En febrero de 2019, 60 años después de los hechos, se reabrió un misterioso caso en Rusia a pedido de los familiares de las víctimas. Entre el 1ro y 2 de febrero de 1959, nueve estudiantes del Instituto Politécnico de los Urales (8 hombres y 2 mujeres), experimentados en esquí de fondo, que se proponían hacer cumbre en la montaña Otorten (1234 mts. sobre el nivel del mar), en los Montes Urales fueron encontrados muertos en un campamento en un paso de montaña. Sus cuerpos estaban esparcidos, en extrañas posiciones y en algunos casos, salvajemente golpeados y mutilados, sin signos de que el ataque fuera animal.
Las muertes inexplicables de estos excursionistas en un recóndito desfiladero dieron lugar a hipótesis increíbles entre la población rusa, partiendo desde una avalancha hasta un test nuclear fallido, pasando por un ataque alienígena.
Lo cierto es que el grupo que había salido en busca de su certificación final como expertos guías de montaña, liderado por Igor Dyatlov, levantó su tienda de campaña la noche del 1ro de febrero de 1959 sobre una pendiente de la Kholat Saykhl, bautizada como La Montaña de la Muerte por la tribu nativa mansi.
Dyatlov, de tan solo 23 años, había planificado la travesía y además, la documentó con su cámara de fotos, que fue rescatada y permitió conocer los momentos compartidos por el grupo y cómo fueron sus últimos días.
Ellos estaban preparados para enfrentar los desafíos de esta peligrosa ruta, de categoría III, la más riesgosa. Tenían sobrada experiencia para desafiar fuertes vientos, nevadas y un clima adverso. Las temperaturas podían caer hasta los 30 grados bajo cero. El 27 llegaron al último pueblo, Vizhai. Uno de los estudiantes, Yudi Yudin, de 21 años creyó haber tenido la mala suerte de no poder continuar la expedición afectado por disentería. Jamás imaginó que nunca más vería a los 9 compañeros que continuaron el recorrido.
Fueron cinco días de intensa caminata, según quedó plasmado en las imágenes. Por un error de cálculo se habían distanciado del camino trazado y decidieron acampar en la ladera de la montaña Kholat Syakhl al caer la noche.
Los expedicionarios habían marcado el regreso al mismo pueblo, que los esperaba. Al cabo de varias jornadas sin tener noticias de ellos, fue creado un grupo de rescate, integrado por estudiantes voluntarios. Igor Dyatlov había prometido avisar por telegrama a la universidad una vez que regresaran a Vizhai, lo que se esperaba que ocurriera el 12 de febrero. Al principio, pensaban que el regreso estaba demorado por razones climáticas, algo que puede ser normal en una travesía, pero los plazos y la espera llegó a su fin. Salieron a buscarlos.
Los encontraron muertos un mes después, un 26 de febrero. Primero dieron con la carpa medio enterrada en la nieve, sobre una laderas de Kholat Syakhl, a unos 20 kilómetros al sur del destino de la expedición. Un mal lugar para acampar, según los especialistas. En el interior había objetos, como botas de nieve y carne cortada en los platos, como si la cena estuviese recién servida. Además, vieron que había tajos en esta tienda hechos desde su interior.
Al día siguiente, confirmaron lo peor. Descendiendo la montaña, debajo de un añejo cedro se encontraron con dos cuerpos solo vestidos con ropa interior y medias. Luego encontraron otros tres cuerpos, incluido el de Dyatlov, que presentaba heridas en manos, rodillas y cara. Este grupo habría muerto por hipotermia al intentar regresar al campamento. Dos meses después hallaron los cuatro cuerpos restantes, bajo una espesa capa de nieve, a los pies de un barranco. Algunos llevaban solo ropa interior, otros estaban vestidos pero sin su calzado. Algunos cadáveres tenían heridas graves, que no estaban asociadas al causal oficial de la muerte que fue hipotermia y congelación. Una de las mujeres presentaba un hematoma a un costado del cuerpo, que parecía producto de un golpe asestado con un palo. Otros tenían el cráneo y pecho fracturados. Y sus caras delataban el horror vivido.
Todo lo que se sabe de El misterio del desfiladero de Dyatlov - el lugar recibió el apellido del jefe de la expedición, se desprende en base a investigaciones, ya que no hubo ningún sobreviviente. Una hipótesis sostenía que después de la medianoche una situación imprevista obligó a algunos de los jóvenes a salir de la carpa y huir un kilómetro abajo hacia el bosque sin abrigo. Una huida despavorida.
Algunos cuerpos de los cuerpos encontrados en los alrededores del campamento, estaban sin las órbitas oculares, a una joven le faltaba la lengua. Otros tenían la piel de una coloración extraña, uno contaba con un nivel de radiación alto y otros presentaban señales de haber padecido un trauma interno sin un rasguño.
A partir de ese momento se abrió una investigación criminal que fue cerrada de inmediato y las conclusiones estuvieron bajo siete llaves. Se transformó en secreto de Estado. El lugar de los hechos, estuvo cerrado al paso durante los tres años siguientes.
Todas esas preguntas de décadas fueron una fuente inagotable de inspiración para literatura, películas y documentales. El paso del Diablo, en 2012, una producción británica dirigida por Renny Harlin que trata sobre la historia de un grupo de estudiantes que viaja a la zona de la tragedia para sacar sus conclusiones. También se sumó la serie rusa La montaña de la muerte: el incidente Dyatlov, estrenada en 2020. Y un libro, El enigma del Paso Dyatlov, del argentino Laureano Clavero (Editorial Guante Blanco). También existen publicaciones independientes, como la del físico nuclear Igor Pavlov y la montañista Teodora Hadjiyska, que publicaron en 2022 un libro titulado 1079: La fuerza abrumadora del Paso de Dyatlov, que ofrece otra una nueva mirada.
Las teorías sobre los causales de la muerte fueron de lo más variadas y nunca nada simple como la avalancha en la que concluyeron los especialistas al cerrar el expediente. La imaginación de los rusos fue más allá y se habló de la existencia de un yeti, un supuesto abominable hombre de las nieves que habita en el Himalaya. También creyeron en un ataque extraterrestre, o que se les cayó encima un pedazo de misil perdido, lanzado desde la base de lanzamiento Kasputin Yar por científicos nazis al servicio de los soviéticos y habrían muerto por efecto de los gases. Otra posibilidad, la prueba de un arma letal que falló y otras teorías que involucraban agentes de la KGB . O lo más descabellado, la presencia de una fuerza física sobrenatural que hizo que los montañistas se mataran entre ellos.
Un libro en 2015 sugirió que un grupo de cazadores mansi- los únicos habitantes de la zona a 100 km-, drogados después de un ritual chamánico, pudieron haber reaccionado con violencia al ver que un grupo de estudiantes se había instalado sobre esas tierras sagradas.
La reapertura del expediente
A principios de 2019, el profesor Johan Gaume, de la Escuela Politécnica de Lausana, experto en simulaciones de avalanchas, recibió una llamada de un periodista de The New York Times que quería su opinión sobre el misterioso caso de los Montes Urales que tanto obsesionaba a los rusos.
Gaume tomaba contacto por primera vez con este caso, que despertó su interés de inmediato. Un caso archivado de la era soviética que se reabría. Le pidió al periodista que lo llamara al día siguiente para investigar en base a datos técnicos. El especialista llegó a la misma conclusión que la fiscalía rusa cuando volvió sobre el expediente, que los estudiantes habían sido sorprendidos por una avalancha.
“Fascinado” estudió el caso en profundidad y comenzó a trabajar en colaboración con el ruso Alexander Puzrin, especialista en geotécnica de la Escuela Politécnica de Zúrich para dar respuesta a una cuestión que se objetaba, que era imposible que se formara una avalancha en una ladera con tan poca pendiente y tampoco eso explicaba los traumatismos severos en los cuerpos. Tampoco cerraba que la carpa estuviera en pie, con objetos ordenados por dentro.
Los investigadores crearon un modelo de análisis de avalancha de placas de nieve en las condiciones medioambientales del lugar. Sugirieron que los expedicionarios cavaron sobre una frágil capa de nieve una superficie plana para armar su tienda. Durante la noche, el viento acumuló la nieve sobre una placa superior y la avalancha pudo haberse producido entre 9,5 y 13,5 horas después de su instalación. El mismo estudio simuló las heridas infligidas, teniendo en cuenta que los jóvenes estaban rodeados de objetos mientras dormían. Sus resultados concordaron con los informes de la autopsia.
Gaume contó a la agencia AFP “haberse sentido como un detective” junto a su colega, pero dejó en claro que sus conclusiones no pretenden dar por zanjado el misterio de Dyatlov. El caso sigue siendo un enigma. Al que se suma otro: la muerte de 8 de los miembros del equipo de rescate al poco tiempo del hallazgo de los cuerpos, víctimas de accidentes de todo tipo y suicidados.