Le dijo que él no se divorciaría de su esposa. Ella le respondió que le dolía pero que eso no influiría en su decisión: ya no soportaba vivir con Thorpe.
En el medio según cuenta Joseph Egan en The Purple Diaries, Thorpe aprovechó una visita de Kaufman a Hollywood para trabajar en un guión de los Hermanos Marx y sin anunciarle lo interceptó en el lobby del hotel en el que paraba. Se presentó y le pidió que terminara la relación con su esposa. Kaufman le dijo que lo haría, aunque sabía que estaba mintiendo. Sólo quiso salir airoso y no provocar un escándalo.
A los pocos días Mary y su marido tuvieron una conversación. Ella le confesó su amorío, le dijo que conocía los de él y una vez más insistió en que quería el divorcio. Thorpe rogó, también de nuevo, que se quedara junto a él y hasta pareció darle la anuencia para que siguiera con Kaufman mientras no lo abandonara.
A los pocos días todo cambió. Thorpe le pidió el divorcio a Mary Astor. Pero no sólo eso. Exigió quedarse con la custodia de Marylyn, su hija de poco menos de 3 años, con la casa en la que vivían (una mansión comprada con los generosos salarios ganados por la estrella de cine) y le pedía que fuera ella quien le pasara alimentos. Luego de peleas y algún colapso nervioso, Mary Astor aceptó las exigencias extremas
¿Qué había sucedido?
Franklyn Thorpe había encontrado dos gruesos cuadernos de tapas azul oscuro, casi negro, cuatrocientas páginas manuscritas por Mary Astor que reflejaban cada evento importante de su vida desde 1928 en adelante. Su diario íntimo. En esas páginas con una caligrafía armoniosa y tinta marrón, la actriz narraba con mucho detalle, entre otras cosas, el romance con Kaufman. En algunos momentos, el diario hasta se ponía explícito.
Thorpe la amenazó, la extorsionó. Si no aceptaba sus condiciones daría a conocer el contenido del diario. Y su carrera se desmoronaría de inmediato. Durante más de un año, Mary intentó seguir con su vida, alejada de su hija, residiendo en hoteles, mientras veía a Kaufman y Thorpe guardaba en algún lugar secreto los dos cuadernos. Hasta que no aguantó más la distancia con Marylyn y consultó a un abogado. Inició una causa para revertir el acuerdo de divorcio. Quería recuperar a su hija (y su casa). Adujo que el convenio anterior lo había firmado estando enferma, con el juicio nublado por la fiebre y coaccionada por su ex marido.
El juicio concitó una enorme atención mediática. Decenas de periodistas esperaban a las partes en las puertas de los tribunales antes de la primera jornada. En esa audiencia, los abogados de Thorpe dieron el golpe que ellos creyeron de knock out. Presentaron como prueba los diarios que el médico conservaba. El juez tuvo que pedir silencio en la sala y que le acercaran los dos cuadernos al estrado. Los analizó en silencio durante varios minutos de gran tensión. Ni el mejor guionista hubiera podido crear una escena con tanto suspenso. El juez decidió que esos dos cuadernos azules, casi negros, no serían admitidos como prueba.
Los abogados de Mary respiraron aliviados. Los de Thorpe bufaron enojados pero no se quedaron quietos. Filtraron partes del texto a la prensa.
Los diarios del escándalo
En ellos Mary, con buena prosa, narraba sus salidas con George (al que sólo nombraba como G.). Los primeros escarceos y luego la concreción. Destacaba la potencia amatoria de George y su facilidad para conseguir una erección en cualquier momento sin importar la actividad sexual previa (“Tengo más que comprobado que G. esté en estado de erección permanente. Un prodigio. Ignoro cómo lo consigue pero es perfecto”). La descripción de la noche del encuentro inicial fue el párrafo más citado. En su diario Mary escribió: “El martes a la noche cenamos en el Veintiuno y me besó en el trayecto al teatro para ver Run Little Chillu. No creo que ninguno de los dos recuerde ahora de qué trataba la obra. Durante los dos primeros actos, jugábamos con nuestras rodillas, en el tercero mi mano no descansaba precisamente en mi falda... Hacía un montón de años que no manoseaba a un hombre en público, pero no pude contenerme. Después tomamos unas copas en un bar y nos fuimos departamento de la calle 73 donde podíamos estar a solas. Todo fue emocionante y bellísimo. Hicimos el amor toda la noche. Todo funcionó a las mil maravillas y comenzaba a amanecer cuando compartíamos nuestro cuarto orgasmo”.
Los medios sensacionalistas se hicieron un festín con estos extractos. Otro que adquirió mucha celebridad era uno en el que Mary describía una masturbación mutua en el Central Park de madrugada, pero el de mayor impacto fue el párrafo que decía: “Ah, las noches en el desierto, desnudos bajo las estrellas, el cuerpo de G. fundiéndose con el mío”. La frase “Ah, las noches en el desierto” se convirtió en una muletilla popular; durante años se utilizaba usualmente para referirse a algún gran momento vivido.
Se publicaban extractos del diario cotidianamente. Todos los días había nuevas revelaciones en la prensa. El público lo seguía como a un folletín de alto contenido erótico. El problema era que el material se les agotaba. Así que algunos diarios decidieron inventar párrafos y jugar con los rumores. Anunciaban que pronto habría nuevas filtraciones que harían tambalear a toda la industria. Aseguraron que Mary puntuaba a sus amantes (todos célebres según ellos ¿quién tendría un 10? ¿Quién un 1?) y que además consignaba la vida amorosa de otras súper estrellas y de los magnates de los estudios. Todo un sistema, una industria, parecía depender de la publicación o no de las páginas de ese diario personal.
Los dos cuadernos a esa altura ya habían sido bautizados por la prensa como los Diarios Púrpura, aunque ninguno de sus elementos fuera de ese color. Pero a la pasión se la asociaba con el púrpura y como estaban escritos con tinta marrón podía parecer que sus letras tuvieran esa tonalidad según como reflejara la luz.
Una tarde Mary fue citada a las oficinas del productor Sam Goldwyn. Ella creyó que iban a hablar del juicio y hasta de la rescisión de su contrato por la famosa cláusula de moralidad (que estaba en los contratos de todos los actores), que ante algún acto de mal gusto o que hiciera daño a la imagen del actor o las películas, el estudio podía dar de baja el contrato. Al ingresar a la oficina, Mary Astor se sorprendió a ver a todos los gigantes de Hollywood reunidos. Estaban los dueños y jefes de los principales estudios. Jack Warner, Harry Cohn, Louis B. Mayer. Una cumbre para pedirle a la actriz que desistiera del juicio por la custodia de su hija. Estaban muy preocupados por el daño que podía hacerle a la industria, no sabían cuales podían ser las consecuencias. Apenas terminó de escuchar, Mary Astor se puso de pie y les dijo. “Señores, discúlpenme. Pero continuaré con el juicio como me ha aconsejado mi abogado. Buenas tardes”. Apenas salió de la habitación, el resto le pidió a Sam Goldwyn que ejecutara la cláusula de moralidad y la despidiera. Goldwyn se negó: “Una mujer peleando por su hija ¿Cómo puede estar mal eso?”.
El juez llamó a declarar a Kaufman, que manteniendo su perfil bajo no acudió, permaneció en su penthouse de Manhattan. Después de varios avisos y amenazas legales, dispuso una orden de detención sobre él apenas pisara el estado de Los Ángeles; unos años después la interdicción fue levantada.
El abogado del doctor Thorpe dijo que Mary Astor cambiaba de hombres con la misma frecuencia que un científico manipulaba tubos de ensayo. Pero la defensa de Astor tenía preparado un gran golpe. Presentó el testimonio de la niñera de Marylyn quien dijo que Thorpe tenía múltiples amantes y que una de ellas, una corista, se peleó a los gritos con él, ambos desnudos y arrojándose cosas en el living de la casa, hubo una ventana rota y la disputa finalizó con la mujer corriendo a Thorpe con un tenedor en la mano, mientras Marylin, la nena de 3 años, presenciaba la escena.
Hubo otro momento trascendental en el juicio. La contraparte todavía no lo sabía. Pero nunca hay que poner en el estrado a una gran actriz. Mary Astor fue el primer caso evidente. Dos décadas después con la extraordinaria performance de Lana Turner como madre dolida y mujer vulnerable en medio del juicio que se le seguía a su hija por el asesinato de Johnny Stompanato, hampón y pareja de Lana, quedó constituido como principio: una buena actriz comprará el corazón del jurado, dará vuelta cualquier veredicto.
Y Mary Astor así lo hizo. Se mostró, al mismo tiempo, como dolida, encantadora, vulnerable, arrolladora. Su declaración fue un sutil aluvión de emociones. Elegante y seductora, estrujando un pañuelo bordado que secaba sus lágrimas, se mostró frágil pero firme. En medio del interrogatorio se produjo una transfiguración. No era la estrella de Hollywood, no era la mujer capaz de disfrutar con un amante en medio de un cine (y contarlo con detalles), ni la infiel. Era una madre peleando por su hija.
El juez terminó fallando en favor de la madre quien recuperó la custodia de la hija y su mansión. Antes de cerrar el proceso el magistrado advirtió a las partes por su comportamiento y les advirtió que pensaran más en la menor.
Los Diarios Púrpura quedaron en una caja fuerte y fueron destruidos cuando la chica llegó a la mayoría de edad. Su contenido sigue siendo un misterio. Pertenecen a la rica e intrigante mitología de Hollywood.
Contra las expectativas, la carrera de Mary Astor no terminó con el escándalo. Por el contrario, se revitalizó. En los años siguientes protagonizó El Halcón Maltés con Humphrey Bogart, Mujercitas y ganó un Oscar por su actuación junto a Bette Davis en La Gran Mentira.
Se retiró temprano de la actuación y se dedicó a la escritura. Publicó novelas y dos libros de memorias. Fueron celebrados por la crítica y muy bien recibidos por el público.
Ya había demostrado su talento para las letras y ejercitado su estilo en sus diarios íntimos.