A mediados de la década de 1940 la fotografía en los Estados Unidos se revolucionó con un invento inédito: la impresión instantánea de una foto. Este cruce entre el arte y la ciencia logró transformar un simple momento en el tiempo en un recuerdo eterno, impreso en un papel de 13 centímetros de largo y 16 de alto.
Así fue como la compañía Polaroid llegó a ser pionera en el desarrollo de dispositivos fotográficos, creando su primera cámara instantánea en 1948. Pero poco se sabe de una joven mujer que, apenas graduada de la universidad, logró perfeccionar el método de esta nueva tecnología, haciendo que cualquiera pudiera ser fotógrafo con solo apretar un botón.
Se trata de Meroë Marston Morse, quien a pocas semanas de haberse recibido con un título en historia del arte de Smith College, fue recomendada por un profesor para trabajar junto al fundador de Polaroid, Edwin Land.
Fue así como Morse entró a trabajar para la compañía en 1944. Aunque en la universidad no había tomado ningún curso en física, química, o administración de empresas, la joven lo acompañó a Land en una misión para lograr la impresión de fotos en blanco y negro, en una época donde solamente existían imágenes de sepia, recién introducidas al mercado en 1948.
Uno de los obstáculos más grandes en la creación de fotos instantáneas en blanco y negro fue la estabilización química que se requería para hacer que la foto impresa fuera permanente. Aunque en un principio esta estabilización se logró con fotos sepia, para conseguir el mismo resultado en imágenes en blanco y negro se requería una reinvención del proceso de impresión. Esto, agregado a las crisis de producción y calidad que también existían, significaron un gran desafío para la empresa.
Desde el comienzo, Morse asumió como directora de la división de fotografía en blanco y negro, convirtiéndose en el punto de lanza del proyecto inédito, contó el autor Victor McElheny en su libro “Insistiendo en lo imposible: La vida de Edwin Land”. Al principio, aparecieron varios defectos. Las fotos solían borrarse al cabo de unos pocos meses, el papel se volvía amarillento a corto plazo y en las impresiones a veces aparecían huellas digitales. Morse lideró su equipo y juntos pasaron varias noches de ensayo y error en el laboratorio de Polaroid para lograr una impresión perfecta.
El temperamento insistente de Land tampoco era un gran secreto. Apasionado y demandante, el fundador de Polaroid impulsaba un ambiente laboral intenso de eficiencia y calidad. Mientras que Morse fue asumiendo cada vez más responsabilidades, era vista como una gran intermediaria entre Land y los distintos sectores de la empresa. En su libro, McElheny describe a Morse como una mujer inteligente y llena de energía, con la capacidad única de enfrentarse proactivamente ante el temperamento hiperactivo de Land y actuar como un agente de diplomacia en momentos de gran tensión.
Una vez atravesada la crisis y el método perfeccionado a mediados de la década de 1950, la demanda de rollos en blanco y negro tuvo un efecto boom en los mercados a nivel mundial. A medida que Polaroid sacaba nuevos modelos de mejor calidad, su clientela se ampliaba. El modelo de 1965 incluía un fotómetro que mostraba la palabra “sí” cuando las condiciones de luz eran óptimas para la capturar la imagen. El modelo que salió dos años más tarde sacaba fotos más grandes, produciéndolas en sólo 30 segundos.
El fin de la vida de Morse
Aunque la década del ‘60 marcó un éxito tras éxito para Polaroid en el desarrollo de cámaras instantáneas, fue durante este periodo que Morse fue diagnosticada con cáncer. Fue una época en la que a Morse era reconocida habitualmente por sus contribuciones científicas.
En 1968, Morse viajó a Massachusetts donde su alma mater, Smith College, le entregó una medalla por sus logros. En esa ocasión, el presidente de la universidad destacó que las fotos en blanco y negro componían la mitad de los negocios de Polaroid.
Un año después, en mayo de 1969, la Sociedad Americana de Científicos Fotográficos e Ingenieros nombró a Morse como becaria de la organización, convirtiéndola en la primera mujer en recibir este honor.
Antes de su muerte, Morse consiguió 18 patentes bajo su nombre. Trabajó en la compañía hasta los últimos días de su vida. Falleció el 29 de julio de 1969 a los 45 años. Hasta el día de hoy, Morse es reconocida en el mundo fotográfico como una revolucionaria en la impresión de fotos en blanco y negro.