“Fui un pésimo ladrón, de poca monta”, repitió una y otra vez Ronald Arthur Biggs, nacido el 8 de agosto de 1929 en el barrio de Lambeth, perteneciente al condado del Gran Londres en Inglaterra. Estaba sentado en su sillón preferido cuando dialogamos allá por mediados de los 90 en su caserón con vista a la bahía en Río de Janeiro cercano al reconocido Museu da Chácara do Céu, que exhibe arte europeo y brasileño, zona de Santa Teresa conocida como el Montmartre carioca.
Empinaba una cerveza y recordaba desde su asalto más insignificante y torpe hasta al que fue calificado para siempre como “El robo del siglo”, ocurrido el 8 de agosto de 1963 cuando junto a una banda de 15 jóvenes robó el tren postal que unía Glasgow con Londres, en 28 minutos y se alzó con 120 sacas que contenían unos 2,6 millones de libras esterlinas, una fortuna.
El tren Up Special de la Travelling Post Office con doce vagones había partido a las siete de la tarde del miércoles 7 de agosto desde la estación central de Glasgow rumbo a la de Euston en Londres. La banda lo detuvo en plena madrugada del otro día en las inmediaciones de Ledburn, al noroeste de Londres, manipulando las señales, lo que provocó además de la detención que el ayudante del maquinista bajara para enterarse qué estaba sucediendo, lo maniataron y actuaron con gran velocidad, obligando al conductor a llegar a un punto cercano donde los aguardaba un camión con el que lograron escapar. Cuando la policía llegó ya estaban a resguardo repartiendo la plata.
Ese desfalco marcó un hito en la historia de la delincuencia mundial del que no existe otro antecedente: Biggs se autorregaló un atraco híper millonario ya que era el día de su cumpleaños número 34; había nacido un 8 de agosto, pero de 1929. Así Ronnie, como se lo conocía, en lugar de cortar la torta y soplar las velitas se pasó esa noche abriendo costales, contando dinero y tomando muy buen whisky.
Esa tarde durante la charla estaba de tan buen humor que relató lo que se podría calificar como el origen del golpe que lo terminó convirtiendo en millonario. Contó que de adolescente ya había pisado varios calabozos por robos a los que podría calificarse como menores y en los que actuó con torpeza según sus propias palabras. El último de ellos con final de sketch casi interminable terminó durando casi seis horas...
Se había metido en una casa y cuando se cruzó con una caja fuerte, no dudó un instante y pensó en retirarse eufórico con los bolsillos llenos. Pero luego de todo el trabajo y el tiempo que le llevó abrirla, cuando lo logró se llevó una sorpresa más en su vida: encontró una simple llave y una moneda ni siquiera de oro o plata, sino de curso legal que alcanzaba tan solo para comprar algunos caramelos.
Claro que no fue todo. Como permaneció tanto tiempo en la vivienda, momentos antes de retirarse un vecino advirtió su extraña presencia, llamó a la policía. Entonces un joven Ronald fue a parar con sus huesos primero a la comisaría y luego a la prisión de Lewes en Sussex, donde comenzó a planear “El robo del siglo”, ya que le sobraba tiempo y se aburría sobremanera.
Cuando salió en libertad se reencontró con su amigo Bruce Reynolds, le contó la idea y lo convirtió en el jefe de la pandilla. Biggs rió mientras invitó otra cerveza y afirmó que fue una locura de juventud y que no se atrevería a hacerlo de nuevo. Pero de inmediato aclaró apelando a su excelente sentido del humor que no lo haría simplemente porque ya estaba mayorcito.
Scotland Yard los fue encontrando y deteniendo uno por uno, pero apenas logró rescatar una décima parte el botín, o menos que eso. Ronald terminó con una severa sentencia a treinta años de cárcel, pero dos años más tarde, exactamente el 7 de julio de 1965, él y el resto organizaron una fuga y se terminaron escapando de la prisión de HM Wandsworth con una simple escalera de cuerdas que fueron armando en forma casera.
La pregunta surgió obligada en la confortabilidad de su living y entre tragos de cerveza: “¿Cómo pudo fugarse aquella vez de la cárcel?”. Volvió a sonreír y brindó detalles: “Con buenos amigos y dólares que repartimos escalamos el muro que nos separaba de la libertad. En Gran Bretaña los guardiacárceles no utilizaban armas. Hicieron sonar sus silbatos recién cuando estábamos afuera porque los habíamos sobornado. Con dinero se puede hacer lo que uno quiera porque no existe quien no tenga su precio. Así logramos irnos todos los que hicimos el asalto, el resto se quedó en Inglaterra, yo elegí irme a otras tierras porque la mía estaba muy caliente, demasiado”, explicó.
Desapareció de Gran Bretaña donde lo buscaron por cada rincón, pudo llegar a París y conseguir una nueva identidad gracias a documentos falsificados. Luego viajó a África y Hong Kong para despistar, hasta que llegó a Australia, territorio de su primera mujer, Brent Charmian, con quien tuvo a Cristopher y Felli, sus hijos, y empezó a hacer trabajos de carpintero, oficio que había aprendido en su juventud, supo desarrollar en Londres y perfeccionó tras las rejas.
Hasta que en una agencia de turismo vio una publicidad de Río de Janeiro y se dijo a sí mismo: “Acá nadie me va a encontrar, es el lugar ideal para continuar bien lejos con la fuga y que no me molesten”. Se operó nariz, párpados y cejas para cambiar su fisonomía y en su nuevo destino se volvió a enamorar, esta vez de Raymunda, una carioca que además de darle un hijo le terminó brindando un salvoconducto. Ya que además de no ser posible la extradición porque no había tratado de reciprocidad, menos se lo iban a poder llevar luego de haber sido padre de Mick en esas tierras.
Los ingleses estaban furiosos y en 1981 un grupo de investigadores lo terminó raptando y lo llevó a Barbados. Tal decisión generó un conflicto internacional con el gobierno brasileño que argumentó que habían raptado nada menos que al padre de un niño brasileño, que venía comportándose perfectamente en ese país por lo cual no correspondía ni la extradición ni la deportación.
Cuando regresó a suelo carioca, Biggs volvió a reír. Durante nuestra entrevista, dijo: “Aquí me recibieron con los brazos abiertos hace muchos años, formé una nueva familia. Lo único que no me permiten es trabajar porque estoy calificado como ‘criminoso’, ‘vilao’, ‘bandoleiro’”. Lanzó la carcajada y tradujo: “Lo que soy para ellos es un bandido, un villano, pero me dejan vivir tranquilo, más allá de que a veces vuelven a insistir con el tratado de extradición. Yo antes me enojaba, ahora como la prensa insiste con eso lo que hago es cobrarle los reportajes, así puedo sobrevivir”.
Además de ganarse la vida a través del interés de la prensa, a Biggs le encantaba escribir pero nunca llegó a plasmar su historia y sus andanzas en un libro autobiográfico aunque lo pensó: “Arranco con entusiasmo y luego me cuesta seguir”, confió y agregó: “Me las rebusco también gracias a los turistas que llegan aquí y como soy famoso quieren conocerme. Entonces los recibo, les preparo un plato típico, les cuento anécdotas e historias y me dejan excelentes propinas... “. También se autogeneraba ingresos vendiendo remeras en las que podía leerse: “Estuve en Río y conocí al Ronald Biggs o honesto”, o brindando consejos turísticos para los visitantes que llegaban para disfrutar de la Eco ‘92 en Brasil.
También contó que había estado en la Argentina: “Fue a fines de los años 70, pero extrañaba Río y me quedé unos diez días más o menos”. Y habló de su pasión por la música mientras acariciaba el paño de su mesa de pool y mostraba varios de sus cuadros realizados con discos: “Fui cantante y compositor también. En el ‘86, cuando Argentina salió campeón mundial de fútbol en México con el increíble Maradona, ¿te acordás bien vos que sos argentino, no? Bueno, ese año hice temas para los Sex Pistols y hasta canté con ellos. Me dí otro gusto grande en mi vida, ya que soy fan del rock and roll”.
Mientras abría otra cerveza, la siguiente pregunta no lo incomodó, al contrario, lo puso más divertido que de costumbre:
-Biggs, ¿y todo ese dinero que robaron dónde está, lo tiene usted, lo repartieron?
Señaló una pequeña caja de caudales que había en su casa y respondió:
-Por las dudas te aclaro que está vacía. Y que como me la pasé mucho tiempo pensando cómo escapar de prisión, no me ocupé de eso, mi prioridad fue la libertad, el dinero va y viene. ¿Vos estás observando que vivo como rico? Tengo una vida modesta, creéme, rodeado de amigos, buena gente y cerveza, que no me falte. ¿Si me arrepiento del robo? Como te dije, era joven y en esa época pensé demasiado cómo organizar y cometer el asalto, pero poco en las consecuencias, ya pasó...
En aquella visita Biggs dejó claro que ni se le cruzaba por la cabeza volver a Londres, todavía se encontraba vital más allá de algún que otro achaque. Pero en 2001 decidió regresar a Inglaterra para saldar sus culpas y fue a parar tras las rejas.
Ya padecía varios problemas de salud e intramuros su delicada situación se fue complicando aún más. “Estuve preso ya bastante tiempo, deseo morir en libertad”, manifestó en 2007. Mientras tanto, su hijo Michael iba y venía luchando contra las decisiones de la justicia que le impedían salir, hasta que fue liberado dos años más tarde.
En 2013 ya estaba muy enfermo, pero pese a todo, dejó el asilo Carlton Court Care Home en silla de ruedas y con problemas en su habla porque quiso estar presente en la inhumación de su amigo bandido Bruce Reynolds con el fin de darle el último adiós. Para fines de ese año era él quien se despedía para siempre a los 84 años: el sepelio se realizó el 18 de diciembre en el mausoleo Golders Green, el primer crematorio de Londres.