Tal como les habían anticipado en el llamado al 911 los policías encontraron un cuerpo flotando bocarriba en el lago del Central Park, en la isla de Manhattan. Enseguida notaron que ese sujeto no se había ahogado. No era una muerte accidental ni un robo que había terminado mal. El cuerpo estaba casi decapitado, tenía la cara destrozada y sus intestinos navegaban fuera del abdomen de la víctima. Era un asesinato pavoroso en el corazón verde de la ciudad de Nueva York.
Esa madrugada primaveral del 23 de mayo de 1997 el termómetro marcaba unos 11 grados, pero los policías sintieron que el frío les corría por la espalda. ¿Qué había pasado en ese sitio? El muerto había sido, hasta unas pocas horas antes, Michael McMorrow (44), un agente inmobiliario aspirante a músico. Ahora, no era más que unos restos humanos mutilados que viajaban en un furgón policial hacia una mesa de autopsias.
Esto fue lo que pasó hace 27 años.
Accidente y adopción
Al poco tiempo de nacer Daphne, en 1982, la desgracia cayó sobre su familia biológica: sus padres murieron en un accidente de tránsito. Como nadie podía hacerse cargo de la bebé fue puesta en adopción.
Un golpe de suerte hizo que un matrimonio mayor, sin hijos pero con muchísimo dinero, quisieran adoptarla. Catherine (42) y Angelo Abdela (41) vieron en esa beba de cara redonda y ojos chispeantes a la hija que los convertiría en una familia de tres.
Catherine era francesa y bellísima, de hecho de joven había sido modelo en Francia. Angelo era por su parte un próspero empresario nacido en Israel y que había trabajado en el mundo entero. Graduado en Economía, tenía un MBA en Finanzas y Marketing en la INSEAD (la escuela francesa de negocios). Antes de instalarse para siempre en los Estados Unidos con su mujer, trabajó en Bélgica, Sudáfrica, Israel, Kenya y Turquía. En Norteamérica terminó siendo vicepresidente de Strategic and Capital Investments desde 1968 hasta 1998. Luego estuvo dos años trabajando en el Citigroup.
Desde el principio, el matrimonio se aseguró de que su hija tuviera todo lo necesario y más. Cuando llegó el momento de la primaria la matricularon en uno de los mejores colegios privados el Columbia Grammar y vivían en un exclusivo departamento del emblemático edificio The Majestic, ubicado en el número 115 de Central Park West, justo enfrente del famoso parque. Una joya arquitectónica que cuenta con seguridad, conserjes, porteros y vistas impresionantes. Viajaban a países exóticos en sus vacaciones y todo parecía marchar maravillosamente para esta familia. Pero a medida que Daphne creció las cosas se complicaron. En octavo grado las autoridades del colegio le pidieron a sus padres que la sacaran de allí. El problema era su permanente rebeldía. Había llegado la adolescencia y el carácter de Daphne había cambiado de manera drástica. Se volcó a las drogas y al alcohol. Comenzó el secundario en el colegio Loyola, otro establecimiento privado exclusivo del que también habría sido expulsada. Sus padres preocupados pagaron una carísima rehabilitación en un centro especializado al que llegó a ir un par de veces antes de que su vida diera el vuelco definitivo.
Una de las amigas de la joven contó que Daphne en esa época no se llevaba nada bien con sus padres: “Siempre estaba buscando atención extra… Creo que no se sentía querida por ellos. Sus padres la querían, pero ella arruinaba siempre todo”. Otro compañero suyo llamado Larry relató que la adolescente andaba permanentemente con una botella de alcohol entre sus manos y que “se podía pelear con cualquiera que anduviera por la calle y, luego, esperaba que todos sus amigos la apoyaran”.
Su comportamiento se salía de los patrones de la normalidad. Era una chica beligerante, arrogante y que no toleraba los noes.
Dos camino al infierno
Daphne no apreciaba nada de lo que sus padres hacían por ella. Se negaba a cumplir con horarios y reglas. Se volvió cada vez más hostil y amenazante. No trascendieron los detalles, pero las cosas escalaron hasta el punto de que su padre, durante algún tiempo, tuvo que solicitar -por seguridad- una restricción perimetral para impedir que su hija se les acercara.
Cuando cumplió 15 años Daphne comenzó a salir con Christopher Vasquez. Se conocieron patinando en el Central Park. Enseguida conformaron una extraña pareja.
Christopher era un chico de clase media, de apariencia tranquila, educado, puntual, estudioso y que se vestía con mucha prolijidad. Era sumamente religioso, solía oficiar de monaguillo, y formaba parte de los boy scout. Vivía en la calle 97, en East Harlem, pegado a una iglesia y, a pesar de que sus padres estaban separados, tenía una familia contenedora. Vivía con su madre quien hacía el enorme esfuerzo de pagar un buen colegio privado para él. Christopher era quien se ocupaba de encontrarle hogares a los perros callejeros y quien ayudaba a su abuela con las compras. Pero en el colegio, su carácter introvertido y su físico esmirriado provocaban las burlas de sus compañeros.
Todo cambió para mal cuando la enloquecida Daphne entró en su vida. Y juntos descendieron al infierno.
Daphne era todo lo contrario a él: malcriada en exceso, sumamente mal hablada para su posición social, utilizaba drogas, tomaba alcohol en exceso y se vestía de una manera andrajosa que llamaba la atención. Era la rebeldía y el odio juntos. Para peor acababa de ser expulsada, por cuestiones de conducta, de la prestigiosa academia jesuita Loyola.
Por distintas razones coincidían en un punto crucial: ninguno de los dos tenía amigos. Se volvieron inseparables.
Comenzaron a vagabundear por el Central Park todas las noches y a beber sin límites. Presenciaron y protagonizaron muchas peleas y escenas violentas durante esas madrugadas regadas con alcohol en medio de la oscuridad.
La noche elegida
Bien entrada la tarde del jueves 22 de mayo de 1997 Daphne y Christopher salieron y se internaron en el Central Park. Ella estaba especialmente belicosa. Tomó más de la cuenta y se peleó con varios jóvenes. En un momento de furia le gritó a uno de ellos: “Voy a matar a alguien esta noche”. Nadie le creyó. Parecía una bravuconada más de esa adolescente perturbada.
Christopher y Daphne se toparon un rato después con el agente inmobiliario Michael McMorrow quien descansaba sentado en un banco del parque. Michael también bebía demasiado y solía ir al parque para ello. En algún momento los tres entablaron conversación. Eran dos adolescentes de 15 años, con caras infantiles, cargados de cervezas y licor de Malta. No fue difícil que lo convencieran de caminar hacia la orilla del lago, donde estaba la cabaña.
Una vez en el lugar, Daphne le propuso a Christopher sacarse la ropa y nadar desnudos en el lago. Lo hicieron y al salir temblaba tanto de frío que Michael la habría abrazado para darle calor. Esto sería lo que provocó los celos de Christopher (según los cuentos posteriores de Daphne). El adolescente sacó la navaja y comenzó la carnicería.
Le propinaron 38 puñaladas en la cara, en el cuello, en el pecho y en el estómago. Seis de las cuchilladas fueron tan profundas que llegaron hasta el corazón. Una y otra vez siguieron hundiendo el puñal hasta que Daphne le dijo a Christopher: “Degollalo, de oreja a oreja”.
Así lo hizo. Lo dejó casi decapitado. Luego mutilaron sus orejas, la nariz y su mano derecha antes de proceder a destriparlo, también por orden de ella.
Luego tiraron sus restos al agua y arriba arrojaron algunas piedras.
“Es gordo. Se hundirá”, auguró Daphne con frialdad cuando terminaron.
Les había llevado media hora cometer esa salvajada.
Volvieron caminando hasta donde vivía Daphne. En el camino dejaron un reguero de sangre. Estaban ensopados, no podían subir así al departamento de los Abdela. Fueron directo al sector del lavadero, situado en la planta baja, a un costado del lobby de entrada al edificio. Entraron allí para bañarse y borrar los rastros rojos en sus cuerpos.
Debido a la pertenencia social de Daphne es que la información del caso correría siempre con cuentagotas, así como las fotos de su influyente familia. Hay muy pocas y ninguna de su madre o de los tres Abdela juntos.
Baño de sangre en un edificio emblemático
Daphne era una adolescente provocadora. Se creía impune, ella podía hacer lo que le diera la gana. Ya tenía acorralados a sus padres y quería hacerse notar. Esa noche, al rato de llegar al edificio y luego de bañarse, llamó al 911 para alertar a la policía. Les dijo que había un cadáver en el lago del Central Park.
Los agentes rastrearon desde dónde se había efectuado la llamada y llegaron, muy sorprendidos, a un elegante edificio del West Side: El Majestic. Era, más o menos, la una de la mañana del 23 de mayo de 1997.
Es curioso, pero un rato antes, desde ese mismo edificio, un matrimonio había realizado una denuncia por la desaparición de su hija menor de edad. Los padres de Daphne habían llamado a la policía para decir que no podían encontrar a su hija y que estaban muy preocupados.
Todo parecía concentrarse en El Majestic esa noche.
Cuando la policía llegó al departamento de los Abdela por la denuncia de la desaparición, efectivamente la adolescente no estaba. Angelo les dijo que ella se había ido y no había regresado. Pero mientras pensaban por dónde empezar a buscar fue el portero del edificio quien les avisó que la joven sí había regresado. Él la había visto entrar con su amigo a un sector de la planta baja donde está el área de servicios y lavaderos.
Siguiendo sus indicaciones Angelo y los policías fueron hacía allí y abrieron la puerta de los lavaderos y del baño… Encontraron a los dos adolescentes desnudos, bañándose. Había un poco de sangre en el suelo y ante la pregunta de los policías sobre lo que había pasado, dijeron que se habían lastimado patinando. Christopher tenía una obvia herida en la frente.
Convengamos que la policía y Ángelo no sabían todavía de que había existido un crimen en el parque. Daphne le gritó furiosa a su padre: “¿Por qué llamaste a la policía? Odio a los cerdos… Váyanse, cierren la puerta”.
La situación era incómoda así que Angelo Abdela le dijo a la policía que ya la habían encontrado, que todo estaba bien y que él haría subir a los adolescentes al departamento, en cuando salieran del baño.
Se retiraron, pero en el camino de regreso a la comisaría el agente Lee Furman escuchó un reporte policial en el que decían que habían recibido un llamado que denunciaba la existencia de un cadáver en el Central Park. La llamada, explicaron, provenía del edificio The Majestic. Demasiadas coincidencias. Furman decidió volver sobre sus pasos.
Resultó ser que la mismísima Daphne era quien había llamado a emergencias y les había advertido: “Hay un cuerpo en el lago”. Ella misma le confesó a Furman que ahora se animaba a hablar porque Christopher se había marchado a su casa. Se defendió diciendo que ella le temía. Relató, sin quebrarse, que habían ido a caminar al lago y que en un momento Christopher se había vuelto loco y había asesinado a un hombre. Incluso aseguró que ella había intentado reanimarlo haciéndole resucitación cardiopulmonar. Angelo, su padre, caminaba nervioso mientras ella hablaba, no podía creer lo que estaba escuchando.
Una frase escalofriante
Cerca de las dos y media de la madrugada la policía encontró efectivamente un cadáver en el lago. Se dispusieron a trabajar en la escena y en cuanto hubo un poco de luz vieron las huellas de sangre en el camino y un gran charco rojo cerca del lago. Los terribles detalles del crimen también estaban a simple vista. Al sacar el cuerpo del lago la mano derecha de la víctima colgaba casi completamente seccionada. Los expertos hablaron de “overkill”, esa palabra en inglés indica un exceso de rabia al momento de cometer un crimen. No parecía algo al azar. No era un robo seguido de muerte. Era mucho más que eso.
A las 8 de la mañana la escena estaba precintada y llena de detectives. La víctima no tenía sus documentos encima, pero sí unos papeles donde figuraba un nombre: Michael McMorrow. Enseguida averiguaron que este hombre de 44 años, vivía en Manhattan con su madre y trabajaba en una inmobiliaria.
Cuando les avisaron del hallazgo a los policías que estaban en el departamento de Abdela, en el Majestic, todo cambió y la charla se volvió espesa. Daphne siguió hablando y arrojando toda la culpa de lo ocurrido a Christopher. Dijo que él había matado a Michael por celos cuando el hombre la quiso besar y le pasó un brazo sobre los hombros. También sostuvo que habían tenido un “viaje alucinógeno con LSD” y terminó por admitir haberle aconsejado a Christopher que le sacara las tripas a Michael para que su cuerpo se hundiera más fácilmente en el lago.
Los detectives de homicidios encontraron inquietante que una adolescente hablara tan tranquila de destripar a alguien.
Esa misma mañana arrestaron a Christopher en su casa. El adolescente tenía heridas en sus manos y en la frente. Declaró todo lo contrario a Daphne: dijo que quien había asesinado a Michael era ella.
Al mediodía, arrestaron también a Daphne: su comentario sobre su consejo de sacar del cuerpo las vísceras de la víctima sonaba incriminatorio.
Pero enseguida los adolescentes tuvieron buenos abogados y ya no hablarían libremente de los hechos porque arrancarían las estrategias legales de cada uno.
Los padres de Daphne se recluyeron, huyeron de la prensa y no escatimaron recursos: contrataron a uno de los abogados más importantes de los Estados Unidos para defender a su hija. A pesar de lo que habían atravesado con ella y usaron el poder de su dinero y sus influencias para contratar al prestigioso Benjamin Brafman. En lo más íntimo, ¿pensarían esos padres que podrían haber sido las víctimas de Daphne?
Por su parte, la familia de Christopher, contrató a un ex asistente de fiscal también bastante reconocido: Arnold Kriss.
La billetera y el cuchillo
Daphne y Christopher se declararon inocentes. Tenían seis días para acusarlos o liberarlos. Los detectives corrieron contrarreloj: hicieron decenas de entrevistas y buscaron pruebas.
En el cuarto de Daphne encontraron, en un cajón, la billetera de Michael McMorrow. Tenía sus documentos y dinero. Eso ponía a Daphne en el lugar del crimen con Christopher. Lo había presenciado, pero ¿también había empuñado el cuchillo? Frente a la ley no era lo mismo y su abogado sacaría provecho de ello.
En la casa de Christopher, en su habitación, encontraron un cuchillo con sangre tanto en la hoja como en la empuñadura. También hallaron la ropa manchada que había usado la noche del asesinato.
Las pruebas de ADN demostraron que la sangre en la navaja era de dos personas: la de Michael y la de Christopher. Tenían el arma homicida.
La autopsia de Michael demostró que en su cuerpo había tres veces el límite de alcohol permitido en sangre. Había sido desfigurado, tenía moretones en las piernas, había sido apuñalado decenas de veces. Diez de las cuchilladas estaban del mismo lado del pecho, prolijamente una al lado de la otra. Eso indicaba que la víctima estaba quieta, indefensa, en ese momento. Michael era un sujeto grandote y alto, ¿cómo habían podido con él estos dos adolescentes? Quizá su intoxicación con alcohol podría haberle jugado en contra. O la acción de esos jóvenes había sido totalmente sorpresiva y lo habían volteado sobre el piso dejándolo vulnerable para su ataque.
En todo caso, ya tenían suficientes indicios para acusarlos de homicidio.
La prensa empezó a cuestionar también a Michael McMorrow. ¿Qué hacía un irlandés adulto tomando cerveza con menores en el parque? ¿Era un pervertido? La familia McMorrow sufrió con la imagen equivocada que pretendían generar de Michael. Lo cierto es que no pudieron ensuciarlo con nada. En junio, los dos adolescentes, fueron imputados por el crimen.
¿Testigo inocente o cruel ejecutora?
Tenían a Christopher por sus huellas en el cuchillo, pero Daphne podría haber sido solo una testigo. Eso no la convertía en asesina. Aunque todos apostaban a que tenía un papel mucho más importante en el homicidio, debían probarlo.
La citaron en la oficina del fiscal a donde concurrió con su abogado. Ella volvió a contar que esa noche habían estado patinando y conversando con un grupo entre los que estaba Michael. Luego dijo que había llegado un policía en moto que los obligó a dispersarse. Como ellos tenían cerveza le ofrecieron a Michael que fuera con ellos hasta la cabaña de madera ubicada al lado del lago. Siguieron bebiendo y después pasó lo de nadar desnudos y el enojo de su novio enajenado por los celos. Ella, insistió, era solo una testigo. Los policías se mostraron comprensivos y le pidieron a su abogado poder hablar con ella un par de veces más. El abogado confió que los agentes se habían tragado el papel de Daphne y estuvo de acuerdo. A una de esas entrevistas Daphne concurrió con un abogado más joven que trabajaba en el estudio que ejercía su defensa. El policía Rob Mooney había logrado tener una buena relación con ella y en esta nueva charla le mostró una foto del cuerpo de Michael donde se veían los moretones en la parte de atrás de sus piernas. Le preguntó a Daphne qué creía que podía ser. Ella confiada en que con su inteligencia podía manejar la investigación respondió: “Pensé que podía lastimar a mi amigo así que lo pateé y se cayó y Chris lo volvió a apuñalar”.
Esas patadas confesadas alcanzaron para demostrar que no era una testigo, estaba involucrada. No solo había observado, había participado de la agresión.
Luego de estos dichos no le quedó otra opción que llegar a un trato: se declaró culpable de homicidio involuntario. Aceptó que había intentado causar serio daño a Michael, pero aseguró que no había pretendido que muriera. En el mismo acuerdo se estableció que no testificaría en contra de Christopher Vasquez.
Era marzo de 1998 y Daphne ya tenía 16 años.
Al terminar el juicio en su contra Daphne pidió perdón y dijo que deseaba poder volver el tiempo atrás: “Yo estuve mal por estar en el parque esa noche. Estuve mal por beber a mi edad y estuve mal por las acciones que tomé. Me gustaría, de ser posible, volver el tiempo atrás, estoy luchando con las circunstancias lo mejor que puedo”. Fue condenada a una pena de entre 3 y 10 años de prisión por homicidio involuntario.
La había sacado baratísima. No caben dudas que los dos acusados tenían edad más que suficiente para saber que lo que habían hecho era inhumano.
Christopher Vasquez fue juzgado en noviembre de 1998 y obtuvo el mismo veredicto por homicidio involuntario y la misma sentencia. Esto ocurrió porque los jurados deliberaron dos días y no pudieron decidir cuál de los dos fue el que había apuñalado realmente a Michael.
Charles McMorrow, hermano de la víctima, después de escuchar la sentencia, reveló estar enojado con que hubiese sido considerado un homicidio culposo. La sentencia para él no tenía proporción con lo ocurrido: “Tenía 38 heridas… ¿cómo te salvás tan fácil de la pena de asesinato? El jurado no tuvo las agallas de tomar una decisión dura. Tomaron el camino fácil”. Para él no había dudas de que había sido un homicidio doloso y, hasta el día de hoy, no puede creer que la vida de su hermano valiera seis años de cárcel. “No siento que se haya hecho justicia. Sé que es la ley y que ellos eran chicos menores. Eso es lo que pasó, pero no siento que sea justo”. Michael era un hombre querido, lleno de amigos y nunca había tenido un problema con nadie. Solamente había estado en el lugar equivocado, en el momento equivocado.
Por su lado, la madre de Christopher estaba segura de que su hijo había actuado bajo la influencia de esa joven diabólica con cara de ángel. Incluso uno de los miembros del jurado, tiempo después, admitió que hubo muchos jurados que creyeron que Daphne Abdela era la que realmente había pergeñado todo y la que había dado las indicaciones a Christopher.
La breve cárcel en la que no están
Mientras Daphne estuvo presa, en septiembre de 2002, su madre Catherine murió debido a un infarto masivo. Tenía 60 años. No vivió lo suficiente para ver a su hija en libertad. El mismo año en que murió Catherine, Daphne tuvo una audiencia para obtener su libertad bajo palabra y le dijo a los agentes de libertad condicional que le gustaría trabajar con niños. Un deseo que ningún padre querría ver concretado. Se la negaron. Siguió presa.
James Flateau, vocero del correccional, reveló que la joven en prisión había sido parte de un programa de entrenamiento industrial y que ganaba 32 centavos por hora trabajando en el área de soldaduras y metales.
Cuando finalmente, en enero de 2004, la dejaron en libertad bajo palabra, Daphne había pasado tras las rejas solo seis años. Su cómplice también fue liberado al mismo tiempo. Ambos tenían la orden terminante de no volverse a contactar.
La joven de 22 años se instaló a vivir con su padre en aquel departamento en el que había sido detenida. Dos días después de recobrar su libertad volvió, como hacen muchos asesinos, al lugar del crimen. Sorteó la nieve y el frío para dejar una nota donde está la placa en honor a Michael McMorrow. Obviamente ella sabía que llamaría la atención de todos. Escribió en el papel: “Descansa en paz. Traté de salvarte. Lamento haberte fallado. Lamento el dolor que te causé a vos y a tu familia”. Los medios se hicieron eco y le brindaron la atención buscada. Para los vecinos era una noticia un poco perturbadora que Daphne anduviera por ahí nuevamente.
Pero volvió a tener problemas con la ley y el 13 de octubre de 2004 fue arrestada nuevamente. Según contó el medio The New York Post, el motivo fueron sus amenazas telefónicas a una ex compañera de celda: “Si salís de tu casa te voy a matar”. La amenazada se lo tomó muy en serio y la denunció. No está del todo claro si fue luego de esta o después de una nueva agresión y violación a su libertad condicional, que ella volvió a prisión hasta completar su sentencia de 9 años.
Angelo, mientras tanto, empezó a trabajar por su cuenta. Dinero no es lo que faltaba en esa casa.
En la actualidad no hay información sobre él y tampoco se sabe si tiene alguna relación con su hija. ¿Dónde vive Daphne? No se sabe. La última noticia es de 2009. El 29 de abril de ese año tuvo un accidente de auto en Harlem y unos meses después se presentó a la justicia para reclamar por los daños sufridos. Los acusados, Karen Coniglio y Thomas Scapoli, tampoco hablaron cuando supieron quién era la mujer que los demandaba. Después de este incidente Daphne se mantuvo fuera del radar de los medios con éxito. Ya debe haber cumplido 42 años.
Christopher Vasquez salió en libertad condicional al cumplir los seis años de cárcel en 2004, pero poco se supo de él. Según el diario The New York Times, Vasquez padece agorafobia y serios desórdenes de ansiedad. Continúa siendo tratado con el antidepresivo Zoloft y con Lorazepam. Un amigo cercano que habló cuando le preguntaron sobre él dijo que es una persona depresiva, con bajísima autoestima. Hay quienes aseguran que se casó y tiene un hijo, pero son rumores no confirmados. Lo cierto es que, desde entonces, no ha vuelto a delinquir.
La nueva docuserie de Netflix, en el episodio dos de la saga de true crime titulada Homicidios: Nueva York, acaba de revivir, entre otros cuatro crímenes conmocionantes, este caso.
Donde sea que estén viviendo, ambos circulan en libertad total desde hace muchos años. Son adultos jóvenes, casi tienen la edad de aquel a quien le quitaron la vida. No hubo dudas de que fueron sus carniceros asesinos amparados en la oscuridad del Central Park, pero el misterio todavía sobrevuela el antiguo caso: ¿por qué?, ¿qué los llevó a cometer un homicidio tan bestial? ¿diversión siniestra? ¿locura desatada? ¿rabia? Nadie lo sabe. Quizá ellos tampoco.