Kurt Cobain tenía siete años cuando dejó de ser feliz. La separación feroz de sus padres, Wendy y Don, fue la dolorosa puerta de salida de una infancia en la que, contaría después en sus diarios y en algunas entrevistas, la había pasado bien. Pero cuando ese matrimonio entre ella, ama de casa, y él, trabajador de una maderera, llegó a su fin, la serenidad de Cobain se terminó. Lo tuvo tan claro, lo sufrió tanto, que por esos días escribió “Odio a mamá, odio a papá. Mamá y papá se odian. Estoy triste” en una pared de su habitación.
Casi veinte años después, el 4 de marzo de 1994, en un hotel de Roma, el músico tomó unas cincuenta pastillas de Rohypnol mezcladas con champagne y le dejó a Courtney Love una nota que decía así: “Prefiero morir antes que atravesar otro divorcio”. La noche anterior había discutido -una vez más- con su esposa y madre de Frances Bean, su hijita de un año y medio. En su nota no hablaba de algún divorcio que hubiera transitado con una pareja anterior; hablaba del divorcio que lo había puesto a sufrir como nunca antes: el de Wendy y Don. Un mes y un día después de esa nota, Cobain escribió otra nota. La última.
El 5 de abril de 1994, hace exactamente treinta años, el músico se suicidó de un escopetazo en la cabeza. Su cuerpo fue encontrado tres días después por el electricista al que Cobain había contratado para que instalara alarmas y sensores que espantaran a los acosadores que merodeaban su casa. Ni su esposa, ni su madre, ni sus compañeros de banda sabían dónde estaba y nadie se sorprendió ante la tragedia. Nevermind, la obra maestra con la que Nirvana conquistó el mundo y con el que su líder se convirtió en la última grandísima estrella de rock del siglo XX, ya llevaba vendidas 30 millones de copias.
En el principio
Antes de ese primer divorcio que le marcó la vida, el pequeño Cobain fue uno de esos niños pródigos que a los cuatro años sorprendía a su familia por sus dotes para tocar el piano. Lo de cantar, a los cuatro, ya no era una sorpresa para ningún pariente: Kurt lo hacía desde los dos.
Crecía junto a su hermana, Kimberly, en el seno de una familia en la que había datos que todavía no habían hecho sonar las alarmas: la depresión era un padecimiento entre varios de sus integrantes. Dos tíos abuelos y un bisabuelo de Cobain se habían suicidado. Y aunque la armonía entre su madre y su padre en casa era su fuente de serenidad, las cosas no estaban fáciles en la escuela de Aberdeen, la pequeña ciudad del estado de Washington en la que creció. Es que sus compañeros empezaban a acosarlo con los códigos que, algunos años después, se definirían sin duda como un caso de bullying.
Espíritu adolescente
Después de la separación de sus padres, Cobain pasó un tiempo viviendo con su mamá y con su nueva pareja, que más de una vez lo golpeó, incluso hasta fracturarle huesos. Vivió también un tiempo con su papá, en un trailer en el terreno de la casa de sus abuelos. Vivió entre ellos dos no sólo porque iba y venía de convivir con uno o con el otro, sino porque estaba sumergido en un ex matrimonio que terminó muy mal y que no ahorraba en agresiones. Wendy, por ejemplo, ensuciaba con caca las cartas que todavía llegaban a nombre de Don antes de enviárselas a su nueva vivienda.
La violencia que circulaba entre sus padres y la que la nueva pareja de su madre le hacía sentir física y psíquicamente no fue la única que padeció en esos años. Además de todo ese dolor, vio cómo ese padrastro golpeaba a Wendy, que en algún momento compró armas para, en caso de considerarlo necesario, defenderse a los tiros de su pareja.
En ese escenario, a sus 14 años, Cobain recibió una cámara Súper 8 como regalo y empezó a rodar algo así como sus propias películas. A los 15, por ejemplo, filmó un corto casero. Se llamó nada menos que Kurt comete puto suicidio y en las imágenes se ve a la futura estrella global haciendo de cuenta que se corta las venas con una lata de gaseosa y, casi como en tono shakesperiano, actuando su agonía y su final con todo el dramatismo posible. Tenía 14 años y, nadie lo sabía entonces, ya había vivido la mitad de su vida.
Fueron esos los años en los que, al dolor por el divorcio de sus padres, se sumaron los dolores abdominales que acompañarían a Cobain hasta el final de su vida. Algunos años después, hablaría sobre ese padecimiento así en el diario que, más o menos erráticamente, llevaba: “Por favor Dios: que se vayan a la mierda los discos exitosos. Lo único que quiero es que esta misteriosa e inexplicable enfermedad lleve mi nombre. Y el título de nuestro nuevo álbum doble será El Síndrome Cobain. Una ópera-rock acerca de vomitar jugo gástrico, acerca de ser casi un anoréxico, un chico grunge de Auschwitz. Y va estar acompañado con un video de mi última endoscopia”.
Nunca nadie pudo darle un diagnóstico concreto sobre esos dolores, lo que acrecentaba las posibilidades de que su origen fuera psicosomático. Pero fueron esos dolores los que lo acercaron a los opiáceos: la cumbre de esa relación tóxica llegaría con la adicción de Cobain a la heroína, que lo acompañaría hasta el día de su suicidio. Antes de dispararse, el músico consumió una dosis de esa sustancia.
El nacimiento del mito
Hubo un tío importante en la vida de Kurt Cobain. Fue el que, a ese adolescente que había sido un niño de los que a los cuatro saben cómo tocar un piano, le regaló su primera guitarra. Cuando un músico llega al nivel de éxito y fama que alcanzó Cobain, esa primera guitarra se convierte en la piedra fundacional de un mito.
Tal vez para hacer crecer su aura mágica y misteriosa fue que, en algunas entrevistas, Kurt omitió el regalo del tío y, en vez de eso, contó que había comprado su primera guitarra con la plata que recaudó vendiendo las armas que habían pertenecido a su madre. Hay algo de cierto y algo de falso en eso, según reveló el periodista Charles Cross en la biografía Heavier than heaven, para la que hizo más de cuatrocientas entrevistas y accedió al diario de Cobain y a las cartas que el músico escribía pero no mandaba.
Lo que hay de cierto es que efectivamente, tras una reconciliación melodramática con su pareja, la madre de Kurt decidió deshacerse de las armas que había comprado para dispararle en caso de que él la atacara de nuevo: las tiró al río. Con ayuda de su hermana, al otro día Kurt fue a buscarlas y las vendió. Lo falso es que compró una guitarra. En realidad compró un amplificador.
La escena punk crecía alrededor de Cobain, que formaba bandas y, después de que su mamá lo echara, rotaba por las casas de sus amigos o por lo de alguna novia. Llegó a contar, ya convertido en estrella, que había dormido bajo un puente, a metros del curso de un río. También se trató de una exageración para alimentar el mito, pero sí es cierto que durmió en palieres de edificios y en la guardia del hospital en el que había nacido, simulando tener algún familiar internado.
La música ocupaba un lugar cada vez más central en su vida y fue justamente la música lo que lo cautivó una de las tantas veces que fue a la casa de un amigo y escuchó el sonido punk que venía desde la pieza de un hermano de ese amigo: ahí dentro estaba Krist Novoselic. Ninguno de los dos lo sabía, pero no faltaba mucho para que juntos formaran Nirvana, la banda que hizo que el mundo entero se asomara a ver de qué se trataba el grunge pero que, sobre todo, pudo encarnar la rabia, la desesperación y el hartazgo de toda una generación.
Un graffiti, un himno
Ahí donde los ochenta se convertían en los noventa, Tobi Vail era una de las músicas que había fundado la banda Bikini Kill, además de una referente feminista. Era además la novia de Kurt Cobain, y usaba desodorante de marca Teen Spirit. Kathleen Hannah, compañera de banda de Vail, acusó recibo de cómo el aroma impregnaba a ese rubio de ojos que había conquistado a su amiga. En el baño de Kurt escribió: “Cobain huele a ‘Teen Spirit’”.
Lo que pasó después es de dimensiones globales y este dato lo ilustra bien: el 12 de enero de 1992, Nevermind destronó nada menos que a Dangerous, de Michael Jackson, y se volvió el disco más escuchado de los Estados Unidos. “Smells like teen spirit”, la canción que abría ese disco, condensa en el riff de la guitarra de Cobain toda esa rabia y esa angustia que Nirvana encarnaría para millones. Y en caso de que el riff no fuera suficiente (que lo era), alcanza con ver el videoclip del tema: Cobain, Novoselic y Dave Grohl convierten un colegio secundario en un pogo en el que vale romper cualquier guitarra y, sobre todo, en una catarsis.
El mismo día que Nevermind se impuso ante Michael Jackson, Nirvana llegó a un escenario consagratorio para la cultura popular estadounidense: el de Saturday Night Live. Lo hizo de la mano de un disco que empezaba a desplegar su fuerza arrolladora y que, con los años, la revista Rolling Stone ubicaría 6º en su ranking de los 500 álbumes más importantes de toda la historia. Esa ola que estaba en plena formación terminaría llevándose puesto a su líder, y la primera señal fue instantánea.
Un tsunami de éxito que arrastró a su protagonista
Ese 12 de enero de consagración absoluta Kurt Cobain no festejó. Se fue a dormir con Courtney Love y, en algún momento de la noche, se inyectó una dosis letal de heroína. Love lo encontró tirado a un costado de la cama, sin respirar. Como si se tratara de la escena de Pulp Fiction en la que el personaje interpretado por John Travolta resucita al que encarna Uma Thurman con una inyección de adrenalina en el pecho, Love empapó a Cobain con agua helada y le golpeó el tórax hasta que el músico respiró de nuevo. Estaban inaugurando una escena que, con algunas variantes, se repetiría.
En 1993, en una noche que se volvería mítica y también un presagio, Cobain exigió que el MTV Unplugged de Nirvana se ambientara con lirios, velas y una araña de cristal. Cuando la productora de esa presentación le preguntó si quería algo así como un funeral, Kurt respondió que sí, que algo así como un funeral.
El 18 de noviembre de ese año, con una pedalera de efectos y un amplificador que alejarían el de Nirvana de otros shows acústicos producidos por MTV, la banda brindó una presentación brillante después de dos ensayos caóticos y que anunciaban lo peor. Tal vez lo más conmovedor de esa presentación sea a dónde hace llegar la voz Cobain en la última canción, que se llama “Where did you sleep last night” y que es un clásico de la cultura folk estadounidense creada por algún autor anónimo hacia 1870 y popularizado por Leadbelly a mediados del siglo XX. Cuando Cobain terminó de cantar esa canción, MTV le pidió a Nirvana que grabaran algún bis. Cobain contestó que no, que no podía dar nada más, y cualquiera que escuche ahora mismo la versión de esa noche va a salir de esos minutos de canción convencido de que no se puede ir más allá de una interpretación como esa. Que no hay más después de algo así.
Esa no fue la última presentación de Nirvana en vivo. Pero sí fue la última gran aparición de la banda: MTV emitió el Unplugged el 16 de diciembre de 1993 y, menos de un año después, con Cobain ya muerto, el show ya estaba editado como CD para amortiguar la circulación pirata de esas versiones inolvidables. Que el músico se suicidara apenas unos meses después convirtió a esa noche en un mito, en una despedida a la que se puede volver on demand, y en un fetiche. El famoso cárdigan verde oliva -y con agujeros de cigarrillos- que Kurt vistió esa noche se subastó muchos años después por 334.000 dólares. Y la guitarra que usó, una Martin D-18E de 1959, se remató por 6,3 millones de dólares: la más cara que se haya subastado.
Los intentos que fallaron y el que no
El último show que dio Nirvana fue el 1º de marzo de 1994 en Munich, en un predio que había sido un hangar de aviones. Terminó antes de lo previsto: Cobain estaba especialmente deprimido, su adicción a la heroína pasaba por una instancia aguda y, esa noche, además, padecía una bronquitis y una laringitis que impactaban especialmente en su voz.
Además, el show estuvo atravesado por un repentino corte de luz que obligó a interrumpirlo. Para que los minutos sin suministro eléctrico pasaran más rápido, Novoselic dijo en chiste: “No estamos tocando en un enorme estadio de Munich esta noche. Nuestra carrera está en franco retroceso. Estamos en la puerta de salida. El grunge está muerto. Nirvana se ha acabado”. Kurt Cobain no iba a subirse de nuevo a un escenario, pero era imposible saberlo.
La gira europea de promoción de In Utero, el disco que le siguió a Nevermind, estuvo a punto de darse por terminada. Para que la decisión no fuera tan drástica, Cobain, Novoselic y Grohl decidieron suspender algunas de las presentaciones y seguir el tour en Italia. Kurt viajó a Roma con Courtney Love y con Frances Bean, y fue allí que se produjo la intoxicación con Rohypnol y alcohol, y la advertencia de Cobain: no iba a pasar por otro divorcio.
De vuelta en Seattle, donde vivían -y donde había explotado el grunge de la mano de Nirvana, Pearl Jam, Stone Temple Pilots y Alice in Chains, entre otras bandas-, Love tuvo que acudir a la Policía ante una nueva escena de un posible suicidio. El 18 de marzo llamó al 911 porque Cobain estaba encerrado en una habitación con un arma de fuego. A los oficiales él les dijo que no tenía pensado matarse, y que estaba escondido (¿y armado para defenderse como su mamá de su segundo marido?) tras una pelea con su esposa.
Novoselic, Grohl, los productores de Nirvana y Love organizaron algo así como una intervención para instar al músico a que se internara en una clínica de rehabilitación. Courtney haría también un tratamiento, después de contar en una entrevista con Vanity Fair que ambos habían consumido heroína durante el embarazo y después de que, por un mes, los servicios sociales les quitaran la custodia de Frances Bean.
Cobain aceptó y viajó a Los Ángeles para internarse en el Exodus Recovery Center. Durante dos días se mostró predispuesto a involucrarse con el tratamiento e incluso recibió la visita de Frances, que llegó hasta el centro de rehabilitación con su niñera. Jugaron un rato y no se vieron nunca más. En su tercera noche allí, el músico pidió que le convidaran un cigarrillo, salió a fumarlo al patio y, cuando nadie lo veía, trepó la medianera, saltó a la calle, tomó un taxi, se bajó en el aeropuerto y voló a Seattle.
Ni Courtney, ni Novoselic, ni Grohl, ni su madre ni los productores de Nirvana supieron de él: no había manera de ubicarlo. Love llegó a contratar un detective privado que no tuvo reparos en sospechar de ella como la causa de todos sus males, algo que se replicaría en miles de fanáticos de la banda y que huele al desprecio con el que fue tratada durante años Yoko Ono, acusada nada menos que de disolver a Los Beatles, entre otros males.
El electricista que encontró a Cobain se llamaba Gary Smith. Lo primero que pensó cuando vio algo así como un cuerpo en el invernadero de la casa a la que había llegado y en la que no le atendían el timbre fue que se trataba de un maniquí. Pero miró más, vio un hilo de sangre, llamó a la Policía. Era 8 de abril y los oficiales encontraron enseguida los documentos de Cobain cerca de su cadáver: los había dejado para que el reconocimiento del cuerpo no fuera un problema. Las pericias determinaron que se había suicidado el 5 de abril.
Las últimas palabras
“Ya hace demasiado tiempo que no me emociono ni escuchando ni creando música, ni tampoco escribiéndola, ni siquiera tocando rock. Simular que lo estoy pasando 100% bien sería el peor crimen que me pudiese imaginar. A veces tengo la sensación de que tendría que marcar tarjeta antes de subir al escenario. Lo he intentado todo para que eso no ocurriese (y sigo intentándolo, creéme, Señor, pero no alcanza)”, dice, entre muchas otras cosas, la carta suicida que dejó Cobain cerca suyo en el invernadero de su casa.
La dirigió a Boddah, el amigo invisible que lo acompañaba durante su infancia, y dedicó las últimas líneas a los amores de su vida. “No puedo soportar la idea de que Frances se convierta en una rockera siniestra, miserable y autodestructiva como hice yo. Lo tengo todo, todo. Y lo aprecio, pero desde los siete años odio a la gente en general (...) Frances y Courtney, estaré en su altar. Por favor, Courtney, seguí adelante por Frances. Por su vida, que será mucho más feliz sin mí. LAS AMO. ¡LAS AMO!”.
Cuando tenía 14 años, en la época en la que interpretó dramáticamente su suicidio en un cortometraje casero, Kurt Cobain le contó a su amigo John Fields sus planes, que Fields nunca olvidaría y que también le contaría al biógrafo Charles Cross. “Voy a ser una estrella de rock, rica y famosa, y después me voy a suicidar en el momento de mi mayor gloria. Como Jimi Hendrix”, sentenció el que sería el último gran ícono del rock del siglo XX. Cumplió con todo. Murió a los 27 años. Llevaba veinte sin poder sentirse bien. Hace treinta que es una leyenda, y alcanza con escucharlo cantar alguna de las canciones en las que dejó todo para entender por qué.