Marino, aventurero y antiesclavista, la increíble historia del hombre que inspiró a Emilio Salgari para crear a Sandokán

Carlos Cuarteroni nació frente al mar, en Cádiz en 1816. En sus aventuras marítimas buscó perlas, cazó tortugas de carey, encontró un tesoro en un barco hundido, se enfrentó con piratas malayos, rescató esclavos para liberarlos, se convirtió en monje. Diez años después de su muerte, Salgari encontró sus memorias y a partir de ellas lo convirtió en su personaje más famoso, el Tigre de la Malasia

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Sandokán en la piel del actor indio Kabir Bedi. La creación de Emilio Salgari está inspirada en un marino español llamado Carlos Domingo Antonio Genaro Cuarteroni Fernández
Sandokán en la piel del actor indio Kabir Bedi. La creación de Emilio Salgari está inspirada en un marino español llamado Carlos Domingo Antonio Genaro Cuarteroni Fernández

Cuando a principios de la década de los ‘90 del siglo XIX Emilio Salgari se topó con la copia de un informe enviado por un marino español al papa Pío IX en 1855 supo que tenía oro en bruto entre sus manos y que su habilidad de orfebre literario podía convertirlo en lo que estaba buscando casi con desesperación: el protagonista de una nueva saga de folletines de aventuras cuyas andanzas tuvieran como escenarios lugares tan exóticos como atractivos.

La búsqueda desesperada de Salgari no se debía exclusivamente a la urgencia del escritor frente a la hoja en blanco sino a una necesidad mucho más concreta y vital, la de seguir escribiendo textos cuya venta le permitiera, literalmente, salvar su naufragada economía personal y alimentar a su mujer y sus cuatro hijos.

Así nació su personaje más famoso, Sandokán, el Tigre de la Malasia, cuya serie comenzó a publicarse, primero como folletines por entregas y luego como libros de novelas, en 1893.

El informe -una suerte de memorias- había sido enviado al Vaticano con el título en italiano Spiegazione e traduzione dei XIV Quadri relativi alle isole di Salibaboo, Talaor, Sanguey, Nanuse, Mindanao, Celebes, Bornéo, Bahalatolis, Tambisan, Sulu, Toolyan, y su autor, el marino Carlos Domingo Antonio Genaro Cuarteroni Fernández, no se limitaba a ser un simple cronista, sino que contaba allí sus propias aventuras marineras.

Porque Carlos Cuarteroni las tenía todas para ser un personaje de novela. Marino desde la adolescencia, había pasado de grumete a piloto y de allí a segundo de a bordo hasta obtener su propio mando en un barco. Su afán de independencia y de aventuras lo impulsó a comprar su propio bergantín con el que pescó perlas, cazó tortugas de carey y llegó a rescatar el tesoro de un barco hundido.

El escritor italiano Emilio Salgari logró consolidarse como uno de mayores exponentes de las historias de aventuras a nivel mundial, con 85 novelas publicadas (The Grosby Group)
El escritor italiano Emilio Salgari logró consolidarse como uno de mayores exponentes de las historias de aventuras a nivel mundial, con 85 novelas publicadas (The Grosby Group)

Además de aventurero había sido un hombre de principios que no vaciló en poner el cuerpo para combatir la piratería y el tráfico de esclavos en Borneo, Sumatra y Malasia, y casi al final de su vida se convirtió en fraile trinitario y luego en prefecto apostólico en esos por entonces remotos lugares. Precisamente, su informe al papa Pío IX sobre las islas de los mares del sur -cuya copia llegó a manos de Salgari- tenía como objetivo que el pontífice lo apoyara en su misión.

No fue solo eso lo que fascinó a Salgari. Cuarteroni era todo lo que no había podido ser él, que de joven quiso abrazar la marinería, de la cual salió rápidamente eyectado por incapaz. Para fortuna de la literatura, no poder vivir el mar lo llevó a escribirlo, pero nunca puso superar la frustración. Tanto que en su vida social no se presentaba como lo que era, un ratón de biblioteca con enorme talento literario, sino que decía que la materia prima de sus novelas surgía de sus propias experiencias marineras.

Esa leyenda que quiso crear sobre sí mismo lo llevó incluso a la cárcel cuando el periodista Giuseppe Biasioli lo desmintió en un artículo. Salgari, tan avergonzado como enojado, lo retó a duelo y, espada en mano, resultó más hábil que su rival, aunque debió pagar esa victoria con seis meses de prisión.

Más allá de lo anecdótico, la cuestión es que el encuentro de Emilio Salgari con el escrito autobiográfico de Cuarteroni dio lugar al nacimiento de uno de los personajes más queridos y famosos de la literatura de aventuras. El escritor de folletines convirtió al marino español en un príncipe de Borneo, lo rodeó de personajes reales -como el “rajah blanco” de Sarawak, James Brooks- y ficticios -como su amigo Yañez, Tremal Naik y Kammamuri-, y lo lanzó al mar de los folletines para abordar el interés y el corazón de infinidad de lectores.

Durante más de un siglo, la enorme figura de Sandokán mantuvo en las sombras la vida y las verdaderas andanzas de Cuarteroni, hasta que la historiadora española Alicia Castellanos se propuso sacarlas a la luz en Cuarteroni y los piratas malayos (1816-1880). Allí se ve con claridad cómo las aventuras del marino español no tienen nada que envidiarles a las del Tigre de la Malasia y sus compañeros.

Carlos Domingo Antonio Genaro Cuarteroni Fernández hizo su primer viaje, como aprendiz, a los trece años. Murió el 12 de agosto de 1880, en la pobreza: sus restos descansan en la Catedral de Cádiz
Carlos Domingo Antonio Genaro Cuarteroni Fernández hizo su primer viaje, como aprendiz, a los trece años. Murió el 12 de agosto de 1880, en la pobreza: sus restos descansan en la Catedral de Cádiz

Nacer frente al mar

A diferencia de Salgari, que vio la luz en la muy terrestre Verona, Carlos Cuarteroni Fernández nació frente al mar, en Cádiz, el 19 de septiembre de 1816. Era el cuarto de los nueve hijos del comerciante italiano Giovanni Cuarteroni, aprovisionador de buques en el puerto de la ciudad, y de la española Ramona Fernández. La familia, de buen pasar, era profundamente religiosa, por lo que varios de sus hijos abrazaron con el tiempo el sacerdocio. No fue el caso de Carlos que, aunque devoto, sintió desde muy chico pasión por el mar.

En la España de la época un hijo de comerciante no tenía el suficiente abolengo para formarse en la Armada española, pero Carlos convenció a su padre de que le pagara la formación en una academia particular para ser piloto de barcos mercantes. Corría 1829 y con 13 años, el muchacho hizo su primer viaje, como aprendiz, en el Indiana, un buque que cubría la ruta entre España y Filipinas.

Una travesía hacia Filipinas era por entonces un viaje peligroso, que obligaba a costear África, doblar por el Cabo de Buena Esperanza, y navegar luego por el Océano Índico, con el buque expuesto a tifones, monzones, barcos de bandera enemiga, puertos hostiles y piratas.

De allí en más, Cuarteroni hizo una carrera meteórica. Para 1831 era tercer piloto y cuatro años después le dieron el mando de su primer barco, un bergantín con el que cubrió las rutas entre Filipinas y Hong Kong, Singapur y Cantón. Después comandó la fragata Buen Suceso durante dos años, lo que le permitió graduarse como capitán de la Marina Sutil en Filipinas.

Durante esos viajes no solo aprendió y perfeccionó el arte de la navegación sino que aprendió todo lo que pudo de los puertos donde atracaban sus barcos. Para entonces ya hablaba inglés, francés, tagalo y bisayo de Filipinas, el malayo y varios dialectos.

Aventuras y tesoros

Alcanzar la capitanía de una fragata podía ser para muchos el objetivo de sus vidas, pero Carlos Cuarteroni aspiraba a mucho más y quería hacerlo por cuenta propia. Con dinero ahorrado de sus salarios y la ayuda familiar, en 1842 compró la goleta Mártires de Tonkín en Manila y con una tripulación de 27 filipinos se dedicó a buscar perlas y a pescar tortugas en el Mar de China para obtener y comercializar carey.

Pero su obsesión era encontrar el Christian, un buque inglés que se había hundido con un tesoro en monedas de plata proveniente del comercio del opio en China. Le llevó catorce meses de búsqueda, hasta que lo encontró junto un arrecife en las costas de Labuán. Según las leyes de la marinería, entregó el porcentaje correspondiente a los propietarios del buque hundido y, después de depositar su parte en Hong Kong, repartió el resto entre la tripulación del Mártires de Tomkin.

Si ya era rico con el producto de su comercio de perlas y carey, el hallazgo del tesoro lo hizo dueño de una fortuna astronómica. Entonces, utilizando sus propios fondos para financiar los viajes, se propuso cartografiar las costas de Labuán y de Borneo para corregir los gruesos errores que, según había comprobado por experiencia propia, tenían los mapas disponibles.

A la vez llevaba un diario de sus actividades, en el que describía las costumbres de los pueblos que conocía, las actividades de los piratas de esos mares -con los que tuvo no pocos encontronazos- y el tráfico de esclavos que condenaba sin atenuantes. Solía reunirse con su amigo James Brooke, el primer rajá blanco de la provincia de Sarawak, que había comprado sus dominios al Sultán de Brunéi. Al crear a Sandokán inspirándose en Cuarteroni, Salgari incluiría en sus tramas a Brooke, pero no ya como amigo sino como acérrimo enemigo.

La obra de Salgari alcanzó la cumbre del éxito en las décadas de los setenta y ochenta, cuando se popularizó la serie de televisión “Sandokán”, protagonizada por el actor Kabir Bedi, quien inmortalizo la figura de del mítico aventurero
La obra de Salgari alcanzó la cumbre del éxito en las décadas de los setenta y ochenta, cuando se popularizó la serie de televisión “Sandokán”, protagonizada por el actor Kabir Bedi, quien inmortalizo la figura de del mítico aventurero

La libertad de los esclavos

En 1846, además de financiar sus propios viajes cartográficos, empezó a gastar su fortuna comprando esclavos cristianos a los piratas malayos, para lo que atracaba en puertos donde no sabía si saldría con vida. Lo hizo durante ocho años, por lo que el Mártires de Tomkin se hizo una presencia conocida en la ruta de la esclavitud malaya. Los piratas lo respetaban porque hacían buenos negocios con él.

Lo que desconocían era que Cuarteroni no revendía a esos esclavos sino que los devolvía a sus lugares de origen, sobre todo en Filipinas. Para entonces, sus relaciones con las autoridades españolas de Filipinas distaban de ser buenas. No le perdonaban haber depositado su parte del tesoro del naufragado Christian en Hong Kong en lugar de hacerlo en su jurisdicción.

Incluso estuvieron a punto de encarcelarlo cuando compró la goleta inglesa Lynx, que se había dedicado al tráfico de opio. Para que no lo llevaran preso debió quemar la nave con toda su carga antes de que fuera revisada por los filipinos.

Mientras tanto, la constante compra de esclavos para liberarlos comenzó a menguar su fortuna, que muy pronto estuvo a punto de agotarse. Sin embargo, comprometido hasta las últimas consecuencias en su cruzada abolicionista, decidió apelar a la Iglesia.

Al éxito de la serie continuó en la película “Sandokán: el regreso del tigre” de 1977 y la miniserie “El regreso de Sandokán” en 1996, todas protagonizadas por el actor original Kabir Demi
Al éxito de la serie continuó en la película “Sandokán: el regreso del tigre” de 1977 y la miniserie “El regreso de Sandokán” en 1996, todas protagonizadas por el actor original Kabir Demi

“Un ángel para los cautivos”

No hizo la jugada a medias, se ordenó monje trinitario y envió al papa Pío IX el informe que décadas después inspiraría a Salgari. El pontífice lo recibió y en 1857 lo nombró prefecto apostólico de Labuán y Borneo para que pudiera seguir adelante con la misión antiesclavista que se había impuesto y crear misiones católicas en terrenos que le cedieron el sultán de Brunéi y su amigo James Brooke.

Durante años, Cuarteroni siguió también navegando y rescatando esclavos. “Las hazañas y bondad de Cuarteroni eran conocidas por todo el rosario de islas entre China y Filipinas. Era raro el lugar donde no se hubiera oído hablar del padre y de sus barcos de la libertad. […] Se había convertido en un ángel para los cautivos cristianos, un enviado de Alá para los esclavos musulmanes, y un loco para muchos otros”, escribe la historiadora Castellanos en Cuarteroni y los piratas malayos.

Carlos Cuarteroni no abandonó su cruzada antiesclavista hasta que las fuerzas lo abandonaron y, enfermo y agotado, volvió a Cádiz, donde murió el 12 de agosto de 1880. Murió en la pobreza, pero con la certeza de haberle dado un sentido a su vida aventurera. Sus restos descansan en la Catedral de Cádiz.

Emilio Salgari, el escritor que lo convirtió en Sandokán, ese inigualable personaje de novelas de aventuras, también murió en la pobreza pero sin sentirse satisfecho por nada. Acosado por las desgracias familiares y las deudas, se suicidó en Turín el 25 de abril de 1911.

Antes de quitarse la vida dejó tres cartas. En una de ellas, dirigida a sus editores, dejó escrito: “A vosotros, que os habéis enriquecido con mi piel, manteniéndome a mí y a mi familia en una continua semi miseria o aún peor, sólo os pido que, en compensación por las ganancias que os he proporcionado, os ocupéis de los gastos de mis funerales. Os saludo rompiendo la pluma”.

Sandokán, el Tigre de la Malasia, sigue vivo hasta nuestros días y goza de muy buena salud.

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