Durante el verano de 1967, Serge Gainsbourg se enamoró desaforadamente de Brigitte Bardot.
Suena bastante comprensible.
Entre otras cosas, le dedicó un par de canciones. Una de ellas, probablemente, sea la canción más ardiente de la historia del pop.
Según él mismo contó, la misma noche compuso, en honor de B.B, teniéndola como musa, Bonnie & Clyde y su mayor éxito Je T’Aime… Moi Non Plus.
Serge Gainsbourg era feo, de opiniones fuertes (desagradables), borracho, algo misógino, siempre tenía un Gitanes colgado al costado de los labios. Era también algo impúdico, gran seductor y un poeta. Conquistó a las mujeres más bellas de su tiempo (y esto no es una hipérbole: sólo se ajusta a la realidad). Sostenía que para eso tenía la mayor de las virtudes: la fealdad. “La fealdad es mejor que la belleza: dura muchísima más”.
Mientras que Brigitte Bardot era Brigitte Bardot, la mujer más deseada del Siglo XX (junto a Marilyn las primeras sex symbols globales).
B.B. es la imagen de una mujer que hizo lo que quiso cuando eso no era habitual. Simone de Beauvoir afirmó que fue la primera mujer y la más liberada de la Francia de posguerra (se podría reemplazar, sin problemas, sin afectar la verdad de la frase “Francia” por “el mundo”).
De Beauvoir escribió un ensayo sobre ella, Brigitte Bardot y el Síndrome de Lolita: “Ella sigue sus instintos. Come cuando tiene hambre y coge cuando tiene ganas. Deseo y placer son para ella una certeza que las reglas y lo que indican las convenciones. No critica a nadie. Hace lo que se le da la gana y por eso es tan desconcertante, tan turbadora”.
En el momento en que conoció a Serge Gainsbourg estaba casada con Gunther Sachs, un millonario playboy y coleccionista de arte, que además de cuadros y esculturas solía acopiar bellas mujeres. Gunther Sachs era heredero de Opel, el fabricante de autos. Su padre, además de industrial había sido dirigente nazi. La primera vez que se vieron encontraron una coincidencia que los acercó: ambos tenían el mismo Rolls Royce. Viajaron por Europa del modo más lujoso posible. Él pasó a ser llamado Saxie por la prensa. Sachs hizo que un helicóptero lanzara decenas de miles de pétalos de rosas sobre la propiedad en la que se encontraba B.B. Se casaron a los dos meses de conocerse. A ella, en el medio, le atribuyeron varios romances. Sachs pese a que sufrió parece haber absorbido el castigo de manera sabia; aunque dolido, nunca se arrepintió: “Fue maravilloso: un año al lado de Brigitte es como 10 años de una vida común” dijo mucho después, cuando las heridas habían sanado.
Una de esas infidelidades de B.B fue con Serge Gainsbourg, un tórrido romance de menos de tres meses.
La primera cita entre ellos fue un fracaso. Serge, otro ser libre, acostumbrado a correr los límites y a mujeres infinitamente más bellas que él, se cohibió ante la belleza, imponencia y la leyenda de B.B. Al día siguiente la llamó para disculparse por su conducta. Brigitte le dijo que ella era la que había estado poco natural y atada. Comenzaron a salir. Y B.B. fue la musa que inspiró Je T’Aime… Moi Non Plus.
Un día de 1967 entraron al estudio. El ingeniero de sonido contó que durante la grabación, la pareja se encerró en una estrecha cabina y se tocaron con ardor, se masturbaron mutuamente, mientras hacían la parte vocal. Los gemidos de Brigitte no fueron fingidos.
Al terminar de grabar, Gainsbourg supo que era una gran canción, con un enorme potencial comercial. También era consciente que en ella tenía sexo con la mujer más deseada del mundo. Nada mal para un feo.
La canción se envió a las radios. El tema rebosaba transpiración y sexo. Pero eso que para algunos puede ser una virtud, para otros es un problema grave. Por ejemplo, para Gunther Sachs, el marido de Brigitte, que, furioso, impidió su salida. Era una declaración pública y explícita del engaño. Parece que amenazó a B.B con retirarle la asistencia económica de por vida a menos de que convenciera a Gainsbourg de archivar su obra (B.B recién permitió que saliera en 1986 y donó los ingresos a asociaciones de cuidado de animales).
Y la canción permaneció (casi) inédita. Luego de que se emitiera una o dos veces, fue sacada del aire y la edición no llegó a imprimirse.
Dicen que, en alguno de los 86 días que duró la relación, Serge le juró a Brigitte que la canción era de ella, exclusivamente suya. Juró, dicen, que nunca la iba a grabar con nadie. Pero luego de que Bardot volviera con Gunter Sachs y de que Serge se deprimiera y, entre otras cosas, pintara todo las paredes de su departamento de negro, Gainsbourg ofreció el tema a varias cantantes; entre otras a Marianne Faithfull, Mireille Darc y Valerie Lagrange.
Era de Brigitte hasta que apareció Jane Birkin.
Al director Pierre Grimblat le costó bastante convencer a Gainsbourg que actuara en su película Slogan. La actriz protagónica sería Marisa Berenson. Pero a último momento desistió. La producción, con la fecha del inicio del rodaje muy cercana, se tuvo que apresurar para conseguir un reemplazo. Eligieron a Jane Birkin –en ese momento la chica hermosa que había mostrado el vello púbico en Blow Up de Antonioni. Gainsbourg no asimiló bien la noticia. Se enojó porque afirmaba (con bastante razón) que había demasiada diferencia de prestigio entre Berenson y Birkin; gritaba que a Jane Birkin no la conocía nadie y que eso no era lo que le habían prometido al embarcarlo en el proyecto.
Esa iracundia cedió, de manera total e incondicional, apenas se cruzó por primera vez con la hermosa y luminosa chica de 21 años. Él tenía 40.
Jane Birkin venía divorciarse de John Barry, con quien habían tenido una hija. Barry, célebre compositor de bandas sonoras, entre ellas las de James Bond, África Mía y Danza con Lobos. En ese tiempo, Barry venía de ganar sus dos primeros Oscars (de los 5 que obtendría) por su trabajo en Born Free. Dijo que los temas para esa película estaban inspirados y dedicados a Jane. El matrimonio entre Barry y Birkin se había desmoronado por las persistentes infidelidades del compositor.
Al inicio de la relación, Jane Birkin escuchó la versión que había grabado B.B. Le pareció extraordinariamente hot. “La terminé grabando porque no quería que la cantara nadie más. Era increíble”, dijo.
Al llegar al estudio, la pareja se encerró en una diminuta cabina de grabación para cantar el tema. Se abrazaron y fijaron la pista vocal más caliente de la historia.
Gainsbourg le pidió a Jane que su voz estuviera una octava más alta que la de Bardot no sólo para diferenciarla sino también para que sonara más frágil y aniñada.
Se construyó la leyenda de que habían tenido sexo ahí mismo. Pero Jane se encargó de aclarar que había fingido.
Con el tiempo, Jane Birkin contó que en medio de la grabación Serge se alejó de ella, la soltó y comenzó a dirigir sus entradas con leves movimientos de las manos como un director de orquesta. Esta declaración dinamitó fantasías, mitos y versiones sobre lo que había ocurrido en esa estrecha cabina de grabación. Gainsbourg, una vez pasada la polémica, dijo: “Por supuesto que no hubo sexo en el estudio. De haberlo habido en vez de un simple, hubiera sido un disco doble”.
El título se basó en una frase que le escuchó decir a Dalí. Elisabeth Levistsky, la primera esposa de Serge, oficiaba de asistente del pintor español. En uno de sus encuentros, Dalí dijo: “Picasso es español, yo también; Picasso es un genio, yo también; Picasso es comunista, yo tampoco”.
La inspiración musical se acercó a una apropiación indebida. Una cadena de elegantes robos. Está inspirada en A Whiter Pale Of Shade, el tema de Procol Harum que había hecho furor durante meses, un clásico instantáneo. Los compositores de la banda, a su vez, se habían inspirado, habían buscado ayuda, en Bach: “Si ellos le robaron a Bach, nosotros robamos a Procol Harum”, dijo Gainsbourg.
El arreglador fue Arthur Greenslade, recomendado por John Barry, el ex marido de Birkin. La canción la inicia un órgano, el Hammond. Después es un juego de alternancias, de intercambios sensuales y sexuales entre los amantes. Y toda va en crescendo, conduciendo hacia el inevitable clímax que llega con los gemidos, gruñidos y gritos.
“Cual Tristán e Isolda plebeya, la canción avanza trepidante hacia el éxtasis, ya que nada hay más sensual que un dueto vocal, más aún si termina abandonándose al significante del amor. En la larga tradición del romanticismo, Gainsbourg dará así un salto de grado, pasando del lenguaje galante a la canción explícita. En cierto modo, Je T’Aime Moi Non Plus significará tanto la apoteosis como el final de la canción romántica en cuanto a ciclo histórico”, escribió el investigador argentino Sergio Pujol.
Unos días antes de que el single saliera al mercado, Gainsbourg y Birkin fueron a cenar. Esa tarde habían recibido la primera copia. Gainsbourg le pidió al maitre que reprodujera la canción por el sistema de audio del lugar. El hombre estaba encantado de tener la primicia del nuevo tema del cantante popular. “Apenas empezó a sonar, se iba escuchando el ruido de los tenedores y cuchillos cayendo sobre los platos, la gente dejó de hablar y en la parte de los gemidos se movía inquieta, incómoda en sus sillas. En ese momento supe que teníamos un hit”.
Supo que era una canción orgásmica que levantaba la temperatura de cualquier lugar en el que sonara.
Je T’Aime... Moi Non Plus apareció en Francia 55 años atrás, a principios de abril de 1969. Marcó récords de ventas y de escándalos provocados.
La canción fue prohibida en muchos países del mundo. La acusaban de obscenidad. La primera canción explícita de la historia. Hubo quienes la compararon con la película Emmanuelle. En la tapa del disco había una leyenda que decía: “Prohibida para menores de 21 años”. Le Osservatore Romano, el diario oficial del Vaticano, lanzó una campaña en su contra. Clamaba por la censura universal. Gainsbourg le atribuyó parte del éxito: “Es maravilloso tener al Papa como jefa de prensa”.
El escándalo ocupaba los programas de televisión y las tapas de diarios y revistas. La discográfica recibió amenazas, también las radios que se animaban a pasarlas. Fingiendo inocencia, Serge Gainsbourg, el viejo provocador, decía: “Es la primera vez que escribo una canción de amor y pasa todo esto”.
Jane le mostró el disco a su madre. La mujer, que algo sabía del revuelo que la grabación estaba provocando, escuchaba con atención, sin dejar que sus gestos revelaran alguna emoción. Cuando estaba llegando la parte de los gemidos, Jane se levantó rápido de su sillón y levantó la púa del vinilo para evitarle el mal momento a su madre. La mujer, mientras impávida dejaba el salón, dijo: “Hay que reconocer que es una linda melodía”.
Gainsbourg tenía (y siguió teniendo) un viejo historial de polémicas. A Frances Galle, una adolescente, le hizo cantar Les Succettes, un tema compuesto por él. Era la historia de una chica que chupaba incesantemente un chupetín hasta que llegaba al centro y salía un jugo de anís que inundaba su boca. Cuando la chica se dio cuenta del significado de la letra, dejó de hablar con Gainsbourg por varios años. También dedicó canciones al 69, a la materia fecal, a los pedos, a los intercambios de pareja. Y tiempo después grabó junto a su hija Charlotte, una sobre el incesto.
La canción subió en los rankings de todos los países en los que no fue prohibida. En especial en Francia y en Inglaterra. En los primeros meses vendió más de 300.000 copias. En un año ya había pasado los 3 millones.
Una canción caliente que disparaba las fantasías de los oyentes y que los enloquecía con esos gruñidos, voces sugerentes, versos lúbricos (El amor físico es un callejón sin salida/ Voy y vengo/ Entre tus riñones/ Voy y vengo/ Te espero) y los gemidos finales de Jane Birkin.
En Inglaterra llegó al número 1, la primera canción de habla no inglesa en conseguirlo. El idioma de la letra no fue un obstáculo. El Je T’aime se entiende en cualquier lugar. Pero mucho más universal es el lenguaje de la excitación, del sexo. Y esos gemidos acompasados y ardientes significan lo mismo en cualquier idioma.