Tres años y cinco meses antes de su muerte y apenas un mes antes de recibir el Premio Nobel de la Paz, Martin Luther King recibió en su casa un paquete que contenía una cinta grabada y una carta anónima. La nota, redactada a máquina, se conoce hoy como “La carta del suicidio” porque es extorsiva, violenta e insultante; porque en la cinta que la acompañaba estaban registrados y editados, numerosos y supuestos encuentros sexuales del líder de los derechos civiles, y porque el texto del anónimo, que oscila en el tratamiento entre el usted y el tú, califica a King como “repugnante animal antinatural; sucio animal anormal”, lo amenaza y le sugiere: “King, ya terminaste. Sólo hay una salida para ti. Será mejor que la tomes antes de que tu yo, sucio y anormalmente fraudulento, quede desnudo ante la nación”. Esta frase era, o bien una invitación extorsiva al suicidio o, al menos, a que King abandonara el liderazgo del movimiento por los derechos civiles.
El anónimo, la cinta grabada a través de micrófonos implantados en las habitaciones de Luther King y el lenguaje ominoso, siniestro y furioso del anónimo llevaban el sello del FBI y, en especial, de su director, J. Edgar G. Hoover, que el Posteriores investigaciones, que vieron la luz años después, señalaron, si no a Hoover de manera directa, a su mano derecha en la época, el entonces Jefe de Inteligencia Nacional, William C. Sullivan, como a los responsables de la operación contra King, que contestó el anónimo con una frase: “Al odio, lo combatiremos con el amor”. Tres años y cinco meses después, el 4 de abril de 1968, fue asesinado de un balazo en el balcón del hotel Lorraine, de Memphis, Tennessee.
El paquete con la cinta y el anónimo llegó a casa de Luther King el 21 de noviembre de 1964; lo abrió la esposa de King, Coretta, quien luego diría que “contenía sólo tonterías”. Había pasado sólo un año y dos meses desde que King había saltado al mundo, y había dejado al descubierto el gran drama de los negros estadounidenses con su gigantesca “Marcha sobre Washington” y su inolvidable discurso “Yo tengo un sueño” (“Yo tengo un sueño; sueño que mis cuatro hijos vivan un día en una nación donde no sean juzgados por el color de su piel, sino por su carácter. (…) Sueño que un día en Alabama las niñas y los niños negros puedan tomarse de la mano con las niñas y los niños blancos como hermanas y hermanos”). Y restaba apenas un mes para que King recibiera el 11 de diciembre, en Oslo, el Nobel de la Paz: tenía treinta y cinco años y era el Nobel más joven de la historia.
Hoover tenía a King en su mira desde 1957, cuando se erigió en líder de la Conferencia de Líderes Cristianos del Sur (SCLC por su sigla en inglés). Eran los años durísimos de la guerra fría, del despertar atómico de la URSS, de la invasión soviética a Hungría para aplacar a sangre y fuego un intento reformista; eran los años del espionaje, la propaganda y la sospecha, y el FBI veía posible una conexión del SCLC y de su líder, King, de veintisiete años, con el comunismo. El FBI empezó por investigar al principal estratega de la resistencia pasiva y la desobediencia civil de los negros, que organizaban entonces boicots, sentadas y marchas de protesta. El activista era Bayard Rustin, quien sería años después el organizador de la Marcha sobre Washington y era un hombre que reunía las cualidades que Hoover podía considerar como las de su enemigo público número uno: era socialista, pacifista y homosexual.; además, tenía antecedentes penales por resistirse a cumplir el servicio militar.
Otro de los líderes de la SCLC que fue investigado por el FBI fue Stanley Levison, que había conocido a King a través de Rustin. Levison, un neoyorquino blanco, de gruesos anteojos con marco negro, se convirtió enseguida en el hombre de confianza de King; escribía sus discursos, llevaba sus cuentas y había sido el alma del primero de los grandes mensajes de King, pronunciado en mayo de 1957 en las escalinatas del monumento a Abraham Lincoln, en Washington. Levison no era un desconocido para el FBI: desde inicios de los años 50, la oficina de Hoover lo investigaba porque sospechaba que había sido un hombre clave en llevar adelante las finanzas del Partido Comunista americano, clandestino desde 1952.
En los años 60, con la llegada de John Kennedy a la presidencia y de su hermano Robert como procurador general, equivalente a ministro de Justicia, el movimiento de derechos civiles tuvo un aliado en la Casa Blanca. Un aliado crítico, cauteloso, prudente, pero aliado al fin. Hoover, que sentía animadversión por los Kennedy, en especial por Robert, que era su jefe, había acercado a la Casa Blanca sus sospechas de una infiltración comunista en el movimiento liderado por King. En el fondo, anidaban viejos rencores mutuos. King había declarado que los agentes del FBI encargados de investigar las violaciones a los derechos de los negros en Albany, Georgia, no lo hacían porque eran todos sureños. King lo negó, pero el New York Times citó en 1962 una de sus declaraciones: “Uno de los grandes problemas que enfrentamos con el FBI en el sur es que los agentes son sureños blancos que han sido influenciados por las costumbres de la comunidad”. Lo que era lo mismo que King había negado haber dicho, sólo que con palabras más cuidadas. Por su parte, asediado por Robert Kennedy, Hoover se había resignado a contratar a los primeros agentes negros del FBI.
La Marcha sobre Washington alteró los nervios de Hoover y de su segundo, Sullivan. El director del FBI envió decenas de informes al presidente Kennedy sobre la influencia comunista en el movimiento de derechos civiles. “Hoy -decía uno de esos informes- los diecinueve millones de negros de Estados Unidos constituyen el mayor y más importante objetivo racial del Partido Comunista estadounidense”. Los Kennedy advirtieron a King sobre los informes y las intenciones de Hoover. Le aconsejaron ser más discreto y cuidadoso con Levison, señalado como el comunista que dominaba al movimiento y a su líder. King tornó a ser un poco más prudente, pero mantuvo a Levison a su lado. Respondió a las sospechas con una parábola de humor, dijo: “Hay tantos comunistas en mi movimiento como esquimales en Florida”.
Su discurso de agosto de 1963, “Yo tengo un sueño”, provocó conmoción en el FBI. Hoover, que no había podido aportar ninguna prueba que sostuviera sus sospechas, decidió intensificar su vigilancia sobre King y su movimiento. Su mano derecha, Sullivan, escribió: “A la luz del poderoso discurso demagógico de King (…) debemos señalarlo ahora, si no lo hemos hecho antes, como el negro más peligroso para el futuro en esta nación desde la perspectiva del comunismo, los negros y la seguridad nacional”.
Ni bien terminó la marcha y cuando todavía resonaban los ecos del vigoroso discurso de Luther King, Kennedy lo había recibido en la Casa Blanca junto a una delegación de la SCLC. El presidente lo había felicitado y había querido saber: “¿De dónde sacó las ideas que expuso hoy, reverendo?” “De las suyas, señor presidente” contestó King. Sin embargo, dos meses después, Robert Kennedy, ante la insistencia de Hoover, autorizó por partida doble, el 10 y el 21 de octubre, una “vigilancia electrónica ilimitada” de King y de la sede central de la SCLC en Atlanta, al amparo del COINTELPRO (Programa de Contrainteligencia) diseñado por el propio Hoover y la división a cargo de Sullivan.
En su fantástica historia sobre el FBI, el escritor e historiador Tim Weiner revela: “Los micrófonos ocultos consiguieron resultados inmediatos. Cuando King viajaba (…) el FBI instalaba micrófonos ocultos en sus habitaciones de hotel. La Oficina le puso a King un total de ocho escuchas telefónicas y dieciséis micrófonos ocultos. Las transcripciones permanecen selladas por orden judicial hasta 2027, pero la esencia de su contenido es un secreto a voces. Las escuchas telefónicas registraron en gran medida a King pensando en voz alta, planificando el movimiento por los derechos civiles, sopesando tácticas y estrategias. Los micrófonos ocultos en los hoteles recogieron en ocasiones los ruidos de fiestas nocturnas que al terminar daban paso a los inequívocos sonidos del sexo”.
Esas fueron las grabaciones, junto al anónimo, que llegaron a la casa de King en noviembre de 1964, cuando hacía un año que Kennedy había sido asesinado en Dallas y en la Casa Blanca gobernaba Lyndon Johnson, un texano puro que mantuvo excelentes relaciones con Hoover. Según Weiner, Sullivan, jefe de Inteligencia Nacional del FBI, “tenía un paquete de cintas sexuales de King preparado por los técnicos de laboratorio del FBI” y lo envió junto con la carta, sin firma, a la casa de King.
Anónimo y FBI están ligados porque el académico James L. Swanson dijo que encontró el texto en un sobre, sujeto a la página del libro que Hoover escribió en 1938 “Persons in Hiding – Personas ocultas” y que Swanson dijo había comprado en una librería de viejo. Swanson, que es autor de “Chasing King’s Killer: The Hunt for Martin Luther King, Jr.’s Assassin - Persiguiendo al asesino de King: La caza del asesino de Martin Luther King, Jr.”, también dijo que el libro que compró debió haber pertenecido a Sullivan porque en él hay una dedicatoria: “Para William Sullivan, mis mejores deseos. J. Edgar Hoover”.
En su momento, la carta anónima del FBI enviada a King se publicó sin los párrafos o las palabras más duras. Pero hace diez años, la académica e historiadora Beverly Gage, encontró una copia del anónimo sin editar en el Archivo Nacional de Estados Unidos (NARA. National Archives and Records Administration), cuando investigaba para escribir un libro sobre Hoover. El New York Times la publicó íntegra en 2014. El texto oscila entre el trato formal y el coloquial y, en el segundo párrafo, su autor intenta hacerse pasar por un negro enojado con la conducta de su líder. El diario sólo eliminó del anónimo un nombre, porque no pudo verificar ni refutar las afirmaciones que se hacían sobre esa persona. El texto es el que sigue:
“King, en vista de su comportamiento personal anormal y de bajo grado, no dignificaré su nombre ni con un Sr. ni con un Reverendo ni con un Dr. Y su apellido solo recuerda el tipo de Rey como el Rey Enrique VIII y sus innumerables actos de adulterio y conducta inmoral inferiores a los de una bestia.
King, mira dentro de tu corazón. Usted sabe que es un completo fraude y una gran responsabilidad para todos nosotros, los negros. Los blancos en este país tienen suficientes fraudes propios, pero estoy seguro de que no tienen ninguno en este momento que se acerque a usted. Usted no es un clérigo y lo sabe. Repito que eres un fraude colosal y, además, malvado y vicioso. No podrías creer en Dios y actuar como lo haces. Es evidente que no cree en ningún principio moral personal.
King, como todos los fraudes, tu fin se acerca. Podrías haber sido nuestro mayor líder. Usted, incluso a una edad temprana, resultó no ser un líder sino un imbécil moral, disoluto y anormal. Ahora tendremos que depender de nuestros líderes más antiguos como (Roy) Wilkins, un hombre de carácter y gracias a Dios tenemos otros como él. Pero ya terminaste. Tus títulos ‘honoríficos’, tu Premio Nobel (qué farsa más sombría) y otros premios no te salvarán. King, repito que ya terminaste.
Nadie puede superar los hechos, ni siquiera un fraude como tú. Presta tu oído sexualmente psicótico al recinto. Te encontrarás a ti mismo y a toda tu suciedad, inmundicia, maldad y charla estúpida expuesta en el registro para todos los tiempos. Repito: nadie puede argumentar con éxito contra los hechos. Has terminado. Encontrarás en el registro de todos los tiempos a tus compañeros inmundos, sucios y malvados, hombres y mujeres, expresando contigo tus horribles anormalidades. Y algunos de ellos pretender ser ministros del Evangelio. Satanás no pudo hacer más. Qué increíble maldad. Está todo ahí registrado, tus orgías sexuales. Escúchate a ti mismo, animal inmundo y anormal. Estás en el registro. Usted ha quedado registrado: todos sus actos adúlteros, sus orgías sexuales se remontan al pasado. Esta es sólo una pequeña muestra. Lo entenderás. Sí, desde tus diversos compañeros de juegos malvados en la costa este hasta [tachado en el original] y otros en la costa oeste y fuera del país, estás registrado. King, ya terminaste.
El público estadounidense, las organizaciones eclesiásticas que han estado ayudando (protestantes, católicos y judíos) te reconocerán por lo que eres: una bestia malvada y anormal. También lo harán otros que lo han respaldado. Estás listo.
King, sólo te queda una cosa por hacer. Sabes lo que es. Tienes sólo 34 días para hacerlo (este número exacto ha sido seleccionado por una razón específica, tiene un significado práctico definido. Ya terminaste. Sólo hay una salida para ti. Será mejor que la tomes antes de que tu yo sucio y anormalmente fraudulento quede desnudo ante la nación”.
La vigilancia electrónica sobre Martin Luther King no logró demostrar ninguna vinculación con el comunismo. El anónimo del FBI tampoco es una prueba de que Hoover y su gente conspirara para asesinar a King. En 1971 la sociedad amistosa entre Hoover y Sullivan se rompió entre hondas y amargas diferencias: Hoover obligó a Sullivan a retirarse. Despechado, el antiguo amigo del director del FBI dijo dos años después a Los Ángeles Times que Hoover era “un maestro chantajista.
En 1976 un Comité Selecto sobre Asesinatos de la Cámara de Representantes americana (U.S. House of Representatives Select Committee on Assassinations) que investigó a la CIA y al FBI por su posible vinculación con el intento de eliminar a dignatarios extranjeros, descubrió, también, que ambas agencias habían conspirado para atentar contra personalidades estadounidenses. El caso King salió de nuevo a la luz ocho años después de su asesinato. En una de las audiencias que analizaba el “juego sucio” del FBI, el Comité Selecto concluyó que la carta anónima enviada al líder de los derechos civiles “claramente daba a entender que el suicidio sería un curso de acción adecuado para el doctor King”.
La comisión investigadora esperaba tomar declaración a Sullivan, dado que Hoover había muerto en 1972. Pero el ex jefe del FBI sufrió una muerte curiosa y oportuna. El 9 de noviembre de 1977, muy temprano en la mañana y días antes de dar testimonio ante el Comité Selecto, Sullivan, que tenía sesenta y cinco años, caminaba por el bosque cercano a su casa de retiro en Sugar Hill, New Hampshire, en busca de quienes iban a ser sus compañeros en una partida de caza. Fue entonces que otro cazador, Robert Daniels Jr., hijo de un policía estatal, de veintidós años y armado con un rifle calibre 30 con mira telescópica, confundió, eso dijo, a Sullivan con un ciervo y lo mató de un disparo en el cuello. Las autoridades calificaron el caso como accidente. La familia del muerto y un amigo de Sullivan, el periodista Bill Brown que lo ayudaba a escribir su autobiografía que apareció dos años después de su muerte, coincidieron en que había sido un accidente.
Martin Luther King siguió bajo vigilancia del FBI, y bajo el ojo implacable de Hoover, hasta la tarde misma de su muerte. La agencia lo vigilaba mientras se hospedaba en la habitación 306 del Hotel Lorraine de Memphis, Teneesee, que es hoy el Museo Nacional de los Derechos Civiles. Tal vez también había micrófonos en ese cuarto. Los agentes monitoreaban a King desde un edificio al otro lado de la calle Mulberry, no muy lejos de donde James Earl Ray lo acechaba rifle en mano, si es que Ray fue en verdad su asesino.
A las seis de la tarde del 4 de abril de 1968, King salió al balcón de su habitación -la compartía con el reverendo Ralph Abernathy- para conversar con parte de los mil trescientos obreros municipales negros, recolectores de basura, que estaban en huelga: por ellos había ido King a Memphis. Segundos después, sonó un disparo y King cayó con un balazo en la parte inferior derecha de la cara. Abernathy se arrodilló para acunar la cabeza herida en su regazo. Junto a sus desesperados compañeros, los primeros en llegar para ayudar a King fueron agentes del FBI.